Gore Vidal: Estados Unidos y México

viernes, 17 de agosto de 2012 · 23:54
Dos meses antes de cumplir 87 años, Eugene Luther Gore Vidal (novelista, ensayista, dramaturgo y activista político, autor de más de 60 libros) falleció en Los Ángeles, California, a causa de una neumonía. Pudo haber sido presidente de Estados Unidos pero, como bien ha dicho Hillel Italie, de Associated Press, “en vez de detentar el poder, se ganó la vida desafiándolo.” MÉXICO, D.F. (Proceso).- Por su cultura, por la chispa y elegancia de su prosa, por la agilidad de su ingenio ante el público, por su naturaleza provocativa (“nunca pierdo una oportunidad para tener relaciones sexuales o para aparecer en la televisión”), por su brillo en la vida social, por su poderosa inteligencia crítica, Gore Vidal, uno de los más grandes narradores norteamericanos contemporáneos, constantemente hacía recordar al extraordinario Oscar Wilde. Por fortuna, a diferencia de éste, que murió expatriado, solo y en la ruina económica, Vidal terminó sus días disfrutando de un enorme aprecio y reconocimiento tanto en su patria como en el extranjero. Se dio a conocer entre los lectores a los 19 años, edad en la que publicó su primer libro. Y con el paso del tiempo, siempre de manera creciente, sobresalió como novelista, como comentarista literario, como cronista moral y político de los Estados Unidos. Fue, particularmente en estos últimos años, uno de los más severos críticos de la vida política de su país. No vaciló en denunciar el régimen de George W. Bush y Dick Cheney como una junta militar, fruto de la privatización de la democracia a manos de las grandes corporaciones financieras. (“Podemos, sin temor a equivocarnos, culpar a ciertos traficantes de petróleo y gas que secuestraron al gobierno desde la presidencia hasta el Congreso y de ahí, en forma por demás ominosa, al aparato judicial.”) Vidal, que toda su vida estuvo a favor de los demócratas, consideraba la imposición del gobierno republicano de George Bush hijo como el fin de la república norteamericana, y no se explicaba por qué Al Gore (“mi primo, sí, aunque no es algo de lo que ande presumiendo por las calles”) no había exigido el recuento total de la votación en el estado de Florida, dato que resultó decisivo para el ascenso de Bush hijo a la presidencia. (“Los Gore hemos sido belicosos siempre. Yo siento que fui destinado para la lucha.”) Y vaya que Gore Vidal sabía desde niño de la vida política de su país. La deficiente vista de su abuelo, el senador demócrata Thomas Gore, lo obligaba, a los ocho años de edad, a leerle obras sobre ley constitucional lo mismo que los registros de las sesiones en el senado. Y libros de historia. Su interés por la historia se remontaba a esa época. Por esa conciencia de la historia le escandalizaba la desinformación o franca ignorancia de la mayoría de sus compatriotas. “Vivimos en los Estados Unidos de Amnesia”, solía decir. Pero varias veces comentó que durante la presidencia de Bush hijo los Estados Unidos habían sido sometidos a algo mucho peor que la desinformación y el olvido: una lobotomía. Vidal invirtió una inmensa parte de su energía en la última década para denunciar lo que había pasado con el país que se decía paladín de la democracia (“Nunca un gobierno estadunidense, desde el ataque de 1846 contra México para apoderarse de California, había sido tan abiertamente rapaz”) y escribió dos libros que a nosotros, condenados a una perenne vecindad con los Estados Unidos, deben por todo motivo interesarnos: Perpetual War for Perpetual Peace: How We Got to Be So Hated (2002) e Imperial America: Reflections on the United States of Amnesia (2005). Poca gente podría haberlo hecho mejor que él, pues además de conocer la historia de los Estados Unidos, Vidal conocía al dedillo a la élite norteamericana, y sabía quién estaba vinculado con quién y por qué y cómo funcionaban los negocios entre las esferas financiera y política.   II Hace casi 40 años, en el otoño de 1974, Gerald Clarke, el notable biógrafo de Truman Capote, entrevistó a Gore Vidal para The Paris Review, y la primera pregunta que le hizo fue, “¿Cuándo comenzó a escribir?” “Supongo –contestó Vidal– que a los cinco o seis años, cuando aprendí a leer. Pero, en realidad, no puedo recordar una época en que no escribía.” Y le cuenta a Clarke que comenzó a escribir su primera novela a los siete años, y que entre los 14 y los 19 había empezado y abandonado seis novelas, casi todas en los primeros capítulos, con excepción de la última, que fue su intento más extenso: –Se trataba de alguien que había desertado del ejército –lo que sin duda reflejaba mi estado de ánimo, puesto que durante la Segunda Guerra Mundial yo estaba en el ejército (de los 17 a los 20 años). Desafortunadamente, mi protagonista desertaba y se iba a México. Y como yo jamás había estado en México, me vi obligado a detenerme. Gore Vidal vendría varias veces a nuestro país en el curso de los siguientes años, tanto para vacacionar en Acapulco como para conocer la Ciudad de México, visitar a antiguos conocidos (como Dolores del Río) o con motivo de alguna invitación de índole más bien profesional: en 1977 o 1978 Vidal vino a México para participar en uno de los programas de la serie de televisión Encuentro, patrocinados por Televisa. Quien impulsó esa invitación fue el escritor e investigador Miguel Capistrán, quien era asesor cultural y encargado de relaciones públicas de esa serie. Desafortunadamente –tanto para el programa como para Gore Vidal– Capistrán renunció a ese trabajo antes de que el novelista viniera a México y, cuando llegó, nadie sabía bien a bien quién era ni qué hacer con él. La visita concluyó con un gran disgusto de Vidal, quien –cuenta Capistrán– al final de su estancia se encontró con la sorpresa de que nadie se hacía cargo de su cuenta en el hotel. Es una lástima que Vidal no haya escrito por lo menos una viñeta de esa estadía. Quizá por eso, cuando escribió Duluth, su decimonovena novela (1984) –una sátira fantástica, a ratos descabellada, en la que se mezclan sociedades de terroristas aztecas y platillos voladores– Vidal empleó con toda malicia una delirante serie de estereotipos que reflejan la enorme nube de prejuicios de los norteamericanos hacia nuestro país.   III En México, pensar en Gore Vidal es pensar en Carlos Monsiváis y en José Joaquín Blanco, sus dos mejores lectores y sus más importantes comentaristas y divulgadores. Al entusiasmo de ellos se debe la publicación de textos de Vidal en la Revista de la Universidad de México, en Nexos, en La Cultura en México. Monsiváis fue quizá quien dio por primera vez noticia entre nosotros de un libro de Vidal con su reseña sobre Myra Beckinridge –novela que le dio a su autor fama de pornógrafo–, publicada en octubre de 1968 en el suplemento La Cultura en México, de la revista Siempre! Y Vidal correspondió a la admiración de Monsiváis con un discreto elogio en el curso de una entrevista que Silvia Lemus le hizo para Canal 22 en julio de 2006. Pero quien ha sido su más devoto y puntual lector es José Joaquín Blanco, que suele citarlo en ensayos, artículos y entrevistas y le hizo un declarado homenaje (“Un mesías en Iztacalco”) en su libro de crónicas Función de medianoche, además de traducir varios de sus ensayos. Su estupenda semblanza sobre Vidal, “El clasicismo del rebelde”, puede leerse en la red con sólo escribir el título.   IV “En cuanto a ser recordado, me interesa muy poco la idea de la posteridad. Basta con pensar en los millares de años de literatura egipcia completamente perdidos. Qué sobrevive y qué no es sencillamente una cuestión de azar, y no puede preverse. Lo único que me importa es lo que debo hacer cada mañana, y hacerlo. En eso estoy.”

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