Morir a tiempo

sábado, 10 de enero de 2015 · 20:25

Apasionado del trabajo periodístico hasta sus últimos momentos, Julio Scherer García dejó escritas estas desgarradoras páginas, testimonios crudos de sus vivencias en medio de las enfermedades y el sufrimiento que lo agobiaron desde julio de 2012 hasta la madrugada del miércoles 7. Llegó a ver cercana la muerte, se asomó a su abismo y quizás deseó caer en él, al imaginar con repudio la posibilidad de una vida inútil. De todo ello da cuenta en estas cuartillas, trazadas con su prosa, punzante y dolorosa a la vez, magistral como siempre.

MÉXICO, D.F. (Proceso).- Una pesadilla me arrojó fuera de la cama. Cuatro sujetos salidos de no sé dónde pretendían violarme. Ya me habían despojado del cinturón y se empeñaban en bajarme los pantalones. Yo gritaba, manoteaba, pateaba y en una de ésas me vi en el piso de la recámara. Mi cabeza había rebotado contra la madera dura de un sillón y yo sentí que me abrí en pedazos. Me asustó un calor desconocido que me recorría la espalda. Quise mover las manos y las encontré sin fuerza. Los dedos también estaban inertes. Algunos de mis hijos ahí presentes me pidieron que procurara moverme a fin de acomodarme en una silla. El propósito resultó inútil. Me encontraba paralizado.

El viaje en ambulancia hasta Médica Sur fue a toda velocidad, enloquecedora la estridencia chillona de la sirena del vehículo. Me acompañaban dos de mis hijas. Yo sentía la muerte y la deseaba como una obsesión. No tuve un pensamiento para Dios o el más allá, una añoranza para Susana, algunas palabras silenciosas para mis hijos, para mis amigos hermanos, para los muchos que me han dañado. Tampoco supe del arrepentimiento por la vida torpe que había llevado. La ambulancia llegó finalmente y, en el quirófano, la obscuridad me envolvió.

Al despuntar la borrosa claridad después de la cirugía, fracturada la cadera, sentí que mi cuerpo estaba hecho para el dolor. No habría podido distinguir entre la tortura que desgarra el estómago y los estragos de una muela podrida que destroza la boca. Entreabrí los ojos y vi a Adriana, su rostro tan cerca del mío como si se dispusiera a abrazarme... Fragmento del testimonio que se publica en la edición1993 de la revista Proceso, ya en circulación.

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