La palabra viva de Neruda

jueves, 23 de junio de 2011 · 20:00
En estos momentos en que se está investigando si la causa de la muerte de Pablo Neruda fue por homicidio, como lo dio a conocer Proceso, Raquel Tibol expone en este texto, compuesto por varias referencias, un perfil del pensamiento del poeta chileno, en el que resalta su vigencia y necesidad, al tiempo que muestra cuán peligroso parecía el poeta a los golpistas, aun enfermo, en 1973. Por lo menos en unas frases Neruda los retrata: “Los verdugos, los caciques y los traidores han querido cerrar la puerta de nuestros pueblos. ¡La oscuridad de la noche en América! Los libros que se queman por manos infames”. MÉXICO, D.F. (Proceso).- Para el entendimiento del presente y el anhelo del futuro, América sigue necesitando la palabra de Pablo Neruda. No sólo su verso transparente, bruñido y sin adorno vano, despojado. También sus opiniones, sus coloquios, sus crónicas. Recorro reportajes, memorias y otras páginas y logro componer un diálogo, sin alterar frases que pudieran tergiversar su ideología. El diálogo está compuesto con palabras verdaderas. –Pablo Neruda, ¿se puede creer en la solidaridad? –La solidaridad entre los hombres la aprendí sólo de golpe: en el hecho heroico, en la vida heroica, en la resistencia, en la victoria y en la derrota de un pueblo. El pueblo puede ser una nación sometida a la que hay que mostrarle los instrumentos del dominio. Apenas se agita el sedimento de la angustia en el pueblo, se producen milagros de movilización. En los viejos tiempos de persecución y terror, Recabarren hablaba a los obreros en la línea férrea. No es fácil saber el punto exacto en que se originan los movimientos obreros. Bajo ellos hay una intensa fermentación de angustia, una levadura desesperada que va levantando su volumen, un arrastre de humillaciones y dolores y miserias que un día llevan a un hombre y luego a mil a decir: “Hasta aquí, no más, ya no podemos más”. Una mirada a la multitud basta para ver el drama. El esqueleto moral del movimiento: unidad, solidaridad, sobriedad. Recuerdo un libro de la escritora polaca Pelagia Lewinska, que nos cuenta cómo en el campo de muerte de Oswiecim los alemanes usaban no sólo el gas, la horca y el fusilamiento. Usaban también las peleas intestinas, la querella por las más ínfimas cosas de la vida de los condenados, para rebajar, machacar y aniquilar su moral. Y, precisamente, Pelagia Lewinska nos cuenta en este libro terrible que cuando los condenados se enteraron de esta arma inicua, descubrieron que el conservar la fraternidad y la solidaridad y la decencia, el no entregarse a la desesperación, era también un arma poderosa contra el enemigo. Maravillosa prueba la de la fraternidad y la solidaridad en la desgracia. Y si de algo debemos sentirnos orgullosos los chilenos es de la magnitud y grandeza de nuestros compatriotas, que en una lucha de aniquilación física defienden con insobornable valentía el único tesoro: los fueros humanos, la dignidad del hombre. –Don Pablo, hace muchos años estuvo usted en la pampa salitrera con Radomiro Tomic. –Fue en tiempos de la huelga de Humberstone y Mapocho. Una noche bajábamos a Iquique con Radomiro Tomic desde Humberstone. Habíamos ido a llevar a algunos dirigentes sindicales los puntos de arreglo final del conflicto. Los puntos sobre los cuales quedó terminada esa gran huelga fueron débiles. Un mar embravecido nos esperaba arriba en Humberstone. Los obreros no querían volver al trabajo. Los dirigentes fijaron su posición, mientras que Tomic y yo buscábamos el término del conflicto. Después de casi un mes de huelga la gente no creía en nada: “Hemos sido engañados tantas veces, todo continuará igual”, nos decían. Pasaron diez horas y tras largo debate terminó el conflicto de Humberstone. Pero allí, como en toda la pampa, sigue un clamor, el clamor del mar de aquella noche: “No creemos, hemos sido tantas veces engañados”. Aquella noche Tomic me decía: “Qué ciego es el capitalismo; daña y mata la misma herramienta que le da vida”. Esa es una gran verdad; más que nada hay esa política torpe, ciega y egoísta de las compañías imperialistas que van minando las fuentes mismas de su fuerza: el trabajo humano. Hay veces que dan ganas de llorar, llorar a gritos, llorar por años enteros. –¿Qué opina Neruda de la poesía? –Hay una especie de mito sobre ella, una especie de halo fantasmagórico con que se ha querido envolverla. Lo malo es que todo esto es muy peligroso para los poetas. Se ha recargado tanto el lenguaje de la crítica, atribuyéndole a la poesía virtudes secretas de sombra y misterio; los poetas que surgen traen una carga ficticia sobre los hombros, hecha más de papel que de verdad. La poesía de hoy debe tener el mismo sentido que tuvo siempre, el de algo que nunca estuvo ni más arriba ni más abajo del ser humano; que siempre estuvo ubicada a la altura del hombre. Pero hay algo que pedir a los lectores de hoy: que tengan también ese apetito poético y esa sencillez de corazón que se requiere para su contacto verdadero con la poesía. –¿Qué le diría a los poetas jóvenes? –Que comprendo sus problemas y su propensión a la oscuridad, porque sé que finalmente buscarán el camino de la sencillez; el camino hacia una poesía que no abandone su calidad pero que sirva a las necesidades interiores del individuo y de la sociedad. Este es un ideal que no ha perecido; por el contrario, sigue siendo un gran acicate y la finalidad misma de la expresión poética. No hacer misterio ni hechicería; pienso que es mucho más fácil escribir poesía difícil que poesía sencilla. –¿Se puede hablar de poesía americana? –Creo en una originalidad americana en materia de poesía. Creo firmemente en ella. Hay toda una continuidad, una línea extendida de ello. ¿Nombres? No es necesario. Las influencias más seguras están en la tierra, no en los libros. Después de mucho tiempo leí la antigua poesía de los mayas, su maravilloso Popol-Vuh. Este libro casi mágico cuenta la historia del hombre, desde su creación, tal como la imaginaron los mayas. Al Popol-Vuh no han podido destruirlo los conquistadores ni el tiempo. Aquéllos, por boca de un obispo, ordenaron quemarlo. ¿Y el tiempo? Los siglos tampoco fueron más voraces que el fuego. Hoy el Popol-Vuh está al lado nuestro, descubriéndonos el encanto de su poesía. Hay, pues, una línea de continuidad en la poesía americana, desde sus orígenes hasta hoy, pasando por toda su historia. ¿Qué relación puede haber, por ejemplo, entre José Mármol y Vicente Huidobro? La misma que hay en toda nuestra poesía: el hecho de que poco a poco, a sabiendas o no, se va buscando la raíz de lo que somos. Cada gran poeta es un capítulo en esa búsqueda. El poeta y el arte –Neruda, ¿usted se ha preguntado alguna vez si el arte ha muerto? –Esa pregunta se ha repetido mucho y es, sin duda, inquietante. Portinari, el gran pintor brasileño solía desesperarse. Y un gran escultor abstracto, muy bueno dentro de su concepción, levantaba la bandera de la universalidad. Él decía: “¿Por qué hacer tanto problema sobre lo americano? La gente de nuestro continente vive como los europeos. No nos diferenciamos en nada de los franceses, los belgas o los checoslovacos”. Pienso que esto no es verdad. ¿Cómo explicaríamos, atendiendo a esta teoría, la ligazón estrecha que existe entre los jóvenes europeos y el arte greco-latino? El clima múltiple de esa Europa material y espiritual que dio el arte greco-latino influye también en las vivencias de los jóvenes actuales, por eso están ligados a él. Necesitamos descubrir otra vez a América. Descubrir, no inventar, dentro del vaticinio que fueron revelando la tierra y los poetas que desde siempre a ella se acercaron. ¿Qué fue muestra América? Este es el interrogante. ¿Por qué no creer que los viejos monumentos de la cultura americana nos pueden revelar mensajes que a nadie más que a nosotros pueden transmitir? Con ello ganaríamos al sacar al arte plástico de los marcos del abstraccionismo decorativo para llevarlo a una extensión y profundidad inconmensurablemente mayor. –¿Cuál es la relación del arte con el pueblo? –La clave es ser auténtico. El contacto con el pueblo puede enseñárnoslo. Soy un poeta que tengo contacto permanente con él, no sólo por razones de doctrina, sino también por razones de vida. Muy frecuentemente leo mis poemas ante grandes grupos de mineros, de trabajadores del carbón y del salitre. Ello me obliga a palpitar con sus problemas y con sus esperanzas. Me enseña a buscar la sustancia entrañable de lo americano. No reniego por eso de Apollinaire o de cualquier otro. Nadie puede ignorar estas influencias. Estamos como en una meseta para recoger todos los vientos. Pero primero hay que ser, si no no saldremos del mero reflejo. Debemos conocernos más. Debemos borrar las carreras que se crean ficticiamente. América es una y nosotros (argentinos, chilenos o de cualquier otro país) somos también americanos. Hay muchas causas que se interponen para evitarlo. Más fuerte debe ser nuestra resistencia. Por ejemplo, la nefasta labor de las agencias telegráficas internacionales que operan en nuestro continente. Nuestro deber es abolir la noticia-mercancía. Hay que crear la noticia-verdad. Pero esto solo no basta. Estamos viviendo los últimos días del colonialismo en América y en el mundo entero. Debemos acelerar esta muerte levantando el sentido de independencia, sumándonos al movimiento general de los pueblos. –¿Entonces usted cree que el artista debe estar por la defensa de los hombres? –Defender, defender, ¡qué extraña palabra! Defender al hombre, al pueblo, a la célula de la patria, defenderlos de otros hombres. Hay que defenderlos de la guerra, de las bestias feroces, de la miseria moral, del hambre, de la enfermedad y el abandono. Tenemos que defenderlos de aquellos que los explotan y los atacan, de aquellos que cuando no pudieron convertirlo en siervo, llenos de cólera y odio, buscan cómplices que traicionen y dividan. Para mí la vida ha sido siempre un compromiso y nuestro deber es comprometernos cada día. Todo se hizo comprometiéndose los hombres y la vida. Así avanza la humanidad. Un escritor no escribe ya para dos mil personas, sino para muchos millones. Un músico o un pintor tendrán que enfrentar un público nuevo y una exigencia más espaciosa. Por lo tanto tienen que examinar la acción creadora y dirigirla hacia los nuevos consumidores de arte, hacia las grandes masas populares que piden dos cánones: la verdad y la belleza. Esta es una tarea muy antigua para los artistas, pero no por antigua es menos perentoria. Esta exigencia significa el derrumbe del mal y la mentira. Las luchas de mi pueblo son el centro de mi vida. –¿Qué quiere usted, don Pablo, decirle a los pueblos de América? –Que es una hora de movimiento, una época de fraternidad y de acción, una hora sin máscaras, de la que se ha desprendido toda la falsa luz de la mentira, una hora como un rostro hecho de todos los rostros y que nos mira para que nosotros le demos la voz que necesita. Al fin los poetas vemos los rostros desnudos y las máscaras en el suelo. Tenemos todo el espacio entre nosotros. Nadie podrá engañarnos. Ya los farsantes, los que resistieron entre la espada y la pared, no pudieron resistir entre el oro y la pared. Yo digo: ¿Quién quiere cantar conmigo? Hay muchos que sostienen que no debemos cantar. Unos mienten y otros no saben. Unos mienten porque no tienen otro papel que el de empujarnos hacia atrás, el de arrastrarnos al pasado. Los poetas forman parte del pueblo, tienen sentimientos y dolores y luchas más profundas, más importantes y más poéticas que sus pequeñas rencillas metafísicas y que sus esporádicas interjecciones de amor. La burguesía, en su agonía, agarra a los poetas porque conoce su valor, para enmudecerlos y para hacerlos retroceder. Los atosiga con un misticismo frenético, con un surrealismo perverso, con un ocultismo metafísico, con un subjetivismo muerto. Las cosas son más simples. Podemos los poetas, como los pintores, sin perder nuestra libertad –por el contrario, fecundándola– dar lo que nuestro tiempo nos exige y nuestro pueblo nos demanda. Hoy, en el nuevo mundo del hombre, el poeta está en el centro de su patria, en el centro de las cosechas, vigilando y cantando, combatiendo y defendiendo, asumiendo el verdadero rol de la poesía. No aceptaremos que se nos arrincone. Queremos fraternizar con todos los pueblos, nadie romperá los lazos que nos vinculan a la lucha o a la construcción de los hombres de todos los países. Yo he salido a buscar por todas partes un monumento extraño: el hombre nuevo, el hombre que sale de las ruinas de la guerra y del odio, para reconstruir sus ciudades y proyectar el porvenir. Ese es mi próximo pariente, ese es mi hermano. Nuestra América tenebrosa se llenó de cerrojos. Los verdugos, los caciques y los traidores han querido cerrar la puerta de nuestros pueblos. ¡La oscuridad de la noche en América! Los libros que se queman por manos infames. Y sin embargo, más allá de las paredes una intensa vida, agitadora y subversiva, alimenta el corazón de nuestros pueblos, como durante los días de Morazán o de Bolívar. Esta es la edad del heroísmo. Esta es la edad del gran heroísmo, la edad del pueblo organizado. Fuentes: “Cita con Pablo Neruda en Buenos Aires”, revista Plática; Buenos Aires, abril de 1956. Viajes. Editorial Nascimento, Chile, 1955.

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