MIEDO

jueves, 22 de marzo de 2012 · 19:41
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Las elecciones del próximo julio se van a realizar en un ambiente de miedo mucho más agudo y generalizado que el que creó la campaña de Felipe Calderón en 2006. En aquella ocasión, el PAN, algunos grupos empresariales y otras organizaciones afines mandaron más de 7 millones de correos electrónicos en cinco meses, sembrando el miedo contra López Obrador. El tema predominante era: “AMLO es un peligro para México, un Hugo Chávez, y su triunfo llevará a México a una especie de socialismo autoritario”. También se difundieron 66 videos de diseño profesional, vía internet, para la “guerra sucia” orquestada por Felipe Calderón. Pero hay que señalar que la estrategia no comenzó durante la campaña, y que antes de ella se habían producido una serie de hechos como los ataques por la expropiación del paraje San Juan, el intento de desafuero aprobado por los diputados del PRI y del PAN y la orientación de los recursos federales provenientes de la Secretaría de Desarrollo Social hacia las regiones pobres que mostraban tendencias de votar por López Obrador. El miedo es un recurso de los Estados para consolidar su dominio sobre los pueblos desde la antigüedad más temprana. La crucifixión en tiempos de los romanos servía de ejemplo, por la larga agonía del condenado; la Inquisición era efectiva más por el miedo que creaba que por el número de los ejecutados. El ajusticiamiento público por descuartizamiento en el siglo XVI tenía un efecto similar. La guerra contra el terrorismo, que convierte artificialmente un peligro geográfica y numéricamente acotado en peligro universal, tiene el mismo objetivo de sembrar el miedo, primero en Estados Unidos, y luego en el resto de los pueblos del mundo. El miedo es frecuentemente irracional y puede ser provocado por peligros reales o fabricados. Es fácil lograr que la gente llegue a esperar un enemigo oculto en cualquier lado, en la oscuridad de la noche, en su propia casa o incluso debajo de la cama. El miedo impide la acción colectiva porque supone que los malhechores están en todas partes y pueden pervertir cualquier esfuerzo nacional. La víctima principal de ese miedo es el sentimiento de solidaridad. El sueño de la seguridad personal se derrumba ante la ineficacia de la ley, la impunidad del malhechor y la frecuencia de sus crímenes, que obligan a enfrentar los peligros en términos exclusivamente individuales. En vano el gobierno de Felipe Calderón promete el uso de la fuerza en la guerra contra el crimen, una legislación especial y castigos cada vez más ingeniosos contra delincuentes juveniles, narcotraficantes o miembros del crimen organizado. El ciudadano se siente más vulnerable después de las promesas que quedan incumplidas. Las rebeliones en las cárceles y reclusorios legitima que se aumente el número y la capacidad de los centros de reclusión como fuentes de seguridad. La vigilancia privada es introducida en bancos, empresas, condominios, centros comerciales, conjuntos habitacionales e incluso fiestas privadas. La desconfianza del ciudadano hacia sus semejantes crece; la necesidad de la intervención violenta del Estado se justifica. La diferencia entre aquellos que pueden recurrir a estos dispositivos y los pobres, librados a su suerte, aumenta. Incluso, éstos últimos son identificados en el asustado imaginario clasemediero con los maleantes. Alexander Hamilton, secretario de George Washington y fundador del primer partido político en Estados Unidos, advertía en forma profética: “La destrucción violenta de la vida y de la propiedad a consecuencia de la guerra, el continuo esfuerzo y la alarma que provoca un estado de peligro sostenido, llevarán a las naciones amantes de la libertad a buscar el reposo y la seguridad poniéndose en manos de instituciones con tendencias a socavar los derechos civiles y políticos. Para estar más seguras, correrán el riesgo de ser menos libres”. En otras palabras, “ante las armas, las leyes callan”. Durante un sexenio, el gobierno de Calderón ha sembrado profusamente el miedo en imagen, palabra y rumor cotidiano. Las noticias sobre asesinatos masivos de gente totalmente anónima; las imágenes de policías y soldados armados hasta los dientes y camuflados hasta la anonimidad, transmitidas y retransmitidas hasta la saciedad, se transforman en la pesadilla nuestra de cada día. Su propósito es crear la incertidumbre frente al cambio, lo desconocido, el activismo social. Las protestas contra la vulneración de los derechos civiles son ignoradas. Las quejas masivas de las “víctimas colaterales” hechas públicas por el movimiento iniciado por Javier Sicilia son acalladas con promesas vagas. La indefensión ante los crímenes de los bandidos y del Ejército crece de día en día. El miedo se vuelve silencioso, pero no por eso menos profundo. Esta vez el miedo no es dirigido directamente contra Andrés Manuel López Obrador, sino que es implantado en el elector para que renuncie al cuestionamiento del statu quo. Los ciudadanos de clase media que votarán en este ambiente no pueden evitar los sentimientos de incertidumbre, desamparo y angustia que llevan al conservadurismo, la búsqueda de eficiencia a costa de la democracia, el temor hacia los movimientos de masas. El miedo generalizado es uno de los grandes obstáculos de la acción colectiva transformadora. Deberá ser enfrentado en sus propios términos por sus opuestos: la indignación, la esperanza, la dignidad y la confianza de poder cambiar la historia de México, sentimientos que siguen vivos en los ciudadanos. Nota para los lectores: En el artículo De la contienda al circo, publicado en Proceso 1844 el pasado 4 de marzo, las comillas de cierre de la cita de Sartori van después de la palabra comunicación.

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