Diego Rivera en Málaga, Sevilla y Nueva York

jueves, 18 de agosto de 2011 · 18:50
La semana pasada, la crítica de arte desarrolló una temática compleja para confrontar ideas de Pablo Picasso con David Alfaro Siqueiros en torno al arte social y al comercio del arte, con base en un artículo de éste de 1944. Ahora la exposición Diego Rivera cubista. De la academia a la vanguardia: 1907-1921, que se presenta en Málaga, España, le permite situar el cubismo riveriano y de paso evocar las conflictivas relaciones con Picasso, nacido justamente en Málaga. Y anticipar la muestra individual del mexicano en el MOMA, idéntica a la realizada ahí hace 80 años. MÉXICO, D.F. (Proceso).- El pasado 30 de junio se inauguró en el Museo del Patrimonio Municipal de Málaga, España, bajo el auspicio de la Fundación Unicaja, una exposición de 29 obras de Diego Rivera que, en distintas técnicas, abarca los años europeos (1907-1921), en los cuales las estancias y vivencias españolas fueron factores fundamentales de su tránsito por la academia ibérica primero y después por las vanguardias que venían floreciendo desde los tempranos años del siglo XX. Cuando la presentación malagueña concluya el domingo 28, el conjunto, relativamente pequeño pero significativo, pasará a Sevilla. En Nueva York la gran muestra en el Museo de Arte Moderno (que se inaugurará en noviembre próximo y concluirá en febrero de 1912) servirá para evocar la exhibición abierta en diciembre de 1931. El MOMA se había inaugurado el 8 de diciembre de 1929 bajo el auspicio de Abby Aldrich Rockefeller, Lile P. Bliss y Mary Quinn Sullivan. La presentación de Rivera fue monumental, la integraban 150 obras (óleos, encáusticas, acuarelas, dibujos, sanguinas), incluidos siete tableros al fresco: La rebelión, La liberación del peón, Caña de azúcar, Soldadura eléctrica, Zapata, Fondos congelados, y Taladro mecánico (hasta el momento el MOMA no ha localizado esta última pieza). Para trabajar los tableros el museo le acondicionó un taller especial. Pese a la extrema rapidez como trabajaba Rivera, para la inauguración sólo alcanzó a terminar cuatro. Lo interesante de las 29 piezas mostradas en Málaga es que ofrecen novedades o puntualizaciones sobresalientes. Para ejemplificar la etapa temprana se eligieron un óleo de 1907 y dos de 1908 (La casona de Vizcaya, Costa cantábrica y Paisaje de Lekeitio), pintados los tres en el País Vasco, adonde llegó en compañía de su maestro Eduardo Chicharro y algunos compañeros del taller madrileño. Aunque aquí despuntan soluciones que se van alejando de lo académico, poco se ha resaltado la conmoción de Rivera ante los acantilados en el puerto y la peculiar arquitectura de esas poblaciones donde lo natural y lo construido tienen una gran fuerza plena de armonía. Después de trabajar junto con Angelina Beloff en Brujas, Bélgica, La casa sobre el puente (1909) y otros cuadros, se instala en París en el 26 de la Rue de Départ en Montparnasse. Estéticamente a los 23 años trabaja una serie sobre Nuestra señora de París y prepara su regreso a México para celebrar en la Escuela de Bellas Artes la exposición demostrativa de su empeño en una producción que justificara sobradamente la beca que desde 1906 le había otorgado el gobernador veracruzano Teodoro Dehesa para que completara su formación artística en Europa. Los responsables del museo malagueño quisieron apantallar al público poniéndole por título a la exhibición Diego Rivera cubista, cuando menos de la mitad de las obras corresponden a esa tendencia. Más honesto y verdadero es el subtítulo: De la academia a la vanguardia: 1907-1921. En el viaje de estudios de 1907 Rivera estuvo por primera vez en Toledo, donde volvería en muchas oportunidades para asimilar la obra de El Greco (“el pintor más sublime, el pintor más alto ante mi alma; ese amor y ese dominio de la materia tan grande, tan devoto”, escribió entonces). Antes de llegar al cubismo su espíritu se conmociona con las obras de Rembrandt, Turner, Boticelli, Paolo Ucello, Piero de la Francesca, aunque para él en aquellos días el pintor moderno más grande, que sintetiza los sentimientos, las pasiones de toda una raza, es Goya. El franco acercamiento de Rivera a las vanguardias pictóricas, no sólo al cubismo, sino también al futurismo, se produjo tras su regreso a Europa. Corriente principalísima en el arte del siglo XX, el cubismo lo iniciaron Pablo Picasso y Georges Braque en 1907 como un expresionismo constructivo que tomaba en cuenta la realidad para conceptualizarla de manera extrema por medio del análisis y la descomposición de las formas visibles. Del futurismo Rivera tomó el principio de la dinámica y los fenómenos perceptivos simultáneos. La etapa cubista en la pintura de Rivera comenzó a gestarse en 1912, floreció de 1913 a 1917 y dio sus últimos frutos en 1918. Él guardó siempre un gran afecto, nada nostálgico, por su época cubista, pues la consideraba la más importante de su etapa formativa. Debutó como cubista en el Salón de Otoño de 1913. La primera colectiva cubista se vio en el Salón Independiente en 1911. La primera individual cubista de Rivera se presentó el 21 de abril de 1914 en la galería de Berthe Weill. La crónica de esa exposición la hizo Alfonso Reyes en carta del 8 de mayo de 1914 a Pedro Henríquez Ureña: “Diego está entregado, místicamente, al cubismo. Se reconoce discípulo de Picasso. Últimamente, obligado por la penuria, abrió una exposición en un cuartito cercano a la Place Pigalle (pleno Montmartre); el lugar, aunque abominable, tiene historia: desde 1900 es centro de exposiciones y su dueña ha deseado conservarle su aspecto bohemio e insignificante. Ahí empezó Picasso. La tal dueña es un andrógino anarquista con aspecto de insecto y ojos saltones de habitante de Marte; jorobada, de estatura nauseabundamente insignificante. Publicó un cataloguito de la exposición de Diego (sin consultarlo con éste) al que puso un prólogo en que atacaba a Picasso. El pobre de Diego hizo cerrar la exposición y se privó del apoyo de esta terrible mujercilla, en aras de un amigo que quizá mira las cosas de la moral con muy distintos ojos.” En 1915 Rivera pintó El guerrillero (como inicialmente tituló al Paisaje zapatista o Naturaleza muerta con paisaje zapatista). Es un pieza maestra de las formas en vaivén entre el plano y el espacio consagradas hacia 1913-1914 por su maestro Picasso, a quien tanto le gustó El guerrillero que intentó remedar su estructura en la primera versión de Hombre apoyado en una mesa. Las mutuas acusaciones de plagio pusieron fin a la cordial amistad entre ambos artistas. A partir de la ruptura con Picasso el medio artístico parisino comenzó a desarrollar una actitud hostil hacia Rivera. Entonces Martín Luis Guzmán (de quien Rivera hizo en París un retrato magnífico), en un artículo de 1915, expreso: “Entre una pintura de Rivera y una de Picasso hay tanta diferencia como entre una montaña y un bosque; en la de Rivera la materia se rompe y corta el aire; en la de Picasso el aire atraviesa suavemente la materia.” Apreciada desde México, lo más novedoso en la exposición de Málaga son los dos retratos, pintados en 1916, de Maximilian Voloshin, poeta simbolista, prestados por la casa-museo dedicada a él en Crimea, la península de Ucrania. Rivera y Voloshin se conocieron en París en el verano de 1915. Afecto a los retratos hablados, Voloshin hizo de Rivera el siguiente en 1916: “Inmenso, corpulento. Los arcos de las cejas en forma de alas. Duro cabello negro, corto, en forma de haces por todo el cráneo, grande, pero en algunos lugares arrugado y aplastado. El rostro cubierto de barba. Es una semblanza que suele escribir en sus retratos Stendhal: grave y notable. Un caníbal bueno, severo y tierno; cada gesto acusa generosidad, inteligencia y amplitud.” De Voloshin hizo Rivera tres retratos: uno se conserva en el Museo Carrillo Gil, del DF, y los otros dos en la casa-museo. Además le dibujó dos ex libris. El retrato que está aquí fue recordado en sus memorias por Ilya- Ehrenburg: “En el retrato de Max Voloshin- se refleja la combinación entre la pesadez de un hombre de más de cien kilos y la ligereza y volubilidad de un pájaro que está revoloteando; tonos azules y anaranjados, máscara sonrosada de esteta de la revista Apollon y el rizo plenamente naturalista de la ensortijada barba de un fauno.” Por detrás del cuadro Rivera escribió con lápiz y en francés: “A mi querido amigo Maximilian Voloshin, a quien entrego agradecido por sus muchos poemas hermosos. Le ruego que conserve esta obra como recuerdo de su amigo Diego Rivera. París, 1916.” Las 29 piezas expuestas en Málaga proceden de México, Estados Unidos, Países Bajos y Ucrania. Con este conjunto se inicia una seria revisión de la obra de Diego, que llegará a una culminación en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

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