Las empañoladas: victoria extradeportiva

lunes, 13 de agosto de 2012 · 11:39
En lo que constituyó un hecho inusitado, 18 mujeres procedentes de las seis monarquías del Golfo Pérsico participaron en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. No ganaron ninguna presea. Pero eso no importó tanto: Su verdadero triunfo consistió en romper esquemas y atavismos religiosos en sus propios países. El costo del atrevimiento no ha sido menor: en su afán por reivindicar su derecho a la igualdad de género han recibido descalificaciones, insultos y ataques de todo tipo. LONDRES.- La judoca Wodjan Al Seraj-Abdularahim Shaherkani logró permanecer 82 segundos en el tatami el viernes 3 durante su combate en la categoría de los pesos pesados. Fue derrotada sin pena ni gloria por la puertorriqueña Melissa Mojica. Sin embargo, su fugaz aparición hizo que esa joven de 16 años entrara en la historia por ser la primera mujer saudita que participó en Juegos Olímpicos.­ Cinco días más tarde, el miércoles 8, su compatriota Sarah Attar también hizo historia al correr los 800 metros pero pasó inadvertida. A diferencia de la de judo, la Federación Internacional de Atletismo autoriza que las atletas musulmanas compitan con el cabello cubierto por una bufanda. Acompañada por su padre, Shaherkani llegó crispada a la competencia. No era para menos, pues desde 10 días atrás se había convertido, involuntariamente, en la causa de graves disputas entre las autoridades deportivas sauditas y Marius Vizer, presidente de la Federación Internacional de Judo. Periodistas, fotógrafos y camarógrafos del mundo entero tomaron por asalto la sala de torneos. La joven lloró en los brazos de su padre al final del encuentro mientras que, solidario, el público aplaudía su proeza extradeportiva: pasar súbitamente del anonimato a una exposición mediática despiadada. Encontrarse en la mira de la prensa internacional no fue el único suplicio de esta competidora. Desde su aparición en la ceremonia de apertura de estos juegos, cerrando la marcha de la delegación saudita junto con Sarah Attar, ambas tapadas de pies a cabeza por sus abayas negras, las dos atletas fueron objeto de insultos y obscenidades por parte de sus paisanos en las redes sociales. El hostigamiento de los internautas sauditas llegó a tal punto que el padre de Shaherkani dijo al diario libanés francófono L’Orient le jour que demandaría a los detractores de su hija “por manchar su honor en la web”. Preciso que ya había pedido auxilio al príncipe Ahmad ben Abdel Aziz, ministro saudita del Interior. La controversia alrededor de la judoca empezó el pasado 25 de julio cuando Vizer anunció públicamente que, conforme al reglamento de la Federación Internacional de Judo, la joven estaba obligada a combatir sin velo. El padre de Shaherkani amenazó con llevarse a su hija a casa y la delegación saudita con regresarse a Riad. El presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Jacques Rogge, convocó una junta de emergencia con Vizer y los dirigentes deportivos sauditas, cuyos resultados no se difundieron. El viernes 3, la judoca llegó al tatami con un gorro de goma negro parecido al que utilizan los nadadores.   Las reglas islámicas   El 12 de julio último, Arabia Saudita anuncio que incluiría a dos mujeres en su delegación olímpica. El príncipe Nawaf ben Fayçal, responsable del deporte saudita, impuso condiciones drásticas a las atletas: debían vestir la indumentaria islámica; estar siempre acompañadas por un pariente cercano, masculino por supuesto, y por ningún motivo mezclarse con hombres de su propia delegación ni de ninguna otra. El presidente del COI aceptó, sin sospechar que Vizer invocaría el capítulo 50 de la Carta Olímpica que prohíbe cualquier demostración política, religiosa o racial en los juegos, así como al reglamento de la federación que dirige. No se supo cómo Rogge logró doblegar al testarudo austriaco. Las tensiones entre el COI y Riad comenzaron en junio de 2010 con los primeros esfuerzos diplomáticos de Rogge para convencer a Arabia Saudita, Qatar y Brunei de la necesidad de enviar mujeres atletas a los Juegos Olímpicos de Londres. Qatar y Brunei se mostraron receptivos, mientras que Arabia Saudita seguía renuente. En agosto de 2010, Dalma Muhsin fue la sorpresa de los primeros Juegos Olímpicos de la Juventud, celebrados en Singapur, debido a que ninguna saudita había participado en una competencia internacional. Por si eso fuera poco esa amazona de 18 años gano una medalla de bronce en equitación. Sin embargo, su presencia no modificó la posición ultraconservadora del régimen saudita; únicamente reflejó sus contradicciones internas. En realidad el mismo rey Abdalah fue quien insistió para que la joven compitiera. Dalma se presentó a título personal sin el menor apoyo de las autoridades olímpicas de su país que no celebraron su medalla. Dalma es hija de Arwa Mutabagani, una apasionada de la equitación que vive gran parte del tiempo en Italia con su familia. En 2008 fue autorizada a formar parte de la Federación Saudita de Equitación. Hasta la fecha es un caso único ya que las 29 federaciones deportivas del país sólo aceptan a hombres, según explica Christoph Wilcke, autor de un informe de Human Rights Watch publicado el pasado 25 de febrero con un título bastante explícito: Escalera del Diablo: negación del derecho de las mujeres y niñas a practicar deportes en Arabia Saudita. Los contactos discretos y al parecer cada vez más difíciles entre el COI y las autoridades sauditas no dieron mayores resultados. Por ello, Anita DeFranz, presidenta de la Comisión Mujeres y Deportes del COI se lanzó a la batalla. Pidió que Arabia Saudita sea excluida de los Juegos Olímpicos mientras discrimine a las mujeres, tal como procedió con Sudáfrica en tiempos del apartheid o con Afganistán cuando gobernaban los talibanes. Su postura causó confusión y malestar en la cúpula olímpica que suele matizar sus declaraciones públicas, y cuyas finanzas dependen bastante de las multinacionales relacionadas con las ricas monarquías del Golfo Pérsico.   Argucias   En julio de 2011 Sandrine Tonge, vocera del COI, declaró a HRW: “El órgano de gobierno del COI no da ultimátum ni plazos, sino que cree que se pueden conseguir importantes avances mediante el diálogo.” A principios de 2012 el régimen saudita pareció hacer una concesión: aceptó que la caballista Mushi participara en los juegos de Londres siempre y cuando acudiera como invitada por el COI, y no como integrante de la delegación deportiva de su país. El COI no aceptó. El Comité Olímpico saudita anunció entonces que autorizaría la participación de mujeres que lograran calificarse para los juegos. Se trataba de una trampa ya que las mujeres de este país no tienen derecho a practicar deportes. Sólo pueden entrenarse aquéllas que viven fuera de Arabia Saudita. Es el caso de Sarah Attar, quien radica con su familia en Estados Unidos. En cambio, Wodjan Al Seraj-Abdularahim Sha­herkani vive en Arabia Saudita. Sólo pudo entrenarse en casa con su padre, árbitro de judo, y su hermano. Antes de las olimpiadas no había practicado su deporte fuera del tatami familiar. El Comité Olímpico Nacional de su país no asumió los gastos de su viaje y de su estadía a Londres. Todo corrió a cargo de su padre, según lo explico él mismo a L’Orient le Jour. Pero a Jacques Rogge no le importan esos detalles. Los juegos de Londres son sus últimas olimpiadas. Lo que más le interesa es dejar la presidencia del COI vanagloriándose de un triunfo: por primera vez en la historia moderna de este evento, los 22 países árabes que participan en esa justa lo hacen con delegaciones mixtas. “Más extraordinaria aun –repite incansablemente Rogge– resulta la presencia de 18 atletas femeninas oriundas de las seis monarquías del Golfo Pérsico”. Las concesiones del rey Abdalah y del príncipe Nawaf ben Fayçal causaron revuelo en el país que fue sacudido por los tímidos esfuerzos de modernización del príncipe Faisal bin Abdallah, ministro de Educación. El príncipe sólo pudo aludir a una nueva “estrategia” para que las alumnas de escuelas primarias, segundarias y universidades tengan acceso a la educación física y los deportes. Hasta ahora no ha logrado explicar en qué consiste dicha estrategia, ni mucho menos la ha puesto en práctica. En su informe de HRW, Christoph Wilcke presenta algunos de los argumentos contra el deporte femenino esgrimidos por las más altas autoridades religiosas del país. El Jeque Abd al-Karim al-Khudair, miembro del Consejo de Autoridades Académicas Religiosas, máximo órgano religioso del país, habla de “la escalera del Diablo que conduce a la corrupción moral”. Por su parte, el jeque Abdhulah al-Mani, integrante del mismo Consejo, piensa que las “niñas vírgenes podrían resultar seriamente afectadas al saltar y brincar durante partidos de futbol y de basquetbol.­ Magnánimo, el líder religioso acepta que las mujeres practiquen otros deportes, no precisa cuales, siempre y cuando lo hagan en lugares cerrados, sin presencia masculina alguna y vistiendo ropa ancha y larga. El jeque Salih al-Luhaidan, otro integrante del consejo, dice que nada impide que las mujeres tengan la posibilidad de hacer deportes bajo ciertas condiciones, pero que los clubes deportivos femeninos no son “decentes desde un punto de vista islámico”. Especifica que “lo mejor que puede hacer una mujer musulmana es quedarse en su casa”. Y sentencia: “Mi consejo es que un hombre no permita que su hija frecuente un club deportivo, que un esposo lo prohíba a su esposa y que un hermano haga lo mismo con su hermana”.   Restricciones   En el estudio de HRW, Wilcke menciona un documento difundido en internet por un grupo de religiosos bastante rigoristas. Éstos afirman que una mujer no puede practicar lucha grecorromana porque “acabará perdiendo su feminidad pareciéndose a un hombre. Además, no puede dejar al descubierto sus partes íntimas”. El activista aclara que los religiosos aluden al cuerpo y no a los genitales de la deportista. Estos jeques determinan que la necesidad imperiosa de quedar con el cuerpo totalmente cubierto excluye la natación, el futbol y el baloncesto. Recuerdan que una mujer tiene prohibido asistir a un partido o a una competencia deportiva si no la acompaña un pariente. Subrayan que no puede sacrificar sus deberes religiosos, sus tareas domésticas o sus obligaciones familiares con tal de tener tiempo para hacer deportes. La mejor solución, afirman los religiosos, es que la mujer haga un poco de deporte en su casa siempre y cuando se lo permitan su marido y sus hijos. Incluso van más lejos. Estiman que el deporte femenino le costaría mucho dinero a la familia y al Estado y que esa inversión es del todo inútil. Consideran que el deporte es peligroso porque llega a interrumpir la regla de las jóvenes y puede acabar con su fertilidad. El deporte también es pernicioso, advierten, porque cambiarse de ropa en presencia de otras mujeres puede inspirar conductas sexuales ilícitas. Mas grave aún, recalcan, es que Arabia Saudita no cuenta con profesores de educación física o de deportes profesionales, por lo que tendría que contratarse a extranjeros. Semejante convivencia, sostienen, no es compatible con los preceptos morales islámicos. La participación de mujeres sauditas en competencias deportivas como los Juegos Olímpicos, horroriza literalmente a los jeques. “Es el peor instrumento de corrupción de las mujeres”, dictaminan. No obstante, existen autoridades religiosas un poco más abiertas. El jeque Ali Abbas al-Hikmi, del mismo Consejo de Autoridades Académicas Religiosas se atreve a afirmar que el deporte femenino es una “necesidad islámica” tan buena para la mente como para el cuerpo. Brega a favor de la creación de clubes deportivos para las mujeres advirtiendo que no deben mezclarse con hombres ni exhibir sus cuerpos. Enfatiza Wilcke: “Los defensores del derecho de la mujer a practicar deportes se apoyan en un precepto del califa Omar bin al-Khattab que dice: ‘Enseñen natación, tiro con arco y equitación a sus hijas’”. Numerosas mujeres sauditas recitan ese precepto para demostrar que el deporte no va contra el Islam. La princesa Basla bin Sa’ud bin Abd al-Aziz, nieta del fundador del reino saudita e hija del rey Sa’ud, recalcó en una entrevista con la agencia de prensa alemana DPA, en 2010, que prohibir el deporte para las niñas y mujeres es “contrario al pensamiento del profeta Mahoma”. En semejante contexto no es de asombrarse que la educación física y los deportes aparezcan como sueños lejanos para muchas niñas y mujeres sauditas. De acuerdo con el informe de Human Rights Watch citado, sólo algunas escuelas privadas tienen clases de educación física. Las escuelas públicas carecen de ese tipo de enseñanza. Afirma Wilcke: “Documentamos prácticas discriminatorias por parte de la Presidencia General de Bienestar Juvenil, un ministerio dedicado a la juventud y los deportes, en el otorgamiento de licencias para gimnasios. Esa institución sólo presta apoyo a clubes exclusivos para hombres. De los 153 que ayudó a crear en todo el país, ninguno fue concebido para mujeres”. Sólo las universidades para hombres tienen instalaciones deportivas. En las femeninas son casi inexistentes. Una de las entrevistadas por Wilcke comenta que la nueva universidad Nora bint Abdulrahman, que acoge a 40 mil estudiantes y que fue inaugurada en 2010, cuenta con salas de deportes. Hasta la fecha permanecen herméticamente cerradas. HRW menciona que existen tres enclaves en el país donde algunas privilegiadas pueden tener una vida normal. Una de ellas es la inmensa sede de la empresa petrolera nacional ARAMCO que se encuentra en Khobar, en la Provincia Oriental. En ese lugar trabajan juntos sauditas y extranjeros, muchos de ellos estadunidenses, mujeres y hombres. Todos comparten las mismas instalaciones deportivas, las mismas tiendas, los mismos restaurantes. El otro oasis es la American School, que sigue el modelo de los establecimientos docentes de Estados Unidos. Se encuentra en Riad y aunque no es mixta cuenta con un gran centro deportivo en el que las estudiantes practican todo tipo de actividades físicas. El tercer paraíso se encuentra en Jeddad, segunda ciudad más importante del país ubicada a la orilla del Mar Rojo. Por un milagro que no explica HRW, la ciudad cuenta con el Jeddah Club, el único club de basquetbol femenino que existe en el país. Fuera de esas tres excepciones las mujeres sauditas con medios económicos pueden acudir a llamados centros de fitness, que el gobierno puede cerrar a su antojo o comprar bicicletas fijas si se lo autorizan sus maridos. Las demás sueñan y engordan. HRW señala que en los últimos años en Arabia Saudita se registró un fuerte incremento de los índices de obesidad, especialmente entre mujeres, al igual que de otras enfermedades relacionadas con el sobrepeso como diabetes y problemas cardiovasculares. Según afirma un artículo publicado en 2011 en la revista estadunidense Obesity Review, entre 66% y 75% de los adultos del país y entre 25% y 40% de los niños y adolescentes tienen sobrepeso o son obesos. El problema no es nuevo, pero se agudizó porque la dieta saudita cambio con la influencia occidental y el consumo de productos estadunidenses nocivos para la salud. De hecho, algunos defensores sauditas del deporte femenino utilizan el argumento de la discriminación de género para llevar su lucha, sino que hablan de la urgencia de enfrentar ese problema nacional de salud. Esta postura no la comparten las feministas occidentales que apoyan el combate por la emancipación de las mujeres de las monarquías del Golfo Pérsico y que consideran que en pleno siglo XXI la presencia en Londres de 18 atletas oriundas de estos países que en su mayoría compiten con un velo cubriéndoles la cabeza, dista mucho de ser un triunfo.

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