Refugiados mexicanos en El Paso: empezar 'desde cero”

martes, 1 de diciembre de 2015 · 10:44
MÉXICO, DF (apro).- Cuando la académica mexicana Silvia Chávez Baray terminó la serie de entrevistas con refugiados mexicanos en la ciudad fronteriza de El Paso, Texas, estaba convencida de que encontraría elevadas tasas de depresión y de estrés post traumático, pues los 30 migrantes con los que platicó huyeron de situaciones de extrema violencia. El panorama era difícil: todos tuvieron un cercano desaparecido o secuestrado y fueron testigos de asesinatos. La mitad ya había enterró a un familiar o conocido y una tercera parte fue golpeada físicamente. Además, para salvar su vida dejaron atrás sus trabajos, algunos con ingresos confortables. Así, brincaron la frontera con Estados Unidos –legalmente o sin documentos— y en El Paso iniciaron una nueva vida, “desde cero”, en un país cuyo idioma no hablaban y con trabajos mucho menos valorados de los que tenían en México. Sin embargo, al analizar los resultados de las entrevistas con distintas metodologías, Chávez Baray se percató de que “ninguno de los migrantes refugiados en El Paso tuvo un diagnóstico de depresión, aunque varios presentaron rasgos de ello y ninguno cumplió el puntaje del estrés post traumático”. Entonces aseguró: el 100% de la muestra resultó “resiliente”. Esa es la conclusión del estudio "Secuelas en la salud mental: el rol de la cultura y la resiliencia en migrantes y refugiados mexicanos en la región de El Paso del Norte". La resiliencia, explicó la investigadora de la Universidad de Texas en entrevista con Apro, “es la capacidad de reponerse ante las adversidades”. De acuerdo con la investigación que codirigió --publicada en el libro colaborativo “Tácticas y Estrategias Contra la Violencia de Género”--, los refugiados mexicanos de El Paso suelen enfrentar sus nuevas vidas con un “blindaje de la salud mental y actitud positiva”. Explica: “Les preguntamos qué los mantenía de pie y trabajando. Nos decían que la familia y la espiritualidad, la fe”. Los refugiados ofrecieron respuestas típicas como “Dios aprieta pero no ahorca”, “Todo pasa para algo”, “Al mal tiempo buena cara”, “No hay mal tiempo que dure 100 años ni cuerpo que lo resista” o “ya estamos aquí y tenemos que salir adelante”.   Dejan confort por miedo Entre los 30 mexicanos entrevistados para el estudio –20 mujeres y 10 hombres-- se encontraba un médico, una persona con estudios de doctorado, dos de maestría y 23 de licenciatura, así como uno con la preparatoria completa. Todos migraron de manera forzada tras vivir situaciones de horror. Si bien varios confesaron que ocasionalmente sienten nostalgia y tristeza en su nueva vida, así como ciertos aspectos de trauma –desde desconfianza e impotencia hasta vergüenza o incluso culpa por lo que les sucedió en México--, sobresale su “actitud de vida” y sus ganas de salir adelante, según el estudio. La investigadora Silvia Chávez Baray recordó el caso de un ingeniero que poseía una casa grande, varios coches, cuatrimotos y todos sus ahorros en México. “Perdió todo y se vino con su familia con la ropa que traían puesta. Su vivienda no tiene vidrios, la construye poco a poco. Tiene que caminar dos millas para conseguir agua. Trabaja limpiando cloacas y su hijo, también ingeniero, lava trastes”, narró. Durante la entrevista, el ingeniero aseveró que todo ese sacrificio “no nos importa porque estamos vivos y estamos unidos como familia”. La especialista resume el fenómeno: “Es esa capacidad de poderse levantar a pesar de perder todo, el sentirme que soy importante, que valgo para mi familia; es el sentir el apoyo de la comunidad mexicana, una solidaridad; el orgullo de volver a estar bien. Es decir que no importa si en México era médico, ahora voy a estudiar inglés para insertarme en un nivel social más alto”.   Resiliencia se repite en Juárez Además del estudio de la muestra en El Paso, la académica de la Universidad de Texas llevó a cabo la misma serie de entrevistas a profundidad con 33 refugiados mexicanos y centroamericanos en Ciudad Juárez, Chihuahua, bajo los mismos criterios: Todos migraron de manera forzada tras sufrir situaciones de violencia extrema y se instalaron en la ciudad fronteriza. El resultado: todos fueron “resilientes”, es decir, no sufrieron afectaciones a su salud mental. “Lo paradójico de esto fue que al llegar a Ciudad Juárez, los centroamericanos entrevistados decidieron establecerse porque percibieron que la violencia era mucho menor que en Centroamérica, aun en los años del auge de violencia cuando se equiparaba Ciudad Juárez con Afganistán”, subrayó Chávez. En estos casos, la sensación de seguridad “es el primer paso para sacar a alguien del trauma”, dijo. “El conjunto de creencias, valores culturales y conductas de los mexicanos que migran por razones de supervivencia sostienen la resiliencia de éstos, lo cual le ha dado un blindaje a su salud mental”, concluyó la investigación.   Violencia de género en EU La académica de la Universidad de Texas detectó un nivel de resiliencia similar, aunque en un contexto distinto, en un estudio aplicado a 33 mexicanas víctimas de violencia de género en El Paso, cuyos casos pudo seguir cuando cooperaba en organizaciones locales. Se trató de mujeres quienes tenían una vida “bien establecida” en México, pero viajaron a Estados Unidos tras enamorarse de un ciudadano estadunidense durante su estancia en el país. En todos los casos estudiados la situación de las mujeres empeoró poco a poco al cruzar la frontera: sus parejas destruyeron sus documentos legales, las aislaron –no las dejaron salir de sus casas ni conocer a gente de fuera--, las agredieron y las amenazaron con deportarlas –quitándoles sus hijos-- si pedían ayuda. Según su investigación, la resiliencia de las mexicanas migrantes en esta situación aguanta situaciones críticas, pero todas terminaron por denunciar las agresiones de su pareja cuando enfrentaron el peligro de perder la vida o la de sus hijos. “La violencia de género no tiene nada que ver con el nivel socioeconómico ni con el nivel educativo”, planteó Chávez Baray. Detalló que “hemos atendido esposas de jueces y de médicos como de personas desempleadas”. Entre las víctimas se encontraban tanto arquitectas o ingenieras que apenas terminaron los estudios de secundaria. Según las cifras exhibidas por la académica, la violencia de género es “tremenda” en Estados Unidos: Una mujer es golpeada cada nueve segundos, cuatro al día son asesinadas por su pareja, 95% de los ataques conyugales son cometidos por hombres en contra de mujeres y 17% de las mujeres sufren violencia física o sexual durante el embarazo, entre otros casos. Sin embargo, la violencia doméstica es el crimen menos reportado del país. La violencia de género se agrava con la condición de migrante y se vuelve más invisible aún, pues ser mujer, migrante e indocumentada –a veces sin hablar el idioma-- desalienta la denuncia.

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