Josep Guardiola: el sueño terminó

sábado, 2 de junio de 2012 · 19:51
Luego de conquistar todos los títulos del futbol español y de Europa, Pep Guardiola deja al Barcelona de sus amores en cuya hoguera terminó por inmolarse. Como entrenador desplegó un estilo romántico, artístico, alejado por completo del pragmatismo vulgar y del cálculo que reditúan en el marcador, pero aniquilan la belleza del balompié. En una actividad envilecida por intereses mercantiles y pugnas de poder, apostó por la nobleza. La integridad ennoblece, pero cansa. El escritor Juan Villoro repasa la trayectoria del técnico y cuenta cómo la gloria terminó en agotamiento. Pep Guardiola fue responsable de un sueño que se midió en números. Obtuvo 14 títulos en cuatro años. El legendario Johan Cruyff conquistó menos trofeos en el doble de tiempo. Durante su gestión, Guardiola hizo debutar a más de 20 jugadores de la cantera, confirmando que entiende el futbol como un proceso educativo. Lo más decisivo no fueron los títulos sino la forma en que los consiguió, con jugadas de alta trigonometría. Los barcelonistas son los maestros del “tercer pase”. Al soltar la pelota, el jugador ya sabe hacia dónde la devolverá su compañero. Lo importante no es saber dónde está el balón, sino dónde va a estar. En 2010, el premio FIFA Balón de Oro tuvo tres finalistas: Lionel Messi, Xavi Hernández y Andrés Iniesta. Nunca antes el podio había sido ocupado por jugadores surgidos de la misma cantera, La Masia del Barça, máxima guardería del futbol mundial. De ahí salieron la mayoría de los seleccionados que conquistaron el Mundial de Sudáfrica. Desde los tiempos del Madrid de Puskas y Di Stéfano, ningún equipo había dejado una impronta tan definitiva. El prólogo para la era Guardiola fue el mandato de Cruyff y la conquista de la copa europea de clubes en 1992. El alumno más receptivo del técnico al que llamaban Dios era Pep Guardiola. Con el número 4 en la espalda, aprendió la profesión que llevaría a un nivel superior. Después de una larga tradición de victimismo (la creencia de que los árbitros y las glorias favorecerían por siempre al odiado Real Madrid), Cruyff enseñó a los barcelonistas el placer del triunfo. Desde entonces los aficionados culés aman la victoria, pero no a cualquier precio. (Extracto del reportaje que se publica esta semana en la revista Proceso 1857, ya en circulación) 

Comentarios