"¡Aguas con la mentira!"

martes, 15 de septiembre de 2015 · 19:06
MÉXICO, D.F. (apro).- Frustrados vivientes: reciban mi más sentido pésame por el estado de ánimo general en que se mueven, pero servidor cree que en gran medida es culpa de ustedes; lo digo porque hace más de un siglo, en 1906, escribí un pequeño libro advirtiéndoles el gran riesgo que corrían si, como lo hacíamos los de mi generación,  continuaban mintiendo al prójimo, pues ello podía llevarlos a ser hipócritas, librito al que poco o en nada han tenido en cuenta. Y así les va. Por supuesto, servidor no fue ni tan ignorante ni tan inconsciente que no distinguiera que puede haber mentiras que son necesarias, como las llamadas mentiras piadosas, la que tratan de dar ánimo a la personas enfermas, a los que están en su espíritu por los suelos, o las que se dicen para estimular a los que están haciendo algo, mientras obedecen, por lo general, a la piedad o al afecto por el prójimo. Otras mentiras, otras hipocresías hay, que son como  la calderilla o monedas chicas, que usamos todos los días y a todas horas y casi instintivamente casi obligadas para la vida en sociedad, son, por decirlo así, una cuenta corriente de nuestras cortesías necesarias, tan corrientes, que se califica de extravagante, descortés y mal educado a quien no rinde tributo a la hipocresía conveniente al vivir civilizado. Por todo lo anterior escribí que la mentira, la hipocresía, eran la medida proporcional de todos los elementos humanos, de los buenos y de los malos, de los grotescos y de los sublimes, que eran adoptadas por la fuerza, por los tiranos y por los oprimidos, los grandes y los pequeños, pero que las mismas, la mentira y la hipocresía, debían ser vigiladas, que constituyen un riesgo serio, pues se inclinan al polo del mal, mucho más fácilmente que al del bien, por ser un mal en sí mismas y porque su naturaleza proteiforme las hace capaces de todo engaño, de toda maldad, de toda traición. Siempre ha sido así. Es decir lo contrario de lo que se siente y se piensa en realidad, se ha ejercido y se ejerce porque da la posibilidad de satisfacer todos los caprichos, hasta los más pecaminosos mientras se disfracen con sutiles palabras que la hipocresía del hombre ha sabido inventar, pues esas palabras le han servido y sirven para garantizar la impunidad de las nueve décimas de bribonadas que el hombre puede cometer en este valle de hipócritas. Consciente de ello, el autor de la presente, al reflexionar, consideró por experiencia propia, que lo tolerable del uso del engaño, de la mentira, había pasado al abuso en el siglo que le tocó vivir (el XIX), por lo que lo bautizó de hipócrita, pues en él, el vinatero que vendía el vino el tahonero que vendía el pan, el escritor que vendía libros las mujeres con sus afeites y vestidos, los pequeños y grandes industriales, los gerentes de la oficina social y el legislador que ofrecía una justicia injusta con aspecto de igualdad decente, no elaboraban y nos vendían productos hipócritas. En cuanto se refería a las mentiras, a los engaños y manipulaciones religiosas, eran tan infinitas en mi época como variadísimas en las formas, por lo que servidor siempre fue de la opinión de Federico II, que dejaba a sus súbditos en la más absoluta libertad de escoger el camino que mejor les pareciera para ir al paraíso. Por otra parte, las leyes de mi tiempo reconozco que eran menos injustas que en otros anteriores, eran progresistas y estaban también llenas de buenas intenciones; pero ¡Cuanta impostura, cuanta mentira nos escondía entre los pliegues profundos de los códigos y de los reglamentos¡ Ejemplo: se prometía al oprimido, al pobre, una justicia igual para todos: ¿Pero quién podía comprar la justicia, cuando ésta cuesta tanto tiempo y tanto dinero? Estos hechos y otros parecidos, llevaron a servidor a escribir el ensayo EL SIGLO HIPÓCRITA, con la esperanza de que las generaciones futuras lo leyeran y fueran desterrando a la hipocresía, tanto en lo personal como en lo social; y algún otro escritor pudiera bautizar al siglo XX como sincero y esforzado, para mi frustración, por lo que he visto, no ha sido así… y por lo que veo que está pasando en el siglo XXI de ustedes, tampoco da luz en ese sentido. ¿Podrán rectificar? ¿Qué me responden? PABLO MANTEGAZZA

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