La geopolítica del rescate griego

viernes, 17 de julio de 2015 · 21:33
MÉXICO, D.F. (apro).- Grecia no saldrá de la zona euro, aunque tenga que seguir pagando un enorme costo político y social. Nadie quería este desenlace. Ni los propios griegos, que votaron abrumadoramente en contra de las draconianas condiciones de austeridad que se les exigían a cambio. Tampoco socios intra o extraeuropeos como Francia y Estados Unidos. Y hasta el propio Fondo Monetario Internacional (FMI) sugirió que saldría al quite para mantener a flote la economía griega. Sin embargo, éste fue el principal fantasma que agitó el núcleo duro de los acreedores europeos de Grecia, con Alemania a la cabeza. Según el sitio catalán Sentit Critic, los centros de poder en Europa inclusive “hipotecaron su credibilidad política, participando en la campaña del referéndum de forma sucia, para pedir el ‘Sí’ apelando a la amenaza y el miedo”. Cita como ejemplo al presidente del Parlamento Europeo, el alemán Martin Schulz, quien advirtió que si ganaba el ‘No’, Grecia tendría que salir de la eurozona. Y por supuesto también al duro ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, quien desde hace tiempo ha dado a entender que la economía griega es “infecciosa y prescindible”. En los días previos a la consulta en Grecia medios alemanes, como Der Spiegel, dejaban ver que el gobierno de Angela Merkel se sentía cómodo con la idea de que Atenas abandonara el euro, y el sensacionalista Bild informaba que los funcionarios federales ya se preparaban para esta eventualidad. Legisladores y ministros declaraban a diestra y siniestra que la salida de Grecia no constituía una amenza para la estabilidad financiera de la eurozona. Para la mayoría de los analistas era prácticamente imposible que el ala dura de la austeridad europea se echara para atrás en el último momento. El mismo Sentit Critic expone que “los democristianos alemanes han instaurado un discurso centrado en la virtud de la austeridad y la abnegación, que ha permitido la contención salarial en Alemania durante los últimos 15 años”. Ésta ha sido la base para transformar su economía en una potencia industrial exportadora y acreedora dentro de la eurozona. Por eso, continúa, hubiera sido políticamente suicida para Merkel ceder al desafío de Syriza. “Echarse para atrás hubiera sido seguramente su final político, ya que la oposición interna de su partido, o la derecha populista antirescates, la harían caer pronto”. Ello significaría además el principio del fin de las políticas de austeridad en Europa y un impulso a los movimientos de izquierda europeos que se oponen a ella. “El ala dura no se podía permitir este motín”. El sitio Bloomberg, especializado en análisis económico, coincide en que este discurso duro está destinado básicamente a “un electorado alemán cansado de la ayuda y la angustia que ha demandado Grecia desde 2010”. Pero sostiene, por el contrario, que Alemania no tiene ningún interés en la salida de Grecia y la disolución de la moneda única que traería aparejada. Alemania, expone, es la economía de Europa que más se beneficia con esta moneda. Según un estudio, la mitad de los casi 400 mil millones de euros anuales que se generan en la región son para los alemanes. Y si bien por sí sola la salida griega no acabaría con el euro “el riesgo sería un contagio a través de los mercados financieros que obligaría a irse a otros países”. De volver el marco alemán, prosigue el análisis, los exportadores alemanes, que representan la mitad del producto interno bruto, se volverían mucho menos competitivos y el apreciado superávit en cuenta corriente se contraería. Un marco en este momento se cotizaría en 1.50 dólares, aproximadamente un 25% más que el euro. Por su parte, la Fundación Bertelsmann estimó que, sin el euro, el Producto Interno Bruto (PIB) alemán sería anualmente 0.5% más bajo, lo que equivaldría a una pérdida de 1.2 mil millones de euros al año y el cierre continuado de 200 mil puestos de trabajo hasta 2025. De momento, con el acuerdo alcanzado por Atenas y sus acreedores, y su aprobación por el parlamento griego, este escenario del Grexit –como se llamó a una salida de Grecia de la eurozona– parece haberse conjurado, pero puso de manifiesto lo que el académico vasco Germán Gorraiz califica como “la miopía geopolítica alemana”, que reiteradamente ha dado prioridad a sus intereses financieros y políticos por encima de la consolidación del bloque. Según este analista, en la actual crisis quedó claramente delineada la “Europa de los Nueve” (Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, Francia, Holanda, Italia, Luxemburgo y Suecia), frente a los países europeos periféricos (Chipre, Eslovenia, España, Grecia, Irlanda, Italia, Malta y Portugal), a los que la “Troika” (Parlamento Europeo, Banco Central Europeo y FMI) ha impuesto la misma receta de reformas y ajustes. Tal receta no sólo ha estrechado las condiciones de vida en dichos países, sino propiciado el surgimiento de partidos como Syriza en Grecia o Podemos en España, que han provocado que “la monolítica doctrina de los países de la zona euro que gravitan en la órbita de la nomeklatura alemana empiecen a oscilar en sus valores y sentir la influencia de fuerzas centrífugas que sí podrían desembocar en la desaparición o remodelación de la eurozona”. Estas rígidas reglas, combinadas con una creciente crisis financiera, han dificultado el proceso de una construcción europea (indispensable para que Europa pueda competir con las otras potencias), frenando los protocolos de adhesión hacia el Este, “con el riesgo evidente de que los valores democráticos que la Unión Europea (UE) ha exportado hacia los países satélites de la antigua Unión Soviética puedan ser reemplazados por los ideales expansionistas de la Nueva Gran Rusia de Vladimir Putin”, advierte Gorraiz. De hecho, mediante el chantaje energético y la desestabilización de gobiernos vecinos non gratos, como el de Ucrania, Rusia ya ha ido fagocitando a países dejados al margen por la propia problemática de la UE. En la revista de Sociología Crítica, Hasan Turk también se lamenta de que los operadores del euro no le den suficiente atención a los aspectos geopolíticos a la hora de salvar su sistema financiero. Para él, “hace mucho que la crisis de la eurozona dejó de estar relacionada con Grecia o con los demás países de la periferia”. En realidad, dice, “es el capítulo más reciente de la larga saga de una Europa de naciones-Estado independientes, que ahora debe hacer hueco al poder de una Alemania unificada”. Desde la posguerra, expone, la prioridad geopolítica de París ha sido la de mantener a Alemania integrada en Europa, pero sin que la contole. Y la solución francesa fue promover una unión monetaria en la que el Reino Unido y Francia pudieran servir de contrapeso. Pero Londres no sólo se negó a entrar, sino que en lugar de mantener consultas constantes con su aliado francés, ha intentado en repetidas ocasiones buscar acuerdos directos con Berlín, para tratar de proteger los intereses de la City. El equilibrio se buscó entonces en las economías periféricas del Mediterráneo, lo que evidentemente no se logró y, al contrario, ha dado paso a la división del euro en zonas fuertes y débiles, con marcadas diferencias económicas, culturales e ideológicas. De hecho ya se empieza a hablar de la creación de “dos eurozonas”. El dilema de Francia sería entonces si permanecer en la zona fuerte y someterse al dominio económico alemán, o descender de nivel y sumarse a los débiles. Eso explica el activismo que mantuvo durante la crisis griega el presidente francés François Hollande, quien se asume como bisagra entre “fuertes” y “débiles”. Francia no quiere que el euro se derrumbe, pero si la mayoría de los países insiste en mantener una sola eurozona, está claro que tendrá que ser de acuerdo con las condiciones que dicte Alemania. Otro que estuvo muy activo y preocupado por una posible salida de Grecia y sus repercusiones en la zona euro fue el gobierno de Estados Unidos. El presidente Barack Obama y su secretario del Tesoro, Jack Law, mantuvieron un constante contacto con sus contrapartes en Atenas y Berlín, para manifestar su deseo de que a toda costa se evitara el Grexit. Y es que pese a ser un elemento externo a la eurozona y, de hecho, un contrincante económico directo, Washington mantiene importantes intereses geopolíticos en la región y sus alrededores. Pero lamenta otra vez Giorgios Prevelakis, autor del libro Geopolítica de Grecia, “el factor geopolítico, que es tan importante como el económico, ha estado totalmente ausente en el debate”. Prevelakis recuerda que Grecia es miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y que juega cada vez un papel más importante ante los vaivenes de Turquía, el otro aliado occidental en la zona, que en los últimos años ha mostrado signos de radicalización religiosa y ambiciones hegemónicas propias. Ankara, por ejemplo, le negó a Estados Unidos utilizar la base de la OTAN en Incirlik para lanzar desde ahí sus operaciones en Irak y Siria, en tanto que Atenas no puso objeciones para que la VI Flota operara desde sus facilidades navales en Souda Bay (Creta). Desde ahí también se lanzaron en 2011 los ataques para derrocar al dictador libio Muamar Khadafi. La marina griega también controla el tránsito de los barcos mercantes y militares rusos que circulan por las islas griegas a su entrada y salida del Bósforo. Este patrullaje se verá probablemente mermado por los recortes en defensa exigidos en el nuevo acuerdo con los acreedores. La relación de Atenas con Moscú es otro punto que preocupa a Estados Unidos. Si bien Grecia votó a favor de las sanciones contra Rusia por su injerencia en Ucrania y, hasta ahora, no le ha solicitado ningún apoyo económico al Kremlin, la visita de Tsipras a Putin despertó recelos. Ambas naciones han mantenido a lo largo de la historia fuertes vículos culturales y amistosos, y actualmente exploran esquemas de cooperación energética (47% de las importaciones griegas de gas vienen de Rusia). China también juega en la región y ve a Grecia como una plataforma para ampliar su expansión económica en el centro y sudeste de Europa. Hasta ahora sus inversiones se han limitado al puerto del Pireo, pero ante las nuevas privatizaciones exigidas por lo acreedores podrían ampliarse a otras áreas, como la de ferrocarriles. En todo caso, mientras los avances de Pekín se limiten a lo económico y no entren en conflicto con los de los Europa y Estados Unidos, no parece haber problema. Un punto ausente en las negociaciones y que llama la atención, es el de Grecia como puerta de migrantes norafricanos y centroasiáticos a Europa. Thanos Dokos, director de la Fundación Helénica de Política Europea y Exterior de Atenas, otro analista que se queja de la falta de visión geopolítica de los acreedores, calcula que en los últimos años al menos 100 mil migrantes ilegales han cruzado por territorio griego. Conforme al acuerdo Dublin II, Grecia como país de primer ingreso está obligada a frenar el flujo migratorio hacia el resto de Europa, y Dokos se pregunta cómo sería esto posible si saliera del euro. El escenario que pinta en ese caso es preocupante: los controles fronterizos se verían relajados o rebasados y el flujo de migrantes se multplicaría; subiría la xenofobia, incluyendo incidentes violentos y los migrantes también se radicalizarían; las fronteras se volverían porosas tanto para terroristas como para el crimen organizado. Pero ni siquiera estos dos fenómenos con los que batalla Europa fueron considerados por los contables a la hora de cobrarle los préstamos a Grecia. Vaya, ni siquiera aceptaron la sugerencia del FMI, de reducir el monto impagable de la deuda helena, que acabó poniendo a su directora gerente, Christine Lagarde, y al renunciante ministro griego de Finanzas, Yanis Varoufakis, en una misma línea, mucho más acorde sin duda con la geopolítica de la región.

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