El rasero de la corrupción a cultura, no: De Anda

sábado, 13 de julio de 2019 · 10:14
Recién condecorado con la Medalla al Mérito en Artes en Patrimonio Cultural por el nuevo Congreso de la Ciudad de México, el investigador de la UNAM Enrique X. de Anda aborda un asunto complejo: el del descontento por los recortes en las áreas de ciencia y cultura. Aprueba esta “vuelta a la atención” de las comunidades originarias por el gobierno de la 4T, pero descalifica el enfoque de “caridad”, y apunta que la Ley de Monumentos debe ser modificada y, en este caso, dejar de proteger “a capa y espada” a la propiedad privada. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Escéptico, pero aún del lado del gobierno de la Cuarta Transformación, el arquitecto Enrique X. de Anda, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pide no aplicar el mismo rasero de la corrupción a todo, menos a la ciencia y la cultura. Desearía que Andrés Manuel López Obrador escuchara y fuese más receptivo en esos campos, como en su momento lo hicieron los presidentes Álvaro Obregón y Adolfo López Mateos. Especialista en historia del arte y apasionado de la historia en general, votó hace un año “muy convencido y con muchas expectativas” por López Obrador. Y no es de los “arrepentidos”, indica: “En la revista Proceso (2173) aparece mi nombre cuando me preguntaron por quién iba a votar y específicamente dije: Por López Obrador y di mis razones (‘posee mayor experiencia en la política’)”. “Hoy estoy muy escéptico, no sé en qué medida habrá un destino apetecido por todos. Espero congruencia entre las expectativas y lo que viene, entre lo que dijeron que iba a suceder, sobre todo en la parte del patrimonio. Tengo opiniones sobre otras disciplinas, pero es lo que más me preocupa.” Especislista en Arte Moderno del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE), autor, entre otros libros, de Historia de la arquitectura mexicana, y en prensa Teatros junto a los hospitales: Los conjuntos de Seguridad del IMSS en la presidencia de Adolfo López Mateos, recibió en abril pasado la Medalla al Mérito en Artes en la categoría de Patrimonio Cultural, entregada por primera vez por el nuevo Congreso de la Ciudad de México. En una larga conversación en su estudio de Mixcoac, expresa su inquietud por lo vivido en las últimas semanas en los ámbitos de la ciencia, la cultura y, particularmente, el patrimonio: austeridad, recortes presupuestales, despidos y hasta la supuesta prohibición de viajes: “Me preocupa la descalificación hacia la academia que vela por el patrimonio, a los historiadores, los humanistas, que tienen también relación con el ámbito científico. Hay como una irritación contra ellos que ha llevado a considerar que todos son corruptos, élites de poder enquistadas en el aparato público a los cuales hay que restar recursos. Preocupa muchísimo porque cuando se restan recursos, se limita la disponibilidad financiera, se desmantelan estructuras creadas al paso de los años que son las que ayudan a la investigación histórica.” Si bien reconoce que la academia no es un medio impoluto y se ha señalado a organismos como el Sistema Nacional de Investigadores, indica que hay inconformidad y protesta porque se le ha puesto en tela de juicio. Ciertamente, dice, hubo políticos, funcionarios, administradores públicos que hicieron mal uso de los recursos y presupuestos, pero “hay muchos colegas, como yo, que no hemos estado en la administración pública, no tenemos acceso a los recursos y nos están golpeando y viendo de manera sospechosa”. El asunto de los viajes fue aclarado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) en Proceso (2223), al señalar que la limitación es sólo para los científicos que se desempeñan como funcionarios públicos. Lamenta entonces que se gobierne “con memoranda”, y afirma que hay instituciones gubernamentales donde verdaderamente tienen pánico a que les llegue el Memorándum de Austeridad, donde se establecen ciertas políticas: “Usted me lo acaba de confirmar: hay una confusión. Imagínese nada más de qué tamaño, porque me consta que algunos directores de dependencias oficiales vinculados con la cultura prohibieron la salida a todos, a pesar de tener proyectos multinacionales.” Relata que escuchó un comentario en el sentido de que se prohibirían los viajes porque “los niños tarahumaras también quisieran viajar”. Se pregunta: “¿De veras quieren viajar?, ¿quién lo sabe?”. Está convencido de que las comunidades lo que exigen es respeto a sus culturas, y resulta que les llevan “una tarjetita (de despensa)” y creen que se les ayuda cuando “eso sí puede desarmar su estructura tradicional”. Hay una “vuelta a la atención de las comunidades originarias”, pero es erróneo el enfoque de “caridad” o “dádivas” que se les están dando. Defensa ejemplar Se le pregunta cuáles son los retos de la llamada Cuarta Transformación frente al patrimonio del siglo XX. La Ley Federal sobre Monumentos y Zonas Arqueológicos, Artísticos e Históricos promulgada en 1972 no le otorga la misma protección que al arqueológico e histórico: “Primero crear las herramientas legales. Ese asunto compete a la representación popular, que son los diputados y los senadores. La Ley de Monumentos debe ser modificada, ya no opera, lo venimos diciendo desde hace años. Es necesario adecuarla, incorporar de manera muy clara todo lo referente al patrimonio moderno, donde el gran problema es la propiedad privada que es defendida a capa y espada.” A diferencia del patrimonio arqueológico, que es propiedad de la nación, la mayor parte de la arquitectura moderna es de propiedad privada. Eso limita la intervención del Estado, dice, pues a menos que se incaute, expropie el bien o el gobierno logre convencer a los propietarios de protegerlo, ellos pueden intervenirlo o demolerlo cuando no cuenta con una declaratoria. En su opinión es primordial que las autoridades responsables determinen qué debe conservarse. Hay edificios incluidos en el catálogo del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) que sólo conservan sus fachadas, el resto ha sido modificado, por lo cual ya no posee valor histórico ni artístico. En esta selección, agrega, deben intervenir sociólogos, humanistas, historiadores y hasta poetas “capaces de detectar otras vibraciones en los testimonios históricos”. El presupuesto es otro factor. Hace tiempo no se ha incrementado, por el contrario, se le ha venido reduciendo al INBA (para este año fue del 5.41% respecto al de 2018). Suma el desdén hacia la cultura de gobiernos anteriores, como el foxista, que dijo que era “cosa de mujeres”, los siguientes le recortaron porque no era importante, y ahora “juzgan que como se roban el dinero, hay que quitárselos y están dejando las estructuras indefensas, sin personal, sin capacidad jurídica”. Por eso “a lo más que puede llegar” el INBA es a convencer a los inversionistas en bienes inmuebles de guardar la fachada y, si acaso, la primera crujía. Apunta que eso ya no es patrimonio, se vuelve algo pintoresco, curioso. Un edificio que mantiene su fachada de 1940 pero tiene atrás un edificio de 10 pisos y se volvió gimnasio, es ridículo. Además de adecuar la ley a las necesidades actuales, deben fortalecerse las estructuras para acercarse a las comunidades, a las colonias de la ciudad, a los inversionistas, aunque a ellos es difícil cambiarles “los patrones de conducta porque su propósito es invertir, ganar, generar empleos”. Ve, sin embargo, como algo positivo que pequeñas y grandes organizaciones de la sociedad se unan para defender el patrimonio. “Se pueden hacer muchas cosas, aun en tiempo de guerra se puede trabajar por el patrimonio.” Le viene a la memoria una anécdota sobre la defensa de la cultura y el patrimonio: Durante la Segunda Guerra Mundial un grupo de militares se acercó a Winston Churchill, primer ministro británico y ganador del Premio Nobel de Literatura, para decirle que Londres sería bombardeada y necesitaban desalojar el British Museum para guardar maquinaria y pertrechos de guerra. El también militar respondió: “El Museo Británico es parte de nuestra cultura y por nuestra cultura estamos enfrascados en esta guerra, es parte de la identidad de los británicos, busquen otro lugar, el museo no se desaloja.” “¿Cuántos casos así tenemos en la cultura mexicana reciente? Donde un gobernante diga: ‘Esto no se hace porque es parte de la identidad de los mexicanos’. Admite que no se puede detener el desarrollo económico, pero también se debe reconocer que mucha gente medra con el patrimonio, propietarios y aun los vecinos, por lo cual “hay que tener la habilidad para convencer, que tienen los promotores sociales, la gente especializada, ¡que es a la que están corriendo de las instituciones! Esa es la tristeza que me da”. A modo A decir del investigador, los funcionarios no tienen la obligación de saberlo todo, pero sí de allegarse la información de quienes conocen, aunque es evidente que ha habido “fuertes limitaciones en los asesores. Y añade: “Se parte de la base de que los funcionarios ya conocen todo y tienen la capacidad de tomar las mejores decisiones. A veces lo hacen y se les aplaude, otras se equivocan, como nos podemos equivocar todos. Lo que no es admisible es que se equivoquen en lo que tiene que ver con asuntos de gobernanza.” Una idea que considera equívoca es querer “modernizar” a los grupos indígenas del sureste mexicano con el proyecto del Tren Maya, “con el argumento de que traerá oportunidades, y ya hemos visto muchas veces que esas oportunidades son de latrocinio para el gran capital que tratará de sacar la mayor ventaja, porque es su manera de actuar, es su destino social multiplicar el capital original”. El gran temor, indica, es que se va a deforestar la Selva Lacandona. Y se puede ver cómo desde el siglo XIX por donde pasó el tren hubo un fenómeno de urbanización. Dice que no estuvo de acuerdo cuando el presidente Ernesto Zedillo desmanteló Ferrocarriles Nacionales, pero el Tren Maya puede hacer sucumbir las reservas ecológicas de la zona. “Creo que la ubicación no es la correcta. Como involucrado con el patrimonio cultural, considero que debemos defender la selva, las especies de animales y a los grupos lacandones. He estado en la Selva Lacandona en los últimos años y ellos todavía mantienen sus costumbres, algunos han abandonado la comunidad y están tratando de occidentalizarse con los celulares, con los jeans. No se los podemos prohibir, pero cuando entre el Tren Maya aquello se va a acabar. Y no lo digo desde el punto de vista nostálgico, de qué va a pasar con ese lugar tan evocador, pero es una de las reservas naturales que tenemos y es nuestra responsabilidad defenderlas; de lo contrario van a sucumbir, y ese sí es un asunto muy preocupante.” Se le comenta que el director del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Diego Prieto, ha declarado en varias ocasiones que sólo se desviará el proyecto si se encuentran estructuras importantes. Pero De Anda, tras cuestionar con qué criterio se determinará, y recordar que en el caso del Templo Mayor pudo pararse el proyecto de rescate pues sólo se encontraron bases y restos de pirámides, dice que ese tipo de declaraciones “retratan de cuerpo entero a muchos de los funcionarios de la Cuarta Transformación”, a quienes falta en ocasiones una visión histórica. Para muchos arqueólogos, subraya, hasta los basureros son importantes porque los vestigios pueden ayudar a saber qué alimentación tenía ese pueblo, qué desperdiciaba, cómo era su cerámica; en fin, el punto es que no se necesita encontrar el gran edificio. Si llegaran a descubrirlo “cómo el Tren Maya se va a hacer a modo, y podría pasarles encima”. El segundo presupuesto Recuerda el investigador dos casos “muy importantes” donde el Ejecutivo supo escuchar: El primero fue Obregón, quien tuvo una granja de garbanzo, se enlistó en el Ejército y llegó a ser general y presidente de la República. “Un hombre muy importante en la política del país, con sus vicios y perversiones que supo escuchar a José Vasconcelos, un filósofo que no tenía nada que ver con la guerra ni con la milicia, él lo convenció de crear una estructura para educación y una nueva cultura. Esa sí fue una gran transformación. “Había que hacer un proyecto cultural, que no sólo contemplaba a la plástica con el muralismo, sino que involucró a los jóvenes en la alfabetización, la creación de teatros comunitarios y una serie de tareas. El general Obregón puso en manos de Vasconcelos el segundo presupuesto más importante de la Federación, después del de la Secretaría de Guerra. Era importante porque el país estaba en guerra, terminando la Revolución y se iniciaba la guerra Cristera.” El segundo fue el presidente López Mateos, “un hombre ilustrado que había sido profesor en el Instituto Científico y Literario Autónomo, daba clases de historia, de literatura” e invitó al poeta Jaime Torres Bodet a colaborar como secretario de Educación Pública: “Entre los dos echaron a andar el Plan Nacional de Museos y el tercer gran programa de alfabetización. El primero lo inició Vasconcelos, el segundo el propio Torres Bodet como ministro de Educación con Manuel Ávila Camacho, y el tercero él mismo con López Mateos. E inició el programa de los Libros de Texto Gratuitos. “Ahí tiene usted a un presidente que está escuchando la experiencia de sus colaboradores, que no está defenestrando, no está señalando con el dedo flamígero de la corrupción.” No desconoce el fenómeno de la corrupción, al contrario, es “un problema estructural muy serio, que desafortunadamente se dejó crecer y va a costar trabajo terminar con él”, por ello entiende la preocupación del presidente, pero no se puede medir a todos con el mismo rasero, “hacer limpias totales, en lugar de buscar a quienes han cometido los delitos y fincarles responsabilidad”. Se le pregunta finalmente, luego del desaguisado por la renta del Palacio de Bellas Artes para un homenaje a Naasón Joaquín García, líder de la iglesia La Luz del Mundo y ahora preso en Estados Unidos (información que además ha sido clasificada como reservada por el gobierno de la 4T), si considera que los sitios del patrimonio cultural, como las zonas arqueológicas, museos o en este caso Bellas Artes, deben alquilarse para “ganarse la vida”. Dice, reiteradamente, que no. En su opinión, se trata de una manifestación arquitectónica, gastronómica o cualquiera, no tienen porqué ganarse la vida porque ya lo hicieron, ya contribuyeron a la creación de una cultura. Es como si se mandara a los abuelos de una familia a pedir limosna para ganarse el sustento. Además, es inconcebible que las autoridades digan que no sabían de qué trataba el homenaje puesto que se les paga para que defiendan el patrimonio y no lo vulgaricen, y lo mismo hubiera sido para el Papa, pues los asuntos religiosos quedaron separados de la vida pública y las decisiones de gobierno desde el siglo XIX: “Me enorgullezco del Palacio de Bellas Artes porque es el referente de la cultura en México y estoy en contra de la renta y en contra de los grandes conciertos de las zonas arqueológicas, aunque digan que no dañan. Tergiversan los símbolos, y para la sociedad mexicana actual, los símbolos son muy importantes.” Este texto se publicó el 7 de julio de 2019 en la edición 2227 de la revista Proceso

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