Capilla ardiente

domingo, 6 de diciembre de 2015 · 10:16
MÉXICO, DF (Proceso).- Que viene el Papa el 12 de febrero y que al jefe de Gobierno de la capital se le ocurre que, para recibirlo, habría que erigir una réplica “fiel” de la Capilla Sixtina en el Zócalo. Se espera que, en reciprocidad, cuando el presidente viaje al Vaticano, se encontrará con una copia de Atlacomulco. Me imagino a los asesores del jefe capitalino: –Ahora viene el primer ministro de la India. ¿El Taj Mahal se concursa con los del Grupo Higa o es por asignación directa? Muchas cosas de la política mexicana nos dejan con sólo preguntas, y en este caso la primera es: ¿por qué? No es que el Papa no conozca la Capilla Sixtina –supongo que, cada ciertos domingos, en la explanada, la Guardia Suiza se discute unos asados argentinos–, sino que, acaso, los capitalinos necesitemos de un cambio en los programas sociales del gobierno. Al menos en sus nombres. Por ejemplo, “Caminito de la Escuela” será “Sendita de la Redención”; los grupos ya no serán “vulnerables a la pobreza”, sino “tentados por el pecado de no tener dinero” –la pobreza extrema será llamada con elegancia Miserere–; la “Tercera Edad” será ahora “El Séptimo Sello”; y el Programa Invernal será ahora “Infernal” para ayudar con ropa ligera a todos aquellos que arderán inevitablemente por toda la eternidad. El proyecto arquitectónico de la calca de la Capilla Sixtina en el Zócalo aún está en sus fases iniciales. Así que me permito enunciar algunas de las ideas que todavía se encuentran en los pasillos de los comités de adquisiciones. Una de las más ingeniosas es asentar el templo dentro de un bache. A él se accederá por la calzada Plegaria en peseros sin frenos que bajarán sin importar si existe un carril para las bicicletas. Una vez adentro uno puede escoger un tentempié entre los Bisquets Obregón y alguno de los cientos de Oxxos, Seven Eleven y Starbucks que plagan el derredor de la capilla. La tienda de regalos ofrece variados objetos de recuerdo, tales como las tazas con las leyendas:
Keep Calm Drink a Te Deum o camisetas de: “Es un Honor el Armagedón”.
A la entrada un letrero avisará a los visitantes: “El Colegio Cardenalicio no guarda relación alguna, política o de amistad, con ninguno de los Cárdenas”. A esta zona se le llamará “Corredor Cultural”, nada más por no decirle Centro Comercial o CDMX (Centro de Mercancías Equis, por sus siglas en inglés). Como se sabe, la bóveda de la Capilla Sixtina fue pintada por un Miguel Ángel que se hizo artista porque, en su tiempo, no existían los jefes de Gobierno ni los delegados. La réplica mexicana contendrá la clásica imagen de “La Creación”, en la que se le harán unos ajustes a Dios Padre para que se asemeje a Héctor Serrano. La famosa escena de “La expulsión del Paraíso” presentará a un desnudo Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre como Adán y a una edecán como Eva reprendidos por la espada flamígera de un jefe de manzana. No se crea que el facsímil de esta bóveda será muy costoso: se reciclarán los túneles que no le cupieron a la Línea 12 del Metro. Habrá goteras, sí, pero en beneficio de un ambiente, un color, local. Otro de estos elementos vernáculos serán los extraños ruidos que se escucharán por las noches: las llantas derrapando contra los rieles al ritmo de “Sábado Distrito Federal”. En las paredes laterales a la bóveda se contará con los retratos de los exregentes de la ciudad y de los jefes de Gobierno, en referencia a los de los Papas en la original. Estarán divididos por sus niveles de endeudamiento, y la Bestia Negra será Ramón Aguirre. Después vendrá un auditorio, al que se le ha llamado tentativamente “Purgatorio Nacional”, en el que se exhibirán todos los conciertos gratuitos del actual gobierno para educar el oído de los ciudadanos: desde el siempre distinguido Chayanne hasta los exquisitos adagios de Belinda. La música ambiental será del “órgano que canta” de Juan Torres. Por supuesto, la atracción principal será la pared del altar con El Juicio Final. En el centro, un Cristo iracundo separa a los perredistas mientras que a los priistas los mantiene firmes en la senda de la salvación. Tiene una herida en el pecho por una “bala de goma” de un granadero. Junto a él está María, también llamada la del Barrales, que se esconde detrás de una despensa. A su alrededor están San Pedro con las llaves de la ciudad y un premio de “poesía juvenil”; San Pablo cargando un bulto de cemento en un brazo, y en la diestra una urna electoral; San Bartolomé con la piel de su rostro desollado en una mano –en otras versiones para todo público, sostiene un banderín de plástico con su propia cara utilizado en una precampaña, o su rostro fue “restaurado” por quienes pintaron de rosa al Caballito; San Sebastián, todavía con los moretones del tolete policiaco con el que fue martirizado; y San Andrés… bueno, parece que ése no será finalmente incluido. Como en la original, debajo de Cristo, la Virgen y los Santos, aparecen varios ángeles con un toque nativo: en vez de las siete trompetas del Apocalipsis sostienen los altavoces de la alarma sísmica. Tampoco sujetan, uno, el Libro de la Vida y, otro, el de la Muerte, sino los tres libros que impactaron la vida del presidente de la República. Hay, también, la multitud que se mira con pánico atrapada entre acceder al mundo del vagón de metrobús o permanecer condenado a empujarse en los andenes. Son los salvados y los condenados, entre quienes hay un tercer estado, intermedio, llamado el de los “encapsulados” y que muestra a un grupo de granaderos en “enérgicas labores de convencimiento”. Éstos “encapsulados”, si se arrepienten de haber marchado, podrán salvarse y cenar esa noche con sus familias. Si no, serán arrojados a Las Tinieblas de los separos policiacos o a los ríos de azufre y fuego, especialmente de Río Consulado y Río Churubusco, que ya tienen segundos pisos. Las lágrimas fluyen por todo el fresco mientras un observador de la Comisión de Derechos Humanos voltea la vista porque la virgen le habla. Desde alguna Barca de la Muerte, la de Caronte, los condenados son arrojados con violencia al abismo que resulta un deslave en Santa Fe. Decimos “alguna” barca porque los expertos creen que se trata de un Uber. Hasta aquí las ideas que todavía se barajan en las oficinas del jefe de Gobierno del DF para la réplica mexicana de la Capilla Sixtina. Lo demás, la verdad, son especulaciones. Que casi siempre, como usted sabrá, son malintencionadas.­

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