Entre las cenizas: Historias de vida en tiempos de muerte

miércoles, 19 de diciembre de 2012 · 13:13
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Entre las cenizas es un libro colectivo y proyecto multimedia que recupera las historias de resistencia, solidaridad y esperanza protagonizadas por mujeres y hombres anónimos quienes sufrieron la violencia desatada durante la guerra contra el narcotráfico, superaron el miedo paralizante y se organizaron con otros contra la muerte y por la vida. Protagonistas de este libro que recupera la esperanza son las madres-detectives que buscan a sus hijos desaparecidos; la red de sanadoras de almas de sobrevivientes de masacres; las víctimas que salieron a las calles y obligaron al presidente a verlas; la comunidad indígena que se opuso a los narcotalamontes; los religiosos y laicas que protegen a migrantes en su camino al norte; los periodistas que armaron estrategias para protegerse; los padres que honran la memoria de sus hijos asesinados; los indígenas que nos enseñan una nueva forma de hacer justicia; los tuiteros y blogueros que salvan vidas y nombran víctimas; los colectivos que arrebatan a los jóvenes pandilleros de los cárteles de la droga. Es un proyecto de la Red Periodistas de a Pie (www.periodistasdeapie.org.mx), coordinado por Marcela Turati y Daniela Rea, formado por 10 capítulos y 10 videos que muestran las historias de resistencia y solidaridad, evidencia la capacidad de las víctimas para renacer, organizarse con otros y delinear un futuro distinto. Este libro intenta abonar a la construcción de paz y plantear pistas para la recuperación del País, y trascender el horror paralizante desde el que ha sido registrada la narcoviolencia. En el primer capítulo, “El pueblo que espantó al miedo”, Thelma Gómez Durán viaja a Cherán donde los habitantes, alrededor de las fogatas, retomaron sus formas antiguas de organización para enfrentar a los talamontes protegidos por el crimen organizado que devoraron los bosques, secaron manantiales y asesinaron y desaparecieron a varios defensores de la naturaleza. En el segundo capítulo, “Vida en la ruta de la muerte”, Alberto Nájar hace una toma panorámica de la ruta que cruzan los migrantes en su paso por México y se detiene en los pequeños oasis de solidaridad con los viajeros. En su primera parada narra las hazañas cotidianas de Las Patronas que alivian con agua y alimento el camino de los centroamericanos. Y de ahí nos lleva hasta el norte, hace otra escala en Coahuila, donde el Padre Pedro Pantoja concibió un albergue para protegerlos de los Zetas. “Las voces de la guerra” se escuchan en el tercer capítulo, escrito por Daniela Pastrana, quien registró desde su nacimiento el Movimiento por la Paz, comandado por el poeta Javier Sicilia. A lo largo de las caminatas atestiguó cómo las víctimas anónimas se unieron para mostrar el horror de la guerra declarada por el Presidente Felipe Calderón y dignificar el nombre de quienes hoy no están. Marcela Turati nos lleva “Tras las pistas de los desaparecidos” de la mano de las madres, esposas e hijas de quienes un día cualquiera, en cualquier rincón del País, fueron arrancados de sus hogares. En su relato, nos muestra cómo éstas mujeres de manera casi intuitiva pelearon contra los mecanismos de impunidad y se convirtieron en detectives para lograr que los suyos vuelvan a casa. En el quinto capítulo, “Tinta contra el silencio”, John Gibler acompaña en su jornada a reporteros y fotógrafos quienes, amenazados por el crimen organizado y desprotegidos por el gobierno y sus propios medios de comunicación, intentan trabajar de manera colectiva para evitar ser silenciados. Su objetivo: salvar la vida y no cesar de informar. Vanessa Job rescata en “La resistencia cibernética” los esfuerzos ciudadanos, algunos individuales, otros colectivos, que desde las redes sociales surgieron para mostrar que la ciudadanía no se ha rendido. Jóvenes que en el norte del País se informan por twitter sobre las rutas de seguridad, otros que a lo largo del territorio han desenmascarado las mentiras oficiales, han rescatado a los muertos del anonimato y los han mostrado para hacer un duelo colectivo. Lydiette Carrión visita “El Barrio bajo acecho” y relata cómo, ante el olvido del Estado, organizaciones ciudadanas realizan una lucha en las calles para intentar arrancarle a los grupos del crimen organizado a los jóvenes de las pandillas que usan como mano de obra. Lo hacen a través de capacitación para el empleo, arte, música. La violenta Ciudad Juárez, bajo la pluma de Luis Guillermo Hernández, se convierte en “La ciudad de las personas sanadoras de almas”, donde mujeres de a pie y víctimas de la guerra encontraron en las terapias alternativas, el arte y la solidaridad el método para ayudar a las víctimas a levantarse y retomar las riendas de su vida. Un recorrido por la Montaña de Guerrero permite redescubrir a la Policía Comunitaria, esa que hace casi 20 años se reveló al gobierno e implementó su propio sistema de seguridad y justicia para protegerse de los delincuentes. En “La justicia de todos”, Daniela Rea muestra cómo ahora, cumplida la mayoría de edad, enfrentan dos nuevos retos: frenar la incursión del crimen organizado y mantener unida a la comunidad para evitar que se reviente la red de justicia. “No nos arrancarán tu nombre” es un clamor que se lanza en el último capítulo, escrito por Elia Baltazar y Luis Guillermo Hernández, quienes recuperan dos historias: la del padre que emprendió en Morelos una lucha por reivindicar el nombre de su hijo asesinado, y la de los padres y maestros de Ciudad Juárez que desgarrados por una masacre echaron a andar un proyecto deportivo para realizar una jugada a favor de la vida. El libro puede ser leído gratuitamente en www.periodistasdeapie.org.mx/libros/ donde se exhiben los videos que acompañan cada una de las historias, cuyos realizadores son: Jorge Serratos, Erik Riverón, Prometeo Lucero, Celia Guerrero, Pepe Jiménez, German Canseco, Moisés Robles, Mónica González Islas, Pablo Pérez, Alicia Hernández, Michell García y Alicia Fernández. El libro puede ser adquirido en la Librería de Proceso. Será presentado el miércoles 30 de enero en la Comisión de los Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF). Proceso adelanta a sus lectores la “Nota de las editoras”, que a manera de prólogo explica los motivos por los que este libro fue escrito: NOTA DE LAS EDITORAS Al principio: el horror. La llamada guerra contra el crimen organizado declarada por el presidente Felipe Calderón comenzó a ahogarnos desde el inicio del sexenio. Los periódicos se convirtieron en contadores de muertos y nosotros, los periodistas, en corresponsales de guerra en nuestra tierra. En las redacciones se hablaba de “narcos” y “capos”, y el lenguaje “estilizado” del asesinato llegó para quedarse: “los enlonados”, “los entripados”, “los encajuelados”, “los encobijados”, “los disueltos”, “las narcofosas”, “las narcomantas”, y su máxima expresión, “el ejecutómetro”. El horror se volvió una condición del país. Muertos, desaparecidos, masacres, huérfanos, viudas, desplazados, fosas comunes, cuerpos discapacitados por las heridas, seres inhabilitados por el odio, ciudades rotas, abandonadas. De ahí partimos. De un sexenio con permiso de matar, donde la vida perdió su valor, donde los muertos cotidianos eran culpables de su muerte. En ese extraño, nebuloso campo de batalla, varios periodistas nos sentimos retados a escapar del horror, o por lo menos a no quedarnos paralizados ante él. A combatir, con investigación, datos, análisis y testimonios, el anonimato oficial de las víctimas. A recoger las historias de familiares, sobrevivientes y testigos que describían una realidad distinta a la narrada por los hacedores de la guerra en sus mantas o en sus boletines oficiales. Sentíamos esa urgencia de gritar que detrás de cada una de las noticias sobre los asesinatos, quedaban víctimas heridas y silenciadas que necesitaban solidaridad, ser escuchadas, atendidas. Cuando nos sacudimos del aturdimiento inicial varios de nosotros escribimos crónicas o participamos en libros donde documentamos los impactos de la violencia en la sociedad. En las charlas y presentaciones de nuestro trabajo abundaba el dolor. Pero también entre el público surgía una inquietud: ¿qué podemos hacer? La pregunta no dejaba de resonar. Entre periodistas nos cuestionábamos si podíamos escribir sobre la violencia sin abonar a la parálisis, a la desesperanza de la gente. Y cuáles son las historias de vida ocultas entre la muerte, cuáles las que más urge contar. Ante estas incertidumbres se abrió paso una respuesta: las que dan aliento. Era verdad. Este libro nace como un esfuerzo de ensayar o tal vez de construir un periodismo de esperanza, de exploración de lo posible, de construcción de paz. Un periodismo que provoque la indignación e invite a la acción. Que encuentre y cuente las historias de personas que, manejando su miedo, esbozan una respuesta a la pregunta que nos persigue: ¿qué podemos hacer? Es un esfuerzo colectivo de periodistas hermanados por la indignación ante la pérdida de respeto por la vida humana durante el que ha sido llamado el sexenio de la muerte: Thelma Gómez, Alberto Nájar, Daniela Pastrana, John Gibler, Vanessa Job, Lydiette Carrión, Luis Guillermo Hernández, Elia Baltazar y las editoras. Lo hizo posible el financiamiento del Sindicato Noruego de Periodistas (Norwegian Union of Journalist), especialmente Eva Stabell, quien creyó a ciegas en este proyecto de la Red de Periodistas de a Pie. Nuestro punto de partida fue que esta guerra no merece ser contada sólo desde la sangre, desde la brutalidad, desde el sinsentido de los asesinos uniformados y no uniformados. Merece ser contada desde la dignidad de los sobrevivientes, desde las costuras invisibles del amor que se asoman entre las ruinas, desde las personas sanadoras de almas, desde quienes se hicieron escuchar cuando salieron a las calles a gritar su verdad en público, desde las que se organizan con la inquietud de hacer algo. Este esfuerzo implicó pararnos ante el horror desde un ángulo distinto para encontrar debajo de la tierra esas brasas que se niegan a apagarse, aprender a escarbar entre la destrucción para encontrar la reserva moral de este país que se plantó ante la guerra, prestar oído a los relatos de la gente que se sacudió la ceniza, retomó las riendas de su vida y con otros delinea un futuro distinto. Implicó acercarnos a la gente para encontrar: ¿de qué madera están hechas las mujeres que marchan por el país buscando a los hijos que les arrebataron o las que todos los días alimentan a migrantes desconocidos? ¿Por qué un padre sin darse tiempo para guardar el luto por su hijo sale a arropar a todos quienes sufren como él? ¿Cómo una comunidad casi extinguida es capaz de desarmar la desesperanza? El proceso de reporteo no fue sencillo. Nos enfrentamos a nuestros propios idealismos y condicionamientos, a la práctica arraigada de mirar la realidad en blancos y negros, buenos y malos, a la simpleza de buscar héroes solitarios en lugar de colectivos organizados, a nuestra impaciencia por no ver resultados “más noticiosos”. Aprendimos que el periodismo de esperanza exige entender procesos y que las soluciones esbozadas por quienes se oponen a la violencia son esfuerzos incipientes, sostenidos con pinzas, con actos de amor cotidiano, a contracorriente del vacío del Estado. En ocasiones, ya no encontramos algunas experiencias que fuimos a documentar. Llegamos tarde. El terror las había alcanzado. Sin embargo, estamos convencidos de que cada vez que una experiencia se extingue otra germina. Entendimos también que, a quienes habitamos este país, la guerra nos obligó a ser ciudadanos, a tomar postura. Nosotras y nosotros, como periodistas, decidimos ponernos junto a quienes la sufren, tratando de comprender algo sobre su fortaleza ante el dolor y sobre las claves que los mantienen trazando caminos hacia la paz, la justicia, la memoria y la verdad. Hoy lo sabemos: la esperanza más que un puerto, es un horizonte. Un camino largo que se anda a pequeños pasos. Ahora cuando hablamos en público del horror que hemos visto y del dolor que hemos tocado, y la gente pregunta qué podemos hacer, decimos que la respuesta se construye en comunidad, al calor de una fogata. Entonces comenzamos a hablar de las rutas recorridas al lado de las y los protago-nistas de este libro esperando que sus historias sirvan para construir algunas respuestas.

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