México, tablero de un ajedrez de espías

viernes, 13 de diciembre de 2013 · 11:51
México reúne dos condiciones que lo volvieron atractivo en los turbulentos años de la Segunda Guerra Mundial: petróleo y una posición geográfica clave. Antes y durante el conflicto que incendió al mundo el siglo pasado la capital mexicana fue un hervidero de agentes de inteligencia de las principales potencias en pugna. Estos países movieron piezas a su arbitrio –ricos empresarios, actores de Hollywood y hasta funcionarios del gobierno avilacamachista– en complejas jugadas de ajedrez. El siguiente texto se deriva de las investigaciones que el reportero efectuó en diversos archivos –como el Nacional de Washington en Estados Unidos, y los de la SRE, la Defensa y el General de la Nación, en México– para la escritura de un libro que actualmente se encuentra en proceso de impresión. MONTERREY, N.L. (Proceso).- El empresario estadunidense William Rhodes Davis vino a vivir a México cuatro meses después de la nacionalización de la industria petrolera. Al llegar al Distrito Federal comenzó a gestionar ante el presidente Lázaro Cárdenas un permiso para invertir 10 millones de dólares en la explotación de crudo en la región de Poza Rica. Cárdenas autorizó el proyecto en vista de que a la recién creada paraestatal Petróleos Mexicanos (Pemex) le hacían falta recursos. Gracias a esa inversión Davis obtuvo el primer contrato privado de la paraestatal para explotar pozos petroleros en Veracruz. El estadunidense –calificado por los funcionarios de Pemex de la época como “uno de esos sujetos inescrupulosos, habilísimos negociantes, que ocupan los departamentos presidenciales en los más suntuosos hoteles, saben gastar dinero y son inteligentes y audaces”– había entrado en contacto con el gobierno mexicano meses antes de la expropiación que afectó a empresas de Inglaterra, Holanda y Estados Unidos. Luego se presentó ante Cárdenas como intermediario de los gobiernos italiano y alemán para comprar grandes cantidades de crudo, cuando los países agraviados anunciaban un boicot contra el petróleo mexicano. Tras reunirse con los representantes de Pemex, Davis obtuvo varios contratos para comprar crudo destinado a Italia y a cambio se comprometió a construir tres barcos con capacidad de 10 mil barriles cada uno. También logró convenios para la venta de petróleo a Berlín. Los recursos que administraba para esas compras provenían del banco central alemán, el Reichsbank, y habían sido autorizados por el ministro de Finanzas, Hjalmar Schacht, por órdenes directas de Adolfo Hitler. Meses después el petrolero estadunidense ya adquiría alrededor de 70% de las exportaciones de Pemex destinadas a Alemania e Italia. Pero en México todos sus movimientos eran vigilados por los hombres de William Stephenson, jefe de la Coordinación Británica de Seguridad (BSC), quien despachaba en Nueva York. El gobierno británico había designado al canadiense Stephenson jefe de la BSC en Estados Unidos. La organización de espionaje dependía del Servicio Secreto de Inteligencia (MI-6) y su misión era neutralizar las actividades de los nazis en Norteamérica además de ganarse el apoyo de los estadunidenses con miras a la guerra que se avecinaba. Los espías de Stephenson descubrieron que, además de comprar petróleo para Alemania, Davis se implicó en proyectos secretos para la Armada del Tercer Reich que operaba en el Golfo de México. Para el verano de 1941 estaba edificando bases para suministrar combustible a los submarinos germanos en pequeñas islas del Caribe y el Atlántico, con la finalidad de que no tuvieran que regresar a Europa a reabastecerse. El carburante era trasladado a esas islas en embarcaciones mexicanas. En el proyecto participaba el diplomático alemán Joachim A. Hertslet, funcionario de la embajada alemana en México. Para esa época también contrabandeaba el petróleo mexicano, pues antes de terminar su mandato Cárdenas había cancelado su trato comercial con Hitler. En respuesta Davis y Hertslet organizaron una intrincada red a fin de conseguir el crudo y enviarlo a Alemania a través de Panamá, Italia, Japón y la provincia marítima siberiana de Primorski. Los agentes británicos que lo vigilaban concluyeron que la manera más rápida de poner fin a esos proyectos era “eliminar a Davis de la escena”. Poco después el estadunidense murió por un súbito infarto.   Avanzada del Tercer Reich   Esta operación no fue la única de la BSC en México. Stephenson y su equipo sabían que desde los primeros meses de 1940 el almirante Wilhelm Franz Canaris, jefe del Abwehr (servicio alemán de espionaje militar), había ordenado crear en México el más importante puesto de avanzada de la inteligencia del Tercer Reich en América Latina. La organización estaba dirigida por un grupo de militares encabezados por el mayor George Nicolaus y el teniente coronel Friedrich Karl von Schleebruegge. Desde la Ciudad de México realizaban operaciones para toda Latinoamérica. Entre sus actividades destacaban la vigilancia de los movimientos navales y militares de Estados Unidos en el Atlántico, el espionaje industrial y el contrabando de materias primas esenciales para la fabricación de armamento. También establecieron en varias naciones la Red Bolívar, un sistema de transmisores clandestinos de onda corta para comunicarse con Alemania. El centro de operaciones de México le costaba una fortuna a la Abwehr. Lo financiaba con enormes sumas en efectivo, sorteando las restricciones impuestas por la guerra y evitando pasar por los bancos británicos y estadunidenses. Para finales de 1940 los primeros fondos enviados al puesto de avanzada se habían agotado por lo que se suspendieron importantes acciones en toda América Latina. Canaris supo que Italia tenía un fondo de 3 millones 850 mil dólares en varios bancos de Estados Unidos. Acordó con los italianos transferirlos a México vía valija diplomática. El dinero fue retirado y 1 millón 400 mil dólares fueron enviados con un cónsul italiano que cruzaría la frontera Estados Unidos-México por ferrocarril. El resto de los recursos se mandó a través de Brasil. El FBI alertó a Stephenson y éste preparó una operación para robarse el efectivo. Cuando el ingenuo cónsul llegó a la Ciudad de México ya lo estaba esperando un grupo de “agentes especiales de la policía secreta”, quienes lo acusaron de contrabandear dinero y se lo confiscaron. La embajada italiana presentó una denuncia ante la Secretaría de Relaciones Exteriores, pero los dólares y los “agentes” ya habían desaparecido. Las acciones de la BSC no frenaron las operaciones nazis. Las materias primas mexicanas tenían una gran relevancia para el Tercer Reich, lo cual quedó evidenciado con los destacados hombres y mujeres que siguieron llegando al país en misiones secretas. Entre otros vino el empresario sueco Axel Wenner Gren, el hombre más rico del mundo en la época. Era el principal accionista de la empresa de electrodomésticos Electrolux y de la firma Bofors AB, la cual le vendía armas a los nazis; era también dueño de bancos y medios de comunicación, entre otros negocios. Venía a México enviado directamente por el mariscal Hermann Goering con el objetivo de invertir en materias primas con recursos alemanes depositados en bancos suizos. También se mandó al famoso actor estadunidense Errol Flynn, colaborador secreto de los nazis, quien llegó para cabildear ante los funcionarios mexicanos para que apoyaran los intereses de Alemania. Además traficó oro entre Estados Unidos y México en su yate Sirocco. Para febrero de 1941 una bella alemana cruzó la frontera de Nuevo Laredo para radicar en la capital mexicana: Hilda Kruger, actriz que intentaba hacer carrera en Hollywood. En Berlín se había hecho amante del ministro de Propaganda Joseph Goebbels. En México se metió a la cama de importantes funcionarios, entre ellos Miguel Alemán Valdés. Gracias a este amorío el entonces secretario de Gobernación protegió las operaciones del puesto de avanzada nazi.   Washington   Los encuentros de Kruger con Alemán llamaron la atención de los agentes de la recién creada Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) de Estados Unidos, antecesora de la CIA. Los agentes –venidos del Servicio de Inteligencia Militar estadunidense– pronto desenmarañaron la red tejida por Nicolaus, Kruger y Flynn. Trabajaron en conjunto con el Servicio Especial de Inteligencia para América Latina del FBI. Ambos equipos operaban desde la embajada de Estados Unidos, desde donde reportaban a Washington las actividades nazis. Los informes del FBI destacaron la sofisticada tecnología utilizada por Nicolaus y su grupo para trasferir reportes a Berlín. Consistía en reducir documentos y fotografías al tamaño de una punta de alfiler con un sistema llamado microdot. Los informes se colocaban como tildes de las letras “i” en cartas remitidas a Portugal para evadir la censura británica. Los agentes de la OSS también reportaron a Washington que Miguel Alemán se había trasformado en el “representante de los intereses alemanes en México” pues protegía el contrabando de metales estratégicos y otras materias primas que se llevaban a Veracruz para luego ser recogidas en altamar por submarinos alemanes. Para las primeras semanas de 1942 Washington se quejó ante el presidente Manuel Ávila Camacho por las actividades de su secretario de Gobernación a favor de los nazis. A finales de febrero fue detenido Nicolaus, y para marzo, Kruger; ella pronto fue liberada por gestiones de Alemán. Los estadunidenses seguían capturando a la red de espías del Tercer Reich pero decidieron dejar a un pequeño grupo para utilizarlo en operaciones de contrainformación, haciendo llegar a Berlín reportes falsos.   Moscú   Hasta este momento los soviéticos se habían mantenido al margen en el tablero mexicano del espionaje. Pero en los primeros días de 1943 los agentes de la OSS se sorprendieron pues la Unión Soviética solicitó a la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) abrir una embajada en México, país con el cual no tenía relaciones comerciales. Las negociaciones entre Moscú y la SRE concluyeron en mayo y para el 12 de junio abrió sus puertas en la Ciudad de México la embajada soviética. La OSS también descubrió que el agente soviético Leonidas Aleksandrovich Eitingon viajaba continuamente a la capital mexicana desde Nueva York. Tenía la orden de Stalin de rescatar a Ramón Mercader de la cárcel de Lecumberri, donde éste estaba preso después de matar a León Trotsky. Durante meses preparó un plan para liberarlo, pero todo quedó en el olvido pues se le asignó una nueva misión: recolectar documentos del Proyecto Manhattan, de los cuales dependía “la sobrevivencia del Estado Soviético”. En uno de sus viajes a la Ciudad de México, a finales de marzo de 1944, organizó un mecanismo independiente de la nueva embajada soviética para cruzar gente a Estados Unidos. Los nuevos espías llegaban a Veracruz y eran trasladados a Nuevo Laredo para cruzar con pasaportes falsificados. Venían con el objetivo de conseguir los secretos de la nueva arma. Los avances para desarrollar la bomba atómica estaban siendo proporcionados a los espías soviéticos por los tres personajes principales del Proyecto Manhattan: Robert Oppenheimer, Enrico Fermi y Leo Szilard, quienes habían acordado compartir sus investigaciones subrepticiamente con Moscú ante el temor de que Hitler desarrollara primero la bomba atómica y porque previeron que si una sola nación poseía superioridad nuclear, impondría su voluntad al resto del mundo. Para contactar al resto de los científicos que laboraban en las distintas instalaciones del Proyecto Manhattan, la agencia soviética de inteligencia fue advertida que no podía utilizar sus tradicionales redes asociadas al Partido Comunista en Estados Unidos o relacionadas con sus embajadas y diplomáticos, pues todos estaban identificados por el FBI. La inteligencia soviética necesitaba decenas de nuevos espías para conseguir documentos, fotografías, detalles técnicos sobre las recientes instalaciones, las firmas que trabajaban para el Departamento de Defensa y las aleaciones que se desarrollaban para la fabricación de la nueva bomba. Eitingon le propuso al jefe del Departamento S del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD, antecedente del KGB), Pavel Sudoplatov, echar mano de los desconocidos “agentes de influencia” reclutados en Estados Unidos, España y en la capital mexicana para que se convirtieran en los “correos” que llevarían los secretos a Moscú. Entre los “agentes de influencia” –“moles”, como se les dice en el argot del espionaje– reclutados por Eitingon estaban entre los españoles Antonio Meiji y Margarita Nelken, el suizo Hans Meyer y los mexicanos Luis Arenal y Anita Bremer, escritora que en esa época vivía en Nueva York. Destacaban también los funcionarios Adolfo Uribe Alba y el general Roberto Calvo Ramírez, jefe de la región militar de Baja California Norte. Algunos de ellos colaboraron en el mecanismo para cruzar ilegalmente a agentes a través de la frontera; otros para recibir y entregar dinero que se enviaba desde Nueva York, y los menos se desempeñaron como “correos” para recoger y entregar documentos. El grupo de agentes que se dedicaron al espionaje atómico pronto identificó siete grandes centros de investigación y a 27 científicos de muy alto nivel que trabajaban en el Proyecto Manhattan. Para finales del 1943 Moscú ya había recibido 286 publicaciones clasificadas sobre las investigaciones científicas en torno a la energía nuclear. Los reportes se transmitían encriptados, para lo cual se designaron cuatro centros: el consulado soviético en San Francisco, las embajadas en Washington y México y una oficina consular en Nueva York. Informes muy precisos de Fermi sobre los avances de un reactor de la Universidad de Chicago fueron traídos a México por los correos seleccionados por Eitingon y desde aquí se enviaron a Moscú. Así la Unión Soviética fue capaz de desarrollar su propio armamento nuclear.

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