Sorokin y su novela futurista: Rusia va para atrás

jueves, 25 de julio de 2013 · 22:10
Ingeniero químico de 58 años, con 13 novelas, 10 obras teatrales y varios guiones de cine, Vladimir Sorokin, es el enfant terrible de la literatura rusa actual. En su obra El día del oprichnik, publicada en español, hace un retrato del “oprichnik” (miembro de la policía política del zar Iván el Terrible, antepasado del “chinovnik”, el funcionario estatal cuya esencia sobrevive en la Rusia de Vladimir Putin). En su opinión, Rusia involuciona más allá de su pasado soviético, y llama a su régimen “feudalismo ilustrado”. BUENOS AIRES, Argentina.- Andrey Komyaga se despierta al sonido de su teléfono móvil un lunes de 2028 en su mansión en las afueras de Moscú, con una fuerte resaca. Se toma dos vodkas, un caldo de col, reza arrodillado frente a sus íconos y se zambulle en el jacuzzi mientras su sirviente le acerca la vestimenta: camisa roja, casaca de brocado y ribete de piel de marta, faldón largo, puñal y arma al cinto. Komyaga sale para el trabajo en su Mercedes Benz rojo, que lleva sobre la tapa del motor una cabeza de perro todavía sangrante. Toma por la avenida Rublevskoe el carril rojo, “nuestro carril, el estatal”, y se dirige a su primera tarea: asaltar la casa de un noble junto con otros compañeros. El noble es ahorcado, su mujer es violada en serie, “se retuerce como un lechón vivo y rosado”, la casa es quemada y el botín es repartido. La noticia se transmite por la “burbuja noticiera”, para que “la gente ortodoxa presencie la fuerza del Soberano y del Estado” y comprenda lo que significa “la palabra y la acción”, el lema de los llamados “oprichnik” (miembro de la policía política del zar Iván el Terrible, el antepasado del “chinovnik” actual, es decir, del funcionario estatal cuya esencia supo sobrevivir inmutable desde el siglo XVI hasta la Rusia de Vladimir Putin). Como buenos devotos, al terminar su tarea, Komyaga y sus colegas van a la catedral de la Ascensión a rezar. En la Plaza Roja ya no está el cadáver de Lenin. Cientos de chinos venden sus mercancías al lado de las paredes del Kremlin, ahora pintadas de blanco como antes. Rusia, que ha pasado por el Disturbio Rojo, el Disturbio Blanco, el Disturbio Gris, el Renacimiento y la Gran Transfiguración, está rodeada por una Gran Muralla, aislada del mundo exterior. Todo esto sucede en la novela El día del oprichnik, publicada en español por Alfaguara, fruto de la imaginación febril de Vladimir Sorokin, un ingeniero químico de 58 años devenido ilustrador primero y escritor después, con 13 novelas, 10 obras teatrales y varios guiones de cine, considerado el enfant terrible de la literatura rusa actual.

El día de oprichnik by Revista Proceso

Educado en la época soviética, cuando hasta James Bond estaba prohibido, sus primeras obras fueron publicadas en Francia y Alemania, y sólo a comienzos de este siglo en Rusia. “Sorokin tiene un olfato fenomenal para detectar las llagas de la civilización en pleno proceso de pudrirse. Las abre sin dudarlo ni por un instante”, definió Ludmila Ulitskaya, una de las más conocidas escritoras rusas del momento. El escritor provocó un escándalo en 2005, cuando el Teatro Bolshoi, orgullo de la cultura rusa, estrenó por primera vez una ópera nueva en tres décadas cuyo argumento fue escrito por él. Los niños de Rosenthal es la historia de un científico alemán que descubre la clonación en los años treinta, pero que, perseguido por los nazis, huye a la URSS comandada por José Stalin, donde clona obreros “estajanovistas” (los que baten todos los récords de productividad), pero que decide restaurar a los compositores Mozart, Mussorgski, Tchaikovski, Verdi y Wagner, hasta que el programa es cerrado por falta de fondos a comienzos de los noventa, tras el colapso de la Unión Soviética. También causó amplio revuelo su novela Grasa de cerdo azul (1999), en la que los líderes soviéticos Stalin y Nikita Krushev protagonizan una escena de sexo. En 2002, los jóvenes “nashi”, partidarios de Vladimir Putin, colocaron un inmenso inodoro en Moscú frente al Bolshoi, donde arrojaron copias de los libros de Sorokin. Heredero de la ironía y la sátira de clásicos como Gogol en el siglo XIX o Mijail Bulgakov en el XX, en El día del oprichnik Sorokin describe de manera grotesca y superlativa, en una mezcla de futurismo y arcaísmo, a un personaje central de la vida rusa: el “oprichnik”. En la Rusia del futuro descrita por Sorokin, con burbujas noticiosas y una autopista de 10 carriles con trenes de alta velocidad que unen París y China, sobrevive la Rusia feudal donde la Soberana duerme de día y desayuna de noche, una adivina alimenta una hoguera con libros de Tolstoi y Dostoyevski, los intelectuales son azotados en las puertas del Kremlin, y el pueblo quema sus pasaportes en la Plaza Roja. No es difícil adivinar, en las exageraciones llevadas al límite, una mordaz crítica al poder en la Rusia de hoy: a la arrogancia de los funcionarios que viven en mansiones a lo largo de la avenida Rublevskoe y circulan en sus autos a gran velocidad entre los embotellamientos de Moscú con una luz sobre el techo y una sirena (en la novela, “el mugido soberano”); a la corrupción; a la poderosa droga del poder; a los nuevos ricos que caen en desgracia y pierden todo; a los que planean “quebrar y vender” la patria; a la decadencia de Rusia frente al ascenso chino. “Hasta el pan que comemos es chino. Y chinos son los Mercedes que conducimos, y en Boeing chinos volamos, con escopetas chinas se digna el Soberano a cazar a sus patos, en camas chinas hacemos a nuestros hijos, en inodoros chinos aliviamos las entrañas”, se quejan los oprichniks, que beben champaña de Sichuan. Varios aspectos de la vida actual son convertidos en caricatura, como el cierre del “Tercer Tubo Occidental”, una referencia al conflicto de 2009, cuando Rusia redujo la provisión de gas a varios países de Europa: “La valvulita hemos cerrado según nos mandó el monarca, se acabó lo que se debe, al enemigo ni gas. No, no y no, le hemos gritado al parásito Eurogas, ya de sobra han chupado, de Rusia no esperen más”. Feudalismo ilustrado Sorokin visitó la Feria del Libro de Buenos Aires en su más reciente edición, donde sostuvo una charla con el público. Con su pelo desordenado y su barba blanca, como para resaltar la continuidad con los clásicos rusos del siglo XIX a los que tanto respeta, Sorokin compartió su visión de la Rusia de hoy: “Nuestro Estado fue fundado por Ivan el Terrible en el siglo XVI. La estructura de ese Estado era piramidal y fuertemente centralizada. Pasaron siglos, hubo revoluciones, guerras, perestroika, estancamiento, pero la estructura piramidal no cambió. Cambió la fachada: primero eran ladrillos, después hormigón en la época de Stalin y hoy tal vez sea plástico, pero la esencia de la pirámide es que la gente del poder siempre está separada del pueblo. Así fue en el siglo XVI y así ocurre hoy. “La palabra oprichnik significa un hombre separado, aislado, con grandes poderes. El poder siempre fue como un ocupante, no transparente, impredecible, y en su esencia inhumano. Si tomamos el siglo XX, ustedes saben lo que fue el estalinismo y la cantidad de víctimas que produjo en Rusia, pero no se trata sólo de las víctimas, pues ha habido muchos asesinos en el mundo, sino que esta estructura de poder deprava al hombre. Hasta el más pequeño funcionario en la parte más baja de la pirámide se siente separado del pueblo. No por casualidad siempre se habla de ‘ellos’ y ‘nosotros’.” La oprichnina de Iván el Terrible fue una especie de orden alrededor del gosudar, el Soberano con mayúscula descrito en la novela: “Es una estructura de fuerza, como las SS de Hitler o la NKVD durante la época de Stalin, un órgano de castigo, un sistema totalmente cerrado. El día de los oprichniks empezaba a las cinco de la mañana. Rezaban en la Iglesia hasta las 10, luego desayunaban y se iban a trabajar en los asuntos de Estado: matar gente, quemar casas, violar a las esposas de los boyardos, repartirse las riquezas. La mitad de la vida se la pasaban en la iglesia y eran muy creyentes, pero la pregunta es cómo era posible compaginar su fe con los asesinatos sangrientos.” Para Sorokin, Rusia vive un “invierno político” o un “estancamiento”, como el de los tiempos de Leonid Brezhnev en los setenta: “Cuando esto sucede la gente necesita abrigarse y por eso compra buena literatura como si fueran leños.” El escritor se alegró de que esté creciendo la venta de buena literatura mientras que baja la de libros de detectives, porque demuestra, según él, “que los detectives no pueden calentar el invierno político”, una velada ironía sobre el pasado de espía del actual presidente Vladimir Putin. En su visión, Rusia va hacia atrás, “ni siquiera al pasado soviético, sino más atrás. Yo llamaría al régimen que hoy existe feudalismo ilustrado: cuando un funcionario va en un Mercedes, usa Iphone, Ipad, pero su mentalidad y su accionar son de otro tiempo, feudal”. En la novela, “La Gran Muralla” rodea Rusia “para aislarse del hedor a incredulidad de los ciberpunkies malditos, de los sodomitas, de los católicos, de los melancólicos, de los budistas, de los sádicos, de los satánicos, de los marxistas, de los megaonanistas, de los fascistas y de los ateístas”. Sorokin reconoció que en la actualidad construir esta gran muralla es imposible, “sólo se puede hacer en una novela”, pero esa es la visión de muchos funcionarios, para quienes “lo mejor sería separarnos de Occidente, porque en Rusia hay de todo y de Occcidente viene sólo lo malo. Es una psicología comprensible porque así les resulta más fácil gobernar. A Stalin le hacía falta la cortina de hierro, porque de otra manera no podía mantener aterrorizado al pueblo. La idea de que estamos cercados vuelve otra vez, como si estuviéramos rodeados de enemigos y tuviéramos una quinta columna adentro”. Se le preguntó por la violencia de sus libros: “Siempre me ocupé de ese tema. Crecí en un Estado totalitario donde todo estaba impregnado de distintos tipos de violencia. En el jardín de niños, en la escuela y la familia era de un tipo; en el Ejército, en la calle, en las instituciones estatales era de otro. Siempre me interesó por qué la gente no puede vivir sin violencia. Esa es la cuestión a la que trato de contestar a través de mis trabajos.” Sorokin tiene un solo principio, dar a sus personajes toda la libertad: “La tarea central del escritor es no molestar a sus personajes, dejar que se desarrollen, y si son libres, nada de lo humano les es ajeno. Hay monstruos y hay personas normales, como en la vida. El personaje principal de este libro es un monstruo, como todos los oprichniks.” Un monstruo en cuyo himno sueña sobrevivir por los siglos de los siglos: “Viviremos para cumplir con nuestro deber. Y dejaremos vivir a los que buenamente vivan. Ferviente es nuestra vida, heroica, estatal. Responsable. Y debe vivirse sirviendo a la gran causa hasta la muerte// Bienamada opríchnina, que Dios guarde más allá de nosotros, pues mientras ella viva, viva estará Rusia. Amén.”

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