Palestina: Diez años sin Arafat

viernes, 14 de noviembre de 2014 · 23:27
MÉXICO, D.F. (apro).- Para desventura del pueblo palestino, el décimo aniversario de la muerte de su líder histórico, Yasser Arafat, no hizo sino exhibir la desunión de sus actuales dirigentes, la recurrencia a actos violentos para dirimir sus diferencias por parte de algunos de sus militantes y, con ello, la incapacidad de presentar un frente unido para lograr lo que en realidad todos persiguen: la creación de un Estado palestino independiente. Cuatro días antes de la conmemoración --que el martes 11 planeaba celebrarse por todo lo alto tanto en Cisjordania como en Gaza--, en la franja controlada por el movimiento islamista Hamas varias casas y vehículos de miembros de Al Fatah, el partido de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que encabeza Mahmoud Abbas, fueron atacados con artefactos explosivos, y el propio escenario donde se honraría a Arafat fue reducido a cenizas. Aunque no hubo heridos ni víctimas fatales, ante la notificación de Hamas de que no podría garantizar la seguridad en los actos masivos que estaban programados, la ANP decidió cancelar las celebraciones en Gaza, en cuyas calles no hubo alguna manifestación espontánea ni se observaron banderolas de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) o retratos del difunto líder. Un marcado contraste con los multitudinarios actos que cada año recuerdan al fundador de Hamas, Ahmed Yassin, asesinado por fuerzas israelíes ocho meses antes de la muerte de Arafat. Desde la víspera de los ataques había señales de que muchos en Hamas no daban la bienvenida a estos homenajes, los primeros que se celebrarían en forma conjunta desde 2007 y que debían dar evidencia de la reconciliación entre el movimiento islamista y el secular Al Fatah, que apenas a inicios de este año dio lugar a la creación de un “gobierno de unidad”; gobierno que a la fecha no ha sido conformado, tanto por las diferencias que subsisten entre ambas facciones como por el último operativo militar de Israel contra Gaza, ocurrido en agosto. Para enrarecer más el ambiente, el fin de semana pasado circularon unos volantes en los que una supuesta rama del Estado Islámico (EI) se atribuía los ataques, versión a la que los servicios de seguridad de la ANP le restaron toda credibilidad. Más bien todos los ojos se orientaron hacia miembros de Hamas que, en días previos, habían emitido declaraciones contra Abbas y Al Fatah. Incluso su dirigente en Cisjordania, Naser Qidwa, aseguró que un grupo de funcionarios de la franja había dicho expresamente que haría fracasar la conmemoración. [gallery type="rectangular" ids="387713"] El día en esta debía celebrarse en la Mukata –la sede de la ANP en la ciudad cisjordana de Ramala, donde Arafat vivió cuatro años asediado por las fuerzas israelíes antes de morir en 2004 en Francia–, Abbas no vaciló en responsabilizar a los dirigentes de Hamas de “estos crímenes”, y los acusó de “destruir” la precaria reconciliación firmada unos meses antes “desde sus escondites”. La respuesta de Hamas no se hizo esperar. Su portavoz, Fawzi Barhoum, sostuvo que eran “mentiras”, “insultos” y “desinformación”; y remató diciendo que lo que el pueblo palestino necesitaba en sustitución de Arafat era “un presidente valiente”, en clara alusión a los cargos de “débil” y “colaboracionista” con Estados Unidos e Israel que le han endilgado a Abbas sus opositores, dentro y fuera de sus propias filas. Por ejemplo Marwan Barghouti, militante destacado de Al Fatah que se encuentra preso desde 2002 en una cárcel de Israel y que, de estar libre, constituiría la principal amenaza para Abbas en una elección presidencial, exigió en una carta enviada desde la cárcel con motivo del aniversario luctuoso que “la ANP ponga fin inmediatamente a la cooperación (con Israel) en materia de seguridad, que sólo fortalece al ocupante”. Como escribe el corresponsal del periódico español Público en la zona, Eugenio García Gascón, para nadie es un secreto que “la policía de Abbas está entrenada por la CIA y dirigida por Israel”, lo que explica la relativa calma que impera en Cisjordania desde hace un decenio. Barghouti, quien también lideró la segunda Intifada (levantamiento popular, 2000-2005), consideró por el contrario que había que continuar con “la resistencia armada”, y que la mejor forma de honrar a Arafat era “mantenerse fiel a su herencia, sus ideas y sus principios, por los cuales han muerto decenas de miles de mártires”. No sólo él cree que debe retormarse la senda de la lucha marcada por Arafat. Después de que Abbas declarara a la televisión palestina que el extinto líder había sido “un optimista, un pragmático y un verdadero hombre de paz”, muchos dentro de Al Fatah reaccionaron con sarcasmo. Especulando sobre lo que habría ocurrido de no haber muerto Abu Amar –nombre de guerra de Arafat– el consenso fue que “Fatah no habría perdido las elecciones en 2006, Hamas no hubiera dado el golpe en Gaza en 2007 y los palestinos no estaríamos ahora más divididos que nunca, enfrentando serías diferencias”. [gallery type="rectangular" ids="387712"] Para muchos de los presentes en la Mukata de Ramala, donde Arafat resistió durante toda la segunda Intifada, Abbas simplemente no ha honrado el legado del extinto líder. El actual presidente de la ANP, un hombre que nunca empuñó las armas, es en realidad considerado como un burócrata dentro de las filas palestinas, que ha observado impávido cómo se desperdiga Cisjordania y se estrangula Gaza. Acorde con esta visión gris y acomodaticia, en las filas de Hamas se comenta que el conflicto no es con Al Fatah, sino personalmente con Abbas. Muchos se refieren a él como “el Hamid Karzai palestino”, en referencia al expresidente de Afganistán, considerado una marioneta de Estados Unidos. Algunos afirman, inclusive, que fue el mismo Arafat el primero en llamarlo así. En todo caso, según recuerda el Jerusalem Post, Abbas y Arafat nunca estuvieron en buenos términos en los años previos a su muerte. “De hecho, según fuentes palestinas, Arafat despreciaba a Abbas e hizo hasta lo imposible por mantenerlo alejado del poder. Sólo por presiones de Estados Unidos y la Unión Europea aceptó renuentemente nombrarlo como primer ministro en 2003. Pero apenas unos meses después Abbas renunció, acusando al rais de socavarlo e incitar a los palestinos contra él”. En un duro texto con motivo de los cinco años del fallecimiento de Arafat, la profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Madrid, Luz Gómez García, sintetizó entonces las dificultades que había tenido el liderazgo palestino en su enfrentamiento con Israel y sus aliados: “En vida de Arafat, los enemigos de Palestina juzgaban que la raíz del mal era él. Luego, les pareció mejor su versión ridícula, Abbas. Últimamente el mal ha sido Hamas. Si un logro le ha cabido a la lucha palestina desde 1948, es que Israel no haya podido fabricarse un enemigo-pelele a su gusto. Arafat no quiso serlo. A Abbas, más dispuesto, se lo ha impedido la presión de la calle. Y a Israel, que se hizo de la vista gorda cuando se creó Hamas en 1987 y se hizo ilusiones de que esta organización lo sería, le salió el tiro por la culata: los islamistas llenaron el espacio que ha dejado el descuartizamiento del movimiento nacional palestino, democrático y secular”. En ese momento (2009), la académica señalaba ya que la legitimidad de la ANP se encontraba en su punto más bajo. “En los años finales de Arafat, tras la explosión de la segunda Intifada en 2000, las encuestas daban un empate entre Al Fatah y Hamas; pero 50% no prefería a ninguno. Esta paridad se esfumó a la muerte de Arafat: Fatah no supo mantener la llama. Desvanecida el aura, los palestinos optaron por una solución radical y novedosa y votaron en masa a Hamas. Desde entonces se ha venido consumando el mayor miedo del movimiento nacional palestino: la desunión y el enfrentamiento civil, que el liderazgo de Arafat había conjurado desde finales de los ochenta”. [gallery type="rectangular" ids="387710"] Cinco años después, el análisis sigue siendo el mismo. Aaron David Miller, experto en la región del Centro de Estudios Woodrow Wilson de Washington, reconoce que “con Arafat no se pudo concluir un acuerdo de paz, pero tampoco se ha logrado sin él”. Destaca, sin embargo, que el líder muerto “tenía la credibilidad, la autoridad y la legitimidad para mantener el control sobre el movimiento… y sellar, dado el caso, un acuerdo con Israel”, mientras que Abbas, su sucesor, “no tiene la autoridad ni la legitimidad de la calle”, y además “se encuentra abiertamente cuestionado por el movimiento islamista Hamas en la Franja de Gaza”. Jaled Elgindy, del Brookings Center for Middle East Policy, situado también en la capital estadunidense, coincide por su parte en que “claramente Arafat no era el problema (para alcanzar la paz)”, y acusa al establishment de Washington y al entonces gobierno de George W. Bush de “haber personalizado en exceso el conflicto para ocultar bajo la alfombra las causas fundamentales de la disputa entre israelíes y palestinos”. Ciertamente, en el conflicto sobre el terreno, a diez años de su gestión la ANP presidida por Abbas no puede contabilizar grandes logros. El proceso de paz, reiniciado una y otra vez, se encuentra totalmente estancado. Israel ha incumplido todos los acuerdos y resoluciones establecidos en foros internacionales, y ahora se niega a reconocer al gobierno de unidad como interlocutor porque desautoriza a Hamas como “organización terrorista”. La colonización de Cisjordania avanza a marchas forzadas, al igual que la construcción del muro que la separa de Israel y corta arbitrariamente poblaciones y tierras agrícolas palestinas. Los puntos de control y otras barreras a la movilidad impiden cualquier flujo normal de personas, servicios y mercancías. Jerusalén Este, también cada vez más invadida por colonos judíos, está ya prácticamente aislada de su entorno palestino; y el clima de tensión y violencia que ahí se vive hace ya temer una tercera Intifada. Pero lo más grave, sin duda, es la situación de Gaza. Declarada por Israel como “entidad hostil” desde que Hamas tomó el poder en 2007, la franja, además de estar totalmente bloqueda, ha sufrido en ese lapso tres grandes operativos militares (Plomo Fundido-2009, Pilar Defensivo-2012 y Margen Protector-2014), que en conjunto se han saldado con alrededor de 6 mil muertos, la mayoría civiles, sin contar con los masivos daños a la infraestructura. A todo ello ha asistido impotente la ANP, que no ha podido hacer otra cosa más que levantar denuncias contra Israel ante la comunidad internacional, que no tienen mayores consecuencias. La última es, precisamente, que Tel Aviv está bloqueando la llegada de la ayuda internacional destinada a la reconstrucción de Gaza. Pero para ser justos con Abbas, no todo han sido fracasos. Si bien sobre el terreno las cosas no han mejorado, en el plano exterior la posición de los palestinos se ha fortalecido. En 2011, después de una vigorosa campaña diplomática, Palestina fue reconocida en la ONU como Estado Observador, lo cual si no le da plenos derechos como a otras naciones, sí le da acceso a múltiples organismos del sistema de Naciones Unidas. Reconocida ya por 136 gobiernos y en marcha una cadena de reconocimientos en la Unión Europea, impulsada por su nueva jefa diplomática, Federica Mogherini, la expectativa de la ANP es que Israel se sienta más presionado para regresar a la mesa de negociaciones; y, si no, por lo menos poder denunciarlo ante la Corte Penal Internacional (CPI) por sus recurrentes crímenes de guerra y violaciones masivas a los derechos humanos.

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