"Anuario de poesía mexicana 2008", de María Baranda

sábado, 19 de diciembre de 2009 · 01:00

MÉXICO, DF, 18 de diciembre (apro).- Poeta, narradora, editora y traductora, María Baranda (Distrito Federal, 1962) cumple con esta quinta entrega de su Anuario de poesía mexicana 2008 con el proyecto de configurar el panorama actual de la producción más reciente.

         Es ahora que el Fondo de Cultura Económica (FCE) se dio a la tarea de darlo a conocer, como cada uno de los otros volúmenes, el primero aparecido en 2001.

         Autora además de Un lugar en el mundo (2004) y Marte y las princesas violadas (2006) en el género narrativo y de los poemarios El jardín de los encantamientos (1990), Los memoriosos (1995) y Moradas imposibles (1998), Baranda se ha hecho acreedora al Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes, el más emblemático del país, y señala en la introducción que “en esta reunión de sesenta y nueve poetas, ordenados alfabéticamente, hay una palabra que domina los estilos, los temas y los tonos utilizados: diversidad”.

Algunos de los poemas antologados son de Luis Miguel Aguilar, Luigi Amara, Alberto Blanco, Elsa Cross, Antonio del Toro, Jorge Esquinca, Francisco Hernández, Eduardo Lizalde, Fabio Morábito, Myriam Moscona, José Emilio Pacheco, Isabel Quiñónez, Max Rojas, Tomás Segovia, Laura Solórzano, Marcelo Uribe, Karen Villeda, Minerva Margarita Villarreal y Ludwig Zeller.

Cada uno de ellos seleccionado con un poema, también cuenta con una referencia general al final del libro de 185 páginas.

Que sea ella quien explique el propósito de su último anuario en este tercer apartado de la introducción:

“La amplitud de registros catalogados es proporcional a los tiempos que vivimos, tan enigmáticos como convulsos. Se sabe que todo momento político, histórico, social y hasta geográfico determina no nada más la imaginación metafórica de un poeta, sino su aproximación al lenguaje. Porque, como decía Mallarmé, ‘la poesía no surge de los sentimientos sino de las palabras’, y no se ingresa a este oficio sino para tratar de modificarlo, de intentar un nuevo giro, acaso un mínimo detalle, que nos permita vislumbrar un mundo diferente donde la imaginación ayude a establecer otros límites. Al poeta le toca rebelarse ante la inmovilidad de la lengua y establecer relaciones más vivas con su idioma. La pregunta sería: ¿dónde comienza el lenguaje esta tentativa y a partir de qué o cuál visión poética? Ante la multiplicidad de esta muestra me interesaron los poemas que intentaban una reidentificación y resignificación con su tiempo. Esto es, los que tuvieran una mínima necesidad de trasgresión con la fuerza y vitalidad que señalé al principio.

         “La conversación se da entre poetas de varias generaciones, desde los nacidos en los años veinte con una irrefutable solidez e individualidad, hasta los más jóvenes nacidos en los años ochenta, en quienes se lee ya un principio de identidad, todos con una profunda inteligencia poética. Aquí hay poetas visuales, ágiles y precisos que construyen su mundo a partir de un diálogo consigo mismos, los hay quienes se abren paso entre la página a través de sonidos hasta lograr una reflexión muy cercana a la música, los que fabulan o cuentan pequeñas historias para desafiar a la realidad, otros que parten de esa realidad para procurar revitalizarla; hay quienes se sirven de un tono triste, casi melancólico, para hablar del gozo y del dolor, o los que a través del humor y del sarcasmo buscan darle un lugar a lo cotidiano. Poemas nostálgicos en los que resuenan voces o personajes del pasado y que usan esto para expandirse o para desembarazarse de antiguos fantasmas. Poemas que buscan la recuperación de mundos perdidos, otros en que la memoria opera como una fábrica e irrealidades. Poetas que hacen del lenguaje su punto de encuentro, y quienes a partir de otros poemas establecen nuevas y propias coordenadas.

         “Lo que llama mi atención es que en un país donde inciden tantos temperamentos literarios, donde nos ufanamos de la variedad de nuestras lenguas, de la diversidad en nuestras costumbres y tradiciones, después de haber vivido tantos movimientos sociales en las últimas décadas, la poesía indígena no tenga sitio entre las páginas de las revistas literarias. Quizás sus voces se dejan oír, todavía, en publicaciones especializadas.

         “Al final, me quedo con la sensación de haber creado quizás mi propio laberinto de múltiples entradas, donde se tensa un fino lazo entre la irrealidad y la ficción, como entre el sueño y la vigilia, un tetragrámaton diferente, con otras cuatro letras para llegar a otro dios o a ninguno. Salir de ahí es desconfigurar el orden para proponer otro caos, el propio, y así provocar el desconcierto o el desagrado en quien no busca lo mismo. Queda, también, el privilegio del asombro y la certeza de haber leído estos poemas no nada más como un mapa del presente, sino como un hueco, una falta en la representación del mundo donde estas voces poéticas podrán establecer ante el lector sus propios ritos de salida o de entrada, hasta formar un nuevo sitio habitable, siempre en la palabra.”

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