El otro Premio Reyes para Pacheco

lunes, 10 de octubre de 2011 · 14:18
El Premio Alfonso Reyes que El Colegio de México instituyó en 2010 para premiar a los más destacados escritores e intelectuales mexicanos, y que le fue concedido al filósofo Luis Villoro, este año recayó en el poeta y narrador José Emilio Pacheco (el escritor obtuvo en 2004 el Premio Internacional Alfonso Reyes). Simultáneamente, ediciones ERA acaba de lanzar una publicación conmemorativa de su novela Las batallas en el desierto ilustrada con fotografías sobre la ciudad de Nacho López. La presea será entregada al colaborador de Proceso este jueves 13 a las 18 horas en el Colmex. En este ensayo del profesor de la institución Rafael Olea Franco titulado “La ruptura de los mitos históricos: Las batallas en el desierto (a 30 años)”, tema del que, por cierto, Pacheco hablará durante la ceremonia, se adelantan algunas ideas del libro que el académico tiene en preparación. MÉXICO, D.F. (Proceso).- En su popular novela breve Las batallas en el desierto (Era, 1981), José Emilio Pacheco regresó al tema de las experiencias iniciáticas: un adulto narra su infancia con nostalgia crítica, desde la cual transmite tanto su primer enamoramiento (cuando era “Carlitos”) como las diversas transformaciones de la cultura nacional a mediados del siglo XX. El tiempo histórico de los sucesos se fija así: “Dicen que con la próxima tormenta estallará el canal del desagüe y anegará la capital. Qué importa, contestaba mi hermano, si bajo el régimen de Miguel Alemán ya vivimos hundidos en la mierda.” El ostentoso despliegue de modernidad e industrialización de la presidencia de Alemán Valdés (1946-1952) es ridiculizado por el narrador, quien recuerda así sus días escolares: “A cada rato suspendían las clases para llevarnos a la inauguración de carreteras, avenidas, presas, parques deportivos, hospitales, ministerios, edificios inmensos”, pero enseguida de esta magnífica lista, ironiza: “Por regla general eran nada más un montón de piedras. El presidente inauguraba enormes monumentos inconclusos a sí mismo.” El proceso de modernización del país impulsado por el primer presidente civil posrevolucionario implicó la adopción de una serie de hábitos y palabras derivados de la influencia económica de Estados Unidos: “Empezábamos a comer hamburguesas, pays, donas, jotdogs, malteadas, áiscrim, margarina, mantequilla de cacahuate. La cocacola sepultaba las aguas frescas de Jamaica, chía, limón.” Este registro marca el origen histórico de un conjunto de costumbres comunes para las posteriores generaciones de mexicanos. En la obra, la corrupción del sistema político mexicano, práctica agravada durante el alemanismo, encarna en la familia de un compañero y amigo de Carlitos: Jim, cuyo supuesto padre (al final se sabrá que era amante de la madre del niño) es descrito como el “poderosísimo amigo íntimo y compañero de Alemán; el ganador de millones y millones a cada iniciativa del presidente: contratos por todas partes, terrenos en Acapulco, permisos de importación, constructoras, autorizaciones para establecer filiales de compañías norteamericanas”. Como es obvio, esta enumeración no proviene de una mirada y una voz infantiles, sino del adulto que rememora y enjuicia su niñez. Cuando el narrador resume sus lecciones escolares, compara, con una segunda escritura entre paréntesis, los dos periodos: “Nos enseñaban historia patria, lengua nacional, geografía del DF: los ríos (aún quedaban ríos), las montañas (se veían las montañas).” La degradación del ambiente –ya no tenemos ríos y sólo esporádicamente vemos las montañas, antiguo símbolo de la ciudad– desmiente los vaticinios de un futuro esperanzador: “Para el impensable 1980 se auguraba –sin especificar cómo íbamos a lograrlo– un porvenir de plenitud y bienestar universales.” Esta ironía es situacional, pues los primeros receptores leyeron el texto al año siguiente de ese “impensable 1980” presuntamente promisorio. Como elemento estructural, la ironía funciona para construir una sátira, cuyo blanco es la sociedad urbana del país, sobre todo los políticos y la clase alta (aunque esta intención también alcanza a la familia del protagonista). Algunos lectores ingenuos no distinguen que Pacheco ficcionaliza diversas experiencias autobiográficas, por lo que interpretan ciertas frases del narrador como manifestaciones directas de la vida del autor en cuanto ser histórico de carne y hueso. El título de la obra proviene de un dilatado y actual conflicto histórico con raíces raciales y religiosas: “Soy de la Irgún. Te mato: Soy de la legión árabe. Comenzaban las batallas en el desierto. Le decíamos así porque era un patio de tierra colorada, polvo de tezontle o ladrillo, sin árboles ni plantas, sólo una caja de cemento al fondo.” La Irgún (término hebreo) es la Organización Militar Nacional en la tierra de Israel, estructura paramilitar sionista que funcionó entre 1931 y 1948, en el territorio de la Palestina bajo control británico. Los juegos bélicos de los niños suelen incluir las disputas internacionales, en este caso la guerra entre el reciente Estado de Israel y la Liga Árabe. El contexto histórico previo aparece cuando el profesor Mondragón aconseja ilusamente a sus alumnos: “No hereden el odio. Después de cuanto acaba de pasar (las infinitas matanzas, los campos de exterminio, la bomba atómica, los millones y millones de muertos), el mundo de mañana, el mundo en que ustedes serán hombres, debe ser un sitio de paz, un lugar sin crímenes y sin infamias.” Esta relación de los procesos de exterminio humano operados en la Segunda Guerra Mundial tiende un sutil puente entre Las batallas y la novela experimental de Pacheco Morirás lejos (1967), cuya escritura se funda en un propósito ético: forjar la conciencia histórica de los lectores, a quienes muestra el horror múltiple generado por la guerra. En cuanto novela de aprendizaje, la obra gira alrededor de la relación entre Carlitos y Mariana (la madre de Jim), cuya imagen el niño, consciente de la fugacidad de la vida, desea fijar en su memoria: “Miré la avenida Álvaro Obregón y me dije: Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante porque todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual (…) Voy a conservarlo entero porque hoy me enamoré de Mariana.” Cuando Carlitos abandona la clase de “lengua nacional” para declarar inútilmente su amor a Mariana, se suscita un escándalo que lo fuerza a cambiarse de escuela y de barrio (“el amor es una enfermedad en un mundo en que lo único natural es el odio”). Meses después, se entera de que ella, denigrada por su amante, se ha suicidado. La impactante noticia lo induce a otro acto irreflexivo: para probarse que Mariana no está muerta, regresa a buscarla; pero en el edificio donde ella residió, nadie la recuerda. Pese a que él comprueba con dolor la esencia efímera de la vida, en el párrafo final se aferra a sus recuerdos: “Pero existió Mariana, existió Jim, existió cuanto me he repetido después de tanto tiempo de rehusarme a enfrentarlo. (…) Demolieron la escuela, demolieron el edificio de Mariana, demolieron mi casa, demolieron la colonia Roma. Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién puede tener nostalgia (…) Nunca sabré si aún vive Mariana. Si viviera tendría 60 años.” Así, en un juego retórico tan antiguo como la literatura, el texto mismo funciona como la memoria del México que se supone a nadie le importa. La última frase vincula el relato con el presente de la escritura: cuando Carlitos conoció a Mariana, ella tenía 28 años, y como los sucesos se ubican hacia 1948 (se menciona la reciente creación del Estado de Israel), entonces el narrador adulto escribiría alrededor de 1980. En la versión de Las batallas difundida en 1999, Pacheco cambió el final; ahora se lee que, si viviera, Mariana tendría 80 años, con lo cual se alude al año 2000; del mismo modo, el pasaje que habla sobre un futuro promisorio remite a un “impensable año 2000”, dato que amplía la intención de ironizar sobre la utopía (o “ucronía”) del porvenir. En una conferencia del 2000, Pacheco postuló una diferencia fundamental entre dos situaciones finiseculares; según él, al pasar del siglo XIX al XX, la humanidad confiaba en un futuro prometedor, basado en avances científicos y tecnológicos que permitirían superar los graves problemas de nuestras sociedades; en cambio, la entrada del tercer milenio se recibió con absoluto pesimismo. Al proyectarse al año 2000, la segunda versión de la novela denuncia que las condiciones de nuestro país siguen siendo decepcionantes (por ejemplo, no se han cumplido las expectativas de desarrollo socioeconómico que posibiliten una sociedad más justa y equitativa). Para algunos, esta postura implicaría un radical pesimismo. Yo prefiero pensar que acaso José Emilio Pacheco es uno de nuestros primeros escritores realistas del siglo XXI, como lo demuestra, a 30 años, la enorme vigencia de Las batallas en el desierto.

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