The Cure, un idilio con el dolor

lunes, 22 de abril de 2013 · 11:11
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Su cara está pálida, no tiene más de cinco años de edad. El contorno de sus ojos luce negro, sus labios proyectan un artificial rojo intenso. Un hombre cuarentón, aparentemente su padre, lo fotografía con el escenario detrás. Durante el concierto lo cargará en hombros.  

“Desde los 15 años conozco a la agrupación. Todos experimentamos de cierto modo la tristeza, hay cierto gozo en eso”.

Édgar Ramírez.

36 años.

Empleado bancario.

  Si bien entre los asistentes hay una amplia gama de edades y vestimentas, predomina una imagen común: personas cabizbajas, encorvadas, con el pelo teñido, enredado y despeinado. Botas altas, pantalones pegados, caras pintadas de blanco y ropa oscura. Son, a su manera, una réplica de Robert Smith, el líder del grupo británico The Cure, que ayer domingo se presentó en el Distrito Federal como parte de una breve gira por Latinoamérica. Al líder de The Cure, grupo fundado en 1978 y que vivió su mayor esplendor en los ochenta, no le gusta que se le encasille como parte del movimiento gótico, aunque es inevitable relacionarlo con lo oscuro. “El mejor arte proviene de mentes perturbadas. El lado más funesto y lastimero es siempre el más emocionante”, declaró al semanario Domingo, del Universal.  

“Me identifico mucho con su música, con esta onda de la melancolía, estoy muy conectado con ella, tal vez sonará un poco cliché, pero es parte de los artistas, como estar en contacto con ese lado del dolor, de la tristeza. La mayor parte de mi vida estoy tristón, me siento mejor en ese estado, soy un poco masoquista”. 

Jorge Luis Reséndiz.

20 años.

Estudiante de Bellas Artes en Querétaro.     El concierto de The Cure en México fue un largo y denso repaso por cada una de las etapas del grupo. Cincuenta canciones, cuatro horas. A este maratón hay que añadir que el concierto inició pasadas las ocho y media de la noche, cuando en los boletos estaba impreso que iniciaría a las siete. La presentación abarcó desde las canciones más populares del grupo hasta las que sólo ubican los leales fanáticos. The Cure tocaba un tema tras otro, casi sin descanso ni tiempo de palabras o breves discursos. El escenario era sobrio, pero armónicamente ambientado con proyecciones animadas, luces y tonos oscuros. En varias ocasiones la figura de Smith era reproducida por un inmenso proyector, reforzando la imagen del líder, quien para muchos de sus seguidores es algo más que una especie de gurú. Los más fanáticos lucían gozosos, satisfechos con tantos y tantos temas, pero muchos de sus acompañantes no escondían su cara de fastidio. Una estampa clara era una pareja: el hombre saltaba desde su asiento en las gradas, coreando los temas, mientras su mujer estaba sentada, volteando hacia el cielo. Si jugáramos a adivinar su pensamiento podría haberse estado reclamando: “¡A qué vine!”.  

“En las épocas de secundaria me agradaba mucho ese grupo, cuando estaba chamaco, que no están tus ideas muy centradas. Ahora no me gusta mucho que las letras sean tan depresivas, soy una persona muy feliz, antes los escuchaba por andar sacado de onda, pero todavía me gustan mucho”. 

Rubén Díaz.

35 años.

Contratista de la Comisión Federal de Electricidad.   El concierto terminó poco antes de la una de la mañana. Hubo cuatro encores (regresos al escenario). Muchos se salieron tiempo antes, para alcanzar al Metro. En la enorme lista de temas se incluyeron: Open, The End of the World, Lovesong, Push, Lullaby, A Forest, The Walk, Mint Car, Friday Im in Love, Want, End, The Kiss, Plainsong, Desintegration, Primary, Dressing Up, Close to me, Three Imaginary Boys, Fire in Cairo… Dos anécdotas catárticas rodearon al concierto: un temblor de 5.8 grados Richter y el cumpleaños 54 de Robert Smith. El sismo se registro pasadas las ocho y cuarto de la noche. Las gradas del Foro Sol se sacudieron de tal forma que hasta esas personas que dicen nunca percatarse de los movimientos telúricos comenzaron a gritar: ¡tiembla!”. A pesar de la intensidad, pocos huyeron a las salidas de emergencia. Nadie quería moverse de su lugar. Semanas antes, en las redes sociales, los seguidores del grupo intentaron ponerse de acuerdo para cantarle “Las Mañanitas” a Smith. Sin embargo, la banda tocó un tema tras otro, sin descanso, por lo que, salvo aislados y fallidos intentos, no se pudo escuchar el festejo masivo al británico. “El sentimiento de desolación es un asesino silencioso y puede ser fulminante. Es importante que cuando la gente se encuentre en estados emocionales de desolación, se reúna con otras personas que estén en la misma sintonía”, reflexionaba Smith en una entrevista previa. Y justo eso hacen sus melancólicos seguidores, que continuarán aferrados a vivir en un idilio permanente con el dolor, con la música de The Cure como el soundtrack de su vida.

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