El holocausto migrante

domingo, 3 de diciembre de 2017 · 08:54
Durante meses, la antropóloga Ana Luz Minera recopiló testimonios fehacientes del sórdido mundo de los indocumentados que atraviesan territorio mexicano en su itinerario hacia Estados Unidos. Recogió múltiples y desgarradoras historias del holocausto migrante entre niños, mujeres y hombres centroamericanos, y platicó ampliamente con Alejandro Solalinde, el sacerdote que ha dedicado su vida a ellos. Con ese material elaboró su tesis de doctorado y ahora lo ofrece en forma de libro. Puesto en circulación por Lince Ediciones con el título Solalinde, el volumen incluye un prólogo de la periodista Carmen Aristegui y una introducción del propio religioso, la cual se publica en estas páginas con autorización de la casa editora. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Al estar en la mira de muchos que quisieran desaparecerme, y que en cualquier momento pueden hacerlo, pensé que era necesario dejar un testimonio más acerca de mi experiencia con mis hermanas y hermanos migrantes. Son muchos los intereses que he estorbado del crimen organizado y del crimen autorizado. El acompañamiento a estas personas tan vulnerables, víctimas del sistema capitalista, de la indiferencia de una gran mayoría de compatriotas, así como de la acción y la omisión de gobiernos corruptos, incondicionales de intereses extranacionales, se ha convertido para mí en una aventura pastoral extrema en la que todo puede suceder, pero, sobre todo, en la que cada instante que permanezca con vida es un recurso de lucha por esta causa. El riesgo vale la pena. Es tiempo de que la gente conozca abiertamente la gran injusticia que se está cometiendo con nuestros más pobres del sur: que se sepa de una vez por todas que se trata de una masacre, un genocidio, ¡un holocausto! Es posible que el siglo XXI no tome conciencia aún de la magnitud de esta destrucción humana, perpetrada desde el siglo XX y continuada sin interrupción hasta nuestros días. Cuando generaciones venideras tomen conciencia de ello, el mundo se llenará de horror y de vergüenza, y experimentará sentimientos de culpa, pero ya ni siquiera estarán los responsables de esta brutal agresión contra la humanidad. Aunque estos crímenes no prescriban, será tarde para llamar a cuentas a los perpetradores. Porque el sistema tiene nombres y apellidos. Este libro se escribió para tocar el corazón de hombres y mujeres de buena voluntad que nacieron en una época turbulenta de grandes transformaciones ante cuyos ojos transcurren personas en situación de movilidad sin precedentes. Mujeres y hombres; niños, jóvenes y ancianos migrantes desfilando por la banda de la violencia. ¡Todos, ellos y ellas, son el mayor signo de nuestro tiempo! Si no comprendemos su significado, más allá de sólo verlos como víctimas, ¡no estamos entendiendo nuestra época! Sin la lectura profunda de su paso, nos quedaremos sin saber lo que nos ha sucedido como humanidad, lo que realmente estamos viviendo y lo que nos espera. (…) En este libro, los lectores podrán conocer experiencias humanas significativas; testimonios que son verdaderas lecciones de vida. Porque hay fenómenos desgarradores, de los que con frecuencia somos testigos en el albergue, como el desplazamiento forzado de mujeres que con sus niños huyen de la violencia, o niños y adolescentes no acompañados emigrando hacia un lugar incierto, en medio de situaciones peligrosas que pueden marcar su vida, destruirla o incluso acabar con ella. Precisamente, este tema tan sensible lo aborda la maestra Ana Luz Minera, quien realiza una minuciosa investigación para su tesis doctoral acerca de niñas, niños y adolescentes migrantes que viajan no acompañados. Ana Luz estuvo realizando su observación in situ, platicando por horas, días, semanas, meses, con personas migrantes y conmigo, inquiriendo los principales aspectos y los momentos cruciales de la migración regional. Por eso su información resulta sumamente rica, profunda y emotiva. Ella explora en el libro campos trascendentes de la fe, la espiritualidad del camino; cómo Dios ha estado presente en mi vida y en la vida del albergue y en toda la ruta migratoria donde Jesús ha encontrado un abrigo en cada casa, en cada albergue de migrantes en muchos sitios de la República Mexicana, con personas generosas, valientes y dispuestas a jugársela por nuestras hermanas y hermanos migrantes. (…) Sí, sí estamos ante una crisis humanitaria migratoria global. Existen más de 140 millones de personas desplazándose a lugares distintos a los de su origen por motivos de violencia, empobrecimiento, búsqueda de mejores oportunidades, cambios climáticos. Transitamos de la visión moderna, con valores, conceptos considerados absolutos, incuestionables y perenes, al pensamiento posmoderno, fragmentario, plural, relativista y sin control.  Asimismo, se está gestando una lenta superación de estructuras autoritarias que han uniformado y controlado la diversidad humana, ya reconocida en esta época. (…) Los derechos humanos nacen en el marco de la Revolución Francesa, en 1789, con la participación, entre otros muchos, de cristianos revolucionarios, algunos de ellos exalumnos jesuitas. Luego de pasar por el humanismo del renacimiento, cuando las ciencias se emancipan de la tutela religiosa, el Estado, ya al final del siglo XVIII, se independiza del poder eclesiástico. Así, la Revolución Francesa es consecuencia de ambos movimientos culturales, tras los que se logra definir la forma republicana proclamándose valores revolucionarios como la libertad, la igualdad y la fraternidad, y estableciendo los derechos del hombre y del ciudadano, independientes de las instancias religiosas. El Vaticano reaccionó como Estado; el Papa Pío VI condenó dichos valores, calificándolos de heréticos y, en alianza con el episcopado francés, se opuso a la libertad religiosa, de expresión y de conciencia, posición que fue reiterada por el Papa Pío IX. Hasta que, por fin, después de 200 años, la Iglesia católica reconoció los postulados de la Revolución Francesa en el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965). De hecho, estos ideales revolucionarios contienen valores evangélicos, pero fueron rechazados en su momento por el poder eclesiástico debido a que lesionaban sus intereses de Estado; sin embargo, la Santa Sede tuvo que reconocerlos años después. (…) En el mapa regional, Centroamérica, México y Estados Unidos, se violan sistemáticamente los derechos humanos, en particular en nuestro país. Corrupción, impunidad, injusticia; abandono de los sectores más vulnerables; servilismo ante intereses mezquinos; actos ilícitos que generan extorsiones, empobrecimiento, desigualdad; desapariciones forzadas; tortura, ejecuciones extrajudiciales, represión; maltrato a migrantes; persecución de defensores de derechos humanos y periodistas; secuestros, tráfico de armas, de estupefacientes. En el marco de este panorama regional, la crisis migratoria se agudiza: lejos de mejorar la situación de los países de origen, empeora para las personas migrantes, siendo los más afectados: niñas, niños, mujeres, adolescentes y adultos mayores. En El Salvador, además de la precaria economía prácticamente remesaria, se agudiza cada día más el enfrentamiento entre el Estado y el poder fáctico de las maras. Con el nombramiento del cardenal Rosa Chávez se abre una oportunidad esperanzadora ante la crisis social de este país hermano, pues bien sabemos de su trayectoria pastoral comprometida y profética. El camino es la caridad pastoral, no la represión y el exterminio. Honduras es un país que se ha ido desfigurando y transformando en un territorio dominado por la oligarquía, abierto a todas las inversiones capitalistas a costa del desplazamiento de la población empobrecida que huye de la violencia hacia EU. Las familias árabes e italianas que se apoderaron del país han ido exterminando a los pobres y propiciando la emigración forzada. ¡Claro, con la bendición del cardenal Óscar Rodríguez Madariaga, quien vive cómodamente en el Vaticano mientras su pueblo se hunde en la miseria y la violencia! De Guatemala reportan los migrantes, la presencia de maras, crimen organizado, armamentismo entre la población y, sobre todo, el permanente flujo de emigración indígena. Es estimulante que este país hermano esté dando pasos importantes contra la corrupción y la impunidad, aunque sigue ocupando el tercer lugar en número de transmigrantes en nuestros albergues. Aunado a las terribles condiciones de origen, los transmigrantes tienen que sobrevivir a los peligros de su paso por México, agredidos por la delincuencia organizada, la corrupción de agentes estatales, sobre todo del Instituto Nacional de Migración. Ellas y ellos se han convertido en una jugosa mercancía, víctimas de un sistema de justicia corrupto e impune. Sólo en el último año, nuestro albergue Hermanos en el Camino ha presentado 811 denuncias penales ante la fiscalía de delitos contra la población migrante; de éstas, ¡sólo dos han prosperado! La crisis mexicana de derechos humanos y la descomposición nacional en general han impactado fuertemente a la población migrante. Si los connacionales no gozan de protección, los extranjeros menos, especialmente en lo que respecta a desapariciones forzadas, ahí es donde son más vulnerables. El Movimiento Migrante Mesoamericano estima en cerca de 70 mil las personas desaparecidas, mientras que otras organizaciones y colectivos registramos más de 10 mil. En algunos casos a los que les dimos seguimiento, los hallazgos fueron: migrantes tratados con fines de explotación laboral o sexual; cárceles, fosas comunes entre oficiales y clandestinas, como la del MP de Coatzacoalcos, Veracruz. Muchas de esas personas se reportaron por última vez precisamente en este estado. También en Tabasco y en la Unión Americana. (…) Otros muchos fueron cruelmente asesinados por no poder pagar el dinero de su secuestro. Todos estos casos permanecen impunes, sin esclarecerse, mientras grupos de migrantes que huyen de la violencia y de la miseria siguen cruzando el territorio nacional, más expuestos que antes. Desde que el gobierno mexicano lanzó su Programa de la Frontera Sur bajo la careta de desarrollo regional y derechos humanos, el 7 de julio de 2014 (un vil operativo policiaco supervisado directamente por agentes estadunidenses), el flujo migratorio ha tenido que pagar más y arriesgarse más, ¡pero siguen pasando de muchas maneras! Ya son muchos los casos de transportación de migrantes en tráileres y camiones Torton. El Estado mexicano conoce perfectamente las terribles condiciones de vida en los países de origen y nada hace por apoyar a nuestros hermanos del sur, pero sí, en cambio, hace el trabajo sucio pagado por EU. ¿Qué pasa, Estados Unidos y su sirviente incondicional, el gobierno de Peña Nieto, no pueden comprender que estamos hablando de una crisis humanitaria? ¿Qué no tienen un poco de compasión para entender esta tragedia humana? Estados Unidos debería reconocer su responsabilidad en el enorme deterioro económico, social y cultural de los países sureños. Gente como Donald Trump nunca lo va a reconocer, pero ciudadanos estadunidenses  justos sí. El flujo migratorio del sur, visto desde la óptica de la seguridad nacional del norte, empeora las condiciones de su tránsito por México; toda vez que a causa de la Iniciativa Mérida y del Programa de la Frontera Sur se ha criminalizado el flujo migratorio persiguiéndolo y maltratándolo. La seguridad humana, en cambio, no se ha atendido ni en sus lugares de origen ni en los de tránsito ni en los de destino. Entre 2014 y 2015 se incrementaron las violaciones de derechos humanos de 5 o 10% a 70 y hasta 90%. Nuestro albergue de migrantes, Hermanos en el Camino, denunció por medio de nuestro coordinador, José Alberto Donis Rodríguez, agresiones de todo tipo. Las y los migrantes son hoy en día, los más pobres entre los pobres, porque no tienen nada, ni siquiera la seguridad de su propia vida: dejaron todo, nada llevan y nadie los espera en su mítico destino. Son, únicamente, un factor regulatorio y equilibrante en la dinámica esquizofrénica capitalista promotora del mercado, el dinero, el consumismo. El pueblo migrante anuncia, en cambio, con su sacrificio que lo más importante es Dios, la vida, la familia, las personas, la comunidad. Reitero que, para el sistema capitalista, la propiedad privada individual tiene un valor casi absoluto. Los migrantes se desprenden de todo lo material sabiendo que Dios es el único dueño y poseedor del mundo y que nunca dejará de abastecerlos durante el camino. Los capitalistas se anclan en las propiedades, los migrantes están siempre en situación de camino, si bien, algunos de ellos adoptan por mimetismo actitudes capitalistas. Muchas personas que se vuelven consumistas nunca se llenan ni encuentran la felicidad. Muchos migrantes y especialmente los niños y los jóvenes no dejan de reír ni de ser felices aún en medio de la dura experiencia de su trayecto. El capitalismo concibe los bienes inmuebles como un arraigo normal; los migrantes cambian de lugar relativizando los apegos existenciales, lo cual les permite gozar de mayor libertad ante lo material. El sentido del lugar y de ubicación es también distinto entre ambos. Una persona en el capitalismo organiza normalmente su vida en torno a un inmueble, casa o negocio, y alrededor de él pasa toda su vida. El migrante experimenta una libertad de desplazamiento y la existencia en situación de camino con un sentido diferente de tránsito de la vida y del tiempo. Las personas migrantes no dependen de un lugar para afincar su vida: llevan otro sentido del lugar como una estadía efímera y transitoria. En lo que sí se identifican los dos grupos es en que ambos son indigentes existenciales: tienen las mismas necesidades reales básicas: comer, tomar agua, vivir bajo un techo, necesidad de los demás, de Dios, de felicidad. Pero los acumuladores de dinero, los que viven para tener, disimulan su indigencia con lujo y apariencias; pagan la compañía humana. Mientras que los pobres reconocen humildemente su dependencia radical de Dios y de sus semejantes. El holocausto migrante, como efecto de la estructura económica global, impacta al resto de los sistemas humanos al estar todos interconectados. Afecta incluso a 1% de los más pudientes, de los magnates. Los efectos del genocidio migrante terminarán por estallar tarde o temprano contra aquellos que los agreden, explotan, oprimen y lucran ilícitamente. Toda persona que agrede y destruye sistemáticamente a un semejante no ha comprendido que todos y todas somos una sola familia humana, una gran familia global. Los migrantes nos están anunciando con su desplazamiento que un mundo ya se destruyó y otro se está gestando gracias a ellas y ellos; llevan en sí el germen de un migroma humano que dará a luz a una nueva generación y a un mundo nuevo que aún no hemos visto. Este adelanto de libro se publicó el 26 de noviembre de 2017 en la edición 2143 de la revista Proceso.

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