Música contra la iniquidad

sábado, 10 de mayo de 2014 · 18:31

A la maestra Silvia Martínez, viuda de Bolado y a sus alumnas del Ballet Clásico de Hermosillo.

MÉXICO, D.F. (Proceso).- El poderío que el arte sonoro detenta para con-mover los afectos y las pasiones del hombre es, lo entendemos mas a menudo lo olvidamos, tan colosal como contundente. Todas las culturas lo han sabido sirviéndose de él para la consecución de sus fines. Desde los himnos para suscitar la valentía y el patriotismo hasta los cantos para invocar a las divinidades y conciliar el sueño, las vibraciones melódicas materializadas en actos volitivos lo confirman. No en balde Napoleón Bonaparte afirmó al catar los revuelos que causaba La Marsellesa: “esta música nos ahorrará muchos cañones”.  Refulge asimismo el ejemplo de lo que hizo el poema sinfónico Finlandia de Jean Sibelius (1865-1957) para derrocar al imperialismo ruso (Proceso 1670) y, aquí está lo que nos interesa, en México hay otro caso nítido donde la música funcionó para catalizar, englobar y potenciar el sentir de las “fuerzas vivas” que, cuál germen irreprimible, desembocó en la primera gran revolución del Siglo XX. Hablamos del vals Club Verde que escribió el compositor sonorense Rodolfo Campodónico hacia 1901. Pero, ¿quién es el músico y por qué se intitula así su composición? ¿Acaso la biografía del personaje y los detalles del contexto histórico en que la obra fue compuesta han trascendido los linderos del desconocimiento? ¿Más allá de las calles que llevan su nombre y del busto que recuerda su efigie en Hermosillo, su ciudad natal, se valora en el resto del país la relevancia de su figura? ¿No debiera este legado individual ser parte de ese acervo patrio que habría de consolidar nuestro sentido de pertenencia? Allende la obviedad de las repuestas, no sobra insistir en que entre los próceres que han luchado para derrotar a los regímenes autocráticos que desde siempre nos expolian los artistas también cuentan, ellos blanden la batuta que dirige las emociones y condensa los anhelos. Intentemos pues delinear los perfiles biográficos del desconocido compatriota  y tratemos de contextualizar los alcances de su obra. Rodolfo Campodónico nace en 1866 ?un año después de Sibelius? y como su apellido lo dice, la genealogía paterna procede de Italia. Su padre, Giovanni Campodónico, se afincó en Sonora destacando inmediatamente por sus habilidades como músico. Recibió en Guaymas el apodo de “hombre orquesta” debido a la destreza para soplarle a una flauta de carrizo colgada del cuello al tiempo que tocaba la guitarra y llevaba el ritmo percutiendo con un codo el tambor. Una vez conquistada la ciudad portuaria el italiano optó por irse a la capital del Estado donde contrajo nupcias con María Dolores Morales, una oriunda del municipio sonorense de Moctezuma[1] que le dio tres hijos. Si en Guaymas a Campodónico padre le fue bien, en Hermosillo la vida le sonrió en extremo. Además de formar otra banda mejor dotada que la que organizó en Guaymas, contó con la protección del gobernador en turno ?el coronel Ignacio Pesqueira García (1820-1886)? quien lo introdujo en los círculos de la alta sociedad de Hermosillo. Con esos antecedentes familiares es natural que Campodónico hijo se iniciara pronto en el oficio musical. A los cinco años es capaz de tocar el triángulo en la banda de su padre y alrededor de los ocho empieza a firmar sus primeras composiciones. En su obra encontraremos canciones, marchas, el Himno Constitucionalista[2] e innumerables valses, casi todos ostentando nombres de damas a las que quería agradar.[3] Aprende en poco tiempo a tocar el cornetín y, en breve sustituye a su padre en la dirección de una banda que con él se convierte en orquesta.  Como su papá, casa con otra sonorense con la que procrea descendencia y podría decirse que el reconocimiento cimentado por su progenitor es el trampolín que lo lanza a una notoriedad que él capitaliza con maestría. No hay fiesta pública y privada donde no se le solicite y le llueven los encargos para componer música. En cuanto a la publicación de la misma recurre a editoras norteamericanas que le pagan ingentes regalías. De igual forma, cuenta con el apoyo y la simpatía de los gobernadores del Estado, entre los que destaca José María Maytorena (1867-1948), un maderista de hueso colorado que se enfrentó a los desmanes y la ineptitud del triunvirato Torres-Corral-Izábal. Para este político sonorense compone la marcha Viva Maytorena que lleva implícita la consigna de aplaudir su postura antireeleccionista. Hasta aquí se desprende que el compositor rompe la regla ya que vive en condiciones de bonanza económica y jamás es presa de las adicciones que aquejan al gremio musical. Nunca bebe de más y sabe administrar su talento y su fortuna. En cuanto a los rasgos de su personalidad, embonan con los del sonorense típico, es decir, tiene la sonrisa a flor de piel, ama el sol y el baile, admira las inagotables bellezas femeninas que lo rodean y es fiel a sus convicciones. De éstas son de destacar la lealtad a sus amigos, a su familia y a las causas justas. Para aquilatarlas en pleno baste referir que en 1913 promueve una serenata en la Plaza de Armas de Hermosillo donde se lanzan vivas a Maytorena y, además de cuestionar las actitudes de Venustiano Carranza se repudia al gobierno ilegítimo de Victoriano Huerta, por lo que la represión gubernamental decreta su encarcelamiento. Poco después, ya libre, sigue los pasos de Maytorena exiliándose en la Unión Americana, donde encuentra la muerte, acaecida ésta en 1926. Hasta la fecha sus restos reposan en el cementerio de Douglas, Arizona. Hecha la síntesis biográfica es momento de abordar la génesis y los ecos de su composición más emblemática y, quizá, aquella con mayores tintes políticos. A principios del Siglo XX se conforma en Hermosillo un grupo disidente que manifiesta su inconformidad con las reiteradas reelecciones de la Presidencia Municipal, ocupada entonces por un tal Vicente V. Escalante quien la usurpa durante diez periodos. Escalante era suegro de Ramón Corral (1854-1912), el mismo sujeto que, con brutalidad inenarrable, reprimió por orden de Porfirio Díaz las últimas insurrecciones de los indios Yaquis, ocupando como premio la gubernatura de Sonora, la Secretaría de Gobernación, la regencia del D.F. y la vicepresidencia del país de 1904 a 1911. Así, el movimiento inconformista promulga la candidatura de Dionisio González Serna pero, podemos suponerlo, no logrará materializarla. Los “rebeldes” se agrupan en un Club cuyo color distintivo era el verde y para solidarizarse con su causa Campodónico colige las notas del vals que cimbrará conciencias. Las mujeres simpatizantes pintan sus tacones de verde y como afrenta ante la autoridad empieza a silbarse por las calles la melodía, aún a riesgo de ser amonestado. No falta quien vaya a dar a prisión por musitar demasiado cerca de algún gendarme las notas de Campodónico. Al cabo de pocos años el vals traspone fronteras y se toca por doquier. En el sur de los Estados Unidos se aplaude con tanta fuerza como en el norte de México y para disgusto de la Presidencia Federal se trasmina por todo el territorio patrio. Con esa música germinal se magnifican los estertores del Porfirismo y se acelera la caída de los tiranos. Vendría después la huelga de Cananea y con el asesinato de Madero acabaría de detonarse la colisión nacional. Ya sabemos cuál fue el epílogo y, dados los resultados, no podemos dudar del papel que jugó la inconformidad popular traducida en música. No estaría por demás invocar las frases melódicas del Club Verde[4] para impugnar las iniquidades de nuestros días… Piénsese en su entonación frente al Palacio de Gobierno de Hermosillo para culpabilizar a los responsables del incendio de la Guardería ABC… O frente a la Secretaría de Hacienda para tazar las aviesas fortunas de Beltrones y Bours, por citar nada más a los de la letra B o, su reproducción vía redes sociales para exigir que las reformas absolutistas que impulsa Peña Nieto no procedan…  La obra es una marcha de batalla enmascarada en un ritmo bailable que puede ahorrarnos muchas balas. Bastará con saber de su existencia y estar dispuesto a sumarse a su poderío…
 
[1] Localidad del centro del Estado aledaña al río homónimo cuyo antiguo nombre era Oposura.
[2] El autor de la letra fue el poeta Lorenzo Rosado, un yucateco que se afincó en Sonora.
[3] Se piensa que, en conjunto, su obra alcanza el millar de composiciones.
[4] Se recomienda su escucha de la interpretación de la Filarmónica de la Ciudad de México. Encuéntrela en la página: proceso.com.mx

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