Decenio, poemario de José Ramón Enríquez

martes, 8 de septiembre de 2015 · 00:51
MÉXICO, D.F. (apro).- Un decenio cabe en 80 páginas. Bajo esa ecuación José Ramón Enríquez (DF, 1945) recopiló 27 poemas escritos entre 2004 y 2014. Sus versos se leen en cámara lenta, como si una lluvia refrescara el paisaje detrás de una ventana. En Decenio hay un cuerpo inamovible que escribe. Sus textos mantienen un movimiento pendular entre lo divino y lo profano. La muerte de Dios omnipotente se vuelve irreverencia: “Mientras boqueas colgado de una cruz que ya cansa/ ¿debo decir amén o sólo irme?". Enríquez desacraliza la poesía y escribe sobre el amor que muere en la cuna. Sus poemas nos hablan del tiempo, de una forma de crecer para volver a la infancia, de la imposibilidad de volver atrás. En “Década” convive un mundo de nostalgia con el presente. Una cama permanente. Las tapas de nuestros féretros. Un cerebro amnésico. Nubes que sirven para mantener un diálogo. Un Dios que balbucea con los dientes rotos. Una postal de Barcelona. Un aullido intraducible lanzado en arameo: “Elohi, Elohi, lema ’sebaqtani”, son algunos de los objetos que poetiza. En el libro palpita una nostalgia de los años sesenta, pero también visibiliza el frenetismo de lo contemporáneo. Escribe entonces una oda al sedentarismo: “Por qué viajar/ cuando es mejor dormir en camita. Es soñar más barato/ y, sin embargo, llegan y te lanzan/ a carreteras nuevas”, se lee en “Dispersión del sedentario”. Enríquez, también dramaturgo, “busca oírse en el texto, no a través de un actor y una puesta en escena, sino en la página misma ya como sonoridad y canto; canto que es a la vez excepción y cotidianidad, universo de vivencias, lecturas, aconteceres tamizados por la memoria y la escritura”, dice la contraportada del libro. A través de múltiples referencias a Buñuel, Joyce, Steinbeck, Teresa de Jesús, Michel de Certau, el poeta narra la nostalgia del viejo que quiere ser niño de nuevo. En “Amnesia” señala: “se durmió siendo niño/ y amaneció arrugado.” En ese Decenio Enríquez esperó siempre la caída de la Gran Babilonia. El libro es editado por la Dirección de Literatura de la UNAM en la colección Ediciones Sin Nombre. A continuación se reproducen tres poemas. * * *
El lugar y la imagen Si establezco el lugar llega la imagen violenta o silenciosa, a su manera, y reinventa los años que en silencios y en gritos han construido mi historia. Que ya he olvidado. O tal vez no he vivido. Si abierto a la memoria de la imagen viajo al topos uranos todo se vuelve nuevo sin que la voluntad me reconstruya ni participe aquel entendimiento que pensé facultad y era espejismo.   En el arco de un lustro, durante aquella década brillante de los años sesenta, mis sueños desplazados de algún viejo molino vecino de Santiago Tianguistengo a la plaza ritual en medio de Santiago Tlatelolco.   Y han convivido siempre las imágenes en el puro horror vacui.
 
El combate ¿Qué ocurre con los sueños cuando dejan de estar en el lugar preciso, y ya comienza el tiempo de olvidarlos?   Si el poema combate con la sombra no habrá recurso alguno: será a muerte.
 
Se avergüenza el que escribe Se avergüenza el que escribe, se niega a ser poeta. Tal vez un escribano, el amanuense, un lerdo que aprendió a poner en papel lo que le dictaban. Intenta recordar a qué se refería cuando escribió el poema que no entiende. ¿Al dolor, a la guerra?   ¿Al dolor? Aria antigua para una voz de bajo muy profundo con un chelo marcando el pianísimo al fondo. Eso no lo ha cantado. Tal vez ha estado cerca algunas veces, pero siempre en cobarde partitura para viola y tenor quizás dramático.   Heredó muchas guerras de metralla y silencio y de rencores pero nunca ha luchado en ningún frente.   Las soñó, las cantó, las hizo suyas por las voces que oía, que estructuraban su memoria y su futuro.   Apenas en el sueño ha tenido la guerra. En su vida presente: pesadillas, recuerdos compartidos con los suyos de una sangre y de otra de una y otra ribera.

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