Monsiváis: la invención idiomática de Gabriel Vargas

lunes, 31 de mayo de 2010 · 01:00

A partir de los setenta comenzó el cronista Carlos Monsiváis su estudio sobre las contribuciones a la cultura popular mexicana de cómics como La Familia Burrón, la famosa historieta del genial creador Gabriel Vargas, fallecido el martes 25. En septiembre de 1977, la escritora Margarita García Flores, a cargo de Los Universitarios, editado por Difusión Cultural de la UNAM, le dedicó un homenaje al monero nacido en 1915 en Tulancingo, Hidalgo, en el cual incluyó una entrevista con Carlos Monsiváis, que Proceso reproduce a continuación.

MÉXICO, D.F., 31 de mayo (Proceso).- Empecé como niño de colonia popular, a enterarme de la cultura simultáneamente, leyendo a los clásicos griegos, el Pepín y Chamaco. La lectura de los clásicos griegos no se me nota, como la otra frecuentación. Creo que lo primero que leí de Gabriel Vargas fue Los Superlocos, una serie absolutamente delirante para mis posibilidades de entendimiento infantil y que no he vuelto a releer pero que me entusiasmó uno de sus personajes magnético, símbolo, suma, síntesis de la picaresca mexicana que se llamaba ufónica y gloriosamente Jilemón Metralla y Bomba. Los Superlocos eran la denodada historia de las trapacerías de don Jilemón Metralla y Bomba, que cambiaba de sombrero en cada cuadro de la historia y llevaba como bastón un pollo desplumado y explotaba sistemática y cruelmente a la que ahora llamaríamos asistente doméstica, Cuataneta, defendida y apoyada por un hermano, el buen Caperuzo. Todos estos personajes, más una pareja (un poco derivada del cómic estadunidense), que no tenía quizá mayor interés, integraban un cuadro muy divertido y muy intenso de la picaresca, por lo menos yo así lo recuerdo: la capacidad de insulto de Jilemón, su absoluta corrupción, etcétera. De un modo y sin que yo lo supiera fui conociendo muchos pormenores de la vida mexicana a través de la lectura de Los Superlocos.

La siguiente etapa de mi conocimiento de Gabriel Vargas fue a través de otra historieta como de dos o tres páginas que se llamaba El Señor Burrón o vida de perro. Estoy tratando de darle una coherencia a mis recuerdos que siempre falsifico. Al principio, la historieta me parecía un tanto tediosa por la prominencia del personaje de Regino Burrón, el peluquero que era la síntesis de la decencia, la bondad, la honestidad, el rigor. No es que me cayera mal, pero representaba todos los símbolos de virtud y de la bondad hogareña que me resultan muy difíciles de pasar. Era el tipo de gente cuya conducta en ocasiones uno admira pero cuya frecuentación resultaría imposible. En cambio, me fue ganando el personaje de la mujer, Borola, y ya cuando se salió del Pepín para transformarse en historieta, en comic-book llamándose La Familia Burrón entonces empezó mi pasión. Se puede decir que yo llevo todo el tiempo leyendo a La Familia Burrón, es un hábito, es una adicción. Aún en los muy bajos momentos de Vargas, que necesariamente tiene alguien con una producción tan abundante y tan incesante, siempre encuentro algo que me hace seguir leyéndola. Lo que te estoy diciendo de un modo y otro ya me ha reportado algunos beneficios porque he publicado unos 200 artículos al respecto… en este momento siento como si La Familia Burrón fuera una vaca a la que yo estuviera ordeñando infinitamente… Vargas y yo hemos vivido de La Familia Burrón.

–¿Qué te gusta de Borola? ¿Por qué la amas?

–Es anecdótico que Borola sea mujer, como era anecdótico que Jilemón Metralla fuera hombre. Lo que realmente allí funcionaba era una suerte de espíritu de la picaresca que se combinaba con el genio verbal y una gran capacidad para inventar situaciones humorísticas. Del personaje de Borola me entusiasma su capacidad frustrada para la maldad, el robo, el desacuerdo, la pillería, etcétera. Es una atmósfera lo que nos da Vargas, los episodios nunca están completos, porque hay fallas, siempre las soluciones suelen ser muy abruptas, todo eso depende mucho del modo de producción, del modo de trabajo de Vargas. Lo que redime finalmente a la historieta es su capacidad de captación y difusión de atmósferas verbales, de situaciones donde realmente funciona el sentido del humor y la consignación, a mi gusto bastante perdurable, de todo un modo de comunicarse verbalmente y de entender el trato verbal como sentido del humor, de entender la relación de las palabras como posibilidad humorística. Poca gente se entusiasma con Borola…

Desgraciadamente hay una serie de precios por formas de la cultura popular, sobre esto he escrito otros 200 artículos… en realidad estoy glosando mi vida al hablar de La Familia Burrón… y que ese desprecio tan injustificado y tan ruin ha llevado por ejemplo a ponderar a Jaime Torres Bodet cuya contribución a la literatura es cero, sobre Gabriel Vargas cuya contribución a la cultura popular es altísima y amplísima. ¡Claro! Jaime Torres Bodet era pomposo y Gabriel Vargas es un dibujante de historietas. En cuanto a la influencia literaria de Torres Bodet, ninguna. Sin embargo, tú no encuentras ninguna tesis sobre Vargas.

–¿Ese lenguaje de Vargas se ha ido renovando a través de los años o en cierta manera se ha anquilosado?

–Su lenguaje no responde a la creación del caló. Es, digamos, el lenguaje clásico de la provincia y de la ciudad en los años treinta y cuarenta lo que sería el idioma tradicional popular. Desde luego que ha habido una enorme renovación de la que no puede dar cuenta La Familia Burrón, pero tampoco siento que estoy hablando de un museo, aunque este lenguaje efectivamente está detenido en cuanto a la posibilidad de captación de voces nuevas, no está detenido internamente, dentro de sus propias reglas del juego es muy fluido; así, no sé si Vargas es el tipo de gente que se renueva con frecuencia. Vargas perfila un mundo y dentro de él la movilidad es extrema y la capacidad dinámica es muy alta. Ahora, ese mundo ya no es lo nuevo, lo reciente. Es un mundo que finalmente llegó a su culminación, a su deterioro y a su desvanecimiento en la época de los cincuenta. En ese sentido funciona como testimonio y dentro de él no está viendo ni cómo habla la gente de hoy ni cómo seguramente habló, si no que se está viendo una creación personal de alguien que decidió hacer hablar así a un mundo y que en gran parte obligó a ese mundo a hablar así. Pero desde luego que no estoy dándole características de museo ni de grabadora. Vargas hace una enorme invención idiomática. 

–¿En que está basado su sentido del humor?

–En una capacidad de observación y de transformación para vivir continuamente en el regocijo. Su sentido del humor está basado en una contemplación impiadosa de los hechos y de las situaciones. Claro, si a él le preguntas te responderá con una serie de afirmaciones que no son ciertas. Hablando de su obra, Vargas no es el mejor exégeta, la vuelve muy bondadosa, la remite siempre a cánones de decencia, de moralidad, de ejemplaridad, de virtud y te parece que te está describiendo el catecismo del padre Ripalda y no el relajo continuo que es La Familia Burrón. Para enterarse de La Familia Burrón primero hay que leerla y segundo no hacerle caso en absoluto a Vargas.

–¿Consideras vigente a La Familia Burrón?

–Vigente en el sentido: ni de testimonio ni de registro cotidiano de una realidad citadina, vigente en cuanto es la expresión de un mundo muy personal, que logra captar y esencializar comportamientos y que logra además transmitirlos a través de un sentido del humor que es un estilo verbal. Vigente como pieza literaria.

–¿Crees que a los jóvenes de hoy les pueda interesar lo que dice La Familia Burrón?

–Yo nunca he creído en el mensaje de La Familia Burrón. En cuanto a mensaje, yo creo que a nadie le interesó nunca. Si tú quienes mensaje te vas a una convención del PRI o a un sermón… Donde hay cultura popular lo que importa es la capacidad de diversión que te genere, y creo que en ese sentido  la gente joven sigue funcionando, quizá no con la intensidad que en los años cuarenta o cincuenta. Hay un desgaste necesario en todo trabajo que impide que mantenga o retenga su misma capacidad de generar diversión o generar distintas reacciones, pero que sigue teniendo posibilidades de diversión, sí, las sigue teniendo. Ahora estoy diciendo que se mantenga ese mismo nivel de calidad, simplemente hay cambios, pero tú decías hace un momento que ahora se prefieren otras expresiones más sanguinolentas o las fotonovelas, etcétera. Yo supongo que sí, que masivamente una fotonovela es lo que invade, conquista y determina un mercado, pero que hay formas de expresión personal que siguen manteniendo un público y que si la gente joven llega allí y empieza a aceptar las reglas del juego que ese trabajo le propone, acabará encontrándolo muy regocijante, pero en las veces que lo es, lo es de veras.

Ahora, por lo demás evidentemente hay una distorsión, una deformación, un envilecimiento del uso popular y ya todo lo que se está produciendo con éxito está hecho en serie. El trabajo de los artesanos, digamos de los que hacían el cómic de autor como Gabriel Vargas, Gaspar Bolaños, Germán Butze, etcétera, está ya confinado a los sobrevivientes.

–¿Encuentras un reflejo de la sociedad mexicana en La Familia Burrón?

–Sí, pero no es el valor mayor que yo le atribuyo. La creación de un mundo personal y la distorsión de una realidad más que el reflejo, la distorsión burlona y satírica de una realidad, creo que de reflejo tiene bastante poco y que las veces en que acentúa más el reflejo es cuando la historieta se cae. Es sobre todo una distorsión, una caricatura muy bien lograda y una esencialización de los rasgos paródicos.

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