La música, vía civilizadora

lunes, 20 de septiembre de 2010 · 01:00
En una pared del apartamento, junto a grabados de José Chávez Morado y Alfredo Zalce, cuelga una reproducción de una pintura rupestre procedente de la Sierra de San Francisco en Baja California sur, cuyo marco salta a la vista; está armado con trozos rectilíneos de cactus. El objeto, nimio en relación con aquello que lo circunda, es mostrado con emoción. En él se aprisiona un recuerdo pero, sobretodo, se manifiesta la reciedumbre de las cactáceas que, en el decir de su dueño, son maestras de vida. Con la afabilidad de quien ama su quehacer a pesar de los quebrantos, el compositor Jorge Córdoba (México D. F. 1953) ofrece una galleta hecha por manos indígenas. Su sabor a maíz ilumina el paladar y funge de bienvenida. Ritual de ancestros que debilita inhibiciones confabulando contra los abismos del diálogo. Además de ser un guardián de las armonías del mundo, el maestro Córdoba es forjador de entusiasmos. Unánimes, las palabras del encuentro resuenan en el parpadeo del ocaso. Samuel Máynez: Su paso por el Conservatorio Nacional de Música fue fugaz pero bastó para ejercer una influencia indeleble en sus discípulos. Se le recuerda como un cometa rutilante que encendía la mecha de todas las vocaciones que encontraba en su camino. ¿Por qué, siendo usted un luchador, abandonó la trinchera? Jorge Córdoba: Me cansé de estrellarme contra la sordera de la academia que desdeña, por principio, la raigambre popular del músico. En su encorsetada visión de la enseñanza, la música se aprende desde la nota escrita y, en algún momento incierto del porvenir, se prescinde del papel y se da curso a la improvisación creativa. ¿Quién puede negar los estragos de esa cerrazón? Tenemos maestros incapaces de tocar de oído que, a su vez, son preceptores de futuros profesionales que harán una música sostenida con muletas; remedos de prótesis se irán sumando para institucionalizar su esterilidad artística. Es paradójico que el aprendizaje de la ciencia musical quiera someterse al cedazo de ojos y manos, en vez de ser una consecuencia del desarrollo del oído. En cuanto a la lucha, sigo atrincherado dirigiendo coros y orquestas, de profesionales y amateurs, dictando conferencias, dando clases a niños y jóvenes de todas las clases sociales y componiendo en el tiempo que me resta. En suma, me consagro a la música porque estoy convencido que con su influencia la sociedad tendría más oportunidades de salir de sus atolladeros existenciales. SM: No mencionó usted su infatigable labor radiofónica ni su compromiso con la investigación. Valga el olvido para mencionar que su programa Horizontes de nuestra música que trasmite el IMER (Instituto Mexicano de la Radio) está a punto de celebrar su primera década de vida y que usted no ha escatimado esfuerzos para motivar a los investigadores a que escriban la verdadera historia de la música mexicana, no los retazos dispersos que conforman la versión oficialista en donde las exclusiones son la norma. Acaso sea inevitable, pero me gustaría preguntarle cómo es la sobrevivencia de un compositor de música de concierto en este México del bicentenario? JC: Desde que existe conciencia gremial los compositores transitan por tres vías obligadas: impartir lecciones, mendigar becas estatales o mecenazgos y pugnar por tener encargos de obra de la más diversa índole, desde música para televisión hasta composiciones sinfónicas, aunque en el caso de la música comercial, no fue eso lo que, inicialmente, se pretendió. Son muy pocos los elegidos que pueden sentarse a esperar a que la inspiración los visite y les sea remunerada con equidad. Es justo mencionar que la historia de nuestra música debe escribirse aún. Día con día se descubren compositores mexicanos cuya obra reposa en el más completo abandono. SM. ¿Podría abundar en ello? JC: Es alarmante la claudicación del Estado para proteger y difundir la obra de sus músicos y eso sucede, en gran medida, porque los funcionarios encargados de la promoción cultural se concentran en el acaparamiento personal de los recursos. No los aplican, por ejemplo, para resguardar la obra de los compositores fallecidos en un Archivo creado ex profeso. La orfandad en la que vive el músico y su producción es indignante. Funcionarios van y funcionarios vienen pero la cristalización de la tutela de ese patrimonio sigue plagada de vaguedades y promesas rotas. SM: Es fácil deducir que usted no ha sido becario del FONCA, empero, hay que enfatizar que ha sido invitado como compositor residente por la Universidad Brandon de Canadá, por el Centro Internacional de compositores Visby en Suecia, por el Olaf College de Minnesota y por el festival America Cantat de Cuba, entre muchos otros. Además de haber recibido la Medalla Kodaly del Gobierno húngaro y de haber participado en los World Music Days que se celebraron en varias ciudades del orbe. Hablemos ahora de su música, a sabiendas que glosar sobre lo intangible puede ser decepcionante. ¿Hay alguna obra por la que usted sienta un orgullo que lo desborde? JC: No podría inclinarme por ninguna en especifico, sería como consentir más a una hija en demérito de las otras. Sin embargo, ya que me lo pide, me identifico con la humorística ligereza lograda en una de mis 3 piezas para fagot y piano; ilustra plenamente mi intención de darles a intérpretes y melómanos un instante placentero. (1) Y como obra reciente, la Cantata para 4 coros mixtos, 4 marimbas chiapanecas Aquí ha nacido el tiempo, sobre un poema de Roberto López Moreno, por la conexión con nuestra realidad actual. SM: Me atrevería a ponderar la sugestión poética conseguida en su obra Luna para dos guitarras y las espléndidas paráfrasis musicales de sus Haikú para coro, donde la brevedad del contenido suscita un océano de significados. Para concluir, quisiera preguntarle ¿Qué se hace contra la depauperización de la cultura musical, se deponen las armas o se arriesga el último suspiro para tratar de revertir los estragos? JC: Se empeñan los suspiros, naturalmente. Yo condensaría la magnitud del problema en su componente educativa. Habría que empezar por darles clases de música a senadores y diputados; y a magistrados, empresarios y políticos ponerlos a cantar en coro. Bien sabemos que el canto coral transforma el estado de los cuerpos y que a través del arte, el ser humano se eleva en la escala zoológica, en otras palabras, limita sus depredaciones. No podemos aspirar a vivir en una sociedad civilizada si somos incapaces de escuchar a los demás y de emitir nuestra propia voz sin dañar el tejido social que nos contiene, ¿No es ese uno de los cometidos fundamentales de la música? ¿No sería deseable encontrar el sentido a la existencia a través de la expresión artística, cuyo acceso debería erguirse como derecho inalienable de todo ciudadano?... Antes de despedirse el colaborador de Proceso vuelve a posar la vista en los cuadros de la morada; momento que el maestro aprovecha para sorprenderlo con un regalo inesperado. Le pone en las manos un cactus recién trasplantado diciéndole que al convivir con su estoicismo se facilita la subsistencia en el desierto de iniquidades que los abochorna. 1 Para su audición pulse la ventana de audio correspondiente. 1.- Scherzo de las 3 piezas para fagot y piano. (Sergio Rentería, fagot y Pedro Tudón, piano.Quindecim recordings, 2008) 2,- Yin de las 2 piezas para 2 guitarras Luna. (Chandra Dúo, CONACULTA, 2008) 3.- Sobre el arrozal de los 7 Haikú para coro. (Gregg Smith Singers, Newport classics, Ltd. 2000)

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