Albert Camus y la tormenta de la historia

viernes, 6 de diciembre de 2013 · 10:09
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Cuenta María Casares en sus memorias, Residente privilegiada, que se unió a Albert Camus (1913-1960) la noche del 6 de junio de 1944, o sea el Día D en que los aliados desembarcaron en Francia y se inició el último acto del nazifascismo. María Casares, que llegará a ser la gran actriz del teatro y del cine franceses, era una exiliada española, hija de Santiago Casares Quirogas, jefe de Gobierno bajo la presidencia de Manuel Azaña. Por su parte, Camus era un pied noir, en términos mexicanos (aunque no hispanoamericanos) un criollo. A los 30 años ya se había convertido en el autor de El extranjero, Bodas, El mito de Sísifo, El revés y el derecho, Calígula y El malentendido. Sería el narrador, ensayista y dramaturgo más joven que recibió a los 44 años el Premio Nobel 1957, si no fuera por Rudyard Kipling (1865-1936), quien en 1907 lo obtuvo a los 42 años.   La excepción y la regla   La relación entre la actriz y el escritor se prolongó hasta la muerte, en verdad absurda, de Camus el 4 de enero de 1960, en el fin de una época y el comienzo de otra, los sesenta. Fue un accidente sin razón de ser pues ocurrió en una recta de la Borgoña. Entre los despojos de la catástrofe se encontraron el boleto de regreso a París en tren y el manuscrito de una novela inconclusa, en realidad una autobiografía de infancia y adolescencia, que su hija Catherine Camus no publicó hasta 1994. La gran traductora Aurora Bernárdez hizo posible que saliera en español en diciembre de aquel mismo año y en Tusquets Editores. En general no se le hace ningún bien a un escritor publicando lo que no dejó terminado. Si se recuerda que la estupidez de algunos enemigos objetó a Camus el hecho de escribir demasiado bien, veremos a El primer hombre como un borrador, una primera versión que se transformaría varias veces antes de que su autor lo diera por terminado. Siempre hay excepciones y este libro es una de ellas. Funciona como memorias de ultratumba, indispensables para entender a Camus y su actitud ante la guerra de Argelia que tantos reproches despertó en su momento.   Enseñanzas de la miseria   Como novela cumple con la exigencia de Solyenitzin: ser nuestra única manera de vivir las experiencias que nunca hemos tenido. Para enterarnos de qué se siente nacer pied noir y más que pobre en la Argelia del siglo pasado, El primer hombre es insustituible. Ninguna obra histórica ni sociológica puede darnos la visión desde dentro que proporciona Camus. Son páginas esperanzadoras en el sentido de mostrarnos que nadie nace condenado y casi siempre es posible hallar una oportunidad. Un niño huérfano, hijo de una sirvienta y crecido en la miseria, logra convertirse en uno de los grandes escritores franceses. Elementos para una explicación se encuentran en el hecho de que, así como la Nueva España era teóricamente un reino y en realidad una colonia, Argelia en el papel era un departamento, en el sentido que damos a los estados de una república, y por tanto tenía el mismo sistema educativo que se aplicaba en París o en Marsella. Quiso la fortuna de Camus que encontrara dos excelentes profesores: Louis Germain en primaria y Jean Grenier en el liceo. Su agradecimiento llegó al grado de dedicarle a Grenier su discurso del Nobel. Desde luego ningún estudio psicoanalítico ni la mejor crítica literaria pueden dilucidar el misterio del talento: ¿por qué Camus alcanza una altura a la que no llegaron tantos hijos de la gran burguesía, educados en las mejores universidades y con profesores particulares, bibliotecas privadas, viajes y tiempo libre para leer y escribir?   A ti, que no leerás este libro   Camus fue hijo de Lucien Camus, un francoalsaciano que trabajaba en un viñedo argelino. Por ser pobre fue movilizado en calidad de zuavo para combatir a los marroquíes. En 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial, se le envió a Francia, un país, su país, al que conoció poco antes de morir a los 29 años, en la batalla del Marne. Su madre, Catalina Sintes, provenía de Mahón, en la isla de Menorca. Muchas personas afirman que en esa ciudad de las Baleares se inventaron la mayonesa (originalmente “mahonesa”), propagada a toda Europa por el cardenal Richelieu, y la mezclilla. (En Puerto Rico los yins se llaman “mahones”). Viuda con dos hijos pequeños, Catalina tuvo que refugiarse en casa de su madre y trabajar como sirvienta. La dedicatoria de El primer hombre es conmovedora: “A ti, que nunca podrás leer este libro”. La viuda de Camus no tuvo oportunidad de ir a la escuela. Aunque un accidente la había dejado casi sorda, pudo enseñar castellano y catalán a su hijo menor, quien llegó a hablarlos a la perfección. Fue una mujer de gran inteligencia que adoró a Albert, que también la veneraba, y le infundió sin ostentación la mayor seguridad en sí mismo y en sus capacidades.   Hijos de la historia   Quien lea estas memorias apenas noveladas y alguna de las muchas biografías que existen sobre Camus quizá piense, en una mezcla de Job con Walter Benjamin, que todos los seres humanos somos apenas hojas que ha arrastrado el viento de la tempestad al que llamamos Historia. En tan breve espacio es imposible hablar de las etapas griega, cartaginesa y romana de Argelia. En cambio no es posible callar que los moriscos expulsados de su España natal por el triunfo de los Reyes Católicos se refugian en Argel y desde allí hacen la guerra de guerrillas marítima. Grandes piratas, como Barba Roja, impiden que el Mediterráneo se convierta en el Mare Nostrum español. Carlos V, vencedor en los campos de Europa, fracasa ante los muros de Argel. En esa expedición va Hernán Cortés, el otrora poderoso conquistador de México. Francia se apodera en 1830 de Argelia y decide explotarla mediante colonos, europeos pobres a quienes les ofrecen la posibilidad de enriquecerse con mayor facilidad que en América. Hay una resistencia inquebrantable de los árabes y contra ellos inician sus carreras los mariscales de México, Bazaine y Forey. Tal vez sin Juárez y los chinacos México hubiera sido la Argelia americana. El ejército francés se desgasta aquí y pierde la guerra franco-prusiana. Alsacia y Lorena pasan a poder de Alemania. De entre los alsacianos que desean seguir siendo franceses sale la familia Camus. Les dan las tierras que eran de los comuneros asesinados en 1871. Catalina Sintes es hija de una de las familias catalanas que encuentran su última esperanza en territorio argelino. Por último, pero no finalmente, la guerra de España y la Segunda Guerra Mundial permiten el encuentro en París de Albert Camus y María Casares.   Seres sin huella, tumbas sin nombre   El niño Albert crece en un barrio de miseria y en apartamento paupérrimo, dominado por la abuela, en donde se hacinan cinco miembros de la familia. El edificio huele muy mal porque las únicas letrinas se encuentran en el rellano y no pasan de ser hoyos en el piso. Todo está aplastado por el inmenso omnipresente calor. No hay luz eléctrica sino lámparas de petróleo. Catalina limpia de rodillas los suelos ajenos y se ayuda lavando ropa. A cambio de la indigencia menesterosa y cruel en que viven, el niño Albert tiene dos tesoros, el mar y el sol, y le encanta la escuela. Pronto destaca por su inteligencia, su destreza para redactar y su habilidad para los deportes, sobre todo el futbol, que le fascina. Durante un siglo multitudes enteras habían llegado a Argelia para labrar la tierra en que finalmente se iban a abrir sus tumbas. Todas aquellas generaciones habían desaparecido sin dejar huella, y así sus hijos y sus nietos. Para Albert el gran misterio es la miseria que hace seres sin nombre y sin pasado y los devuelve al inmenso tropel de los muertos anónimos que han construido el mundo. En esa tierra cada uno era el primer hombre. Él mismo se había criado solo, creció solo, en la pobreza, sin ayuda y sin auxilio, en una orilla feliz y bajo la luz de las primeras mañanas del mundo para abordar después, solo, sin memoria y sin fe, el orbe de los hombres de su tiempo y su espantosa y exaltante historia.

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