Hamas, el Frankenstein de Israel

viernes, 15 de agosto de 2014 · 19:27
MÉXICO, DF, (apro).- En un controversial artículo publicado en la última edición de la revista Foreign Policy, los expresidentes de Estados Unidos, James Carter, y de Irlanda, Mary Robinson, no sólo acusaron al gobierno de Israel de ser el causante de la actual crisis en Gaza y de cometer crímenes de guerra contra la población civil palestina, sino que lo conminaron a reconocer al movimiento islamista Hamas como una fuerza político-beligerante legítima. Los dos exmandatarios, que han mantenido su activismo en pro de la paz y los derechos humanos, titularon su artículo “Terminar la guerra en Gaza empieza por reconocer a Hamas como actor político legítimo”, y escribieron que además de Israel, “Estados Unidos y la Unión Europea deberían reconocer que Hamas no sólo es una fuerza militar, sino también política… que no puede ser simplemente borrada ni va a cooperar con su propia destrucción”. Opinaron por lo tanto que “sólo reconociendo la legitimidad de Hamas como actor político –que representa a una parte sustancial del pueblo palestino– Occidente puede empezar a generar los incentivos correctos para que el movimiento deponga sus armas”, ya que desde las elecciones de 2006, internacionalmente monitoreadas, que lo llevaron al poder en Gaza, “el enfoque de Occidente manifiestamente ha contribuido al resultado opuesto”. Israel, Estados Unidos y la Unión Europea consideran a Hamas una organización terrorista por los atentados contra blancos civiles israelíes que el grupo ha cometido desde los años noventa en respuesta a las incumplidas promesas de los sucesivos gobiernos de Tel Aviv de detener los asentamientos judíos y devolver los territorios ocupados. Así, desde que Hamas empezó a gobernar en Gaza, los tres han hecho todo lo posible para aislarlo y sacarlo del gobierno. El resultado: más atentados, el constante lanzamiento de cohetes hacia territorio de Israel y tres operativos militares en seis años (“Plomo Fundido” 2009, “Pilar Defensivo” 2012 y “Margen Protector” 2014), que en conjunto han provocado la muerte de miles de palestinos y cerca de un centenar de israelíes. En opinión de Carter y Robinson, eso sólo puede parar si en lugar de recurrir a las armas se abre espacio a la política y la diplomacia. Pero, para ello, ambas partes deben reconocerse como interlocutores válidos, cosa que de hecho ninguno hace: Israel no reconoce a Hamas como fuerza política y Hamas no reconoce la existencia del Estado de Israel. Los dos expresidentes no hablan nada más a título personal. Forman parte del grupo denominado The Elders (en rememoración de los antiguos cosejos de ancianos), fundado por el fallecido Nelson Mandela y que integran, entre otros, su viuda Graça Machel, el obispo Desmond Tutú, el exsecretario de la ONU, Kofi Annan, y otros exmandatarios como Gro Harlem Brundtland de Noruega, Fernando Henrique Cardoso de Brasil y Ernesto Zedillo de México. Sin detentar ningún cargo gubernamental, su propósito es aprovechar su prestigio y liderazgo en el ámbito internacional para abrir puertas, promover acuerdos e impulsar causas difíciles, escuchando sin distinción a todas las voces involucradas aunque esto suscite polémica o inclusive rechazo. Es sin duda el caso entre israelíes y palestinos. Pero no sólo The Elders piensan que Hamas es una importante fuerza política y social sin cuya participación es imposible dar solución al conflicto palestino-israelí. Mohamed Bazzi, especialista en estudios del Medio Oriente del Council on Foreign Affairs, sostiene que al mantener a Hamas aislado, Estados Unidos y Europa ayudan a sus líderes externos, que tienden a ser de línea más dura: “Ellos son los que no quieren ningún acuerdo con Israel y se niegan a reconocer al Estado judío. Al vivir cómodamente en el exilio, pueden darse el lujo de no hacer compromisos. No responden a ninguna jurisdicción y no viven entre los palestinos promedio”. Este analista, quien refiere un encuentro entre Jimmy Carter y el líder externo de Hamas, Jaled Meshal, en Damasco en 2008, explica que “para vivir en la clandestinidad, grupos como Hamas no pueden alentar el disenso o el diálogo interno. Deben permanecer jerárquicos y altamente disciplinados. Pero una vez que tienen el poder político, existe la posibilidad de que algunos se vuelvan más pragmáticos”. Cita entre ellos al depuesto primer ministro Ismael Haniyah, quien desde los noventa servía de enlace entre Hamas y el grupo Al Fatah (de la Organización para la Liberación de Palestina, OLP) en Gaza. Pero también en el campo israelí hay quienes afirman que debe negociarse con Hamas. En 2012, durante la operación “Pilar Defensivo”, el exagente del Mossad, Efraim Halevy, dijo al diario Yediot Ahronot que “aunque las Fuerzas de Defensa de Israel puedan derrotar a Hamas, finalmente habrá que negociar con ellos para evitar que el vacío lo llenen grupos más extremistas”. Y adelantó que, de no hacerse, “lo único que habremos ganado es un incremento temporal en los intervalos entre una ola de violencia y la siguiente”. Ante esa siguiente ola, ahora en curso, el exministro de Asuntos Exteriores de Israel, Shlomo Ben Ami, reafirma esta idea en un artículo para El País: “Hamas sobrevivirá, sin ir más lejos, porque Israel quiere que sobreviva. La alternativa (una anarquía yihadista que convierta a Gaza en una Somalia palestina) es sencillamente impensable”. Ben Ami, autor del libro Cicatrices de guerra, heridas de paz: la tragedia árabe-israelí y actual vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz, maneja la teoría de que las guerras asimétricas acaban por cuasar problemas a la potencia superior. “Estas guerras están creando una nueva clase de amenaza para Israel, porque a la dimensión estrictamente militar se añaden cuestiones diplomáticas, de política regional, de legitimidad y de derecho internacional en las que Israel no lleva las de ganar”. Ante lo evidente, quizás sea el momento de que Israel y sus aliados occidentales recapitulen y analicen todos sus cálculos erróneos en relación con Hamas, empezando por su creación. Porque tal vez la mayoría no lo recuerde, pero en sus inicios el Estado de Israel apoyó a Hamas como un contrapeso a la OLP, a la que entonces consideraba su peor enemiga y que protagonizaba los principales atentados terroristas contra sus intereses. Eran además tiempos de la Guerra Fría, y Washington vio con buenos ojos el apoyo a una organización religiosa para minar al movimiento Fatah, secular y de izquierda. Así, escindido de la Hermandad Musulmana de Egipto y llamado entonces Al Muyama al Islamiya, el grupo que hoy gobierna Gaza recibió de mediados de los años sesenta a mediados de los ochenta ayuda financiera directa o indirecta de Israel, y también de los países petroleros árabes, muchos de los cuales si bien apoyaban públicamente a la OLP, veían con recelo su lucha liberacionista. Con ese dinero y ese nombre, y encabezada por su líder espiritual Ahmed Yassin, la organización fue inclusive legalmente registrada en Israel como asociación religiosa y creó en los territorios ocupados una sólida infraestructura social, educativa y cultural dedicada a aliviar las carencias de los palestinos. Con el tiempo, esa base comunitaria se convirtió en política, sobre todo con el desplazamiento de la OLP primero a Beirut y luego a Túnez. También el triunfo de la revolución islámica en Irán contribuyó a su politización. Ante la negativa del Estado israelí de ir más allá de esos paliativos asistenciales y devolver su autonomía a los territorios palestinos, el liderato religioso empezó también a radicalizarse y, en 1984, Ahmed Yassin fue encarcelado tras descubrírsele un cargamento de armas. Liberado un año después, en 1987 surgió la primera Intifida y fue entonces cuando Yassin creó Hamas (Movimiento de Resistencia Islámica, acrónimo en árabe), que en su carta fundacional desconoció al Estado de Israel y llamó a la guerra santa. Los sabotajes, atentados y lanzamientos de cohetes contra blancos militares y civiles isrealíes se sucedieron, y el enfrentamiento armado se volvió la norma. Yassin volvió a la cárcel, pero en 1997 el primer gobierno de Benjamín Netanyahu cometió otro error de cálculo. Dos agentes del Mossad intentaron envenenar al líder político de Hamas, Jaled Meshal, en Jordania, pero fueron atrapados por la inteligencia jordana. El rey Hussein obligó a Israel a proporcionar el antídoto y, a cambio de sus agentes, exigió la liberación de cientos de presos palestinos, entre los que se encontraba Yassin, quien volvió en triunfo a la franja de Gaza. Finalmente, sería abatido en un “asesinato selectivo” ordenado por Ariel Sharon. A raíz del derrame cerebral sufrido por éste en enero de 2006, el libanés Rami G. Khouri escribió en Newsweek: “Sus enemigos más acérrimos son su progenie. Hamas surgió sobre todo a raíz de sus brutales intervenciones en Cisjordania y Gaza; Hezbolá evolucionó como un movimiento armado de resistencia a la ocupación israelí del sur de Líbano. Sus actos terroristas son el fruto de su credo de expansión, ocupación y colonización con la espada”. Otro cálculo equivocado habría de manifestarse ese mismo mes con el triunfo legislativo de Hamas en Gaza. Aunque alertados por el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, de que existía el riesgo real de que los islamistas ganaran, Washington y Tel Aviv persistieron en la realización de los comicios. El gobierno de George W. Bush consideró que posponerlos se vería como un fracaso político y una debilidad en su afán por crear un Gran Medio Oriente “democrático”. En cuanto a Israel, el Jerusalem Post informó que sus servicios de inteligencia militar reportaron que Hamas tendría “un buen desempeño electoral”, pero “nunca” ganaría los comicios. Ambos se equivocaron, lo que según el periódico israelí no hacía sino demostrar la distancia entre las élites gobernantes estadunidenses e israelíes y la “calle” palestina. “Calle” cuya voluntad democrática no fue respetada, sino sancionada con un bloqueo económico y subsecuentes ofensivas militares. Contrariamente a lo que se esperaba de esta estrategia, mientras que Al Fatah se reblandecía, Hamas se endurecía cada vez más. Ambas facciones acabaron por enfrentarse de manera sangrienta y rompieron relaciones políticas, quedando la franja bajo el control de los islamistas y Cisjordania bajo el de ANP. Ocho años después, con el inevitable desgaste del bloqueo económico, el realineamiento de las fuerzas regionales derivado de la llamada “primavera árabe” y el fracaso de las negociaciones de paz entre Israel y la ANP, patrocinadas por el Cuarteto para el Medio Oriente integrado por Estados Unidos, la Unión Europea, Naciones Unidas y Rusia, los dos grandes frentes políticos palestinos volvieron a acercarse y anunciaron un “gobierno de unidad”. Pero en lugar de darle la bienvenida, Tel Aviv lo rechazó porque no aceptaba el retorno de los “terroristas”. Es a este rechazo que el texto de Carter y Robinson califica como “la obstrucción deliberada de un movimiento promisorio hacia la paz”. Según ambos, se trató de “una concesión mayor de Hamas, al abrir Gaza al control conjunto de un gobierno tecnocrático que no incluía a ninguno de sus miembros. Este gobierno también se comprometió a adoptar los tres principios básicos demandados por el Cuarteto: renuncia a la violencia, reconocimiento de Israel y adhesión a los acuerdos previos”. Pero fue en vano. Lo que siguió, fue el lanzamiento masivo de cohetes y de bombas. Otra vez la muerte y la destrucción. Ahora, aunque dicen no reconocerse, ambos bandos beligerantes se han tenido que sentar de nuevo a la mesa de negociaciones. Por diferentes motivos, ninguno quiere llegar a la derrota militar. ¿Cuántos cálculos equivocados más podrá soportar el pueblo palestino?

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