'Hoy envejecí diez años”, obra teatral en el cierre del Cervantino

lunes, 26 de octubre de 2015 · 20:28
GUANAJUATO, Gto. (apro).- En un país habituado a la violencia, hablar de ella en el teatro es fundamental, como también lo es acompañar la memoria de las víctimas y sobrevivientes, y de la gente que se siente agradecida de que sus muertos y desaparecidos no sean olvidados. Acompañar esa memoria necesaria para los vivos y muertos, y para superar momentos como el que vivió Colombia con el poderoso narcotraficante Pablo Escolar, fue el propósito de la puesta en escena “Hoy envejecí diez años”, del colectivo colombiano La Maldita Vanidad Teatro, en uno de los espectáculos de cierre del 43º Festival Internacional Cervantino (FIC). El impacto en el público mexicano fue contundente. Hubo quienes se sintieron identificados con la atmósfera de miedo en el seno de una familia que pierde a su padre –un militar asesinado en un atentado que orquestó Escobar– y queda recluida en su casa mientras todo el mundo huye de su país, como quiere hacerlo una mujer originaria de Tamaulipas, que todo el tiempo, dice, piensa en dejar su ciudad. En contraparte, una espectadora originaria de Colombia se mostró incómoda y expresó su molestia de que el teatro de su país se ocupe de traer a México una obra con esta temática, “reviviendo esas épocas, cuando se puede traer obras mejores”. La puesta tiene como punto de partida la obra “Tres hermanas”, de Antón Chejov. En el programa de mano, el director y dramaturgo Jorge Hugo Marín (quien en 2009 fundó con otros seis artistas La Maldita Vanidad Teatro) previene sobre los propósitos subyacentes, que son ya los nuestros desde hace algunos años en este país: “Una obra para despedir al padre, a mi padre, a esos padres que la violencia de los años ochenta en Medellín se llevó… Un patrón atemorizaba al país. Un millón de pesos pagaba por cada policía muerto”. La compañía prácticamente preparó esta obra para traerla al FIC en una sola función, con un trabajo previo de montaje de 14 horas ininterrumpidas. Aunque su principal veta escénica es el teatro íntimo, de interacción directa con el público, fuera de los escenarios convencionales, así como las relaciones humanas en sus dimensiones más cercanas, para esta ocasión el colectivo se enfocó en “las violencias públicas”: el narcotráfico personificado en Pablo Escobar, tomando todas las instancias públicas del país; el éxodo de familias; los asesinatos y el miedo. “Los bombazos se oían todo el tiempo y no se sabía qué caía”, narraron los actores en una posterior charla con un público ávido de entender lo que hoy es cotidiano en México y que preguntaba cuántos años ha durado la violencia en Colombia, quién la genera, qué gobierno pudo detenerla… “Ahora estamos en un proceso de paz, a punto de firmarla. Los artistas tenemos la misión de hacer conciencia. Nosotros no podemos olvidar, debemos hacer memoria”, destacaron los diez actores participantes en la charla, que abruptamente fue interrumpido por el personal del Festival Cervantino, sin explicación de por medio. Toda la obra recrea momentos al interior de una casa, donde los hijos del militar asesinado por órdenes de Escobar intentan sobrellevar esos días aciagos entre música, conflictos pasionales, esperanzas de escapar de ese entorno y los recuerdos del padre protector, temido en su uniforme, que proveía y establecía la rutina familiar. En el transcurso de la obra, en el foro del Teatro Cervantes, se habla de una patria que se masacra a sí misma; un uniforme militar que en otra época representaba dignidad y respeto y después infundió terror; la necesidad de los hijos de aferrarse a su casa, a su comunidad y a su familia para no ser olvidados (“seremos recordados como los que huyeron”), mientras las escenas se alternan en cuadros que se desplazan mediante armazones móviles. Escobar no es mencionado una sola vez a lo largo de la puesta, y así lo explicaron los actores, que además respondieron a la incomodidad de sus compatriotas entre el público: “Entendemos el dolor de quienes hemos vivido estas épocas. La violencia en Colombia es un modelo de pensamiento; se replica con ideologías o sin ideologías, como la violencia intrafamiliar. Es un modelo que se debe desmantelar. No hablamos de él (Pablo Escobar), sino de las víctimas, y desde ahí reivindicamos a las personas que han estado inmersas en este modelo de pensamiento”. –¿El teatro es una terapia? –surge la voz desde las butacas. –Funciona como terapia si se aleja de las etiquetas de buenos y malos… Se hace un poco de catarsis como movimiento, al igual que el público; una especie de purga”. Fernando Velázquez, uno de los veteranos actores de la compañía y respetado también como pedagogo e investigador del teatro por 30 años, recordó que de los 60 años que ha durado la guerra en Colombia, la de Pablo Escobar “fue una de las facetas de la guerra”. Es él quien habla de un país habituado a la violencia. “Yo viví esos acontecimientos, de los que habla la obra, en Medellín directamente. Pero en la universidad también, de otra forma; la guerrilla y la violencia política del planteamiento ideológico de aquella frente al status quo, además con una ultraderecha también muy fuerte. Tenemos que hacer conciencia de lo sucedido, para ver si lo podemos superar”.

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