"Se va a acabar el mundo"

viernes, 3 de junio de 2011 · 01:00

MÉXICO, D.F., 1 de junio (apro).- Esta es una de las historias que cuenta el productor radiofónico sinaloense Cruz Mejía Arámbulo sobre su infancia en La Noria, donde creció, para el capítulo quinto “¿Será o no será?” de sus memorias La Creciente, primer libro en edición de autor de 204 páginas, publicado por TLALLI, con tiraje de mil ejemplares: la jocosa narración de “Se va a acabar el mundo”, para nuestros lectores. Selección y notas de Roberto Ponce.

* * *

Siempre han dicho las mismas tarugadas, ya no se saben otra, y uno como es inculto se anda creyendo de cuanta cosa se les ocurre. ¡Quién carambas va a saber cuando se acaba el mundo! ¿Dónde se informan, quién les dice, y por qué a ellos? De ser cierto todo eso, no debería de haber escogidos: todos somos iguales, porque yo no creo en los saurinos (*).

--¡Se está ardiendo el mundo! –decía mi ‘amá cuando sentía el  bochorno de los días calurosos.

Tal era su modo de expresarlo, al punto de hacerme ver las llamas por todos lados. No me daba cuenta de la poesía encerrada en las palabras de mi madre. Con esa expresión era capaz de mover todos mis pensamientos y avivar mi fantasía.

Una vez, cerca del mediodía, cuando el sol estaba reverberante, así como para derretir las ilusiones junto con todo lo demás, llegó un amigo y se paró allí en el cruce de las dos calles y comenzó a gritar:

--Aquí les traigo la noticia. Entérense todos cómo pasado mañana se va a acabar el mundo. Váyanse preparando para el momento del juicio final, en donde todos seremos juzgados sin excepción.

“Se está acercando el momento de rendir cuentas de nuestro comportamiento en la tierra. Dios se encargará de poner a cada quien en su sitio. Quien no se haya arrepentido hasta este momento, sólo conseguirá la condenación eterna. Nuestros cuerpos serán calcinados y se verán nuestras almas volar sin rumbo en busca del perdón que nunca habrán de alcanzar.”

Y alzaba con la mano unos cartelones largos, como los de anuncios de las películas, todos mal hechos pero con las llamaradas pintadas, donde podíamos ver cómo ardería el mundo y todos acabaríamos hechos cenizas, nomás porque a ese compa (**) se le ocurrió sin mas ni más. Ya me imaginaba yo la lumbre bajando del cielo, saliendo del monte, rodeándonos por todos lados.

Mientras, seguía oyéndose esa voz ronca de tanto gritar, amenazándonos de cuanto se sabía de La Biblia por haberlo oído en las pláticas de los curas o de la gente persignada, porque facha de muy leído no tenía… Y gritaba y se retorcía, extendía los brazos, manoteaba con los ojos entrecerrados, por no poder mirar de frente la luz del sol. Parecía un tizón de tan prieto. Y con tanta fregadera, sí llegaba a infundir algo de miedito.

Yo de todos modos seguía pensando: no va a ganar gran cosa vendiendo sus cartelones, pues la gente ni tiene dinero ni sabe leer. Y además, ¿cómo pudieron retratar las llamaradas antes de que ardiera el mundo, si aquí ni a fotografía llegamos?

Me acordaba de la Silvina, de todas las muchachas; ¿cómo van a quemarse ellas, tan bonitas?... Y las señoras, y los señores, las mulas, los perros, los gatos, nuestros parientes y toda la plebada (***); ¿cómo se sabría de quién sería cada montoncito de ceniza cuando quedáramos aquí y allá, todos regados? De seguro nos íbamos a hacer poquita cosa, o a lo mejor el viento nos levantaba a todos ya hechos tizne para regarnos en el espacio…

¡Yo también me quemaría!... ¿Cómo se sentiría el cuerpo ya sin alma, o qué sentiría el alma sin cuerpo? ¿Qué tan fuerte sería el aroma de las matas y las flores ya quemadas? ¿Quién podría subirse a semejante altura para voltear la mirada hacia acá?, ¿seguiría existiendo la tierra?, ¿el agua de los canales y los arroyos se haría vapor?, ¿y cómo le iba a entrar el fuego al mar?

La verdad, no había explicación clara ni escapatoria posible.

En la noche me soñé muerto, soñando que soñaba, dolido de semejante desgracia. En mi alma errante, ya sin cuerpo, había ansiedad. Me desesperaba pensar cómo nuestro mundo, siendo tan bonito, tendría que acabarse así nomás. A dónde se iban a ir las canciones y los cuentos, los inventos de los sabios, tantas historias, hacia dónde ganarían…

¿Cuál era el sentido de tanta destrucción?

Si cuando uno hace un dibujo, cómo apena darle un solo rayón. Deshacer las cosas hechas, de veras duele. ¿A poco Dios es tan ingrato como para atreverse a desbaratar con una lumbradonona aquella primera semana de su trabajo?

Cuando el diluvio, hubo sobrevivientes; a Noé le dieron la comisión de salvar una pareja de cada especie viviente, los demás todos se ahogaron. Entonces, ¿ahora son más poderosas las llamas? Porque aunque el agua es vida, también se le ha visto como destructora. Y el fuego por ser, como se dice, el cuarto estado de la materia, no deja señales de vida; como todo lo consume, sólo deja rastros de muerte.

Nunca faltan los bribones especialistas en espantar gente.

Con seguridad, a ese amigo le han de haber impreso sus mugres por allá en Guasave para traérnoslas a vender. Mi preocupación era saber de dónde venía ese cristiano, un tal don Catarino, medio parientón de los Vázquez, y cómo se atrevía a decir semejantes cosas, y sobre todo cuál era su necesidad de vendernos aquellos papeles.

Si el mundo se va a acabar, no le serviría de nada cobrarnos un peso por decirnos esa sarta de embutes.

 

Glosario

(*) saurino. Adivino, seudocurandero. Deriva de la palabra zahorí.

(**) compa. Amigo, fulano cualquiera.

(***) plebada. Chamacada, conjunto de plebes (plebe: niño o muchacha joven. Se usa igual en femenino).

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