India: un país sin hijas

viernes, 2 de diciembre de 2011 · 19:53
NUEVA DELHI. (apro).- Es imposible entrevistar a Mitu Khurana por las tardes. Después de dar clase en la universidad, pasa el resto del día exclusivamente con sus gemelas. Con unos grandes ojos negros, la cara redonda y la voz triste, la pediatra de Delhi se ha enfrentado a situaciones terribles para ver crecer a sus hijas, Guddu y Paari, ahora con 6 años de edad. Mitu no quiso perder a sus gemelas. Su familia política le hizo comer un pastel con huevo, siendo ella alérgica, y acabó en el hospital con una ecografía revelando las dos niñas que se estaban gestando en su interior. “Mi suegra, mis cuñadas y mi exmarido me presionaron, abusaron de mí, no me daban de comer ni de beber y hasta me llegaron a empujar por una escalera de dos pisos para que abortara”, explica Mitu con el tono grave, y una cadencia lenta, apurando el llanto. “Entré en una depresión severa y estuve a punto de suicidarme. Mis hijas y yo estamos con vida gracias a mis padres”, añade Mitu. Éstos la apoyaron para volver a casa, tener a las niñas y hasta amenazaron a la familia política con llamar a la policía si no dejaban marchar a su hija intacta. Con 35 años y una tenacidad indómita, Mitu sigue esperando la resolución de la demanda que interpuso en 2008 contra su exmarido, su familia política y el hospital donde se le practicó la ecografía para averiguar el sexo del bebé. “Me siento muy sola. Muy pocas mujeres en la sociedad están dispuestas a hablar claro y alto sobre lo que está pasando”, añade. Por el momento, el juez responsable de su caso le aconsejó “tratar de rehacer su matrimonio”. Desde hace dos años su marido ha solicitado la custodia de las niñas en el juzgado como una manera de presionarla para que abandone las denuncias. Mitu no tiene miedo. Con la voz triste, sus gemelas por las tardes y el apoyo de sus padres, sigue adelante. “No quiero que mis hijas se enfrenten al mismo mundo que yo”, concluye la médico. Discriminación La mezcla explosiva de la caída de la fertilidad, el acceso a la tecnología y la perseverancia de la mentalidad tradicional ha provocado que en las últimas tres décadas hasta 12 millones de mujeres indias aborten a sus bebés de sexo femenino, según el estudio publicado por la revista británica The Lancet, en colaboración con el Centro para la Investigación de Salud Global de la Universidad de Toronto. “Al mismo tiempo que se ha abaratado la tecnología, han aumentado las posibilidades económicas de muchos indios que ahora pueden permitirse pagar una ecografía para averiguar el sexo del bebé”, señala Prabhat Jha, director del citado centro de investigación canadiense. “Los hijos varones son considerados como un plan de pensiones. El aborto de la segunda hija –la primera es por lo general bienvenida- es fruto de una decisión racional adoptada por las familias más educadas, urbanas y pertenecientes a la elite que no desean tener más de dos hijos”, añade vía Skype desde Toronto. Las castas más bajas tienden a imitar el comportamiento de las altas. El niño permite perpetuar el linaje de la familia y ostentar su honor, además de ser el encargado de cuidar a los padres cuando éstos envejecen. El hombre es quien ocupa la calle, la plaza, los bares, la noche, los puestos del gobierno, los rickshaw, los mercados, las tiendas de alcohol, los colegios, los hospitales. El hombre se para en mitad de la acera para orinar tranquilamente a mediodía en Nueva Delhi, cualquier día de la semana. El hombre se roza bruscamente contra las nalgas de la clienta en el ultramarinos o la pasajera del autobús público. No en balde Naciones Unidas afirmó en un estudio reciente que la capital india es una de las urbes mundiales donde las mujeres sufren más acoso sexual y también es conocida como la capital de las violaciones en el resto del país. El hombre abandona a la hija en el orfanato. El hombre hace lo que le viene en gana. Con un hijo no hay que preocuparse por si le violan nada más alcanzar la pubertad, como les ocurre a muchas adolescentes indias, quienes después de atravesar esta violenta experiencia se ven obligadas a ejercer la prostitución. Las hijas son percibidas como una carga porque todo lo que se invierte en ellas va a parar a la familia del marido, de manera que son como un fondo perdido. Las viejas referencias se cruzan con las nuevas tecnologías y refuerzan el pasado frente al futuro. De este modo, muchas niñas no tienen la posibilidad de nacer, no son alimentadas de igual forma que sus hermanos varones, no las llevan al médico cuando están enfermas, abandonan antes la escuela y sus familias no se alegran en el hospital cuando las ven en brazos de la madre tras el parto. Las mujeres en la sociedad india no tienen mucho más valor que como portadoras de un futuro hijo varón en sus entrañas. Hasta los 18 años las jóvenes no pueden casarse, dice la ley, pero, como la mayoría de las normas en el país, esta sigue una trayectoria paralela con la realidad. El pago de la dote por parte de la familia de la novia a la del novio está prohibido en India desde 1961, pero sigue a la orden del día. Un auto, un departamento, un viaje a París, una moto: las clases medias cada vez quieren más. “Novias quemadas” Rekha Bezboruah, directora de la ONG Errata, que se dedica al avance de la mujer en la India, también considera que “el consumismo que ha venido de la mano de la globalización se ha topado con una cultura patriarcal, de manera que una hija supone principalmente para los padres unos gastos inmensos para el pago de la dote, la celebración de la boda y su educación, además del miedo por su seguridad”. Hay ocasiones en que la familia política no se encuentra satisfecha, ya sea porque la dote no es suficiente o porque la cónyuge es de una casta inferior o porque la mujer no concibe un hijo varón. Y entonces prenden fuego en la cocina a la esposa envuelta en el sari, que se transforma de súbito en una trampa mortal, y lo hacen pasar por un accidente doméstico. El fenómeno es conocido en la India como burning brides, novias quemadas. O les echan ácido en el rostro y el cuerpo y así la mujer queda desechada, es más inservible que nunca. El aborto está permitido en el subcontinente, pero desde 1996 es ilegal determinar el sexo del bebé a través de una ecografía. Los ginecólogos no muestran muchos reparos a la hora de ganar un dinero extra y entregan un caramelo azul o rosa a cambio como código de información sobre el género del bebé. La mayoría de las clínicas de maternidad en Nueva Delhi, y el resto del país, lucen en sus paredes un mensaje muy claro: “En este hospital está prohibido la realización de una ecografía para averiguar el sexo del feto”. Pero al atravesar la puerta, la mayoría de los médicos sencillamente le ponen un precio al “riesgo” que corren. “Evidentemente esto se produce, en gran parte, por el lucro del lobby médico y la convivencia de políticos y jueces, la mayoría de ellos hombres de casta alta interesados en perpetuar el sistema patriarcal”, explica Sabu George, un activista indio que volvió a su país en la década de los noventa con un doctorado de la Universidad americana de Cornell y una perspectiva del mundo diferente bulléndole en la cabeza. “Es significativo que sólo diez médicos hayan sido condenados por esta práctica durante 15 años que lleva la ley en vigor”, añade. El estudio publicado por The Lancet muestra que la primera niña tiene las mismas posibilidades de ser bienvenida al mundo que su hermano, pero la segunda lo tiene bastante más crudo. Sólo 836 nacen por cada mil niños. El hijo varón hereda la tierra, mantiene el apellido y es el encargado de encender la pira funeraria en el hinduismo y, de este modo, permitir salir de la rueda de la reencarnación y alcanzar la moksha. Los padres no quieren a sus hijas de vuelta en casa. Es una carga y una vergüenza pública. Hay un dicho hindú que señala que tener una hija es como plantar una flor en un jardín ajeno. Se convierte en una hemorragia abierta. Una inversión sin retorno. Los datos del último censo realizado en 2011 muestran una proporción de 914 niñas por cada mil niños menores de seis años, la peor cifra desde la independencia en 1947. “Las cifras del último censo han sido una llamada de atención muy dura. El mal uso de las máquinas de ecografías se ha extendido a zonas más recónditas como a las poblaciones tribales y los estados fronterizos donde antes no se daba esta práctica ya que ahora es móvil y hasta se puede hacer el test por Internet”, advierte Sushma Kapoor, directora regional en India de la Agencia de Naciones Unidas para la Mujer (ONU Mujeres). Kapoor se lamenta de que “se desperdicie la mitad del potencial de una sociedad”. Señala: “El aborto de las niñas erosiona enormemente los derechos de la mujer. Es necesario un cambio profundo en la mentalidad del país”. “Este desequilibrio social sólo trae un aumento de la violencia y el tráfico de mujeres desde otras regiones ú otros países. Dichas mujeres son utilizadas como máquinas para parir y trabajar sin la posibilidad de integrarse en el nuevo lugar. También se provoca la poliandria, el hecho de que una mujer tenga varios maridos, como varios hermanos a la vez”, advierte Kapoor al hablar sobre unas consecuencias que ya empiezan a ser más que visibles en los pueblos de la India. Desde el Centro de Investigación de Políticas Públicas American Enterprise Institute en Washington D.C., el investigador Nicholas Eberstadt no se siente muy optimista. “Lo peor queda todavía por delante”, señala. “El feticidio femenino va a aumentar en todo el mundo al producirse la colusión de los siguientes factores: la despiadada preferencia por el hijo varón, la baja tasa de fertilidad, y la expansión en el uso del test prenatal para averiguar el sexo del feto”, explica Eberstadt. “Este fenómeno ya tiene lugar en China, Vietnam, la India y el este de Asia, pero seguramente se extenderá por las antiguas repúblicas soviéticas, el África subsahariana y Medio Oriente”, advierte. “El cambio se puede producir a través de la concienciación de la sociedad civil tal y como sucedió en Corea del Sur, pues las leyes no son suficientes”, añade Eberstadt. El activista indio Sabu George decide celebrar el Diwali, un festival de las luces, en el Centro de Formación de la Mujer en el distrito de Alwar, el estado septentrional del Rajastán. Ésta es una de las regiones donde se dan las cifras más dolorosas de feticidios femeninos desde hace décadas. Pero durante los últimos diez años esta práctica se ha extendido desde los conservadores estados del noroeste del subcontinente hacia el este y sur, sobre todo entre las familias más pudientes y educadas, según un estudio reciente realizado por la Universidad de Toronto. Rajbala, una viuda con un hijo de 18 años, disfruta de una segunda legislatura como líder local. Trata de disimular una fea quemadura en el brazo sobre la que no desea hablar. Con otras representantes locales saborean los dulces típicos –ladoos, gulabis- de la festividad más importante de la India, en la que se venera particularmente a Lakshmi, la diosa de la fortuna en el hinduismo. Entre el caleidoscopio formado por sus saris fucsias, azul turquesa, azafrán, las mujeres comentan que han de cubrirse la cabeza con el velo dentro de casa en presencia de los miembros de sus familias políticas. Hablan de que el precio de la ecografía ilegal más el aborto puede rondar los 150 euros en el distrito de Alwar frente a los 20 mil que tendrían que pagar las castas más altas para la dote de una hija antes del casamiento o alrededor de 5 mil las más bajas. “Preferiría que mi hija cuidara de mí, pero aquí el sistema es así”, comenta otra de las líderes locales, Swaraj, de 45 años. Todas tienen un hijo varón y todas están esterilizadas. “¿Lo hubieran hecho después de tener sólo hijas?” “¡Imposible!”, se ríe Swaraj nerviosa mientras se ajusta el velo azul eléctrico sobre la cabeza. “Si sólo tuviera hijas, entonces me tocaría pagar la dote sin recibir nada a cambio”, añade con indignación. Del vientre de Lakshmi, uno de los avatares de lo sagrado femenino, según el hinduismo, nació todo lo demás: mares, montañas, ríos, dioses. Mientras se intercambian dulces y las luces de Diwali comienzan a parpadear al caer la noche, los indios invocan el poder de la diosa, pero se olvidan de quién los trae a este mundo.

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