Arabia Saudita: Los juegos de un príncipe todopoderoso

sábado, 2 de diciembre de 2017 · 07:28
El hasta ahora medieval reino de Arabia Saudita proclamó su intención de insertarse en el mundo moderno: en octubre presentó a una robot capaz de aprender e interactuar emocionalmente con los humanos… y le dio la nacionalidad saudita. También anunció la creación de una ciudad controlada por inteligencia artificial y donde las mujeres podrían empezar a tener algunos derechos, en una nación que sistemáticamente se los niega. Todo esto ocurre de la mano de Mohamed bin Salmán, el todopoderoso príncipe heredero de la dinastía Saúd, quien sin embargo a principios de este mes se aseguró de volver a la Edad Media, al ordenar el arresto de unos 200 opositores al gobierno, sólo para afianzar su poder. ARABIA SAUDITA (Proceso).- Un reino estrictamente apegado a doctrinas religiosas de hace mil 400 años pero con una de las mayores rentas petroleras del mundo, se lanza a un proceso de apertura cultural y religiosa. Su fama global se debe a las fabulosas riquezas de sus príncipes tanto como a la negación de derechos a las mujeres, la persecución contra homosexuales, la mutilación a los ladrones y la decapitación de los asesinos y disidentes políticos, así como a las fundaciones radicales que han financiado la propagación del Islam en su versión más intolerante. Y si bien noviembre fue el mes en el que el terremoto político y cultural se destapó en Arabia Saudita, hubo un hecho insólito ocurrido un poco antes: el 29 de octubre, al lado de un león holográfico y una montaña rusa virtual, fue presentada Sofía, un androide de aspecto femenino que tiene expresiones faciales similares a las humanas, cuya inteligencia artificial es capaz, según sus creadores, de aprender de sus interacciones con las personas para reaccionar ante ellas –incluso “emocionalmente”– sin necesidad de que un programador las haya previsto. Sofía le dio las gracias al reino de Arabia Saudita pues “es histórico ser el primer robot del mundo al que se le otorga la ciudadanía (de este país)”. En contraste con cientos de miles de trabajadores extranjeros, la autómata adquirió –al menos a nivel declarativo– los derechos de los nacionales sauditas. En ese mismo acto se anunció que el gobierno va a invertir al menos 500 mil millones de dólares para construir, en un rincón del desierto junto al Mar Rojo, la primera ciudad totalmente controlada por inteligencia artificial: Neom. Tal es uno de los proyectos de Mohamed bin Salmán, conocido por sus iniciales MBS, el príncipe heredero de la monarquía saudita que declara su intención de preparar el reino para enfrentar y tener éxito en una época pospetrolera. En la nueva urbe, hombres y mujeres podrán hacer juntos cosas antes impensables, como sentarse en la playa, algo que ahora los llevaría a la cárcel. MBS considera que el Islam riguroso le fue impuesto a su gente, que no es lo natural ni lo que le conviene. Impulsa una liberalización –que incluye permitir que las mujeres manejen automóviles– y, ante la amenaza de una contraofensiva conservadora, ha mostrado que tiene la mano dura: durante el fin de semana del viernes 3 al domingo 5, más de 200 personas fueron arrestadas en la mayor purga que haya visto el reino: entre ellas, se llevaron a su tío, el príncipe Mutaib bin Abdalá, hijo del rey anterior, aspirante al trono y hasta entonces jefe de la seguridad interior; el príncipe Alwalid bin Talal, el inversionista más rico del país; y otros 11 miembros de la familia real y primos de MBS. El otro lado de MBS  Las detenciones se realizaron sin acusaciones formales ni órdenes judiciales. El príncipe heredero argumentó que hacía falta combatir la corrupción desde la raíz. Sin embargo, no todo el mundo lo cree. El hijo favorito del actual rey, Salmán, ha acumulado un poder mayor que todo lo que se había visto desde que se constituyó el reino, hace ocho décadas, con un acuerdo tácito de equilibrio de poderes entre los distintos clanes de la Casa Saúd. Si el golpe contra el príncipe Abdalá margina a un opositor político, el propinado al príncipe Talal es equivalente a encarcelar a Carlos Slim en México. Los arrestos a académicos y religiosos han proseguido con tal velocidad, que quienes quedan libres se cuidarán de oponerse a la voluntad del heredero. Los tres servicios de seguridad sauditas están bajo su control: los de Interior, la Guardia Nacional y el Ejército. MBS ha hecho todo esto a sus 32 años. Los observadores señalan que prácticamente desconoce la administración de gobierno, pues asumió el poder apenas en 2015, cuando su padre, Salmán, fue nombrado rey. Su inexperiencia, arrogancia e impetuosidad lo hacen parecido a alguien que le está dando un apoyo remoto pero imprescindible: el presidente estadunidense Donald Trump, quien se lo ha expresado mediante llamadas telefónicas y visitas de su yerno y asesor, Jared Kushner, y de manera más práctica, con la autorización para venderle al reino 7 mil millones de dólares en municiones de alta precisión de las compañías Raytheon y Boeing. Si las negociaciones nucleares de Barack Obama con Irán preocuparon e indignaron a los sauditas, que se sentían desplazados frente a su principal enemigo, Trump ha respaldado la política exterior impulsada por MBS, aunque de manera tan errática que se han sumado los puntos débiles de ambos mandatarios: en Catar, en junio, el estadunidense hizo creer que apoyaría un bloqueo al pequeño emirato, lo que provocó un enredo que sus generales y diplomáticos tuvieron después que deshacer, dejando en ridículo a los sauditas y sus aliados. Ahora, MBS es acusado de poner a Líbano al borde de una guerra, al forzar la dimisión de su protegido, el primer ministro Rafik Hariri; y de agravar la situación en el vecino país de Yemen, donde una coalición militar bajo liderazgo saudita combate a la tribu local de los houthis, en una guerra que está creando una crisis humanitaria con 20 millones de personas –incluidos 11 millones de niños– que necesitan asistencia urgente. Tragedia en Yemen  La ocupación de Palestina, que desde 1948 ha sido el tema más candente para los países árabes, no es un tema relevante para MBS, quien ni siquiera lo menciona en sus discursos. El dicho de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo se aplica a cabalidad en este caso: el lunes 20, por primera ocasión de manera pública, un ministro israelí confirmó los persistentes reportes de que su nación y el reino saudita mantienen conversaciones regulares a pesar de que no tienen relaciones diplomáticas formales. “Tenemos lazos, que de hecho son parcialmente secretos, con muchos Estados árabes y musulmanes, y usualmente somos la parte que no está avergonzada” de ello, explicó Yuval Steinitz, ministro de Energía del gabinete de Benjamín Netanyahu. “Es la otra parte la que prefiere mantener silencio”, pero “respetamos los deseos de la otra parte, sea Arabia Saudita u otros Estados”, agregó. Para ambos países y para Trump, la principal amenaza es Irán y todo lo demás es secundario. La rivalidad entre Arabia Saudita e Irán influye –y a veces es determinante– en el devenir de los principales conflictos alrededor del Golfo Pérsico y en Levante. En Yemen, MBS intervino militarmente en marzo de 2015, apenas dos meses después de que su padre fue coronado rey, con la intención de combatir a los chiitas de la tribu houthi, apoyados por Irán. La aviación y el ejército del reino –con apoyo de países aliados– mantienen una campaña sobre territorio yemenita en la que no se han preocupado por proteger las zonas civiles y son responsabilizados de gran parte de las 10 mil muertes ocurridas desde entonces. Pese a su superioridad tecnológica, no han logrado victorias significativas; incluso el martes 21 sus enemigos anunciaron la reapertura del aeropuerto de la capital yemenita, Saná, dañado por los bombardeos. En cambio, las fuerzas de MBS han conseguido cerrar los puertos, por donde entra la mayor parte de los alimentos, incluida la ayuda humanitaria. Al agravamiento de la hambruna que esto ha provocado, se añade una epidemia de cólera que estalló en junio, con más de 200 mil enfermos y mil 300 muertos, según la Organización Mundial de la Salud. Debido al apoyo de Trump a la ofensiva saudita contra Yemen, el senador demócrata Chris Murphy acusó a Washington de complicidad en crímenes de guerra. “Hay una crisis humanitaria en ese país –que muy poca gente en nuestra nación puede ubicar en un mapa–, de proporciones épicas. Esta catástrofe humanitaria, esta hambruna, es parcialmente provocada por las acciones de Estados Unidos”, afirmó. Jugadas fatales  El caso de Catar no es el de un enemigo sino el de un pequeño disidente. Este minúsculo país peninsular aprovechó la riqueza proveniente de sus grandes reservas de gas para construirse imagen e influencia propias en el mundo, más allá de esa alianza con monarquías árabes sunitas llamada Consejo de Cooperación del Golfo, bajo control saudita. Esto lo llevó a financiar a grupos armados afines en las guerras en Siria e Irak, diferentes de los apoyados por los sauditas e, incluso, a establecer una relación menos antagónica con Irán. El disgusto de la monarquía saudita fue creciendo hasta que, en una visita en mayo, en la que fue agasajado con pompa real por el rey Salmán y el príncipe MBS, Trump suscribió públicamente la versión de sus anfitriones y condenó a Catar como patrocinador del terrorismo. Pocas semanas después, MBS y sus aliados anunciaron el bloqueo de Catar, con exigencias que prácticamente equivalían a demandar la rendición del emirato. En Washington, sin embargo, de inmediato advirtieron que la jugada ponía en peligro el mercado petrolero y sólo beneficiaría a Irán. Los cataríes pudieron resistir y la maniobra fracasó, para vergüenza de los sauditas. En agosto, Catar anunció el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Irán. Pese a todo, MBS tenía otro lance en preparación. El sábado 4, Rafik Hariri anunció su renuncia como primer ministro libanés. Sorprendió a todos porque no se esperaba, pues apenas unos días antes había obtenido su primer éxito: que el Parlamento aprobara el presupuesto nacional después de ocho meses de negociaciones. La sorpresa fue mayor porque Hariri no hizo el anuncio en Líbano, sino en Riad, la capital saudita. Desde hace una década en Líbano se enfrentan la coalición de Hariri (sunita, prosaudita y parcialmente cristiana) con la de Hezbolá (chiita, proiraní y apoyada por otro sector de los cristianos, el del presidente Michel Aoun, quien durante la guerra civil encabezó al movimiento falangista). A fines de 2016, después de dos años y medio de estancamiento, ambas partes acordaron compartir el poder. El acuerdo fue avalado por Teherán y Riad. Hariri ostenta la doble nacionalidad saudita-libanesa. Su familia hizo fortuna en Arabia Saudita y era considerado un alfil de la realeza de este país. Que sus padrinos lo obligaran a retirarse causó estupor. El objetivo era facilitar una ofensiva diplomática contra Hezbolá por parte de la Liga Árabe, pero al reunirse en El Cairo, sus miembros se limitaron a aprobar una denuncia sin acciones concretas. El presidente Aoun y la milicia Hezbolá desconocieron la legalidad de una dimisión que tenía que haber sido entregada personalmente en Beirut, e incluso denunciaron que había sido hecha bajo coerción y que el primer ministro estaba retenido en Riad. Pudieron colocarse así como campeones de la soberanía libanesa y convocaron manifestaciones para pedir el retorno del jefe de gobierno. El presidente francés, Emmanuel Macron, intervino para liberar a Hariri invitándolo a París, desde donde el libanés regresó a su país el miércoles 22. Ahí anunció que “suspendía” su renuncia mientras celebraba pláticas con sus ministros. En 2003, tras el derrocamiento de Sadam Husein, Irán y Arabia Saudita han competido por la hegemonía regional apoyando a facciones opuestas en la serie de conflictos que han estallado en la región. Durante los casi tres años de gestión del rey Salmán, con MBS al frente de las acciones y con el apoyo estadunidense, se ha reforzado el poder de sus enemigos en Siria, Irak, Líbano e incluso Catar; y destruido Yemen. Así como le ocurre a Trump, el joven Mohamed bin Salmán está respaldado por una inmensa fortuna, pero todavía tiene que descubrir cómo se juega en los tableros de la geopolítica sin tirar todas las piezas. La diferencia es que el príncipe saudita cuenta con Sofía, la robot que aprende sola y más rápido que un ser humano. Este reportaje se publicó el 26 de noviembre de 2017 en la edición 2143 de la revista Proceso.

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