La revolución del Maidán, un año de "desengaños"

viernes, 14 de noviembre de 2014 · 23:10
KIEV (apro).- El dolor aún despierta algunas noches al obrero Mykhaylo Malets. Las intervenciones quirúrgicas que le han practicado, primero en Ucrania y luego en Austria, no han podido sacarle el fragmento de bala que se incrustó en sus entrañas. Ahí sigue ese objeto, a pocos milímetros de su espina dorsal. Malest cayó herido en la llamada revolución del EuroMaidán, que tuvo su epicentro en la plaza del mismo nombre. Inició el 21 de noviembre de 2013 como una revuelta que derivó en enfrentamientos sangrientos y en la posterior huida del entonces presidente Víktor Yanukóvich. “¿Que si valió la pena estar en Maidán? Claro que sí, lo haría de nuevo. El problema es que la población se levantó exigiendo derechos y democracia. El poder al mando respondió con brutalidad y Europa y Estados Unidos vieron en ello una oportunidad. Entonces llegaron los que no estaban en el poder, pero cínicamente lo anhelaban”, comenta Malest. No sólo él opina así. Vitaliy Andreev es un ingeniero de 29 años, sin ninguna filiación política. En febrero pasado se encontraba cerca de la Rada (Parlamento) ucraniana. Hubo enfrentamientos. Intentó escapar de los gases lacrimógenos, pero fue alcanzado por una fuerte explosión. Vitaliy perdió el ojo izquierdo. “He vuelto a trabajar, pero hay días en los que tengo la sensación de enloquecer por la rabia e impotencia que me provoca la situación del país”, dice Vitaliy, quien en breve espera operarse de nueva cuenta para que le sustituyan el ojo artificial. “Lo que no han entendido es que nosotros queremos ser como Europa porque queremos tener políticos que no roben”, dice. Después de los violentos enfrentamientos en la plaza del Maidán --que dejó al menos 100 muertos y más de un millar de heridos--, siguió la secesión de Crimea y la guerra en el este ucraniano, que se mantiene hasta la fecha. Desengañadas, las tribus de activistas que ocuparon Maidán por casi cuatro meses, entre noviembre y febrero pasado, hasta el derrocamiento del odiado Víktor Yanukóvich, el presidente prorruso –quien según la última información sigue en Rusia–, se van incorporando a la sociedad ucraniana. A sus ojos, Ucrania y sus psicólogos carecen de argumentos para convencer a esta nueva generación de inválidos de que sus mutilaciones físicas y psíquicas han servido de algo. “Estas personas fueron héroes por muy poco tiempo. Pusieron su vida en riesgo por una causa, pasando noches insomnes bajo temperaturas bajo cero, luchando cuerpo a cuerpo contra la policía, y cuando finalmente el objetivo parecía alcanzado, Ucrania ya estaba enfrascada en la secesión de Crimea y luego en la guerra del este ucraniano. Así, los reclamos y anhelos de Maidán pasaron a segundo plano”, dice la doctora Oksana Syvak, coordinadora de E+, una organización no gubernamental surgida el año pasado para atender a los heridos de Maidán y que ahora también ayuda los combatientes proucranianos desplegados en el este. “El sentimiento más común es el de sentirse traicionados. Por ello, después de la revolución, algunos de ellos se alistaron en los batallones de voluntarios que luchan en el este. Y también en estos episodios estamos viendo ya casos de estrés postraumático”, añade Syvak. De ahí también el recelo de algunos expertos por la sospecha de que algunos hábitos violentos adquiridos por estos grupos continúen en el futuro, en la vida de todos los días, y que incluso ahora estén provocando daños todavía no del todo visibles. Los de siempre El problema es que Maidán también reunió desde el comienzo fuerzas variopintas. Había muchos jóvenes con peticiones democráticas, pero también nacionalistas radicales, indigentes, desocupados crónicos e incluso exveteranos de guerra (famosos fueron los de las autodenominadas autodefensas de cosacos, exsoldados del ejército soviético antaño desplegados en Afganistán). En la fase final, las principales diferencias entre los dos grandes grupos del Maidán, el Sector de Derechas y la Causa Común, fueron, a grandes rasgos, que los primeros profesaban una ideología nacionalista a ultranza, mientras los segundos estaban por la democracia asambleísta. Todo este caos dificultó la cohesión y dio como resultado que se afianzaran en el poder los de siempre: potentados y miembros de la clase política. Ejemplo de ello es el campeón del mundo de boxeo reconvertido a político, Vitali Klitschko, jefe del partido Udar elegido, después de Maidán, alcalde de la capital de Ucrania, o el hoy presidente ucraniano Petro Poroshenko, exministro de Yanukóvich y quien financió la revuelta de esta revuelta. Está también el exdiscípulo de la controvertida Yulia Timoshenko, el primer ministro Arseni Yatseniuk. Por el contrario, muy pocos miembros de “la base” de Maidán lograron hacerse un hueco en la política ucraniana. Ni uno de ellos formó un partido que lograse una representación en las pasadas elecciones de octubre, y los más afortunados fueron engullidos por los partidos tradicionales y acabaron en sus listas electorales. “La realidad es que Maidán fracasó en presentar un líder común”, comentó en mayo pasado a esta reportera Volodymir Viatrovych, joven historiador y activista de la primera hora de la revuelta en Kiev. Sus palabras resultaron proféticas. Pero la responsabilidad de los males de este país no tiene sólo autoría local o regional. De hecho, la revuelta de Maidán nació como una versión actual del mayo francés de 1968. Y, sin embargo, las ideas de renovación y el cambio de sistema que planteaban los manifestantes no se han concretado, no sólo por el regreso a la escena de las elites y de los oligarcas, sino también por la agresiva respuesta de Rusia y el borroso papel de Estados Unidos y Europa. En estos meses Ucrania ha emprendido el camino del acercamiento a la Unión Europea (UE), alejándose de la esfera rusa, y ratificado el Acuerdo de Asociación entre la UE y Ucrania, que entró en vigor a principios de este mes. Pero ni Europa ni Estados Unidos –que en todo momento se ha mantenido diplomáticamente muy activo en el conflicto ucraniano y últimamente ha enviado “soporte técnico y material humanitario” a Ucrania– han impedido el santuario de dolor en el que se ha convertido el país. En el verano pasado el ayuntamiento de Kiev –con Klitschko ya como jefe– removió a la fuerza a las últimas tiendas de campaña que quedaban en la plaza de Maidán. Los manifestantes no se querían ir, pues desconfiaban de las nuevas autoridades y temían ser traicionados, como ya les había ocurrido en 2004, cuando de aquella revolución poco o nada cambió para el pueblo. Los manifestantes fueron desalojados del centro de la plaza y confinados a uno de sus rincones, el que da a la vía Institutskaya, que ahora tiene aspecto de santuario de penitencia y ha sido cerrado al tránsito. Allí, una tras otra, han sido colocadas, envueltas en flores y rosarios, las fotografías de los muertos en Maidán. Nunca están solos. A cada rato, decenas se amontonan delante de las imágenes y las observan en silencio. Es como un exorcismo contra la muerte y la impotencia. “Contexto bipolar” Fuera del perímetro de esta tristeza, Kiev bulle hoy aparentemente ajena al luto. Los centros comerciales están repletos de marcas europeas y estadunidenses, y sus puntos turísticos y sus zonas de las finanzas se mantienen activos. No parece que ha habido una revuelta y que existe una guerra en curso. Aun en este contexto bipolar, las cifras siguen dibujando un panorama desolador. No sólo por la economía, cuyo PIB caerá 10% este año, sino por todos los problemas estructurales y endémicos que han hecho que el país esté hoy peor que cuando vivía bajo la Unión Soviética, como recordaba esta semana un análisis de The Economist. La razón la explica muy bien Dmytro Ostroushko, experto en temas políticos del Instituto Gorshenin de Kiev. “Muchos sienten la necesidad de una renovación política, de un punto y aparte a fenómenos como el de la extendida corrupción y de la insana burocracia que reina en Ucrania. Reformas se han empezado a programar, pero estos procesos son todavía demasiado lentos, y si de verdad se llevarán a cabo es todavía una incógnita”. Ostroushko recalca que pese a ello la población quiere cambios. Una prueba de ello es que en las pasadas elecciones legislativas del 26 de octubre entró en el Parlamento el movimiento cristiano democrático Samopomich (Auto Ayuda), fundado por el alcalde de Lviv (oeste de Ucrania), Andriy Sadovi, y entre cuyos miembros existen “caras nuevas” de la política ucraniana. Reconoce, sin embargo, que muchos integrantes de Auto Ayuda también son miembros de los batallones de voluntarios --el batallón Donbás, por ejemplo-- desplegados en el este ucraniano para luchar contra los insurgentes pro-rusos. Circunstancia que no hace feliz a los observadores, pues sobre los voluntarios hay dudas en cuanto a su profesionalidad y autocontrol en un conflicto que ya ha cobrado más de 4 mil vidas. No todos, en efecto, se dicen dispuestos a seguir con los brazos cruzados. Para bien o para mal. También hay quien promete que saldrá de nuevo a las calles para organizar otro Maidán. “Si Ucrania no se convierte en una sociedad más justa, lo haremos, saldremos de nuevo a la calle. Y esta vez será todavía más violento. El pueblo está agotado”, opina el obrero Mykhaylo. “Lo cierto es que este aniversario no hay nada que celebrar”, dice Oleg, un activista de Maidán que intentó, sin éxito, presentarse en las pasadas elecciones. “Una vez más creímos que podíamos cambiar a este país, pero nada ha cambiado”, añade. Así las cosas, lo que es indudable es que la política ucraniana de hoy ha dado una vuelta política con respecto a la del pro-ruso Yanukóvich. El partido de las Regiones ni se presentó en las últimas elecciones y su afiliado, el Bloque Opositor, obtuvo 9% de los votos, situándose como la cuarta fuerza en el Parlamento, lo cual reduce su relevancia a la nulidad y significa que pronto se disiparán todas las dudas sobre las verdaderas intenciones de las elites políticas ucranianas que han afianzado su poder en este turbulento año. De hecho, en estas circunstancias quedan pocas excusas a Bruselas y al gobierno ucraniano en caso de que fracase el proyecto de vincular a este país con la UE.

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