Las brújulas de Dios

lunes, 18 de junio de 2018 · 17:24
[playlist ids="539114,539115"] SANTA CRUZ, Bolivia.- En las junglas de la convivencia humana, los jesuitas abrieron tantas brechas que la Iglesia Católica optó por castigarlos. Era peligroso que predicaran con el ejemplo la doctrina de Cristo; pero más peligroso aún que, tanto evangelizados como evangelizadores, vivieran en comunidades autónomas que habían alcanzado abundancia y armonía con su entorno. Eran un desacato para el poder eclesiástico. Se surcaron pantanos y se escalaron cataratas en ese amoroso afán por salvar almas. Hubo que abismarse en la búsqueda de utopías para que hombres de buena fe, armados con palabras y música pudieran acercarse, aunque fugazmente, a ese ideal cristiano, aparentemente inalcanzable. En la memoria de nuestra incredulidad está asentado que existió una Ciudad del Sol, fundada por Vasco de Quiroga, donde sí pudo cantarse en alabanza a un Dios justo, y donde sí fue posible labrar la tierra en beneficio de todos… ¡No debe crearse un paraíso terrenal en castigo a nuestra impertinencia; hay que vivir asediados por el miedo, para que los preceptos de los imperialismos, tanto sacros como profanos, configuren nuestra forma de Ser y Creer! ¡Hay que rendirse frente a la contundencia de nuestras desigualdades, ya que nacimos como esclavos! ¡Hambre y miseria nos harán libres, nos dicen! ¡Hay que olvidarnos de las artes como manifestación de nuestra propia divinidad! Y los ordenamientos y ordenanzas han sembrado bosques y poblado continentes. ¿Cómo podríamos buscar la redención si somos pecadores empedernidos?... La respuesta no fluye por la boca, fluye por el alma, pero hemos aprendido que la existencia no debe cimentarse sobre lo intangible. Debe edificarse con lo que se compra… Hagamos un cuestionamiento: ¿No fue la música el método preferido de los evangelizadores? ¿No es una dádiva de Dios a la que no puede ponérsele precio que es, asimismo, intangible? ¿No es una necesidad vital que refina nuestros instintos y nos empatiza con los maltratos infligidos al planeta? ¿Habríamos de huir de nuestra incapacidad para asirnos a una humanidad que se autodestruye y preferir la convivencia con piedras? Empero… ¿Qué sucedería si nos irguiéramos para caminar sobre el vacío? O, ¿qué pasaría si le diéramos rienda suelta a los mandatos de nuestras ánimas?... Aún más, ¿no disponen nuestras sociedades de una brújula íntima –por empañada que esté– que les indica el rumbo para poder alejarse de lo que las envilece? Sabemos que sí, y nuestras entrañas se estremecen con la certidumbre. ¿Sería posible desandar los caminos? La respuesta se esconde entre la vigilia y el sueño. ¡Persigámosla, entonces! Habrá que embarcarnos en un viaje hacia las orillas de nuestra historia y habrá que despojarse del escepticismo. Sólo así podremos regresar a esas poblaciones fundadas por idealistas de la fe, donde se fabricaban instrumentos musicales en lugar de armas, donde sus moradores cantaban en vez de ejercer el oficio de las tinieblas y donde el bien común era eso: común. ¿Por qué no?... ¡Hagamos letra de los sueños para perseguir los ecos de aquellos misioneros que hicieron de su vida una misión! Recalemos por tanto, a guisa de ejemplo y convocatoria, en la selva amazónica, bautizada así por la necesidad masculina de hallar los pasos perdidos de aquellas mujeres con un seno mutilado. En sus dominios se creyó encontrar huellas de apóstoles y ecos de las tribus dispersas de Israel. Avancemos junto a los misioneros entre serpientes y cadáveres, aunque la decisión que se impone debe ser inquebrantable: reivindicar los entuertos de las Conquistas. Nuestra primera tarea consiste en abrazar las lenguas de los naturales y desentrañar su misteriosa forma de vida. La palabra del nuevo Dios está escrita y también sus maneras de alabanza; eso conmueve los cimientos de los cielos autóctonos. Ya llegaron las bestias de carga que ayudarán a humanizar la vida, pero los corazones a menudo se impacientan. ¡¿Cómo es posible creer en un Dios muerto que está atrapado en un crucifijo tan pequeño?! Los otros, los que hay que desterrar, rugen y arrasan con su aliento; con sus caricias fabrican flores y elevan pájaros. Vayamos a los primeros templos donde la mano indígena plasma las directrices de los barbados arquitectos. El sincretismo es insólito y se manifiesta en formas renacimentales en hermosa fusión con la ingenua exuberancia de los nativos. En las bóvedas de las misiones se elevan voces de ángeles morenos y revolotean manos blancas que le acicalan la cabellera al viento. Es posible que nos topemos con órganos y violones destripados. En los altares brilla la esperanza que promete redención a las miserias del paso por la tierra. Los campanarios convocan a los feligreses y crean, con sus bronceadas voces, un paisaje sonoro inolvidable…El estupor no cesa. Nos hemos convertido, gracias a las prédicas y la música, a una religión que nos protege de las antiguas furias. Ya no hay que dirigirnos al dios del agua ni a la diosa luna; nuestras plegarias se centrarán en una figura inaferrable que nos premiará con librarnos de las llamas del infierno. Las misas han dejado fuera a los Señores de la noche pero la magnificencia sonora que se gesta compensa nuestras traiciones. Es un legado que, apresado entre los barrotes de los pentagramas, tiene la virtud de hacernos inmateriales. Pero… Al improviso se agitan las centurias y crujen las nubes. ¿Qué pasa?, ¿por qué se ha hecho el silencio? Sólo hay rumores de selva. ¿Dónde se han ido los misioneros? Un Quetzal nos indica que los han embarcado, como galeotes, para regresarlos a su viejo mundo. No entendemos nada, hasta que una gran mariposa blanca se aquieta en nuestro pecho; viene preñada por muchos horizontes y nos anuncia que ha llegado un hermoso despertar en estos parajes. Legajos de partituras se preservaron milagrosamente y, merced a sus acordes, se pondrán de pie los herederos de estas tribus y de estos mestizajes… Truenan los aplausos en una ovación que nos expulsa del letargo y, de pronto, caemos en la cuenta que, sobre los resucitados acordes, están planeando aquellas inextinguibles melodías para el regocijo de 75 mil espectadores.1 Los convocó el XII Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana “Misiones de Chiquitos”. Sus participantes han llegado de muchos rincones del orbe y se regocijan con una bienvenida fraterna. Se han vuelto a fabricar instrumentos musicales y los jóvenes renuevan su juventud al amparo de orquestas y coros. Las misiones dispersas por el territorio están, de nueva cuenta, inundadas por caudalosas sonoridades. Un verdadero sentido de pertenencia motiva a los ciudadanos a formarse en colas interminables para degustar los prodigios sonoros que los unen con su tierra. La ciudad se ha vuelto una meta turística que reclama infraestructura en expansión continua, y los voluntarios han cruzado océanos para ser partícipes de esta fiesta cultural que reúne a lo mejor de los mundos posibles. La recuperación de la memoria se proyecta hacia el futuro gracias a la preclara inteligencia de los organizadores/misioneros. Sus nombres ya no quedarán sepultados bajo la loza del anonimato. El editor del acervo y director del Festival es, naturalmente, un hombre de fe. Es el padre Piotr Nawrot. Las misiones jesuíticas han vuelto a evangelizar, pero esta vez se graba en memorias digitales que le dan la vuelta al planeta. El maridaje entre nativos y visitantes es colosal: hacen música juntos sin importar la índole de sus creencias. Lo que importa es recuperar la identidad nacional a través de su espiritualidad. Para orgullo de nuestro expoliado continente, y como ejemplo para nuestra harapienta patria, Bolivia se adueña de lo que siempre le perteneció y se yergue, con la cabeza levantada, para seguir los rumbos trazados por imanes divinos, imanes que nos recuerdan que la transformación del hombre aviene por el contacto con su espíritu: esas son las brújulas de Dios. __________________________ 1 Se sugiere la escucha de algunas de estas obras resucitadas. Disponibles en la página: proceso.com.mx

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