'Una mujer fantástica”: la lucha por la dignidad

viernes, 2 de marzo de 2018 · 12:49
MONTERREY, NL. (apro).- En el fondo y en la superficie de Una mujer fantástica (A fantastic woman, 2017) se encuentra la condición de su protagonista, la actriz Daniela Vega, quien es transgénero, igual que su personaje, Mariana, que tiene que pasar por una serie de situaciones denigrantes, cuando el destino canalla la obliga a exponerse. La mujer es vital, reservada, y vive un intenso romance, en total discreción, con un hombre divorciado y mayor, hasta que la familia se entera de esa relación de la peor manera. Laureada a nivel internacional por la impecable interpretación de su protagonista, la película obtiene reconocimiento y premios, también por su temática. En una época de apertura y empoderamiento individual, de consolidación sin importancia de las barreras genéricas, el director y guionista Sebastián Lelio toca, con muy buen gusto, un tema importante, actual y muy caliente en la agenda global de los derechos humanos. En entrevistas, Vega ha comentado que no espera que su papel se convierta en un referente, pero es inevitable no serlo. El tema LGBT en cine ha sido tratado mayormente para las comedias. Siempre han sido rentables las historias sobre mariconadas, tipos amanerados y la grotesca redefinición personal, en un contexto que implica situaciones ridículas y muchas risas. En el punto opuesto se encuentra este drama puro, que remite a la desdicha y al valor que se necesita para reponerse a ella. Mariana está enamorada y el objeto de su afecto ha dejado de existir. No hay nada más saludable que vivir un duelo en forma, con una despedida funeraria decente, ordinaria, para el último adiós. Sin embargo, lo que parece ser un ordinario trámite de vida, se convierte en un infierno para Mariana, que es señalada por su evidente condición. El entorno no la ve como una persona que ha sufrido una pérdida. Es, para todos, principalmente para los allegados de su amante muerto, un monstruo que obtuvo su amor con malas artes. Lelio crea una película pequeña y asfixiante, ubicada en Chile, en un marco de homofobia total que puede ocurrir en cualquier país de América Latina. La disforia se convierte en un evento trágico. Ella, que evita las polémicas, se ve involucrada en una enorme. Pero lo hace como reflejo defensivo, para mantener en una pieza su dignidad, amenazada permanentemente por una sociedad adversa que incluso utiliza a las instituciones para lastimar a quien es diferente y, por ello, repudiable. La historia tiene un ritmo fluido y un talante sombrío, precisamente de funeral. La anécdota, que transcurre rápidamente, en horas posteriores al incidente, es alterada por algunos chispazos oníricos, aspiracionales y proyectivos, sobre lo que es la necesidad de Mariana de escapar a través del canto, la vía que es su pasión y que desarrolla por las noches en un club nocturno. Es inevitable suponer que la intensidad de Vega va aparejada con su propia experiencia de vida. Nadie mejor que una verdadera trans para interpretar este rol complejísimo. Es evidente el cambio de personalidad por su voz gutural, sus espaldas anchas, los gestos faciales duros. Y también hay una clara desesperación por encontrar aceptación en un mundo hostil, que no se acostumbra a otras opciones de identidad diferentes a las de hombre y mujer. Al final queda el retrato conmovedor de un humano que es víctima de un mundo huraño que, como se demuestra, no puede aniquilar las múltiples vías que elige el individuo para ser, ya sea sencillo o fantástico.

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