Berlín bajo fuego

sábado, 9 de mayo de 2015 · 19:54
Entre el 16 y el 30 de abril de 1945 los sueños de Hitler se consumieron bajo el fuego de la artillería soviética y el avance del Ejército Rojo y de los aliados. El líder del Tercer Reich se negaba a aceptar lo obvio y todavía daba órdenes delirantes para que niños, adolescentes y ancianos fueran reclutados para el combate. No reconocía la derrota, pese a que Berlín se había llenado de refugiados del este germano, quienes huían de la revancha de las tropas soviéticas. BERLÍN (Proceso).- El estruendo cimbró la tierra kilómetros a la redonda. Eran las tres de la mañana del 16 de abril de 1945 cuando el negro cielo se iluminó como si fuera de día por la acción de miles y miles de cañones, morteros y los legendarios Katiusha soviéticos, que tan sólo ese día escupieron un millón 236 mil proyectiles sobre la planicie de Seelow, a 70 kilómetros de esta capital. Los artilleros que participaron en el ataque, y vivieron para contarlo, recordarían cómo el estruendo de las descargas hacía temblar todo alrededor y aquella horrenda sensación de que los oídos explotarían de un momento a otro. Hubo quien señaló la imperiosa necesidad de mantener la boca abierta a fin de equilibrar la presión de los oídos. Con esa furia dio inicio la Operación Berlín, la última y definitiva gran ofensiva del Ejército Rojo contra el régimen nazi al final de la Segunda Guerra Mundial. Sólo cinco días después –el 21 de abril– la ofensiva soviética alcanzaría la capital alemana y la haría capitular el 2 de mayo. La feroz lucha librada entonces en el corazón del Tercer Reich –cuando los soldados pelearon casa por casa– fue reconstruida por el historiador inglés Antony Beevor en su libro Berlín, la caída: 1945 (2002), donde describe los últimos días de la guerra; las difíciles condiciones por las cuales pasó la población civil para sobrevivir; los errores e incapacidades de un estado mayor nazi que sólo se dedicaba a alabar a su führer y los arrebatos de un Adolf Hitler demente, quien pese a saber perdida la contienda se negaba a reconocerlo y sin remordimientos sacrificó la vida de miles de hombres en el afán de luchar hasta que no quedara un soldado vivo. (Fragmento del reportaje que se publica en la revista Proceso 2010, ya en circulación)

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