Antonio Tabucchi en el gran teatro del mundo

martes, 3 de abril de 2012 · 10:16
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Desde el jueves 29 de marzo las cenizas de Antonio Tabucchi están en el Cementerio dos Praceres de su amada Lisboa. Están, no se puede decir que yacen, pues desde allí el viento del Atlántico las seguirá llevando, en símbolo si no en materia, por las islas y las tierras firmes del mundo. La literatura es un mar que se alimenta con todas las aguas del planeta. Tabucchi alcanzó a imaginarse Los tres últimos días de Fernando Pessoa. Del 28 al 30 de noviembre de 1935, el desconocido poeta agonizante recibió en la clínica de San Luis de los Franceses la visita de sus heterónimos. Más que apócrifos son poetas reales con una verdad de papel inventada en vida y obra por Pessoa. Allí fueron a despedirse de él Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Álvaro de Campos y hasta otras creaciones suyas como Coelho Pacheco que escribió un único poema en toda su vida.   Un encuentro en Lisboa   Lo que el autor de Sostiene Pereira y La cabeza perdida de Damasceno Monteiro no alcanzó a representarse, quizá nadie lo ha hecho, es que en 1919, poco antes de su regreso a Buenos Aires, Borges, de 20 años, conversó en un café lisboeta con Fernando Pessoa, de 31. A ese joven tan orgulloso de sus antepasados lusitanos, le había dado una tarjeta de presentación Isaac del Vando Villar, animador en Sevilla de la revista Grecia, publicación ultraísta en que llegó a colaborar el futuro gran poeta portugués. Si para la historia hispanoamericana es un gran enigma lo que hablaron Bolívar y San Martín en su entrevista final de Guayaquil, para la historia literaria será siempre un misterio ese posible encuentro en Lisboa. Acaso se dijeron que el poeta es un fingidor pero que al fingir alcanza la única posible sinceridad. Comentaron que el autor siempre habla solo pero, como quien interpreta un monólogo teatral, se dirige sin remedio a un interlocutor que en su ausencia se hace presente. Tal vez añadieron que escribir es dialogar con los muertos. Por tanto cada página no puede existir si no está hecha de miles de páginas anteriores. Así, resulta un acto de justicia adjudicar las propias invenciones a autores que no existen. Se despidieron aquel día de 1919 sin saber el destino literario que esperaba a ambos y nunca volvieron a verse. Historia universal del azar   En 1935, el año en que murió Pessoa, Borges publicó su primer libro de cuentos, Historia universal de la infamia, producto del deslumbramiento que le causaron las Vidas imaginarias (1896) de Marcel Schwob. Tabucchi tuvo una casa en París, precisamente en el apartamento de la rue de l´Université en que había vivido y escrito Schwob. Su esposa, Margueritte Moreno, la actriz de la Comedia Francesa y decenas de películas, vivió en Buenos Aires como maestra de dicción francesa de Victoria Ocampo. Schwob, ya muy enfermo, hizo su último viaje a Samoa en busca de su gran amigo Robert Louis Stevenson, a quien nunca llegó a conocer. Stevenson es un autor de fama universal gracias a La isla del tesoro y Dr. Jekyll y Mr. Hyde, que no son novelitas de consumo sino obras maestras de la literatura inglesa. Borges, agradecido por sus lecturas infantiles, en la vejez aprovechó su fama para contribuir a devolverle a Stevenson el alto sitio que merece en las letras inglesas. Schwob, en contraste, quedó fuera del canon, aunque tuvo una inmensa repercusión en Hispanoamérica y sólo en años recientes comienza a dársele el lugar que merece en su país. Tabucchi y Pitol, Paz y Cervantes   Una amistad ejemplar fue la de Tabucchi con Sergio Pitol. Entre muchos otros textos prologó su Trilogía del carnaval a la que consideró una “vasta y majestuosa producción narrativa, sinfónica, capaz de grandes frescos (quizá debería decir “murales”) donde se desarrolla el carnaval cómico-fúnebre de la condición humana.” En 1950 Pitol, de l7 años, viaja de Córdoba a la capital en un A.D.O. El autobús hace una escala en Tehuacán. Es un domingo y Pitol compra Novedades para leer el suplemento México en la Cultura. En el viaje descubre asombrado “La casa de Asterión”, el cuento de Borges que el genio editorial de Fernando Benítez ha incluido entre los materiales de una publicación aún en espera de que le hagamos justicia. Once años después, en 1961, Jaime García Terrés publica en la Revista de la Universidad de México los poemas de Pessoa traducidos por Octavio Paz. Un joven poeta, Francisco Cervantes, cambia su vida por ese hallazgo, aprende portugués para leer y traducir a Pessoa, va a Portugal y por último pide que sus cenizas sean dispersadas en el Tajo. El gran teatro del mundo   Por esos mismos años un estudiante italiano que se inclina por la literatura española visita París y adquiere en un puesto a orillas del Sena un libro de segunda mano, Bureau de tabac (Tabaquería), que contiene un solo poema de Álvaro de Campos, es decir (y no) Fernando Pessoa: No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo. Esa traducción francesa sin el texto original modifica la vida de Tabucchi. Aprende el idioma al grado de escribir en él toda una novela, Requiem: una alucinación (1991), dedicarse a traducir a Pessoa, establecerse en Portugal, casarse, tener hijos portugueses y, por si fuera poco, hallar en esta poesía su camino hacia los géneros que en pocos años lo llevarán a la cumbre de la narrativa europea: la novela y los cuentos. Porque los poemas de Pessoa inventan personajes que tienen entre sí correspondencias, amistades y discrepancias. Nada se pierde en la literatura. Todo se renueva y se transforma. Todos los tiempos son este presente, todo tiene que ver con todo, todo desemboca en lo indescifrable de la existencia. La Historia determina los destinos individuales y los destinos individuales determinan la Historia. Cartas de muertos y vivos   Nada nos ampara en el gran teatro del mundo donde representamos papeles en dramas cuyo desenlace desconocemos. Al mismo tiempo somos piezas en un rompecabezas de vivos y muertos, un rompecabezas que nadie sabe cómo armar porque se ha perdido el dibujo que le sirvió de modelo. Tabucchi es un narrador del todo original porque utiliza cuanto le sirve en el pasado próximo y remoto. Se vale lo mismo de Borges, de Ítalo Calvino que de García Márquez y sobre todo de Luigi Pirandello con su manejo de las identidades fluctuantes. A través de Pirandello llega a Óscar Wilde y a Mariano José de Larra: “El mundo todo es máscaras y todo el año es carnaval”. Cuando la electrónica ha exterminado ese medio esencial de comunicación que era la carta, Tabucchi reinventa la novela epistolar en Se está haciendo cada vez más tarde (2001). En ella, como en el monólogo teatral, el relato y el poema, el destinatario está ausente y las palabras se tienden ante el silencio del otro. A las nociones ancestrales del mundo como el gran teatro y también como el gran libro invisible en que somos escritos y borrados, Tabucchi suma otra idea primigenia: la vida es una navegación en un barco al que azotan todas las tempestades. Reinar después de morir   La navegación era el camino inevitable de Portugal. En la escuela aprendemos y olvidamos que antes de los portugueses todo el comercio marítimo era de cabotaje, esto es, se hacía a lo largo de las costas y dependiente de los puertos. La Escuela de Navegantes de Lisboa inventó el galeón, la auténtica nave espacial de la Edad Media, que permitió primero la colonización del África y parte del Asia y después la llegada al continente que sería llamado América. La España imperial arrebató a Portugal el privilegio de ser durante algunos años el centro del mundo. Tan vasta fue la influencia portuguesa que la poesía mexicana en español tiene su origen en el primer soneto novohispano, “Dejad las hebras de oro ensortijado” en que Francisco de Terrazas imitó un soneto de Luis de Camoes, el autor de Los Lusiadas, la épica de Portugal. La gran tragedia histórica que trata Pessoa en Mensaje y Tabucchi en la “Carta del rey don Sebastián a Francisco de Goya” (en Los volátiles del beato Angélico, 1987) es la tentativa de don Sebastián, el último rey portugués de la dinastía Aviz: someter el norte de África y prolongar su reino hasta Tierra Santa. En esta última cruzada el ejército de don Sebastián fue aniquilado por la caballería mora en la batalla de Alcazarquivir (Al Kasar el Kabir) en l578. La otra gran historia sin ficción portuguesa recreada en el mismo libro por Tabucchi es la del rey don Pedro, quien se enamoró de la joven y bellísima Inés de Castro, parte del séquito de la princesa española que le estaba destinada por motivos dinásticos. El viejo rey ordenó asesinar a doña Inés en su palacio de Coimbra. Años después, cuando él y la esposa legítima habían muerto, don Pedro ejecutó a todos los participantes en el crimen, desenterró a su amada y la hizo coronar entre grandes fiestas. El cronista no revela si doña Inés era ya un esqueleto o todavía carne en descomposición. l JEP -–––––––––––– Desagravio a doña Sara P. de Madero. Por un error imperdonable se afirma en el “Inventario” del 14 de marzo que doña Sara P. de Madero fue ¡madrina en la boda de Carmen Mondragón! Hay que atajar el disparate antes de que se propague. Doña Sara había sido un año antes madrina, sí, pero del templo en que la futura Nahui Olin celebró en 1913 sus nupcias con Manuel Rodríguez Lozano.

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