Acoso

domingo, 30 de diciembre de 2018 · 09:49
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Hace unos meses apareció mi libro más reciente: Acoso. ¿Denuncia legítima o victimización?, donde analizo la relación entre cómo se habla de acoso y la creciente tendencia puritana que va de la mano de un aumento de la exigencia punitiva. Así como existe una urgencia ética para erradicar toda forma de acoso, también existe la imperiosa necesidad de analizar los efectos inducidos por la retórica del discurso imperante, que está produciendo actitudes victimistas y demandas punitivas. Reconozco que, aunque existen muchos feminismos con variadas tendencias dentro del movimiento social, distintos postulados del pensamiento político y enfoques diversos de la crítica cultural, la hegemonía en el discurso la tiene una tendencia del feminismo estadunidense: la de las dominance feminists. Esta tendencia utiliza una triada conceptual –inocencia femenina/daño femenino/inmunidad masculina– en su argumentación.  Digo que el acoso sexual es repugnante, pero que algunas denuncias nombran “acoso” a usos y costumbres culturales, como el piropo, así como a intercambios consentidos tipo quid pro quo. Muchísimas denuncias de acoso expresan el malestar y la indignación que provocan prácticas machistas, agresivas o discriminatorias, e interpreto que el clamor ante el acoso es una protesta contra la desigualdad sexista, la doble moral, la discriminación y el machismo, y que es necesario tener claro el problema para combatirlo mejor. Admito, también que vivimos en un contexto social violento, desigual y explotador. Me preocupa el avance indiscriminado de un discurso puritano y victimista. Este discurso tiene fuerza incluso en espacios donde se esperaría mayor discernimiento, como las universidades. Indudablemente que existen prácticas machistas nefastas de profesores y compañeros, y es indispensable frenarlas. Sin embargo, hacerse justicia por propia mano ha llevado a actos negativos, como el linchamiento público antes de realizar un debido proceso. Hay que tener mucho cuidado con las denuncias y juicios, pues, aunque la mayoría de las querellas suelen ser verídicas, también se cuelan acusaciones falsas o exageradas (existe la subjetividad).  Lamento que la batalla legítima e indispensable contra la violencia sexual se esté convirtiendo en una cruzada moralista que fortalece el paradigma político conservador que representa a todas las mujeres como víctimas potenciales. Sin duda muchísimas mujeres son víctimas; sin duda hay riesgos que mayoritariamente afrontan ellas. Pero también es cierto que, aunque su número es menor, hay mujeres victimarias y hombres víctimas.  Como el discurso social sobre la victimización femenina ha ido en aumento, no se pone atención en la violencia que infligen las mujeres y la que sufren los hombres a manos de otros hombres y también de ciertas mujeres. No se visualiza el panorama completo.  Comparto con varias autoras feministas la preocupación por la proliferación del victimismo, que pervierte una exigencia legítima de reparación. El victimismo implica un abuso de la posición de víctima. Me preocupa que la sexualidad se represente como algo peligroso y dañino, y creo que esta perspectiva refuerza un anhelo de seguridad sexual que los conservadores retoman para intentar controlar la sexualidad. Los seres humanos requerimos autonomía sexual y no una tutela jurídica sobre el deseo. Los castigos y penalizaciones no nos libran de prácticas abusivas y machistas; es necesario el desarrollo de un tipo de subjetividad que favorezca relaciones humanas distintas. Muchas incivilidades y atropellos se deben a contextos culturales y condiciones sociales, e importante es no simplificar la problemática. Incluso interpretar los abusos y los acosos como producto de la malvada intencionalidad del ofensor invisibiliza las causas sociales y psíquicas de la criminalidad. Hay que comprender para remediar.  Creo que el discurso hegemónico sobre el acoso funciona como esa técnica del poder del capitalismo neoliberal: la psicopolítica. Me sorprende ver que las emociones con las cuales se construye ese discurso acerca del acoso están vinculadas al puritanismo y al pánico sexual. La emoción representa un medio muy eficaz para el control psicopolítico del ser humano, en tanto que el discurso victimista de inocencia femenina/daño femenino/inmunidad masculina alienta el giro punitivo, lo cual resulta funcional al mantenimiento del sistema actual. En mi libro investigo el discurso social sobre el acoso para comprender mejor qué está pasando y también planteo la necesidad de analizar qué se suscita con el uso indiscriminado del término de acoso para nombrar una variedad de conductas reprobables. Una tarea apremiante es la de dilucidar si toda forma de requerimiento sexual es acoso y si todo acoso es comparable al abuso sexual o a otras violencias. Concluyo señalando que es imperativo precisar jurídica y culturalmente qué es acoso, pero sin olvidar que explicar no es legitimar.   Este análisis se publicó el 23 de diciembre de 2018 en la edición 2199 de la revista Proceso.

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