Los escasos justos

lunes, 31 de octubre de 2011 · 12:13
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Alexandr Solyenitzin recibió en 1970 el Premio Nobel de Literatura. Nació en Kislovodsk, población del Cáucaso, el 11 de diciembre de 1918. Hijo de campesinos estudió matemáticas en la Universidad de Rostov. En 1941 se incorporó al Ejército Rojo, participó en la Segunda Guerra Mundial y fue condecorado por su valentía. En 1945 fue arrestado por haber escrito una carta en donde criticaba a Stalin. El hecho le costó ser condenado a ocho años de trabajos forzados en Siberia y la privación de sus derechos civiles. En el campo de trabajo donde se le confinó, vivió los rigores de la dictadura comunista a la que criticó en El primer círculo. La obra cimbró a la sociedad y fue prohibida. No obstante, circuló de manera clandestina. La muerte de Stalin y la subida al poder de Jruschov relajó la vigilancia sobre el autor, quien publicó varias novelas en las que continuó criticando al “comunismo soviético”, como en Un día en la vida de Iván Denísovich y Pabellón de cáncer. Por su actitud contestataria se le acosó e impidió asistir a recibir el Nobel. La respuesta de Solyenitzin fue la escritura de Archipiélago Gulag, donde narra las atrocidades en los campos de trabajo. Fue declarado enemigo del pueblo, juzgado por alta traición y expulsado del país. De este periodo son las dos narraciones que aparecen recogidas en La casa de Matriona (Tusquets Editores. Col. Andanzas No.761; México, 2011. 177 pp.). En el relato que da título al volumen, cuenta la llegada de un exconvicto (el propio Solyenitzin) a un pequeño pueblo para trabajar como profesor de matemáticas. Se instala en la casa de una anciana viuda con la que convive y aprecia su generosidad y solidaridad para con los demás. “Incidente en la estación de Kochetovka” trata de la relación que tiene un teniente, encargado de la salida de trenes, con un soldado perdido que desea incorporarse al frente para continuar la lucha contra los nazis. Un equívoco entre ambos provocará una penosa situación. Para Solyenitzin el Estado soviético imponía una ideología que los ciudadanos debían respetar. Cualquier transgresión era sancionada. La imposición provocó una rigidez que relegó a la indiferencia los problemas individuales y sociales. Ante éstos sólo se llegó a actuar por medio de amenazas y sanciones de las autoridades. Únicamente aquellos que privilegiaban el amor al prójimo, la abnegación, la benevolencia, la serenidad, el desenfado, etc., procedían con libertad para ayudar a los demás, así como comprendían sus limitaciones sin juzgarlas como distorsiones morales. Estos hombres eran los justos, sin los cuales no se tendría “… en pie la aldea. Ni la ciudad. Ni nuestra nación entera”. La casa de Matriona muestra el talento narrativo de Solyenitzin, así como su posición crítica frente al autoritarismo y la cerrazón ideológica. Sin duda dos obras maestras que hay que leer.

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