El regreso del antisemitismo

jueves, 1 de febrero de 2018 · 12:30
El Ministerio del Interior de Alemania dio a conocer una cifra: en la primera mitad del año pasado hubo 681 incidentes antisemitas –algunos de ellos, violentos– y el mismo periodo del año anterior habían sido 654. Así, los ataques contra judíos van ganando terreno año tras año, en un país que tras su derrota en la Segunda Guerra Mundial los había condenado y penado. El pasado diciembre se volvió viral en las redes sociales un video que muestra ese odio antijudío que permea a la sociedad alemana y que prendió las alarmas en el Parlamento, instancia que ya le exige al gobierno federal tomar medidas para combatir ese fenómeno. BERLÍN (Proceso).- El pasado 20 de diciembre un video se hizo viral en las redes sociales alemanas: un hombre blanco, alemán, que no rebasa los 60 años, discute con el dueño de un restaurante de comida judía, en esta ciudad. “Ustedes están locos. Llevan 70 años haciendo la guerra contra Palestina y quieren instalarse aquí. Son simplemente unos malvados”, acusa el hombre en evidente estado de ebriedad. Sin exaltarse, el joven dueño del restaurante le revira: “Éste es sólo un restaurante. ¿Acaso no puedo tener un restaurante?” Molesto, el desconocido contesta: “No. Simplemente no. No es así de fácil. Lo que hacen es brutal ¿y todavía quieres que se te proteja con mi dinero? Simplemente vete de aquí, ¡Vete!”, le grita. Enseguida señala lo que al parecer desató su irá al pasar frente al restaurante: el candelabro de siete brazos o menorá, uno de los símbolos más representativos del judaísmo, instalado en el ventanal del establecimiento. “Esta mierda, esta mierda no cabe aquí”. –¿Por qué? –cuestiona el restaurantero judío. –Porque no es mi sistema. Éste es mi suelo, es mi patria, mi hogar, y yo vivo aquí. –¿Y yo? Yo también. –Tú no tienes hogar. Lo siento, pero así es. Tú no tienes hogar. Y los insultos continúan: “A ustedes sólo les interesa el dinero, sólo el dinero. ¿Qué quieren aquí (en Alemania) luego de 45 años? Vete de vuelta a Palestina. Aquí nadie los quiere. Todos ustedes, ¡de vuelta a la cámara de gas!”. El video, de seis minutos, fue grabado por una compañera de trabajo del restaurantero. En sólo un día fue reproducido más de 400 mil veces e hizo evidente el fenómeno que Alemania vive desde hace meses: el notable incremento del antisemitismo. Y es que el tema ya se debate entre la clase política y la sociedad: es una cuestión de Estado. Durante el Holocausto –cuya conmemoración anual tuvo lugar este sábado 27– el régimen nazi asesinó a alrededor de 6 millones de judíos europeos, 1 millón de gitanos y cientos de miles de personas más que no se ajustaban a los estándares de la raza superior que Adolfo Hitler quería en su Tercer Reich. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial el antisemitismo no sólo se volvió socialmente mal visto, sino que el Parlamento aprobó leyes que lo prohíben y lo castigan. Amenazas Lejos de tratarse de hechos aislados, los ataques verbales y en algunos casos hasta físicos contra miembros de la comunidad judía se han vuelto comunes. Uno de los recientes, además del video antes descrito, fue la cancelación, también en diciembre, del Festival de las Luces o Janucá, que año tras año celebra la comunidad judía en la ciudad de Müllheim, en Renania del Norte-Westfalia. Programado para llevarse a cabo en una plaza pública de la ciudad, el acto no se realizó por motivos de seguridad. Y en Berlín, en la Plaza de París, se inau­guró el festival, como desde hace 13 años, pero ahora con la presencia de la policía, que controló todos los accesos. La situación ha disparado los focos rojos entre los políticos, al grado que el pasado jueves 18 el Parlamento aprobó por unanimidad un proyecto que exige al gobierno federal el nombramiento de un comisionado nacional que coordine y dé seguimiento a las medidas necesarias para combatir el odio contra los judíos en Alemania. “Es claro para todos que todavía existe en Alemania un vergonzoso antisemitismo. (…) Y cargamos, por el antecedente del Holocausto, una responsabilidad en la lucha contra éste. Tenemos que alertarlo, advertir de su peligrosidad y combatirlo de manera visible y fuerte”, señala el documento de los parlamentarios. De acuerdo con números oficiales del Ministerio del Interior, los delitos y la violencia antisemitas aumentan. El dato más reciente señala que en la primera mitad de 2017 hubo 681 casos, mientras que en el mismo periodo del año anterior fueron 654. En ese total se contabilizan 15 actos con violencia, 434 eventos de incitación al odio y 94 actos propagandísticos. Todas las organizaciones y especialistas ocupados en el tema coinciden, sin embargo, en que existe una cifra negra muy superior a la oficial. “Aunque en Human Rights Watch (HRW) no estudiamos el antisemitismo de una forma directa, puedo decir por experiencia propia que en Alemania el fenómeno en la vida diaria de los judíos se ha vuelto más violento y fuerte. No sé si cuantitativamente sea mayor ahora que antes, pero es cada vez más presente y, por lo tanto, peor. Lo más terrible de todo es el letargo o desinterés de las autoridades, especialmente en las escuelas”, denuncia en entrevista Wenzel Michalski, director de la oficina alemana de HRW. Y sabe de lo que habla. El año pasado su propio hijo fue víctima, en la escuela, de agresiones verbales y físicas por su condición de judío. Durante tres meses la familia Michalski enfrentó con impotencia y temor los ataques que sufría el muchacho: el grupo de preadolescentes que lo acosaba no sólo se encargó de que “el judío” (la palabra usada como insulto) fuera rechazado o aislado por más compañeros, sino que lo perseguía en el camino de regreso a casa y lo llegó incluso a amenazar con una pistola falsa. Sus padres decidieron cambiarlo de escuela. “Las autoridades no hicieron nada a pesar de que desde el principio les informamos lo que pasaba. La situación escaló hasta el punto en que decidimos que nuestro hijo no iría más a la escuela. Y hasta el día de hoy no hemos recibido ninguna disculpa oficial por lo acontecido, pese a que el director de la escuela públicamente lamentó lo sucedido”, recrimina. Más aún, ejemplifica lo que llama el evidente y a veces inconsciente antisemitismo de la sociedad alemana: “Mi hijo tenía un amigo en el salón de junto y muchas veces durante el recreo iba a visitarlo. Sucedía entonces que algunos niños le gritaban: ‘¡Lárgate de aquí, mugroso judío!’, ‘eres un asesino, no entres en nuestro salón’, ‘ustedes apestan’, y cosas terribles. Llegó el momento en que la maestra de esa clase vecina le pidió a mi esposa que le dijera a nuestro hijo que no visitara más ese salón, porque sólo provocaba. Sólo porque es judío”. Eric Marx, periodista oriundo de Nueva York, hace 10 años decidió mudarse a Berlín. “Alemania me parece una democracia liberal y progresista y por eso me mudé”, explica en entrevista. Sin embargo, dice estar preocupado por los recientes acontecimientos de antisemitismo y no descarta en un futuro dejar el país, tal como lo hicieran hace más de 70 años sus antepasados. “En mi vida diaria no me he visto confrontado con algún ataque verbal o físico por ser judío, por dos factores: primero porque el círculo social en el que me muevo es muy internacional y además de gente altamente preparada; y segundo, porque no porto ningún símbolo ni visto alguna prenda que delate mi origen; soy un judío secular. Pero estoy seguro de que si saliera a la calle con kipá, otra sería la realidad”, dice. Un nuevo frente de odio El pasado 8 de diciembre casi mil 200 personas se reunieron a un lado de la emblemática Puerta de Brandeburgo, en esta capital, frente a las instalaciones de la embajada de Estados Unidos. Fueron a protestar contra la decisión del presidente Donald Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel. Con banderas de Palestina y consignas contra la polémica resolución, la multitud comenzó la manifestación. No pasó mucho tiempo cuando los gritos dejaron de apuntar a Estados Unidos y Palestina para dirigirse de manera generalizada contra los judíos. Y, de pronto, una bandera con la estrella de David comenzó a arder. Al día siguiente las protestas continuaron. Esta vez unas 2 mil 500 personas, según las estimaciones de la policía local, se reunieron en el sureño barrio de Neukolln. Nuevamente, en algún momento de la marcha, otra bandera con la estrella de David fue quemada. Tales escenas estremecieron a la opinión pública alemana, pues desde el tiempo del Tercer Reich, con los nazis en el poder, no se registraba públicamente tal ataque contra símbolos judíos. Las estadísticas oficiales señalan que durante los momentos más candentes del conflicto político entre Palestina e Israel, los actos antisemitas en Alemania se disparan, lo que en ocasiones impide a las autoridades determinar si se está frente a un fenómeno de la vida diaria o se trata de reac­ciones ante el conflicto de Medio Oriente. Pero un estudio elaborado por un grupo de especialistas independientes –solicitado por el Parlamento y presentado a finales del año pasado– es claro y alerta no sólo sobre una nueva dimensión del antisemitismo, sino de un nuevo frente desde donde se genera el odio contra los judíos: alemanes de origen árabe o turco y refugiados musulmanes. Cabe mencionar que desde 2015 cientos de miles de refugiados de países predominantemente musulmanes han llegado a Alemania en busca de refugio ante los conflictos que se viven en sus naciones.­ Así, sumado al racismo y antisemitismo tradicional generado por la extrema derecha, se presenta ahora en suelo alemán el originado por motivos políticos o religiosos. “La mayor parte de los delitos antisemitas son motivados todavía hoy por la extrema derecha, y las posturas de odio contra los judíos siguen proviniendo, como desde hace décadas, desde esa dirección. Pero hora el antisemitismo se ve reforzado por la inmigración de países del norte de África y del lejano y Medio Oriente, donde el antisemitismo y el encono hacia Israel están presentes”, señala el estudio. Las cifras oficiales del Ministerio del Interior alemán señalan que 93% de los delitos de corte antisemita en la primera mitad del año pasado fueron cometidos por neonazis extremistas de derecha, y 3.3%, por extremismo vinculado con conflictos políticos internacionales, como el de Palestina. Deriva Hizarci es director del organismo no gubernamental berlinés KIGA, cuyo trabajo se centra en proporcionar formación política a las comunidades migrantes, específicamente de religión musulmana, y ha desarrollado una iniciativa contra el antisemitismo.­ “En temas como el antisemitismo es difícil no dejar las emociones fuera, pero es necesario y útil, pues por sí mismo ya es demasiado complejo. Y claro que sí, entre los musulmanes también hay antisemitismo. No sé por qué este grupo tendría que quedar fuera o qué lo diferenciaría respecto de otros grupos religiosos”, explica en entrevista. Convencido de que es un fenómeno que se debe combatir desde distintos frentes, Hizarci alerta sobre lo delicado del tema: “El antisemitismo entre musulmanes es algo que se debe decir y señalar y además combatir. Pero me parece que es poco útil apuntar o enfocar a un determinado grupo como causa del mal, en este caso los musulmanes o inmigrantes, porque al hacerlo, automáticamente construimos más estereotipos y generamos nuevos problemas”. Para el pedagogo, desmenuzar y clasificar el origen y los motivos de la reciente ola de antisemitismo es útil para entender el fenómeno y analizarlo. Sin embargo, ello puede reforzar la estigmatización de los migrantes musulmanes y obstaculizar su integración. Con él coincide Gunter Morsch, director del Memorial del campo de concentración de Sachsenhausen: “Todos los estudios empíricos señalan que, más que el origen, es el nivel de educación histórica y política el que genera o no una actitud antisemita”, asegura en entrevista. Por lo pronto, el próximo gobierno alemán, que deberá entrar en funciones a más tardar en marzo, tiene ya la encomienda y el reto de implementar las políticas necesarias para combatir de manera eficiente el antisemitismo que día a día parece instalarse y normalizarse en la pluriétnica sociedad alemana. Este reportaje se publicó el 28 de enero de 2018 en la edición 2152 de la revista Proceso.

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