La herencia pavorosa de los test nucleares

viernes, 21 de febrero de 2014 · 19:41
MÉXICO, D.F. (apro).- Durante décadas, los habitantes de la región de Semipalatinsk, en el nororiente de Kazajistán, han tenido que vivir con las connotaciones sanitarias, ambientales y económicas de docenas de pruebas nucleares realizadas por la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Aunque el antiguo Sitios de Pruebas Nucleares Semipalatinsk (SNTS por sus siglas inglesas) fue cerrado en 1991, la población local aún sufre las secuelas e incluso pasarán años para que sean abordadas completamente. El informe de enero último Pruebas nucleares en Semipalatinsk: las consecuencias humanitarias, patrocinado por el Instituto Noruego de Asuntos Internacionales, resalta que “en algunos sitios, el legado de detonaciones nucleares es un componente real de la vida cotidiana” y concluye en que ese legado “es evidente incluso después de más de 20 años de la clausura del lugar y más de 50 años después de la última detonación terrestre. SNTS representa un testimonio del impacto horrífico de las armas nucleares”. Luego del desarrollo nuclear de EU, Joseph Stalin, el entonces líder soviético, nombró a Lavrentiy Beria, el ex jefe de la NKVD –predecesora de la KGB, la temible policía secreta- para supervisar el proyecto nuclear. El físico Igor Kurchatov fue erigido para encabezar el programa, en el cual participó el luego disidente y Premio Nobel de la Paz Andrey Sakharov. El 21 de agosto de 1947 el gobierno soviético decidió la creación de un escenario de pruebas en la parte nororiental de la entonces República Socialista Soviética de Kazajstán. El SNTS ocupa una superficie de 18 mil 300 kilómetros cuadrados, al oeste de la ciudad de Semipalatinsk, rebautizada como Semey en 2007. Una de las razones para elegir Semipalatinsk fue su vastedad y su relativo alejamiento a los ojos extranjeros. Sin embargo, había un millón de residentes en los 160 kilómetros adyacentes al sitio y había varias aldeas próximas a sus bordes. El 29 de agosto de 1949 los soviéticos detonaron su primera bomba de plutonio RDS-1 en Kazajstán, con un poder de 20 mil toneladas de TNT o 20 kilotones –similar a la que EU dejó caer sobre la ciudad japonesa de Nagasaki en 1945-. De hecho, era una copia del modelo estadunidense Mark 3, obtenida por el espionaje soviético de tres laboratorios del Proyecto Manhattan, que dio paso al desarrollo de las armas nucleares de EU. El STNS fue el primer sitio donde los soviéticos lanzaron una ojiva desde un avión el 18 de octubre de 1951 y donde se escenificó la primera explosión termonuclear en 1953. De los 715 test soviéticos, 456 fueron ejecutados en Semipalatinsk, el segundo mayor escenario mundial de esos experimentos. De ello, 25 fueron en la superficie terrestre y 86 en el aire entre 1949 y 1962. El Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares de 1963 vetó esas prácticas. Más de 110 experimentos fueron llevados a cabo en la atmósfera y sobre la superficie terrestre. El mayor sitio es el estado estadunidense de Nevada, con 928; le siguen Moruroa, en la Polinesia francesa, con 179; Novaya Zemlya, archipiélago del Ártico ruso, con 130, y Lop Nur, al norte de China, con 47. Las explosiones alteraron las actividades económicas locales, como la crianza de ganado y la explotación de materias primas. “Hay impacto en la salud, el ambiente, la situación psicosocial y la seguridad social. Sistematizamos los resultados de estudios previos para proveer de información de dimensiones clave de las pruebas”, explicó a Apro Roman Vakulchuk, autor del informe, junto con Kristian Gjerde, Tatiana Belikhina y Kazbek Apsalikov. Los tests atmosféricos causaron la mayor parte de la contaminación del ambiente y la exposición a la radiación. Se considera que 50% de la energía en una detonación nuclear es liberado durante el estallido y 35% como calor. El 15% de la energía equivale a radiación nuclear, de la cual cerca de 5% se difunde como radiación inicial, en el primer minuto de la conflagración. Aproximadamente 10% de la energía se emite con el paso del tiempo como radiación residual, a grandes distancias según el viento y las condiciones meteorológicas. Después de 1962, todas las pruebas se efectuaron bajo tierra o en socavones, la última de las cuales se remonta al 19 de octubre de 1989. Las zonas usadas para pruebas nucleares comparten el mismo perfil de daños ambientales, sanitarios y económicos y en la mayoría de casos difícilmente serán restaurados totalmente. La zona de los experimentos. Foto: Wikipedia Dolencias atómicas El Instituto de Medicina Radiactiva y Ecología en Semey calcula que en la vecindad del SNTS entre 500 mil y un millón de personas fueron expuestas a dosis sustanciales de radiación entre 1949 y 1962. Sólo cuatro pruebas entre 1949 y 1956 contribuyeron con más de 95 por ciento de la dosis colectiva de radiación. Durante la época soviética, los test y sus secuelas para la salud humana permanecieron envueltos en total secrecía. No fue sino hasta 1956 que el gobierno llevó a cabo los primeros estudios sobre esos efectos. De hecho, faltan estadísticas claras sobre las consecuencias agudas de las pruebas. El reporte, de 35 páginas, da cuenta que sólo una vez –antes de la detonación poderosa de agosto de 1953, con una bomba de 480 kilotones equivalente a 30 veces la explosión en Hiroshima en 1945- los residentes de aldeas vecinas fueron evacuados durante casi dos semanas. El mayor interés por análisis sanitarios se gestó a raíz del experimento terrestre del 16 de marzo de 1956, cuya nube radiactiva alcanzó a la ciudad de Ust-Kamenogorsk, a 400 kilómetros del escenario del estallido. La población local fue expuesta a dosis tan altas cercanas al envenenamiento radiactivo. El gobierno soviético hospitalizó a 638 personas, cuyo destino se ignora. “Las pruebas nucleares han tenido serias consecuencias negativas para la salud de la población local”, enfatiza Vakulchuk, quien señala que la gente cercana al SNTS presenta estrés psicológico. La franja de riesgo extraordinario consta de ocho poblados situados entre 50 y 100 kilómetros del SNTS. La de riesgo máximo oscila entre 150 y 250 kilómetros del sitio, la de riesgo creciente entre 300 y 400 kilómetros y las de exposición mínima, entre 450 y 800 kilómetros. Los especialistas han clasificado las secuencias sanitarias por décadas, según su cercanía temporal a las detonaciones. Entre 1950 y 1960 uno de los efectos identificados fue la alta mortalidad infantil, cuya tasa se ubicó entre 100 y 110 defunciones por mil infantes nacidos vivos. Le siguió las malformaciones congénitas. Una de las causas principales de mortalidad infantil fue la leucemia. Entre 1960 y1985, a pesar de que la mortalidad infantil remitió a los niveles presentes antes del inicio de las pruebas nucleares en 1949, la de cáncer repuntó. Los más frecuentes fueron los de esófago, de estómago y del intestino delgado. Estudios citogenéticos desarrollados entre 1962 y 1975 mostraron persistencia de aberraciones cromosómicas entre 420 individuos examinados, entre los 10 y los 60 años de edad. Además, se registraron entre 10 y 12 casos de malformaciones por mil niños nacidos vivos, fenómeno que se retrajo después de 1985. A finales de los años ’80 se registró un marcado incremento de la incidencia de cáncer. “La situación en materia de contaminación radiactiva en y alrededor del sitio no es uniforme, con riesgos variados de exposición a la radiación. Buena parte del sitio no representa un peligro, pero algunas áreas necesitan ser resguardadas indefinidamente”, describe el documento. El gobierno ha reconocido oficialmente un millón 323 mil personas afectadas negativamente por las pruebas. De ellas, un millón 57 mil han recibido los llamados “pasaportes radiactivos”, una confirmación oficial de su estatus. Éste se basa en la residencia desde la zona de riesgo mínimo a la de mayor exposición. A partir de 1995, se consideró también a las personas según su condición de salud. En el primer caso, se otorgan beneficios como compensaciones monetarias, pensiones más altas, mejores salarios para los burócratas, vacaciones pagadas adicionales y tratamiento gratuito en centros de salud para menores de 18 años que vivan en áreas expuestas a la radiación. Además, se creó el Consejo Interdepartamental de Expertos que examina los nexos entre la exposición a la radiación y las condiciones médicas. Desde su instauración en 1995, ese órgano analizó 30 mil 240 casos, de los cuales avaló 24 mil 100. Además, Kazajstán ha tenido que lidiar con otra derivación indeseable y de alcances insospechados. Luego del cierre del STNS y de la desintegración de la URSS en 1992, Kazajstán, ya en condición independiente, tuvo problemas para asegurar el sitio, especialmente debido a la crisis económica que sufría. Eso acarreó dos consecuencias. Primero, el saqueo de la infraestructura por la población local que vendía metal y otros materiales como desechos, lo cual supone un riesgo de exposición. Luego, los remanentes, esencialmente residuos de plutonio, quedaron al alcance de grupos terroristas que podrían construir bombas atómicas con esos materiales. Profundización de daños Una importante línea de investigación es examinar los efectos sanitarios entre los descendientes de las personas directamente expuestas a la radiación y que viven actualmente en la zona. Actualmente, “el SNTS no impacta negativamente a la población, a excepción de las zonas de influencia y los casos de penetración ilegal en los epicentros de los experimentos. Sin embargo, la situación ecorradiológica no es estable. Han sido identificados procesos de migración de sustancias radiactivas, lo cual hace necesario conducir un monitoreo regular”, concluye el reporte. Vakulchuk indica que para muchos padecimientos se necesitan estudios más profundos para determinar los vínculos entre la radiación y los problemas de salud. Hay numerosas áreas donde el acceso a animales de pastoreo y personas debe ser restringido, pero, según el experto, 80 por ciento del terreno puede ser devuelto a los agricultores.

Comentarios