"Idólatras"

martes, 20 de enero de 2015 · 21:10
MÉXICO, D.F. (apro).- Tristes, apáticos, o desazonados por la inseguridad y el miedo o desesperados vivientes, servidor les dice que si están así, es porque, queriéndolo o sin saberlo, son idólatras. Aclaración: no es porque servidor los vea hincados de rodillas y orando fervorosamente ante falsas divinidades celestiales, si no que los observo y compruebo que, a pesar de sus advertencias… ¿forzados o por sentimiento?... están inclinados y son propensos a una reverencia e incluso a un amor exaltado e irracional a algo, a conceptos, a ideologías que veneran y, por lo tanto, conforman, vertebran y rigen sus vidas, por ser, más que nada, representaciones de sus instintos o ser imagen o sugerencias de una idea que consideran superior y, por lo tanto, adorable por sí misma. Puede ser que el estimado lector de la presente se pregunte que quien es servidor para verlos de modo tan lastimoso y los juzgue con tanto rigor, a lo que el autor de la presente puede responder que le asiste todo el derecho para hacerlo, ya que fue... y continúa siendo… uno de los individuos más importantes, determinantes y decisivos en la historia humana… no lo dice servidor, así lo vieron y juzgaron sus contemporáneos y después no pocos de posteriores estudiosos de las ciencias, tanto naturales como sociales… un ser cuya herencia e influencia de la misma sirvió… y sigue sirviendo… para instaurar la esencia de los fenómenos naturales, por lo que fue considerado como un liberador del pensamiento y el heraldo de una nueva época… y que, en algunos aspectos, profetizó, como por ejemplo en su visión de la ciencia y sus conceptos de utilidad y progreso, al poner el conocimiento de las leyes naturales al servicio del hombre y abogar y defender una colaboración más íntima entre los científicos, los artesanos y los trabajadores manuales. ¿A qué negarlo? Ciertamente tanto juicio laudatorio halagan a servidor… pero al mismo tiempo le desalienta e irrita el poco o ningún caso que los vivientes, por siglos, han hecho des sus recomendaciones para evitar los peligros que se oponen, deforman o de plano hacen imposible el propósito de investigar e interpretar a la naturaleza para ponerla al servicio de las humanas criaturas, para lo cual, ante todo, hay que eliminar las causas de error… o los ídolos… que según servidor señalo son de cuatro clases: los ídolos de la tribu o las expresiones, deseos, visiones quiméricas gratas y comunes a todos los espíritus humanos, que no son más que fantasmas que se interponen entre el ser de la persona y la realidad exterior; luego están los ídolos de la caverna, que son las características personales (prejuicios, deseos… y hasta conveniencias individuales), que hacen a cada uno un prisionero semejante a los de la caverna de Platón. Los terceros son los ídolos del foro, personificados principalmente en el lenguaje, el uso de la palabra, que no pocas veces engañan por ser las personas inclinadas a pesar que detrás de ellas hay siempre una realidad, sin tener en cuenta que detrás de ellas puede haber… ¡y vaya si las hay no pocas ocasiones!... sólo una idea confusa o falsa, una ilusión o un vacío; y por último están los ídolos del teatro, generados por ciertos sistemas de ideas, por ciertas doctrinas reinantes (como lo fue en la Edad Media el cristianismo en Europa, y más recientemente el comunismo y la democracia y, en esos sus días, estimado lector, el neoliberalismo globalizador), sistemas y doctrinas en boga que se convierten en creencias sacrosantas que influye pesadamente sobre todos los espíritus, sobre los pensares de los humanos… y que son provocadas por las conveniencias de determinadas personas… y por el prestigio de otras. Bien, como servidor ya indicó más arriba, esos ídolos son los que hay que eliminar por peligrosos, pues ellos deforman y hasta impiden toda investigación e interpretación de la naturaleza para ponerla al servicio del género humano… y para que, como se expuso al inicio de la presente, no se sientan tan fregados, confusos e incluso desesperados. Estimado lector: con el sincero deseo de que Dios le libre de adorara a tan peligrosos ídolos, queda de usted su seguro servidor. FRANCIS BACON

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