La presunta cómplice

sábado, 16 de julio de 2011 · 13:11
MÉXICO, D.F. (apro).- A través de la única ventana de su cuarto, el cielo parece una hoja de papel delante de una lámpara. La llovizna reincide, molesta. Hace cinco días que Mariel no duerme profundamente. Está sentada sobre su cama, sosteniéndose la cabeza con los brazos; el televisor en la sala, transmite sus declaraciones y las imágenes de sus amigos abrazándola. Ya está libre tras permanecer siete días detenida. —Yo nunca he matado ni una araña porque no me gusta cómo truena—dice Mariel, y se ríe de su propia ocurrencia. Los rasgos biográficos de Mariel Solís no parecen dibujar a una homicida: es una pasante de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, tiene 23 años y estudia los idiomas japonés, francés e inglés. Hizo su servicio social en la Universidad y hace sus prácticas profesionales en el portal de consejos médicos Sumedico.com, donde gana dos mil pesos al mes. Hay algo sinceramente atractivo en la forma de ser de Mariel: una tipa amena, transparente, sin poses ni ínfulas, que no se detiene a pensar en los riesgos de las tormentas. Se trata de una mujer que irradia vibraciones positivas por las que de pronto te dan ganas de enamorarte. No es broma. Bastan pocos días para darte cuenta que Solís se lleva bien con todo el mundo, que nunca dejo de ser el punto medio entre la nerd y la abusiva de un salón de clases. El perfil de la mujer generosa con la extinta cualidad de lograr que cada palabra parezca desinteresada y sincera. —Me detuvieron el viernes camino a mis prácticas profesionales. Eran las 8:30 horas. Estaba esperando el camión sobre Miguel Ángel de Quevedo cuando 4 sujetos vestidos de civil bajaron de su auto y uno de ellos me increpó. ¿Eres Mariel Solís? ¿Por qué? Les contesté. E insistieron: ¿eres Mariel Solís, sí o no? Les di un nombre falso. La Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) dice: al momento de su captura Mariel mencionó llamarse Bertha; sin embargo, Mariel lo niega. “No recuerdo que nombre les dije, pero no fue Bertha”, asegura. —Me pidieron mi credencial y vieron que mi nombre era Mariel Solís. Entonces me agarraron del brazo. Yo me opuse, me resistí antes de subir. Grité que me estaban secuestrando, pedí ayuda. La gente se empezó a acercar, pero ellos mostraron su placa y la gente ya no hizo nada. Mariel fue trasladada a la Fiscalía Central de Investigación para Homicidios de la PGJDF, en la delegación Azcapotzalco. —¿Por qué niegas tu identidad, Mariel?, me decía un agente de cabello cano y ojos de color. Les dije que temía un secuestro. Me dijeron que si fuera un secuestro me hubieran encapuchado y no me harían preguntas. Yo tenía mucha desconfianza, no tengo problemas con la ley. Ellos me decían que tenían una orden de presentación y localización, pero nunca me enseñaron nada. Una vez en la Fiscalía le explicaron que la Procuraduría capitalina la relacionaba como cómplice de un homicidio. Ahí le enseñaron sus identificaciones y un expediente, pero nunca le explicaron cómo las obtuvieron. —El Ministerio Público me preguntó si era yo. Le dije que sí. Luego me enseño una imagen. Lo primero que miré fue el busto y dije esa no soy yo. Me dice ésta eres tú, yo le respondí que no porque ella tiene busto grande y labios gruesos. Me repitió que era yo. Después varias personas se acercaron para persuadirme de que era yo. Me volvieron a preguntar si conocía a un tal “Iván”, no me dieron los apellidos, le pregunté por su apellido y me dijeron, pues tú debes de saber, le dije no, no sé. No los conozco. En los videos proporcionados por la sucursal 0138 de Bancomer el 12 de agosto de 2009, día del asalto, se observa a una mujer de cabello rizado, cara redonda y blusa escotada con los brazos cruzados. La mujer está en la fila mientras las víctimas hacen la operación financiera. La PGJDF presentó esa imagen como una de las principales pruebas en contra de Mariel Solís. —Me cambiaron de agentes. Una mujer me tranquilizó. Yo les pedía mi llamada y no me dejaban hacerla. Por la noche le llamé a mi madre y le comenté. Lloramos por teléfono. Le dije que le pidiera ayuda a todos y que le diera de comer a Tito, mi cuyo. —¿Se va a hacer justicia?— preguntó Mariel a un par de agentes. —Si tu dices la verdad, sí— —Pues estoy diciendo la verdad. Déjenme libre. Para el sábado 9 sus amigos ya habían desatado un torrente de mensajes en Twitter y Facebook exigiendo su liberación. Pasaron pocos días para que en Twitter el tema de #MarielSolis se convirtiera en el segundo más comentado, tan sólo por debajo de la etiqueta #ApagaTelevisa. Ese día le pusieron un chaleco reflectante. De nada le sirvió alegar su inocencia y tener una estructura física completamente distinta a la mujer del video, pues con engañifas la llevaron frente a la prensa que cubre la nota policiaca. —Dos agentes muy íntegros me tomaron varias fotos, me dijeron que era parte del proceso de comunicación interna de la PGJDF. Posteriormente, entré al lugar donde está el tapiz donde presentan a los criminales con las manos atrás. Nunca me esposaron porque nunca me resistí. —¿Qué pensaste una vez que viste a los medios? —Yo creí que ya era culpable y me estaban presentando como delincuente. Te detienen sin mayores pruebas que tu nombre y sales en los noticiarios. En primera plana. Una vez libre, los medios expían sus culpas con preguntas obtusas sobre el futuro. El domingo 10 de julio la lluvia caía con fuerza: la ciudad de México se encharcaba, y los diarios dejaron el caso de Mariel Solís como mera nota roja. Ese mismo día sin que se agotara el término constitucional de 72 horas para definir su situación legal, fue trasladada al penal femenil de Santa Martha Acatitla. La pusieron en prisión preventiva. No fue sino hasta el lunes 11 de julio cuando Mariel Solís llegó al clímax de la popularidad mediática. Esa noche, el noticiario estelar de Televisa difundió su imagen como una de las cómplices en el caso del asesinato de Salvador Rodríguez y Rodríguez, un connotado investigador en economía a quien Eduardo López Herrera, alias “El Güero” lo asesino. El homicidio se produjo el 12 de agosto de 2009 cerca de las 13:30 horas, cuando tres académicos del Instituto de Investigaciones Económicas (IIE) de la UNAM fueron asaltados en Copilco por dos delincuentes que sólo lograron despojarlos de cuatro mil de los 34 mil pesos que habían retirado de un banco. Salvador Rodríguez y Rodríguez opuso resistencia y El Güero le disparó; una de las balas entró por el tórax causándole la muerte inmediata. En tanto, el académico Carlos Bustamante Lemus, de 63 años, resultó lesionado por dos impactos en el pecho y uno en la pierna. El Güero había optado por el asalto a cuentahabientes como estilo de vida hasta que el 19 de agosto de 2009, durante una huída se derrapó en su motocicleta y cayó en la cárcel por el resto de su existencia. En las imágenes de la PGJDF “El Güero” es más bien moreno, con los labios hinchados y una mirada hundida. En el Reclusorio Sur, “El Güero” asesinó a su pareja sentimental después de enterarse que tenía una relación con su cómplice Luis Antonio Jiménez Chávez, alias “El Sapo”, de 28 años de edad. Fue detenido un año después, el 11 de julio de 2010, y ambos fueron encarcelados en el Reclusorio Oriente. Tras detener a Mariel Solís, el 8 de julio, la Procuraduría capitalina le mostró a “El Güero” diferentes fotos de la joven. Según el subprocurador de Averiguaciones Previas de la PGJDF, Jesús Rodríguez Almeida, López Herrera identificó en cinco ocasiones a Mariel Solís como su cómplice en el homicidio. “El 25 de junio del 2010 fue la primera acusación. Y posteriormente el 2 de julio, otra el 9 de julio de ese mismo año y luego tuvimos otras dos declaraciones el 2 de junio de 2011 y el 8 de julio de 2011. En donde se le mostraron fotografías de su licencia y fotografías de ella ya detenida y del video y en todas es constante, es decir es la misma persona del 25 de junio del 2010”, le explicó en el noticiario radial a Carlos Puig por W Radio. Aunque las pruebas testimoniales no son prueba plena para culpar a alguien, Mariel Solís tenía 144 horas (6 días) para la entrega de pruebas a su favor antes de que el juez dictaminara una sentencia. Para ese entonces Mariel ya estaba en los zapatos de la culpable. —¿Y dónde estabas el día del asalto? —Estaba iniciando el semestre en la Facultad— dice Mariel, tratando de hacer memoria achicando sus intrigados ojos como quien enfoca algo. En su blog, Mariel Solís se describe como una “mujer idealista que intenta convertirse en periodista”, ella quiere “cambiar este hoyo negro en el que vivimos”. Y continúa: “Lo único bueno es que estudio en la UNAM y eso me ha ayudado a sobrellevar mi frustración de querer ser médico, además escogí la opción final de producción que despertó en mí al mini-cineasta, el cual, no sabía llevaba dentro...” Pero a Mariel el futuro le llegó sin avisar, como una llovizna que se camufla en la copa de un árbol: sales y te empapas. Mariel detrás de las rejillas encoge sus hombros. La rejilla de prácticas En el juzgado 55 del Reclusorio Oriente, una secretaria traga una torta de huevo ante una pila de fotocopias. Sobre la mesa, una de sus manos hace la mímica de contar los folios de los expedientes. Sus dedos se mueven tan rápido que parecen las alas de un colibrí: su dedal no es de plástico sino un holograma traslúcido. Delante de la secretaria, Mariel aparece tras las rejas. No hay acusadores pero si una larga fila de diez testigos, entre ellos una de sus maestras de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Angélica Carrillo. Ella aseguró a la PGJDF que Mariel era una alumna regular y con un historial de asistencia impecable. Entre las rejillas Mariel asoma sus ademanes de queja, los ojos molestos, cierta indignación bajo el pelo grasiento. Es martes y su mirada es como un escape, una forma de olvidar la trama de terror que vive, un poner stop a las películas que gozaba ver con sus amigos que ahora tiene enfrente asegurando su inocencia. Detrás de la rejilla Mariel se quitó la chamarra y presumió una blusa escotada. Para Mariel reconocerse en la imagen del banco era como desenredar una red de dobles muy complicada. Según sus amigos, Mariel no era una chica dispersa en las clases ni llevo mayores complicaciones a su casa. Es una estudiante con ocho de promedio, y siempre dedicó su tiempo libre a ver películas y beber café. “Ella se estresaba si las cosas de la escuela no salían a tiempo. Si eran las ocho de la noche tenía que estar en su casa. Siempre ha sido muy hogareña”, cuenta su amigo Fernando Vega de 23 años. “Ella siempre participaba en clase, siempre opinaba. Fue muy de izquierda. Tenía un pensamiento filosófico, siempre trataba de indagar en las profundidades de los temas”, agrega. Ver el futbol era un entremés, y la música el platillo fuerte, una distracción antes de rendirse a la vida académica. Es fan del Manchester United y de las letras del grupo Interpol. Solís siempre fue amigable con sus allegados. Mariel no tiene cuentas bancarias y la cuenta de su madre no tiene más que un depósito de 10 mil pesos al mes por su pensión. Durante el tiempo que ha estado haciendo sus prácticas recibe dos mil pesos al mes, que utiliza para comprar libros relacionados con la comunicación y la cinematografía. Su tesis versa sobre las diferencias entre el cine de terror y el cine de horror. De hecho, Mariel no acostumbra ir al banco, excepto cuando hizo el depósito para su fiesta de graduación. Pero Solís tuvo mala suerte: una videograbación de una sucursal de Bancomer la culpó a nivel nacional. Mariel negó haber conocido a los homicidas, y nunca admitió nada. Incluso solicitó un careo con “El Güero” que sería el jueves, pero no se llevó a cabo. La celda —¿Cómo fue tu primera noche en el reclusorio? —Horrenda. No paré de llorar. Yo llevaba unos jeans, unas botas converse, una blusa rosa y una chamarra morada. La custodia me dijo que me quitara la ropa y escogiera algo de un bulto de ropa hedionda. Estaba buscando un suéter porque hacía frío. Agarré uno que estaba manchado de sangre. Sangre seca. Lo solté. Encontré un chaleco y una playera de manga larga. La custodia no me quiso devolver mi chamarra, me dijo que la iban a quemar. Mientras esperaba mi registro conocí a Lourdes, una señora a la que acusaban del robo a un taxista. Estaba ida. Me decía, ay manita, yo no se por qué me trajeron aquí. Nos abrazamos. Teníamos mucho frío. Lloramos. Nos asignaron la misma celda. Los pasillos de la cárcel eran muy largos, repletos de celadoras— narra Mariel. Una vez en la celda le tocó conocer a un grupo de mujeres. No de culpables, sino de presuntos: está la señora acusada del robo de unas joyas que había comprado su exmarido muerto. Le estaban haciendo pagar a ella lo que su marido no había pagado. Ella decía que nunca recibió esas joyas. Y que el tipo que le hizo la jugarreta la quería tener tras las rejas. Era una señora bien, de clase alta. Está la de otra chava a quien su esposo le pegaba y le quitó a su hijo y estaba encerrada porque una policía la acusó de haberle robado la placa, pero ella dice que no le robó nada. Ella era vagonera y le prometieron que saldría en unos días, pero no. Ella dice que su esposo la quiere dejar encerrada para que no vuelva a ver a su hijo. Así, como si fuera un asilo. Está la historia de otra que agarró dinero de un cajero automático y la acusaron de clonación de tarjetas de crédito… En total, eran 14 mujeres en una celda de diez metros cuadrados. Mariel se queda mirando al suelo sin terminar más historias. “Ya no puedo seguir, no quiero perjudicar a nadie. Son chavas en proceso, presas. Mujeres que llevan los tres meses reglamentarios, chavas que antes de probar su inocencia deben demostrar que no son culpables”. Mariel cae en un silencio irritado. Sus suaves nudillos se crispan adentro de la sudadera. Mariel saca una hoja con el reglamento carcelario. —Mira mamá, el reglamento de la cárcel—espeta. Su madre se lo arrebata. —Vamos a quemar el reglamento, no queremos malas vibras. Ya fue suficiente— dice en voz baja como si se tratara de un conjuro. De los bosillos de la sudadera sacó también un par de tarjetas telefónicas y muchos pañuelos desechables bañados en lágrimas secas. Mariel tuvo que aprender los contornos de dos geografías paralelas, una que delimitaba la inocencia de la culpabilidad y otra que la ponía dentro de una celda atiborrada de mujeres. En sus ojos se adivina una cierta paz, la paz nostálgica usual en los que quieren empezar de nuevo tras una catástrofe. Mariel sabe como endulzar los relatos y es consciente de la regla de todo realizador de películas: los criminales siempre son descubiertos al final. A ella le gustan los relatos, su encierro fue una película. Ahora toma distancia y lo ve como una farsa. En el porvenir de Mariel Solís aparece, luminosa, una promesa feliz: “Quiero terminar mi tesis en noviembre y luego pedir un posgrado en Japón.” Culpabilidad inducida Cuando detuvieron a Mariel, los agentes de la PGJDF se dejaron llevar más por los engaños de una imagen videograbada que por la realidad. La pregunta es por qué pasa esto. El abogado Rafael Heredia desliza una hipótesis: “Para la fiscalía de homicidios de la PGJDF es muy sencillo crear culpables. No es el primer caso con el que me encuentro”. Heredía colgó. Se supone que al día siguiente su cliente tendría un careo con “El Güero”. Dijo que el jueves iba a ser un día duro, que iba retrasado con el estudio del caso y en la procuraduría se rumoreaba que a Mariel sólo le cambiarían los cargos, pero no la dejarían libre. Aunque también, dijo en entrevista telefónica, confiaba en la honorabilidad del juez a cargo. “Con base en la acusación de ‘El Güero’, la PGJDF pidió a la Setravi todas las licencias a nombre de Mariel Solís en el Distrito Federal, una vez con las fotografías de las licencias las compararon con la imagen de la persona en la fila del banco. Se las enseñaron al homicida y los peritos lo fueron guiando en su elección”, dice Hugo Paz, del despacho de Heredia. Esa misma tarde, en un resumen ejecutivo del caso proporcionado por la PGJDF a Notimex, se verifican los elementos de prueba en contra de la joven universitaria, aclarándose que no todo se sustenta en el “parecido” de la joven con la mujer del video. El 14 de julio el juez 55 penal, Luis Alberto Rocha Priego dictó auto de formal libertad a Mariel Solís Martínez por no encontrar elementos que la relacionaban con el robo y el homicidio, como días antes la había acusado la Procuraduría capitalina. Un día antes, el titular de la PGJDF, Miguel Ángel Mancera se comprometió con la madre de Mariel a dejarla libre. Le pidió una disculpa “a pesar de que los medios se vuelquen en mi contra”, dijo Mancera. Su madre le dio las gracias. El jueves por la tarde, Mancera explicó a la prensa que se desistió de la acción penal contra Mariel Solís, porque las pruebas contra ella eran endebles. También destacó que era la primera vez que en la Ciudad de México la PGJDF se desistía de acusar a un presunto acusado de asesinato. Por la mañana del jueves lloviznaba muy fino, como si no. A las 4:15 horas Mariel escuchó el ruido universal del portón de hierro de una prisión cerrándose a lo lejos. Era el sonido que esperaba.

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