Los enselvados de la ópera (II)

sábado, 5 de octubre de 2013 · 19:01
MÉXICO, D.F. (Proceso).- En la primera parte de esta nota asentamos que la dramaturgia musical detenta un poder inmenso para manipular al inconsciente y que por ello se ha utilizado para glorificar a sus promotores y para asegurar la pervivencia de regímenes autocráticos. Asimismo, anotamos que las respuestas para entender su poderío residen en las passionnes que desata. Resumimos que se le ama, o se le repudia, sin posturas intermedias. Dicho esto hemos de proseguir con el recuento de los melodramas donde se abordó, desde el obvio enfoque eurocentrísta, al indígena. Nos detuvimos en la ópera The Indian Queen que los británicos Robert Howard y John Dryden escribieron al alimón en 1663. Como dijimos, su argumento versó sobre una pretendida rivalidad entre incas y aztecas por las pirámides de oro puro que poseían los primeros. Apoyados en la temeridad de libreto podemos inferir que su libro de consulta fue la Historia natural y moral de las Yndias del jesuita Joseph de Acosta donde, entre otras gemas como referir que Quetzaalcoatl era el demonio de la codicia,[1] leemos frases del tenor siguiente:
Es cosa de alta consideración que la sabiduría del eterno Senor quisiese enriquecer las tierras del mundo más apartadas y habitadas de gentes menos políticas y allí pusiese la mayor abundancia de minas que jamás hubo, para con esto convidar a los hombres a buscar a aquellas tierras y tenellas, y de camino comunicar su religión y culto del verdadero Dios a los que no le conocían… […] Cerca de esto decía un hombre sabio que lo que hace un padre con una hija fea para casarla, es darle mucha dote; eso había hecho Dios con aquellas tierras tan trabajosas, de darle mucha riqueza de minas, para que con este medio hallase quien las quisiese…
En la delirante trama de los ingleses se caracteriza a Montezuma como un mercenario que va y viene entre Perú y México, cambiándose de bando según lo requirieran las circunstancias. Y no termina ahí la aberración literaria, pues Dryden se emancipa de Howard para inventar en 1667 una sequela que titula The Indian Emperor, or The Conquest of Mexico, centrada, nada más, en las aventuras de Montezuma dentro del reino azteca. Es de apuntar que, con independencia de la rampante tergiversación histórica, se considera como una obra sustantiva del drama heróico que se produjo en Inglaterra durante la era de la« Restauración », misma que avino despues del puritanismo que impuso Cromwell donde, entre otros extremos, proscribió el acceso a los teatros por la corrupción anímica que se engendraba en sus súbditos. En el prólogo Dryden declara que no se había « ni apegado íntegramente a la verdad de la historia ni la había omitido del todo, pero que se había tomado las libertades propias del poeta para agregar, alterar o disminuir, con tal de embellecer su trabajo, ya que no es asunto de un poeta representar la verdad histórica sino la probabilidad » Ante semejante desenfado podemos preguntar: Hasta qué punto es admisible que en aras del « embellecimiento » alguien se arrogue el derecho de desfigurar un hecho histórico donde intervienen subyugación, masacres y saqueos?... Como podemos anticipar, la trama del eximio « poeta » va más allá de la probabilidad para insertarse de lleno en la ficción, con la complascencia de la música que se encarga de componer Henry Purcell. En el caso de los personajes, figuran, por ejemplo, Cortez y Pizarro, el inmarcesible conquistador del Perú. Este último es el villano, mientras que Cortez aparece como un caballero andante enamoradizo y carente de malicia. Por si eso no bastara, Dryden lo hace fungir como un pacifista que, además, siente repulsión por los bienes materiales. En cuanto a Montezuma sobra decir que es un ser belicoso que no se arredra ante los invasores dado que un presagio le reveló que, de haber una confrontación, tendría un rotundo éxito militar sobre ellos. Sin embargo, después de numerosos enredos Pizarro logra apresarlo junto a uno de sus sacerdotes para exigirles que le indiquen la localización de sus tesoros. Lamentablemente, el sacerdote se quiebra con la tortura mientras que Montezuma se yergue diciendo que antes que eso preferiría morir. La manera en que el poeta resuelve el asunto es digna de mención: Cortez no tiene nada que ver con el apresamiento y cuando se entera corre a subsanar el entuerto. Lo primero que hace es liberar a Montezuma y amenaza a Pizarro con aplicarle la ley marcial por haber convertido la placentera campina indígena en una carnicería. También le prohibe a los soldados que se apoderen del oro. Su arenga es inapelable: El maldíto oro es el causante de estos crímenes… Cuando Pizarro sale con la cola entre las piernas, Cortez se arrodilla ante Montezuma y llora con desconsuelo. Sus palabras emanan de su bondadosa condición humana: Puede usted olvidarse de estos crímenes que ellos cometieron ?... La respuesta del mandatario en aún más sensacional: Haré lo que mi dignidad requiera. Levántese, Sir, quedo satisfecho con saber que la culpa es de ellos; créame, ver sus lágrimas me hace llorar…  y, acto seguido se suicida. Estremecido ante la escena, el amoroso visitante hispano se compromete a organizar unas pompas fúnebres regias para el gran tlahtoani agregando que, una vez que se realicen, habrá de encargarse de que la paz se aposente en el territorio que él hubiera querido preservar de la voracidad de sus compatriotas… Después de la imaginativa versión inglesa de la caída del imperio mexica viene una sequela enorme de creaciones melodramáticas que celebran el « amistoso » encuentro entre Moctezuma y los espanoles, hablándose de cerca de 34 obras. Sobra decir que todas deforman los hechos para acomodarlos a la provechosa visión que la ópera prohija dentro de su reconocida y amada inverosimilitud. Algo muy distinto pero igual de absurdo podríamos decir con respecto a los ballets, especialidad francesa nacida por el amor de los Luises por el género, donde los indios son convertidos en víctimas que padecen con indecible estoicismo los denuestos que las conquistas europeas les deparan. A llegar la ilustración la mirada compasiva de los enciclopedistas da un giro acomodándolos como a los buenos salvajes que no saben de la maldad del mundo. Rousseau escribe que ignoran las degeneraciones y las injusticias que hay en Europa y que tal desemejanza se debe al avance tecnológico que mina el entendimiento de sus coterráneos. Por su lado, Voltaire se interesa por el tema escribiendo una obra -Alzira- en el que la morada orginaria de los indígenas de América se presenta como una suerte de paraíso virginal. En él se vive en una armonía absoluta y la regencia está en manos de seres iluminados y magnánimos. Es este el argumento que seduce a Giuseppe Verdi para escribir una ópera homónima basada en el libreto italiano escrito por el adepto a las adecuacions teatrales más conotado de su época, es decir, Salvatore Cammarano. Sería ideal que en este bicentenario verdiano pudiera escucharse en México la asombrosa ópera[3] en pos de reafirmar que en nuestros pueblos de indios la infamia no tiene asiento porque a sus actuales mandatarios les sobra la nobleza y la iluminación para gobernar, Cualquier discrepancia con la realidad es un producto equívoco surgido de los maravillosos artificios del melodrama… [1]Libro Quinto, Capítulo IX [2] La partitura se extravió sobreviviendo una sola aria del acto II llamada : I look´d and saw within. Se recomienda su audición en la página : proceso.com.mx
[3] Se aconseja la escucha de algunos fragmentos significativos. También disponibles en la página web del semanario.

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