En la búsqueda de una sociedad de conocimiento y de innovación

viernes, 7 de diciembre de 2012 · 14:42
A Víctor y María. Por su inquebrantable espíritu universitario. MÉXICO, D.F. (Proceso).- En la Universidad de Bolonia, una de las más antiguas del mundo (siglo XII), se alberga una de las colecciones científicas de mayor relevancia acopiada por el Istituto delle Scienze, fundado en 1711 por Luigi Ferdinando Marsili. La formación de estas colecciones se inició en los albores del siglo XVI, con el teatro de la naturaleza de Ulisse Aldrovandi, y continúa, entre otros, con los laboratorios impulsados por Luigi Galvani y las ceras anatómicas creadas por Anna Morandi y Giovanni Manzolini, que fueron pioneras en su tiempo. En 1540, en Pisa y en Padua, se crearon los primeros jardines botánicos, a los que les sucedió en 1593 el Jardín de Plantas de Montpellier. Ya en el siglo XVI aparecieron en los anfiteatros de las facultades de medicinas, junto con los modelos de cera, los primeros materiales osteológicos. En el siglo XV, Elias Ashmole dona su colección de objetos de relevancia científica, los cuales quedaron albergados en un edificio que fue construido en 1683 y en cuyo sótano se desplegó uno de los primeros laboratorios de química. En la actualidad, posee una colección única en el ámbito universal de instrumentos de matemáticas: 150 astrolabios y más de 700 cuadrantes solares. Las colecciones científicas se replican en toda Europa y en Estados Unidos, y su enumeración parece no encontrar fin; Estrasburgo, Berlín, Leipzig, Ámsterdam, Utrecht, Harvard, Yale, Duke, entre otras muchas. En las Américas hay registros de que las sociedades precolombinas tenían colecciones de estudio. Más tarde, en pleno periodo colonial, Carlos III, un déspota ilustrado tardío, impulsó la recolección y el desarrollo de las colecciones científicas. Ya en pleno siglo XXI, en diciembre de 2005, en un comunicado difundido entre sus países miembros, el Consejo de Europa consideró que el patrimonio científico universitario estaba adscrito al cumplimiento de las responsabilidades morales, administrativas y jurídicas más sensibles de las universidades. La reseña anterior conduce a unas primeras conclusiones: los grandes avances científicos no podrían haberse fraguado si los especímenes no hubieran estado disponibles oportunamente. Las colecciones científicas pertenecen a la humanidad, por lo que deben militar en la transparencia del conocimiento científico universal. Al margen de su valor patrimonial, han sobrevivido a las peripecias de la vida de las instituciones y se han convertido en archivos irremplazables para el estudio y la investigación que aseguran el avance de la ciencia; son vínculos esenciales entre la historia y el patrimonio universitario, y entre el patrimonio universitario y la innovación. En la actualidad, son las colecciones científicas las que han situado en el debate ciudadano el vínculo entre ciencia y sociedad, ya que son elementos determinantes en la articulación de una política de cultura científica y técnica, indispensable para el desarrollo social. Este es el vértice de su mediación cultural que impele a la Universidad a cumplir con su misión ciudadana. Las colecciones científicas abren espacios de debate y de intercambio que dan a la ciencia una dimensión social y cultural. El énfasis es necesario: la aprehensión de la ciencia se realiza no solamente a través del aprendizaje científico, sino mediante sus múltiples formas de expresión. (Sébastian Soubiran)   La memoria científica   Elaborar una tipología de las diferentes colecciones científicas es una tarea muy compleja debido a la gran diversidad que entrañan; una diversidad que proviene no sólo de la naturaleza de sus componentes, sino del empleo que se les da, de las diferentes ramas del conocimiento a las que pertenecen e incluso de la forma en la que se puede tener acceso a ellas. Para articular una política de valorización de estas colecciones debe considerarse dicha heterogeneidad y su misma dinámica. Las universidades responden­ a los reclamos y necesidades sociales y han debido adaptarse a las metamorfosis sociales de las últimas décadas. El desarrollo de la investigación no ha sido diferente: es heterogéneo y particular de cada sociedad, y la formación de las colecciones científicas no lo ha sido menos. Las colecciones científicas están asociadas irremediablemente a procesos sociales y participan de una necesidad actual: el reconocimiento, por parte de la sociedad mexicana, del patrimonio universitario y su valorización, que dista mucho de ser flagrante (Sébastian Soubiran). De entre muchas instituciones culturales, la universitaria obliga a la reflexión sobre las necesidades sociales que debe satisfacer. Esta función social que cumple le da a las universidades una referencia social privilegiada y las distingue con un carácter único que determina su identidad; las colecciones científicas crean su sistema de conocimiento y una memoria científica organizada. Nuestras universidades son los centros naturales de creación científica y el vehículo idóneo para la trasmisión del conocimiento. En el paisaje cultural mexicano, las colecciones científicas tienen una presencia relevante, precisamente por su especificidad, que debe ser reconocida y valorada. Es su pertinencia en la creación del conocimiento científico la que hace que emerja una conciencia progresiva de valorización. La creación científica y la transmisión del conocimiento obligan a procurar la valorización y salvaguarda del patrimonio científico contemporáneo (Sébastian Soubiran). Las colecciones científicas no pueden reducirse a simples “vitrinas de presentación” (Dominique Ferriot y Marta Lourenço): son el eje de la difusión científica y técnica, de las tareas de los científicos de ayer y de hoy en la creación de conocimiento, de las prácticas y condiciones sociales de la creación científica, de las diferentes concepciones de las herramientas científicas. A las universidades les corresponde la guarda y custodia de este patrimonio cultural material e inmaterial.   Colecciones en busca de un destino   La historia de la ciencia es una historia inconclusa y sin fin, y en esa forma debe ser reseñada y explicada. Es sintomático que el debate sobre las colecciones científicas se haya dado exclusivamente en Estados Unidos y en Europa, con exclusión de Portugal y de España. Las universidades deben considerar su patrimonio cultural como un vehículo que les permita reafirmar su función social, su identidad, pero, más aún, su legitimidad. Las colecciones científicas deben ahora, más que nunca, fomentar la investigación interdisciplinaria aplicada bajo los fundamentos de la responsabilidad, la conciencia de su especificidad, su pertinencia en la transmisión de conocimiento y la formación científica. Las universidades están llamadas a convertirse en las protagonistas en la difusión de la cultura científica y técnica. Las colecciones científicas son sus vectores esenciales. La acción cultural en las colecciones científicas resulta necesaria y capital en el paisaje cultural mexicano, lo que les asegura la viabilidad de su preservación. El enorme reto es definir el proyecto de las colecciones que satisfaga las necesidades contemporáneas de la investigación científica y que, simultáneamente, abra un espacio para la sociedad. Pero igualmente claro resulta que el Estado mexicano no puede sustraerse de esta responsabilidad. Más aún, debe asegurar que la sociedad mexicana se allegue las condiciones necesarias para convertirse en una sociedad de conocimiento y de innovación.   Doctor en derecho por la Universidad Panthéon Assas.

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