México, a la deriva

lunes, 23 de enero de 2012 · 11:29
México no atina a enfrentar los nuevos retos internacionales ni se muestra capaz de recomponer su relación más importante, ya contaminada por la desconfianza mutua: la que tiene con Estados Unidos. Tales son algunas de las conclusiones del libro Los retos internacionales de México, urgencia de una nueva mirada, coordinado por Guadalupe González, investigadora del CIDE, y Olga Pellicer, diplomática, investigadora del ITAM y colaboradora de este semanario. MÉXICO, D.F. (Proceso).- México perdió el rumbo: va a la deriva en momentos en que el orden internacional es particularmente incierto debido a las crisis que lo sacuden y a los cambios en las coordenadas mundiales, cuyo eje se movió hacia China. Además la política exterior de Felipe Calderón carece de un proyecto integral –que identifique prioridades y fije metas y estrategias para alcanzarlas– en la relación bilateral más importante para el país: Estados Unidos. En los hechos dicha relación bilateral está “orientada” por la “inercia de los problemas de seguridad en México”. De continuar esta tendencia el país se expone a graves riesgos, entre ellos “la influencia creciente de los servicios de inteligencia de Estados Unidos sobre las fuerzas del orden” en el país. Tales señalamientos aparecen en el libro Los retos internacionales de México, urgencia de una nueva mirada (Siglo XXI, 2011), que reúne ensayos de expertos en política exterior coordinados por Guadalupe González, investigadora de la División de Estudios Internacionales del Centro de Investigación y Docencia Económicas, y por Olga Pellicer, diplomática de larga carrera, investigadora del Departamento de Estudios Internacionales en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y colaboradora de Proceso. Las observaciones de los expertos contrastan con lo expresado por Felipe Calderón el pasado jueves 5 durante una comida con embajadores y cónsules mexicanos que celebraron su XXIII reunión anual. “Me siento contento porque México está mostrando un rol de responsabilidad y también de liderazgo a escala mundial”, declaró. Incertidumbre En la introducción del libro, González y Pellicer recuerdan que ya en 2005 diversos académicos advertían que “más que en otros momentos de su historia reciente, México parece haber perdido el rumbo, de suerte que en momentos de transición y redefinición del orden internacional se encuentra a la deriva comparado con otros países con peso económico y político similar”. Más de un lustro después, señalan, “las consecuencias de la falta de rumbo y asertividad resultan más evidentes y alarmantes debido a la necesidad que enfrenta el país de responder a un entorno internacional particularmente incierto y apremiante”. Enumeran algunos aspectos: la crisis económica en Estados Unidos y en Europa y la falta de definición en las reformas a la estructura financiera internacional que otorguen estabilidad a la economía del mundo; las revueltas en los países árabes que han hecho caer a los regímenes autoritarios, lo que puede derivar en inestabilidad en una región que concentra las mayores reservas de petróleo; el cambio en las coordenadas del poder internacional, cuyo eje se movió de Occidente a Oriente, principalmente a China “donde se encuentra ahora el punto de mayor influencia para el comportamiento de las finanzas y el comercio internacionales”. Advierten que “Estados Unidos sigue siendo el país de mayor peso en los asuntos mundiales” debido sobre todo a su poderío militar, pero tiene flancos vulnerables: “su enorme déficit externo, la incertidumbre sobre el alcance de su recuperación económica iniciada en 2010 y lo difícil o imposible de ganar la guerra que emprendió en Afganistán”. Afirman que “en ese panorama de rápidas y en ocasiones inesperadas transformaciones, algunas potencias emergentes –como Brasil– han mejorado su posición internacional”. Subrayan que ello no ha ocurrido en el caso de México. Por el contrario, “debido a su estrecha vinculación con la economía de Estados Unidos, resultó el país de América Latina más golpeado por la crisis económica (…) Por los mismos motivos, ha sido muy difícil empujar la diversificación de sus relaciones económicas externas”. Dicen que si bien “la fuerza de los lazos económicos de México con Estados Unidos se ha hecho más visible”, al mismo tiempo “se ha puesto en evidencia el debilitamiento de esa relación económica cuyos rasgos esenciales no han cambiado desde la firma del TLCAN (…) y cuyo potencial para animar el desarrollo del país es cada vez menor”. Afirman que “más allá de las relaciones externas, el problema sobresaliente del país es de orden político”. Explican: “México inicia una nueva década bajo la sombra del desprestigio de sus instituciones políticas y de la centralidad adquirida por las acciones del crimen organizado. Existe la percepción generalizada de una transición democrática que perdió el rumbo, cuyo rasgo más vulnerable es la amenaza del narcotráfico que penetra todas las capas del sistema político y provoca niveles alarmantes de violencia e inseguridad. La capacidad de las instituciones (…) está rebasada para hacer frente a esta situación”. Llaman la atención sobre “el descuido de la élite mexicana, empresarios y medios de comunicación ante los problemas que enfrentan las relaciones” exteriores del país. Apuntan que “México es un país ensimismado, desinteresado sobre lo que ocurre allende sus fronteras”. Subrayan otra circunstancia: “La convicción de que existen riesgos muy serios si no se asume una posición más comprometida con las relaciones exteriores de México, dado los cambios que ocurren a nivel internacional y la gravedad de problemas internos carentes de solución si se prescinde de cooperación y alianzas internacionales”. “Es imposible llevar a cabo un Plan Nacional de Desarrollo sin incorporar la lectura atinada de la evolución que seguirá la economía de Estados Unidos, cuyos vaivenes se reflejan de inmediato en las exportaciones, las remesas de los trabajadores migrantes o en la inversión extranjera directa; es imposible diseñar los planes para combatir el crimen organizado sin considerar la forma y las condiciones que tendrá la cooperación con los servicios de inteligencia estadunidenses; es imposible mejorar el control de la frontera sur sin haber puesto en pie acuerdos con Guatemala y Belice.” La desconfianza En el libro aparece el ensayo México y Estados Unidos: de socios entusiastas a vecinos incómodos, escrito por la propia Pellicer y por Hazel Blackmore, directora ejecutiva del Centro de Estudios y Programas Interamericanos del ITAM. Las autoras recuerdan que en los noventa se amplió y fortaleció la Comisión Binacional para las relaciones México-Estados Unidos. Esta comisión se reunía anualmente y en ella llegaron a participar hasta 20 secretarios de Estado de ambos países para abordar los diversos temas de la agenda bilateral. “Diez años después, la situación ha cambiado”, apuntan Pellicer y Blackmore. Y sostienen que “la cooperación y el diálogo entre los gobiernos de ambos países se ha estrechado para concentrarse, casi exclusivamente, en el tema de la seguridad”. Además, detrás de la cordialidad que se dispensan los presidentes Barack Obama y Calderón, priva la desconfianza. “Por el lado mexicano –explican– ésta se manifiesta en el discurso defensivo y en las reclamaciones, sea por el escaso control sobre la demanda de drogas de aquel país, la falta de control en el tráfico de armas hacia México o el maltrato a los trabajadores indocumentados. “Por el lado estadunidense (…) surge por el temor a situaciones de ingobernabilidad al sur de su frontera. Este peligro afecta lo que ha sido uno de los objetivos centrales del gobierno estadunidense respecto a México: el mantenimiento de la estabilidad que asegure el control sobre un territorio vital para la seguridad de la Unión Americana. El fantasma de México como ‘Estado fallido’ recorre los pasillos de la Casa Blanca y de Capitol Hill despertando inquietudes y provocando declaraciones contradictorias, como las vertidas en torno al carácter ‘insurgente’ de la acción del crimen organizado”. Las internacionalistas afirman que el gobierno de Felipe Calderón “no corrigió” la “ausencia de objetivos y estrategias claros de política exterior” que caracterizaron al sexenio de Vicente Fox. Así, señalan, “la relación con Estados Unidos se ha conducido a partir de situaciones coyunturales”. Cuando en 2009 Barack Obama asumió la presidencia de Estados Unidos enfrentó una coyuntura particularmente difícil: una “gravísima” recesión económica y dos guerras: Irak y Afganistán. En esa circunstancia “era comprensible que las relaciones con México no fueran una prioridad –anotan las expertas–. Tocaba al gobierno de Calderón conducir una diplomacia agresiva para llamar la atención (de Washington) sobre la necesidad de hacer de las relaciones con el vecino del sur –territorio estratégico para la seguridad de América del Norte– una parte esencial de los proyectos para la recuperación económica y la estabilidad a largo plazo de esta parte del mundo”. Pellicer y Blackmore anotan que las relaciones bilaterales “transcurren ahora por una doble vía. Por una parte se afinan los canales para la cooperación en materia de seguridad”, en la que participan nuevos actores, como los ejércitos de ambos países, y nuevas dependencias –como la Oficina Bilateral de Seguimiento de la Iniciativa Mérida, otrora “inaceptable por la parte mexicana”– que “institucionalizan dichas relaciones y dan mayor densidad a las mismas“. Los riesgos Pellicer y Blackmore sostienen que México conduce su relación con Estados Unidos “utilizando un discurso nacionalista y defensivo, el cual es compartido por toda la élite política del país”. En ese contexto, afirman, las relaciones políticas con el vecino del norte “no están orientadas por un proyecto integral, sino por la inercia de los problemas de seguridad en México. Éstos son el eje en torno al cual ha girado la política del presidente Calderón y en torno al cual se está construyendo una nueva etapa en las relaciones con Estados Unidos”. Las expertas exponen que las condiciones internas en Estados Unidos también dificultan la buena relación bilateral: un ambiente político polarizado en el que persiste la oposición del Partido Republicano a las iniciativas de Obama, cuyo capital político parece agotado para impulsar iniciativas en el Congreso que beneficien a los mexicanos, como la reforma migratoria o la renovación de la prohibición para la venta de armas de asalto. “En resumen –apuntan las autoras–, las condiciones internas son difíciles tanto en México como en Estados Unidos para una mejor relación política entre los dos países. Sin embargo, es urgente que la parte más débil (México) tome conciencia de los riesgos que se corren si no se altera la inercia que hoy domina dichas relaciones”. Y enumeran dichos riesgos: El primero: “Un incremento de los sentimientos antimexicanos que hoy recorren diversos sectores de la sociedad estadunidense”, lo que podría provocar que la vida de los millones de compatriotas que residen en Estados Unidos “sea cada día más difícil” y que en México se afinque “un resentimiento permanente” contra Estados Unidos. El segundo: “La influencia creciente de los servicios de inteligencia de Estados Unidos sobre las fuerzas del orden en México. Establecida esta influencia, será difícil acotarla o moldearla de acuerdo con las directivas” del nuevo gobierno que surja de las elecciones de 2012. El tercero: “El incremento de la preocupación en Estados Unidos por las condiciones de seguridad en México, tanto por lo poco convincente de los logros alcanzados como por la incertidumbre respecto al cambio político que vendrá con las elecciones presidenciales de 2012. Dada la polarización que reina en aquel país, las decisiones sobre cómo estimular la estabilidad política en México pueden ser muy erráticas y crear precedentes que susciten numerosas tensiones entre los dos países”. El cuarto: “Quedar fuera de los proyectos de recuperación económica que Estados Unidos esta poniendo en marcha (…) Para México es fundamental identificar las acciones conjuntas que pueden favorecer a ambos países y hacer de tales políticas el leitmotiv de su diálogo con los dirigentes estadunidenses. El crecimiento económico de México es condición indispensable para la seguridad y estabilidad a largo plazo de América del Norte. El quinto: “Perder el momento para definir cuál es el papel que México desea ocupar en la recomposición de las relaciones de poder internacionales” pues el mundo “verá nuevas alianzas y entendimientos entre las potencias emergentes y entre éstas y los poderes hegemónicos. Es difícil para México imaginar su papel sin tener un claro entendimiento de los límites y alcances de su relación con Estados Unidos”. Las expertas proponen que el presidente que surja de las elecciones de 2012 dé un “verdadero golpe de timón” en la política hacia Estados Unidos. “No se trata –advierten– que la relación con ese país sea coto exclusivo del jefe del Ejecutivo. Por el contrario, es una relación en la que urge una presencia de los empresarios, el Congreso, los académicos, las ONG, los medios de comunicación. Sin embargo, la fuerza del impulso para dar un nuevo cauce exige que éste provenga del más alto nivel político”.

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