Bahréin: La revolución incómoda

viernes, 16 de marzo de 2012 · 20:22
MÉXICO, D.F. (apro).- Aunque igual de dramática que las revoluciones de Túnez, Egipto y Siria, la revolución de Bahréin ha recibido mucho menos atención internacional. A un año de que realizó la primera protesta, el pueblo de esta isla del Golfo Pérsico empieza a poner en entredicho la hipocresía con la que se trata a su revolución. La activista y directora de relaciones exteriores del Centro de Derechos Humanos de Bahréin, Maryam Al-Khawaja, lamenta que exista un mundo donde los intereses estén por encima de las personas. En entrevista con Apro, dice: “Los gobiernos occidentales tienen muchas apuestas en términos de intereses en Arabia Saudita y Bahréin, y han tomado una muy mala posición sobre la situación de los derechos humanos en estos países”. Así, señala, “a la vez que critican a Rusia por venderle armas a Siria, y hacen bien, ellos están haciendo lo mismo con Bahréin”. Con apenas 750 kilómetros cuadrados y 698 mil 585 habitantes, Bahréin es un lugar importante para Estados Unidos. La propia página del Departamento de Estado, consultada el pasado martes 13, habla de la “importancia estratégica” que tiene Bahréin desde la Guerra del Golfo en 1991. Durante la última década, las ventas estadunidenses de equipo militar a Bahréin ascienden a 1.4 mil millones de dólares. Además, el país recibe un Programa de Entrenamiento Militar (IMET) y firmó un acuerdo por 53 millones de dólares en venta de armas. Desde la firma de un Acuerdo de Cooperación y Defensa en 1991, el país es usado como base de la Quinta Flota de la Marina de Estados Unidos y garantiza la posibilidad de usar su territorio para “futuras crisis”. En la última década, Bahréin ha dado ayuda logística como base en las guerras de Irak, y ha apoyado las misiones en Afganistán. Además, en el país insular operan 65 corporaciones de Estados Unidos y la bolsa de valores más importante de Medio Oriente. El reportaje de Al Jazeera, “Suprimiendo la narrativa en Bahrein”, difundido el pasado 16 de febrero, expone a diversas agencias de relaciones públicas de Occidente que trabajan para el gobierno de Bahréin y limpian su imagen en el exterior publicando comentarios a favor del régimen en medios como Huffington Post y Foreign Policy Blogs. “Los gobiernos occidentales han lidiado con los levantamientos en Medio Oriente con políticas claras, pero con diferentes parámetros desde el principio”, denuncia Al-Khawaja. En el reportaje “¿Bahrein expone dobles estándares de Estados Unidos?”, transmitido por Al Jazeera el 16 de febrero del año pasado, el presidente estadunidense Barack Obama pide la renuncia del líder libio, Muammar Gaddafi, ante el conflicto desatado en su país. Pero en el caso de Bahrein, Obama usa otra retórica y habla sólo de la solución de este otro conflicto “mediante el diálogo y la negociación”. Jake Sullivan, del Departamento de Estado, culpa en el programa a sectores de la oposición por “negarse a negociar” y “optar por la violencia”, en vez de la “reconciliación nacional”. La falta de disposición al diálogo por parte de los manifestantes se debe a la violación sistemática de los derechos humanos y la corrupción, los mayores problemas de Bahrein, explica Maryam Al-Khawaja. “Como activista, mi prioridad es ver un gobierno que respete los derechos humanos, sea una monarquía constitucional o una república democrática”, sostiene. Sin embargo, detalla que las personas en la calle se han radicalizado por la respuesta del gobierno ante la acampada del 14 de febrero de 2011 en la famosa Glorieta de la Perla, donde se pedía una reforma constitucional, la reducción de los poderes del Rey, y equidad laboral y política. “Ahora demandan un cambio de régimen, especialmente desde que salieron a demandar reformas y fueron asesinados, torturados, arrestados y golpeados por ello”, dice la activista. El 17 de febrero de 2011, en la cuarta noche de la acampada inspirada por el éxito de las revoluciones de Túnez y Egipto, la policía atacó la Plaza de la Perla con gases lacrimógenos, asesinando a cuatro personas. Cuando al día siguiente los manifestantes intentaron retomar la plaza, fueron recibidos por las balas del ejército. Tres personas fueron asesinadas. Desde entonces, los manifestantes no olvidan lo que fue bautizado como “el jueves sangriento”. Y si bien el Rey Hamad creó una Comisión de Investigación Independiente y liberó a varios presos políticos, y después decretó la Ley Marcial en marzo, sus fuerzas de seguridad destruyeron la Glorieta de la Perla ese mismo mes, reanudaron la detención de activistas y continuaron con la tortura, la intimidación y el asesinato. “Así que para ellos este es un régimen que necesita ser cambiado para que existan las reformas”, dice Maryam Al-Khawaja. Peleando por el cambio Existen múltiples documentales, como Bahréin: la historia del movimiento constitucionalista (1995) o El ojo ciego del carnicero, la tortura en Bahréin (2002), donde se muestra que la represión en Bahréin no es nueva, y se lleva acabo no sólo con el silencio, sino con la cooperación de personas de Occidente. Movimientos como el izquierdista Frente de Liberación Nacional de 1955, la Intifada de Marzo de 1965 (contraria a la dominación británica y el despido de trabajadores petroleros), el Frente Popular por la Liberación de Bahréin de la década de los setenta, fueron reprimidos y sus líderes detenidos y torturados. Bahréin tuvo una Constitución en 1973, pero el padre del Rey Hamad, el emir Isa Al Khalifa, la anuló y disolvió el parlamento en 1976. Los movimientos constitucionalistas de la década también fueron reprimidos. Hoy todavía es polémica la figura de Ian Henderson, ciudadano inglés condecorado con la Orden del Imperio Británico en 1986, quien según los documentales participó durante 30 años en diversos actos de tortura al mando de la Agencia de Seguridad Nacional de Bahréin. Posteriormente ganó fama internacional la Intifada de 1994-2001, que comenzó con una protesta de desempleados frente al Ministerio del Trabajo y terminó con 40 personas asesinadas por las fuerzas de seguridad. Cuando en noviembre de 2001 el actual Rey Hamad Al Khalifa creó un comité para transformar a Bahréin en una monarquía constitucional y surgió la Carta de Acción Nacional, el pueblo respondió con 94.8% de aprobación en un referéndum. Sin embargo, el 14 de febrero del 2002, el Rey cambió unilateralmente el régimen el país. Desde entonces, el pueblo ya no confía en las ofertas del monarca, cuenta Al-Khawaja. Al Jazeera publicó dos programas con testimonios sobre la Revolución de Bahréin. Tanto en la primera emisión, Bahréin: peleando por el cambio (23 de febrero, 2011), como en la segunda, Bahréin: la audacia de la esperanza (23 de febrero 2012), se muestran imágenes de la represión y la violencia en el país. Por hablar ante las cámaras, los entrevistados del primer programa fueron secuestrados y torturados. Algunos como Ibrahim Sharif, del partido Wa'ad, y Hasan Mushaima, del partido HAQ, continúan en prisión. Los videos muestran cómo 2 mil trabajadores del sector público y privado perdieron sus trabajos por participar en las protestas. También relatan la manera en que el hospital Salmaniyya, donde eran atendidos los manifestantes heridos, fue tomado por el ejército y los médicos fueron llevados ante una corte militar. Sus condenas pasaban de los cinco años y sus confesiones fueron obtenidas mediante tortura. “(También), las mujeres en Bahréin tuvieron que pagar un costo igual de alto que los hombres. Fueron golpeadas, arrestadas, intimidadas, asaltadas sexualmente, torturadas, secuestradas y llevadas a cortes militares”, dice Maryam Al Khawaja. Todo esto está documentado en el reporte de Amnistía Internacional de Bahréin en el 2010, y en los comunicados que la ONG británica publicó en 2011 y 2012 sobre la detención de profesores, doctores y activistas. De acuerdo con el Centro de Derechos Humanos de Bahréin, desde 2011 hay más de 2 mil arrestos ilegales, mil 800 casos de tortura y 62 asesinatos. “El régimen falló en cumplir sus promesas. Ello provocó la situación que vivimos hoy en día”, señala Maryam. Chiítas contra sunnitas En una entrevista al diario alemán Der Spiegel, publicada el 9 de febrero, el Rey Hamad asumió que no hay oposición en su país, y que varios manifestantes atacan la unidad de Bahréin apoyando al Ayatollah Jomeini de Irán, país de mayoría chiíta, igual que Bahréin. Y añadió que durante la revolución hubo “violencia sectaria”, Pero la activista de derechos humanos encuentra que la división en su país es otra: “En todos estos países hay una situación de opresores contra oprimidos. Todos los levantamientos son de personas que protestan contra gobiernos autoritarios para demandar sus derechos”. La activista explica que son los gobiernos de estos países los que están tratando de crear una situación sectaria para dividir, y si bien hay sunitas y chiítas en Bahréin, sunitas y alauitas en Siria, musulmanes y cristianos coptos en Egipto, “la razón de propiciar este mensaje es la mentalidad de dividir y conquistar”, dice. De acuerdo con el reportaje de Al Jazeera, “Bahréin: luchando por el cambio”, prácticamente en el ejército y en la policía no hay chiítas, lo cual se repite en muchos niveles de gobierno. Sin embargo, en el video aparecen políticos de oposición sunita que se han unido a la manifestación en medio de cantos: ¡sunitas y chiítas unidos, no venderemos nuestra nación! Resistencia Después de que la llamada Revolución del 14 de Febrero cumplió un año, Maryam Al-Khawaja sigue intentando liberar a su padre, preso de por vida desde junio de 2011. Maryam tuvo que salir del país hace unos meses, pero sigue reportando los abusos de derechos humanos y criticando a los gobiernos de Occidente por su tratamiento de la crisis en Bahréin. Como ella, miles de Bahreiníes siguen manifestándose dentro y fuera del país. El pasado viernes 9, la población realizó lo que llamó "la marcha más grande de nuestra historia". Fotógrafos de Reuters atestiguan que en la marcha participaron cerca de 100 mil personas. O sea, uno de cada siete bahreiníes. Para la activista, con esta cantidad de personas, el movimiento de su país debe ser reivindicado. “No es una revolución olvidada, como se le ha dado en llamar en los medios de Occidente. Creo que es mejor decir que es una revolución incómoda”, añade.

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