De mandatos y mandatarios

sábado, 17 de noviembre de 2012 · 20:01
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Al filo de los estertores del gobierno de Felipe Calderón y de la cuestionable toma de posesión de Enrique Peña Nieto, se imponen algunas reflexiones emanadas de la vocación de esta columna y, por qué no, algunas predicciones entre las que nos será arduo conciliar la rabia con el pesimismo y el rencor con el abatimiento. Sólo desde el grupúsculo de acaparadores, tanto de las ubres gubernamentales como de los privilegios que se obtienen por la explotación y el envilecimiento de terceros, pueden surgir fanfarrias; para los demás, los ubicuos desposeídos y las hordas de ciudadanos que habitamos el desprecio, el tránsito por los sexenios del panismo nos resultó igual de infausto, igual de desentonado, que los peores años del priismo, inclusive se agudizaron nuestros trastornos y desconciertos. Inútil negar que la perspectiva del retorno del partido que ha empuñado la batuta de la expoliación nacional con la mayor maestría de que se tenga memoria --con aún mayor cinismo e hipocresía que encomenderos, virreyes y emperadores--  nos suene trágico, con los matices propios de un réquiempor la esperanza o de un himno para la resignación. Si la conducción de Calderón Hinojosa al frente de la masa de gobernados fue la de un sordo que impuso sus pareceres con autoritarismo y cerrazón, el ascenso al pódium de Peña Nieto tendrá por tónica incultura, intransigencia y banalidad, con las dosis de verborrea y coprolalia con que ha adquirido notoriedad. ¿Podría caber una refutación? ¿Existe algún indicio, por exiguo que fuere, que nos ayude a retractarnos? ¿Hay manera de enmudecer ante las augustas torpezas que han poblado de muerte y desolación los horizontes de la patria…? Tracemos, entonces, ulteriores paralelismos para enmarcar a ambas figuras en el contexto simbólico que les corresponde o, mejor dicho, en aquel que han sabido labrarse: El presidente del empleo y de la lucha frontal contra la delincuencia se movió en el escenario con la intemperancia de los malos directores de orquesta. Sus ademanes fueron imprecisos y atrabiliarios, típicos de aquellos que no escuchan nada y se desempeñan en un cargo para el que no están capacitados. Para mantenerse en pie acudió a la trampa, para convencer recurrió a la fuerza. Aquí estamos constreñidos a incluir la labor de sus asistentes, donde destacó la improvisación y el empecinamiento de muchos de los sujetos adscritos a “promover” la cultura. Baste recordar, como ejemplo, la gestión del aficionado a la música --entiéndase el abogado que tomó algunas lecciones de piano sin lograr siquiera leer simultáneamente las dos claves requeridas-- que se obstinó, asegundado también por los funcionarios que lo sucedieron, en “remodelar” el teatro más emblemático del país. A sus ínfulas de conocedor se aunó su índole facciosa, dando como resultado un dispendio aberrante --con esa suma podrían haberse construido un par de nuevos teatros-- erogado sin consenso y un entullecido trabajo realizado por advenedizos. El ultraje al patrimonio de la nación, como de costumbre, logró disimularse con las componendas y la desmemoria consabidas. ¿Y qué podemos anticipar sobre Peña Nieto? ¿Necesitamos aguzar nuestro ingenio para suponer lo que nos deparará su estadía en Los Pinos? En cada una de sus iniciativas, si es que en realidad logrará hacerlas pasar como suyas, asistiremos a remozados espectáculos del oprobio y la simulación. Antes de salir a escena estudiará en el espejo los movimientos que mejor lo hagan lucirse, dejando de lado la molesta tarea de analizar la partitura para saber cómo interpretarla, pues no dispone de los estudios para lograrlo ni tampoco de las ganas. Pudo comprobar que el emporio televisivo que consolidó su candidatura estará siempre listo para encubrir sus pifias y maquillar su ineptitud. Cuando se pierda en pleno concierto tendrá un “chícharo” metido en la oreja que lo ubicará en el compás al que reconocerá por los colores aplicados a las notas, no porque pueda descifrarlas. Al momento de programar las futuras temporadas o, peor aún, de orquestar las acciones que puedan justificar su onerosa permanencia como titular del ejecutivo, recurrirá a otros aficionados que se dicen amantes de la cultura y del arte sonoro en particular. Uno de estos, que ya ha vuelto a enseñorearse por proscenios y bambalinas fue, nada menos, que el responsable de haberle dado vida al postrero capricho del salinismo, construyendo uno de los más resonantes monumentos al empirismo y la estulticia. Hablamos del Centro Nacional de las Artes, cuyo conservatorio --hoy Escuela Superior de Música-- se erigió con sumas astronómicas y no contó con los más elementales criterios que deben imperar en un centro de enseñanza para músicos. La lista de anomalías es tan extensa que podemos abreviarla asentando que fue el proyecto de un arquitecto ególatra que no pensó que fuera necesario consultar a los usuarios para enterarse de sus requerimientos y necesidades específicas. Si la “Esquela” de Luz y las pilas de cadáveres fueron el legado más visible de Calderón, para Peña Nieto no sobrarán las motivaciones para hundir a las nuevas generaciones en una pobreza educativa que armonice con aquella que lo originó. Su enciclopédica ignorancia deberá ser piedra de toque de los postulados de una renovada Secretaria de Educación Pública. Todo lo que huela a historia y filosofía acabará de desterrarse de las aulas, y para aquello con resabios de instrucción artística se apelará al recurso de seguirlas manteniendo como materias optativas, es decir, dispensables. ¿Para qué habríamos de forjar a ciudadanos con una sensibilidad cultivada y un espíritu crítico afinado? ¿No son más que suficientes los contenidos que enarbolan los consorcios televisivos?... Asimismo, asistiremos a la tergiversación sistemática de géneros diversos: las óperas serán sustituidas casi en su totalidad por telenovelas y la música de concierto sufrirá una asfixia más aguda merced al Pop y a las peores manifestaciones de lo invisible. Se volverá todavía más prioritario darle a la prole el forraje intelectual que demanda su graduado adocenamiento. Por cierto, el mencionado teatro de Bellas Artes terminará por adaptarse a las necesidades de Televisa. ¿Estamos inquietos por la inminencia de una devaluación del peso? Démoslo por descontado: la andadura de nuestro poder adquisitivo manifestará un aumento progresivo de bemoles. Llegada la hora de la transición presidencial, podremos estar seguros de que la invocada tersura será otra más de las mentiras, la orquesta no podrá seguir tocando debido a que los primeros atriles serán sustituidos por otros, igualmente incompatibles con la función que deben desempeñar. A propósito de esto último, los verbos empeñar y despeñar serán mayormente socorridos por la lírica mexicana y las canciones de gestas de trovadores y juglares. Por supuesto, también por los narcocorridos y por mantas, pancartas y tweets. En cuanto a la despedida del próximo expresidente tenemos algunas sugerencias musicales que le harán menos hostil el nuevo hábitat: En primer termino una obra de Rodolfo Halffter titulada Huésped de las nieblas.(1) Para las noches de insomnio le recomendamos la contratación de algún cuarteto de cuerdas que interprete con insistencia la obra de Manuel Enríquez, a quien se reconoce por su especialización en retratar con sonidos la realidad más cruenta de México.(2) Y para sus despertares nos permitimos insistir en el infaltable consumo de Misas de Difuntos. La selección es vastísima. Tocante a la marcha que debe acompañar el ingreso del gabinete entrante aconsejamos otras composiciones de Enríquez que vienen muy a tono con el espíritu festivo: Se trata de los trozos Aleatorio y Bailable de su Concertino para orquesta.(3) Sólo nos resta acatar los mandatos de un destino ineluctable que se ha puesto en manos de un gesticulador que por su atildada capilaridad subestima lo que va debajo. Recibámoslo con el entusiasmo a cuestas. Al fin y a cabo, seis años no son nada…   (1)   Escúchela pulsando el Audio 1 (Rodolfo Halffter: Huésped de las nieblas para flauta y piano. (1982) Guillermo Portillo, flauta. Luis Jaime Cortés, piano. QPO11, 1996) (2)   No deje de degustarla pulsando el Audio 2. (Manuel Enríquez: Cuarteto II (1967) Cuarteto Latinoamericano. SACM, INBA, CENIDIM, sin fecha) (3)   Se hace particular énfasis en escucharlas con detenimiento y fruición. Pulse los Audios 3 y 4. (Manuel Enríquez: Aleatorio y Bailable del Concertino para orquesta. Orquesta Juvenil de México. Fernando Lozano, director. DIF, CONACULTA, 1994)

Comentarios

Otras Noticias