Se reúnen los amigos de Monsi en el Palacio de Bellas Artes

domingo, 19 de junio de 2011 · 21:22
MÉXICO, D.F. (apro).- Los escritores Elena Poniatowska y Sergio Pitol, la antropóloga, activista y columnista de Proceso Marta Lamas y el periodista también de Proceso Jenaro Villamil, recordaron al cronista, ensayista y crítico Carlos Monsiváis justo este día, en el cual se cumplió un año del fallecimiento del creador de Por mi madre bohemios , y los cuatro (amigos de Monsi) coincidieron que la ausencia física del “documentador” pesa  y “que nadie podrá sustituirlo”. La ceremonia, titulada Amor perdido, un año sin Monsi,  se efectuó en la sala Manuel María Ponce del Palacio de Bellas Artes. Allí, Pitol llevó un texto (leído por el moderador Javier Aranda debido a que el autor de Vals de Mefisto no puede hablar mucho), donde recordó que conoció a Monsiváis en 1953 durante los días que antecedieron  la “Gloriosa Victoria” por las tropas estadunidenses al gobierno de Guatemala: “Participamos entonces en un comité universitario de solidaridad con Guatemala, colectamos firmas de protesta, distribuimos volantes, acudimos juntos a una manifestación en la plaza de Santo Domingo. Vimos allí a Frida Kahlo, rodeada por Diego Rivera, Carlos Pellicer, Juan O’Gorman y algunos otros grandes.” Desde entonces, dijo, compartieron sus lecturas y reiteraban sus preferencias: Casiodoro de Reina, Cipriano de Valera, Alejo Carpentier, Machado de Assis, Juan Carlos Onetti y los poetas Francisco de Quevedo, Garcilaso de la Vega, Ramón López Velarde, Pablo Neruda, Carlos Pellicer y José Gorostiza, entre muchos más. Destacó que en los sesenta Monsiváis y José Emilio Pacheco se volvieron figuras importantes de la vida cultural. Luego resaltó que El cine y la crítica, un programa de Monsiváis transmitido por Radio Universidad “se volvió popularísimo”. Añadió que los libros de Monsiváis “son un testimonio del caos, de sus rituales, de sus grandezas, abyecciones, horrores, excesos y formas de liberación; son también la crónica de un mundo rocambolesco y lúdico, delirante y macabro; son nuestro esperpento, y cultura y sociedad eran sus dos grandes dominios.” No dejó de lado el paso de Monsiváis por el suplemento La cultura en México, dirigido por Fernando Benítez. Subrayó que la inteligencia, el humor y la cólera fueron los mejores consejeros del redactor de la fábula Nuevo catecismo para indios remisos. Pitol terminó su texto en tono melancólico: “A su muerte, hay en el ambiente una suerte de desamparo. Nadie podrá tomar su lugar. Ya se extraña su prosa transparente y aguda, sus comentarios certeros y eficaces, su presencia universal. A través de sus libros sigo dialogando con él, como desde aquel 1953.” Poniatowska lo rememoró con alegría al contar que recogió dos felinos pequeños, el gatito se llama Monsi y la gatita, Váis: “Ahora padezco a los dos gatitos como padecí a Monsiváis, porque amarlo era padecerlo. Me decía: ‘Al rato te hablo’, ‘te hablo en diez minutos’, ‘llámame tú en sábado’, ‘te busco en la noche’… A la mañana siguiente intentaba de nuevo a ver si se tenía suerte de encontrarlo por teléfono, y en la bocina fingía la voz: ‘No está, salió en la madrugada a Madrid, soy su tía María’. En la tarde era fácil reconocerlo en el Vips de la avenida Tlalpan, a la altura de San Simón, frente a unos frijoles caldosos. Yo lo interrogaba: ¿No que te habías ido a España?, ‘ya vine', decía. Entonces (yo) iniciaba la letanía: ‘No llamaste’, ‘no llegaste’, ‘te esperé dos horas’, ‘me plantaste’, ‘como eres malo’, ‘que malo eres’… Él sonreía con su cara de gato. “Ahora dos gatitos recogidos son la presencia total de Monsi en la sala, el comedor, la recámara, la cocina, el lavadero, la escalera, los pasillos, a todas horas, en todo momento, día y noche. Digo Monsi y Váis ciento veinte veces al día. Los dos nombres son un encantamiento que repito una y otra vez, un conjuro contra la ausencia, una pócima que disminuye la soledad.” Afligida, reconoció que “hoy por hoy su risa matutina hace una gran falta, una falta horrible, lloraba de risa y su risa tenía mucho de gato, una risa única que ojalá haya quedado grabada”. Habló de la ceremonia privada e íntima en el Museo del Estanquillo que se celebró el pasado 17 de junio, a las 19:00 horas, para depositar allí  las cenizas en una urna creada por el artista plástico oaxaqueño Francisco Toledo: “La urna, lentamente pulida, brilla, trabajada por el buen alfarero, el creador y el artesano, del que sí sabe hacer las cosas y sobre todo sabe rendirle homenaje al amigo. Es una urna de un extraordinario carácter, que refleja los muchos experimentos técnicos que ha hecho Toledo con el barro, la madera, todas las sutilezas de la materia, pero sobre todo el sagrado sentido de la vida.” Al final advirtió que Mosiváis, “como este mítico Palacio de Bellas Artes, que es de oro y mármol, nunca, nunca se va a morir”. Lamas se centró en la faceta activista de Monsiváis, texto publicado en Proceso número1807: “Encarnaba una postura paradigmática: la de un luchador incansable en todos los frentes que lo requerían. Atento a la realidad nacional, exhibía las mentiras y las barbaridades de los poderes fácticos, lamentaba de lo que hoy nos lacera como país y, además, nos explicaba por qué ocurría. Jean Franco lo calificó como ‘el mayor disidente mexicano, para quien la multitud nunca era sólo una masa’. Sí, él nunca olvidó las necesidades de los postergados y siempre denunció las deudas sociales pendientes.” Evocó que al ser la figura imprescindible de activistas, “todos lo perseguíamos para que respaldara nuestras causas: que redactara un manifiesto, que asistiera a una reunión, que corrigiera un desplegado, que nos consiguiera una cita con tal político o funcionario”. Siguió: “En su incansable y persistente lucha a favor de la tolerancia en todos los campos, Monsiváis apoyó a muchísimos grupos activistas entre ellos, a las feministas. A diferencia de muchos intelectuales, perseveró en su posición ética y radical. Su partida nos conmueve porque aún tenía mucho que dar a este México, tan necesitado de sus inteligentes y valientes intervenciones ante la adversidad”. Villamil expresó que “el método de conquista de Monsiváis nunca fue la espada y la cruz, sino el humor y la inteligencia”. Enseguida resaltó la parte periodística del también autor de El bolero: “Su rigor era periodístico por la precisión en los detalles, en la información, pero su alcance era más amplio por la complejidad de su prosa. En su obra como en la amistad, no prevalecía el apapacho o la falsa amabilidad sino el desafío intelectual y el compromiso compartido.” Para el analista de medios, “la obra de Carlos Monsiváis es abierta, vital, provocadora y permanente”, de la cual identificó cuatro ejes: “El primero es que no existieron para él territorios únicos u ortodoxos de expresión y consideraba que la crónica no sólo era un género periodístico sino un vehículo para desplegar sus recursos ensayísticos, su talento literario, su cultura totalizadora, su memoria privilegiada, su extraordinario oído para la poesía y las expresiones populares, su propia capacidad fabuladora y su ironía emparentada a la escuela de Oscar Wilde y Salvador Novo. “En segundo lugar, la obra de Monsiváis no se explica sin un ingrediente fundamental: su compromiso e interés por divulgar, analizar, apoyar y compartir los movimientos sociales en contraposición con la cultura dominante de los poderes religioso, político, económico, o social. Monsiváis fue siempre de izquierda por convicción y militante sin carnet único. Podía entrar y salir con enorme facilidad de un movimiento a otro, no buscaba liderarlo sino influir en él para que no desbarrancara en el culto a la burocracia, para darle una dimensión moral.” En cuanto al tercer punto comentó que la obra del creador de Días de guardar es un compendio periodístico inigualable, y el cuarto lo dedicó al enorme gusto de Monsiváis por las expresiones culturales, en general y en especial las de la Ciudad de México: “Borraba las fronteras entre la ‘alta cultura’ y ‘la cultura popular’. Su interés y pasión iba lo mismo por Pedro Infante que por José Alfredo Jiménez o Cantinflas, que por poetas como Salvador Novo, Carlos Pellicer que por pintores como Francisco Toledo o Frida Kahlo y los muralistas mexicanos, los caricaturistas, en fin.” Villamil redondeó con una propuesta: que desde el ámbito del Instituto Nacional de Bellas Artes se impulsen cátedras para conocer y releer la obra de Carlos Monsiváis.

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