Frida/Diego, el regreso a París como leyenda

viernes, 18 de octubre de 2013 · 09:32
Desde 1998 no se exhibían las obras de Rivera y Kahlo en la Ciudad Luz. Diego, cuya primera etapa artística transcurrió ahí a principios del siglo XX, cuando alternó con los grandes vanguardistas (él mismo fue cubista), consolidó su éxito tras el muralismo. En los cincuenta Frida fue invitada por André Breton a exponer en París, cuando aún no era valorada. Ahora ambos regresan como una pareja mítica en la muestra Frida/Diego. El arte de la fusión. PARÍS (Proceso).- No cabe la menor duda: la exposición Frida Kahlo/Diego Rivera. L’ Art en fusion, inaugurada el martes 8 por Aurélie Filipetti, ministra de la Cultura y Comunicación de Francia, y Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Conaculta, en el prestigiado Musée de l’Orangerie, será uno de los eventos más celebrados de la actual temporada artística en esta ciudad. Los medios de comunicación, sobre todo la prensa femenina, no esperaron la apertura oficial de la muestra para volver a contar la “fabulosa leyenda de la pareja mitica” del arte moderno mexicano, mientras que revistas de moda alaban “el estilo Frida Kahlo”: sus peinados con flores multicolores, su “vestuario exótico”, sus cejas “de alas de cuervo”... Estos síntomas de la fridomanía no entusiasman particularmente a Marie-Paule Vial, directora de l’Orangerie y curadora general de la muestra. Entre divertida y resignada, comenta: “Es inevitable. Era tan previsible que dedicamos un capítulo del catálogo a la fridomanía. También por aludir a esa ‘epidemia’, en Frida Kahlo/Diego Rivera. L’art en fusion pegamos algunas viñetas muy representativas del fenómeno en un muro justo a la salida de la muestra.” Más seria agrega: “Frida Kahlo es presa de su propio mito. El personaje oculta a la pintora. A la sola mención de su nombre se ‘proyecta’ de inmediato la densa y trágica película de su vida: su terrible accidente, su sufrimiento físico, su conflictiva pasión con Diego Rivera, su bisexualidad, su breve relación amorosa con León Trotski… por citar sólo algunos episodios de una existencia fuera de lo común.” Y precisa: “Pero Frida es, antes que todo, una auténtica pintora con una imaginación desbordante y una amplia cultura. Es una artista que a lo largo de su vida investigó nuevas técnicas para enriquecer su lenguaje pictórico. Su pintura dista de ser sencilla y no puede ser calificada de naive. Pasa con ella lo mismo que pasó con El Aduanero Rousseau, identificado como naive pero que es en realidad un pintor muy sutil. La obra de Frida Kahlo nada tiene que ver con el arte primitivo, es mucho más compleja de lo que parece a primera vista. Es lo que pretendemos demostrar en esta exposición. Invitamos al visitante a rebasar la leyenda para descubrir a la pintora.” –También lo invitan a que conozca mejor a Diego Rivera. –Por supuesto. Estamos en una situación paradójica: en México, Frida es la compañera sentimental de Diego; pero en Europa, como en Estados Unidos, Diego es un poco el “príncipe consorte” de Frida. El título de la muestra Frida Kahlo/Diego Rivera. L’Art en fusion refleja claramente nuestro propósito: ofrecer al publico de l’Orangerie una visión equilibrada de estos dos inmensos artistas tan distintos y sin embargo profundamente complementarios. Y recordar también a los visitantes la importancia de Diego Rivera. El muralismo mexicano apasionó a Europa hasta mediados de los cincuenta y luego perdió visibilidad en Francia. Sólo quienes visitan México tienen acceso a los murales de Diego Rivera y pueden entender por qué es un artista capital en el arte moderno mexicano. La conversación fluye mientras se descienden las escaleras del museo para llegar al espacio dedicado a la muestra. Suele ser un lugar un tanto austero el de las exposiciones temporales de altísimo nivel, siempre presentadas con cierta sobriedad. Hoy está irreconocible: Un inmenso retrato de Frida Kahlo de unos cuatro metros de altura, pegado en una pared pintada de verde olivo, acoge al visitante en la entrada de una antesala que enarbola, también, muros del mismo color. Las paredes de la sala siguiente –la primera de la exhibición, dedicada al periodo europeo de Diego Rivera– vibran con el añil de la Casa Azul de Coyoacán. “Nos atrevimos a usar una gama de colores mexicanos. Es muy audaz en nuestro museo y también en París, pero era imposible evocar a Frida y Diego en un decorado monocromático. Hubert le Gall, nuestro escenógrafo, se inspiró en los colores de frescos prehispánicos que menciona Diego Rivera en sus escritos, y también de la paleta de Diego y Frida... y se lanzó... (cuenta Marie-Paule Vial). Vamos a ver cómo reacciona el publico…” Se nota encantada de su osadía. “Esa primera sala azul está un poco apartada de las demás porque los cuadros que exponemos fueron pintados en Francia y en España, y son, por lo tanto, anteriores al encuentro de Diego con Frida. Pero quisimos recordar a los visitantes que, tanto los viajes de Diego Rivera a España e Italia, como su larga estadía en París y su convivencia con Pablo Picasso, Juan Gris, Chaim Soutine, Amadeo Modigliani y tantos otros artistas que vivian en la Ciudad Luz a principios del siglo XX, jugaron un papel de primer orden en su evolución artística. Los cuadros de ese periodo están divididos en dos: las obras cubistas ocupan una larga pared. Destacan El rastro, La mujer del pozo y, al reverso de esa misma tela, Paisaje zapatista-el guerillero. Lucen también Naturaleza muerta con garrafa y La lejía. Marie-Paule Vial se para un momento ante El joven de la estilográfica (retrato de Adolfo Best Maugart) y confiesa que esa obra la atrae. En otra pared se codean cuadros de factura más clásica: El picador –inspirado por la pintura española–, La fuente de Toledo, El sol rompiendo la bruma (el viaducto de Meudon) y Paisaje de midi, en los que sobresale la influencia de Paul Cézanne. “Todos estos cuadros, al igual que la mayoría de las 100 obras que exponemos, nos fueron prestados por el Museo Dolores Olmedo en el marco de un intercambio con el Museo de l’Orangerie”, recalca Marie-Paule Vial. –¿Y cuáles son los términos de ese intercambio? –L’Orangerie aceptó prestar 30 obras maestras de la colección Walter Guillaume –es el acervo permanente del museo–, que comprende, entre otras, pinturas de Paul Cézanne que fueron una revelación para Diego Rivera y cuadros de todos sus compañeros de Montparnasse que acabo de mencionar. Estaré en Xochimilco el próximo 17 de octubre para la inauguración de la muestra que el Museo Dolores Olmedo presentará hasta principios de febrero (ver recuadro). La curadora se acerca a un muro, también pintado de azul, en el que se puede leer Diego y Frida vivieron en esa casa, 1928 -1954. La frase está escrita a mano con una letra que imita la de Frida, tal como existe en la Casa Azul. “Ahí empieza l’Art en fusion de Frida Kahlo y Diego Rivera”, advierte.   La segunda sala   Entramos en la segunda sala de la muestra, cuyas paredes pintadas de un amarillo solar están cubiertas por numerosas fotografías, una decena de dibujos y documentos entre los cuales se hallan intercalados textos y recuentos cronológicos que completan la biografía de la “pareja mítica”. Se imponen dos cuadros: el enigmático Autorretrato con chambergo de Rivera y Mis abuelos, mis padres y yo, de Kahlo, un árbol genealógico surrealista que fascina a la directora de l’Orangerie. “En esa sala ‘escribimos’ la tumultuosa novela de la vida de estos dos ‘monstruos sagrados’. Juntamos fotos tomadas por Tina Modotti, Peter y Paul Juley, Agustin Cassasola, Lucienne Bloch, Carlvan Vechten, Emmy Lou Packard, Juan Guzman y Lola Álvarez Bravo que pertenecen a la colección de Juan Rafael Coronel Rivera y a la galería López Quiroga. En México estas fotos son íconos; en Francia poca gente las conoce, salvo unos especialistas, como las seis fotos tomadas por Gisèle Freund que nos prestó el Centro Pompidou –cinco de Frida y una de Diego– que ya tienen fama aquí.” Entre todos estos testimonios fotográficos (Diego y Frida en su hotel de Detroit, Frida en su taller de Coyoacán, ambos encabezando una delegación sindical…) resalta el famoso retrato de Kahlo realizado en 1939 por Nickolas Murray, perteneciente al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Más que una foto es un cuadro delicado: Frida viste falda y blusa de suaves tonos morados, sus hombros y su busto están cubiertos por un chal de un rojo tan profundo como el carmesí de sus labios. Una luz tenue acaricia su rostro. Desafiante y seductora, la pintora mira fijamente el objetivo de la cámara. “En ese retrato, como en todos los demás, Frida posa y en cierta forma compone la fotografía junto con el artista que la toma. Controla su imagen y construye su personaje como si estuviera pintando uno de sus cuadros”, apunta Marie-Paule Vial antes de señalar un dibujo que representa a la artista dormida. Está firmado por Dora Maar, fotógrafa, pintora y poetisa, quien vivió nueve años con Picasso, de 1936 a 1944. “A finales de los años treinta André Breton invitó a Frida a París para que expusiera sus obras. Fue en esa oportunidad que conoció a Dora Maar. Ese dibujo pertenece hoy a una galería parisina”, indica antes de anunciar, entusiasta: “Ahora vamos a descubrir el corazón mismo de la muestra.”   Más allá del sufrimiento   En medio de un amplio espacio de muros verdes y color ladrillo se encuentra una misteriosa sala cuyas paredes exteriores están pintadas con el azul denso de Coyoacán, mientras que sus interiores lucen un gris ligero. En el centro de esa salita llama la atención una banqueta larga un tanto desproporcionada en la que se pueden sentar los visitantes. “En realidad ese asiento cumple un papel simbólico –explica Marie-Paule Vial–. Esa sala es una metáfora del cuarto de Frida Kahlo en el que estuvo encerrada buena parte de su vida pintando, a veces sentada en su silla de ruedas, a menudo acostada en su cama. La banqueta es una alusión discreta, casi subliminal, a esa cama. En esa habitación alegórica exponemos las obras estremecedoras del sufrimiento físico y a veces afectivo de Frida. Destacamos Columna rota mostrándola sola en una pared, porque es una obra realmente excepcional.” La curadora se muestra inagotable cuando comenta ese autorretrato en el que Frida se representa a sí misma, “presa de un corsé cruel, torturada por clavos plantados en todo el cuerpo”. Dice pensativa: “Imposible no pensar en el martirio de San Sebastián”. No resiste la tentación de echar una mirada al cuadro Unos cuantos piquetitos, escena violenta de una mujer acuchillada pintado al estilo de los exvotos, al igual que Henry Ford Hospital, La cama volando o Sin esperanza. Acerca de ese último cuadrito, la curadora aclara: “Detrás de la tela, Frida escribió: A mí no me queda la menor esperanza… todo se mueve al compás de lo que encierra la panza.” Después comenta: “El título que dimos a esa secuencia es Frida Kahlo: pintar el sufrimiento. Pero en realidad Frida hace mucho más que pintar el sufrimiento. Va más allá: transciende el sufrimiento y lo convierte en obra universal.” Los cuatro autorretratos exhibidos también en la habitación metafórica inspiran finas reflexiones a la directora del Museo de l’Orangerie, que se confiesa impactada por Pensando en la muerte. “En esa salita reunimos los cuadros emblemáticos de Frida. Sabemos que gran parte del público, sobre todo el más joven, nunca vio las obras originales. La última muestra de las pinturas de Diego Rivera y Frida Kahlo en París se remonta a 1998. Estamos conscientes de que esa sala va a atraer a la gente como un imán. Es la razón por la que decidimos asentarla en ese lugar céntrico y rodearla por otras numerosas e importante obras de Rivera y Frida. Al salir de la ‘habitación alegórica’ los visitantes empiezan a circular alrededor de ella y a descubrir pinturas de Frida menos conocidas que las de su dolor, por lo menos en Francia, y sobre todo pueden medir la magnitud de la creación de Diego Rivera.” –Evocar a Diego muralista en un museo parisino es un desafío… –Así es. Nos provocó insomnio. Pero finalmente resolvimos el problema con reproducción tamaño natural de escenas de distintos murales. Por supuesto, elegimos una escena titulada El arsenal, Frida Kahlo repartiendo armas, en la que la pintora, vestida con falda negra y blusa roja, distribuye fusiles a sus compañeros revolucionarios. “Esa escena es parte de un mural de la Secretaría de Educación Pública. Las tres inmensas reproducciones de murales de Rivera que exponemos dan mucha fuerza a toda esa parte de la muestra. Los videos, las fotos de Diego trabajando en sus frescos, los bocetos de unos murales que presentamos dan también una idea del trabajo colosal del pintor. Lo mismo que un extraordinario boceto original que accedió a prestarnos el Museo Dolores Olmedo.” Ese trabajo preparatorio es efectivamente muy llamativo por su tamaño (295,5x340cm), por la calidad de su composición y por su tema. Realizado sobre papel pegado en tela color sepia, representa la ejecución de Maximiliano de Absburgo. Pocos franceses recuerdan ese episodio poco glorioso del Segundo Imperio al que aluden furtivamente los manuales de historia galos. –Intercalados así entre las obras monumentales de Diego Rivera, los cuadros de Diego y Frida parecen dialogar… –Es la impresión que buscamos crear: la de un diálogo alegre, a pesar de las temáticas que no siempre son alegres. Llevo 30 años curando exposiciones y cada muestra es una experiencia única, pero la de Frida Kahlo y Diego Rivera es especial. Fue caótica al principio, ya que estaba prevista para inaugurarse en 2011, en el marco del Año de Mexico en Francia. La cancelación del evento echó a perder meses de trabajo. Esperamos el fin de la tempestad y aquí estamos. Convivir tres años con este proyecto y vivir desde hace varias semanas en relación íntima con todas las obras me dio una fuerza, una vitalidad y una energía muy particulares. Cada vez que me paseo entre los cuadros de Diego y Frida, como lo hacemos ahora, vuelvo a sentir la misma vitalidad. Los coleccionistas, los colaboradores del museo, diversas personas del mundo del arte que visitaron la muestra en la víspera de su inauguración me hablaron con emoción, y no se referían sólo a su emoción estética. Todas juntas, estas obras que hablan de muerte, revolución, sufrimiento, pero también de vida, tienen algo paradójicamente jubiloso. Marie-Paule Vial sonríe mirando el Modista Henri de Chatillon, de Rivera, en el que ese diseñador en boga en los años cuarenta prueba un sofisticado sombrero femenino, adornado con un gran mono rosado en su elegante boutique; dice no cansarse de admirar su famosísima Vendedora de alcatraces o la sensualidad de Macuilxochilt. “Esa obra dialoga con la serie de naturalezas muertas de Frida Kahlo, también de una sensualidad desbordante, y que dejan atónitos a los visitantes”, enfatiza la curadora, al tiempo que atrae la atención de la reportera sobre el Autorretrato con traje de terciopelo, que fue seleccionada para la portada del catálogo de la muestra. “Frida la realizó cuando sólo tenía 19 años, y se refería a ese autorretrato diciendo que era su Boticelli. Tenía razón.

Comentarios