El precavido retorno de Irán

viernes, 4 de diciembre de 2015 · 21:47
MÉXICO, D.F. (apro).- En medio del barullo mediático provocado por los atentados en París; el derribo de dos aviones rusos (uno civil, por el Estado Islámico, y otro militar, por la aviación turca); la escalada de acusaciones entre los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, y, en fin, de la violencia yihadista en África y Medio Oriente, las tragedias en el Mediterráneo y la crisis de refugiados en Europa, con menos ruido un país ha hecho avanzar su agenda y se ha colocado como un actor indispensable en la resolución del complicado crucigrama euroasiático: Irán. Y no es que Teherán no estuviera involucrado antes. Al contrario. Prácticamente desde la invasión estadunidense a Irak en 2003 se convirtió en el principal contendiente, por parte del chiismo, en disputar la hegemonía de la región al sunismo, encabezado por Arabia Saudita y las monarquías del Golfo. Así, a lo largo de más de un decenio, Irán ha ido ampliando a través de milicias y “asesores”, e indudablemente de provisión de material bélico, su anillo chií en la región. En Irak, mediante los grupos armados que combatieron a los remanentes del régimen de Sadam Hussein y acabaron siendo gobierno; en Líbano, con el apoyo de larga data al movimiento Hezbolá; en Siria, como aliado abierto del presidente Bashar el Asad; en Bahrein, como respaldo a la minoría chiita, y más recientemente apoyando a los rebeldes huthis contra el gobierno central de Yemen. Satanizado por la administración de George W. Bush, ante el creciente ascenso del yihadismo sunita, en el gobierno de Barack Obama el régimen de los ayatolas pasó a ser un demonio menos malo, con el que tal vez habría que contar. Tanto Estados Unidos como Europa estaban al tanto del desafío armado que Teherán planteaba a través de terceros a sus aliados árabes, pero al fin y al cabo era el único que se enfrentaba a los extremistas sobre el terreno y había que dejarlo hacer. Ante esta permisividad, Irán siguió avanzando sin hacer mucha alharaca en su agenda nacional y regional. Pero, sin duda, el punto de inflexión se dio cuando se abrió la posibilidad de retomar las pláticas a seis bandas (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia, más Alemania) en la marco de Naciones Unidas, para firmar un acuerdo nuclear que impida a Teherán fabricar armas atómicas. Y esta oportunidad se dio con el ascenso a la presidencia iraní, en agosto de 2013, del moderado y reformista Hassan Rohani. Así, después de casi dos años de arduas negociaciones y dos semanas adicionales de francos jaloneos que rebasaron el plazo oficial fijado, el 14 de julio se firmó en Viena el pacto nuclear que impedirá al menos por diez años a Irán producir armas de este tipo. La ONU supervisará mediante inspecciones intensivas que los iraníes reduzcan su capacidad de enriquecimiento de uranio y plutonio a niveles de uso pacífico, y a cambio las potencias occidentales levantarán las sanciones que aislaron a la nación persa de la comunidad internacional y ahogaron su economía. Para llegar a este punto, los miembros del llamado Grupo 5+1 tuvieron que vencer las reticencias de Arabia Saudita y las monarquías sunitas del Golfo, que temen que al deshacerse de las sanciones, su competidor chiita expanda todavía más su influencia en la región, y sobre todo de Israel, que no está convencido de que Teherán ceje en su afán de destruirlo. El respeto a los derechos humanos dentro de Irán y el apoyo iraní a grupos que estadunidenses e israelíes consideran terroristas, apenas si fue esbozado en las conversaciones de Viena. También hubo que superar las oposiciones internas. En el caso de Estados Unidos, la de los senadores republicanos e incluso algunos demócratas. Sin embargo, el 11 de septiembre el presidente Obama se anotó una gran victoria política, al quedarse corta la votación en el Senado que rechazaba el pacto nuclear. Un mes después, el 13 de octubre, el parlamento iraní aprobó por 161 votos a favor, 59 en contra y 13 abstenciones el mismo pacto. Ello a pesar de que legisladores conservadores denunciaron “huecos” en el acuerdo e inclusive acusaron a Rohani y Alí Akbar Salehi, jefe de la Agencia de Energía Atómica iraní, de haber “capitulado” ante las potencias occidentales. Cabe decir que las líneas de negociación fueron previamente aprobadas por el líder supremo, el ayatola Alí Jamenei, y el Consejo de Guardianes de la Revolución. Tan amarrado está el acuerdo que el 18 de octubre, en un movimiento simultáneo, Estados Unidos y la Unión Europea emprendieron el proceso legal que permitirá el levantamiento condicionado de las sanciones a Irán, enviando las instrucciones a sus correspondientes cancillerías y ministerios de finanzas, comercio y energía. Y aunque las sanciones no se levantarán de inmediato, se espera que sigan el calendario fijado. Según el pacto, el “día de la aplicación” se dará una vez que la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), dependiente de la ONU, certifique que Irán está cumpliendo con su compromiso de reducir sus reservas de uranio y plutonio, y modificando sus plantas de producción, de modo que no pueda fabricar armas nucleares. Por lo pronto, el 15 de octubre la AIEA cerró su expediente sobre Irán, al afirmar que no quedaban hilos sueltos sobre posibles “dimensiones militares”. Y se fijó el 15 de diciembre para que el organismo presente su informe sobre el seguimiento que Teherán ha dado a los compromisos adquiridos en julio. De ser positivo, a partir de esa fecha podrían empezar a levantarse las sanciones, aunque Obama advirtió que ello sólo sucedería cuando su gobierno también esté convencido de que “Irán ha cumplido”. En realidad no se esperan sorpresas. El titular de la AIEA, Yukiya Amano, ha declarado en diversas entrevistas con la prensa internacional que “Irán está cumpliendo cabalmente”. Es más, adelantó que Teherán le informó que una vez que el acuerdo haya sido aplicado en su totalidad, empezará a implementar el protocolo adicional del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNPN), mediante el que los países se comprometen voluntariamente a aceptar inspecciones exhaustivas y sin previo aviso de sus instalaciones nucleares. Así, en unos cuantos meses, Irán pasó de “paria internacional” a “interlocutor confiable”. Y aunque el restablecmiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos todavía no se perfila en el horizonte, la apuesta del Departamento de Estado es que ahora se pueda contar con un actor de peso adicional para encontrar una salida a la sangrienta guerra en Siria y, sobre todo, reducir la expansión yihadista del autonombrado Estado Islámico (EI). En septiembre, cuando las tropas de El Asad apenas controlaban el 20% del territorio sirio, Moscú y Teherán reforzaron su presencia militar en el devastado país levantino, y poco después anunciaron un acuerdo con Damasco y Bagdad para compartir “información de seguridad”. Irak, que hasta entonces había mantenido un delicado equilibrio en sus relaciones con Estados Unidos e Irán, se sintió sin duda aligerado por el acuerdo de Viena. Cabe recordar que además del apoyo a los sectores chiíes en las revueltas post Sadam, Irán fue el primer país en ofrecerle apoyo al gobierno de Bagdad para frenar la ofensiva relámpago del EI sobre territorio iraquí en el verano de 2014. Después de la huida masiva del ejécito regular, han sido en realidad la milicias chiitas coordinadas por Teherán las que han encabezado la contraofensiva ante los yihadistas. En el terreno diplomático, ya con el imparable éxodo de fugitivos sirios a cuestas, en las cancillerías europeas volvió a hablarse de una salida “negociada” para Siria. De igual forma se había expresado ya unos meses antes el secretario de Estado, John Kerry, quien dio a entender que El Asad podría ser parte de un proceso de transición. Ésa es la postura que en realidad han defendido desde el principio Moscú y Teherán. Siguiendo esta lógica, a fines de octubre se celebró, también en Viena, una reunión internacional para la paz en Siria, a la que por primera vez fue invitado Irán. Fue un giro de 180 grados, ya que en 2014 la ONU se vio en la embarazosa situación de retirarle la invitación a una reunión en Ginebra, porque Washington y la oposición siria lo vetaron. En esta ocasión hubo que cabildear ampliamente. Obama y Putin llevaron a cabo una febril actividad telefónica para convencer a reyes y jefes de gobierno, pero finalmente acabaron sentándose a la misma mesa Arabia Saudita y Turquía, con sus acérrimos rivales Irán, Irak, y Líbano, más Estados Unidos, Rusia y otros diez países. Los grandes ausentes fueron el gobierno y la oposición siria. Representados por sus cancilleres John Kerry y Javad Zarif, Estados Unidos e Irán lograron sentar las bases para una posible salida negociada al conflicto: mantener la integridad territorial, la laicidad y las instituciones sirias; proteger los derechos de todos los ciudadanos y asegurar el acceso humanitario; derrotar al EI, conseguir un alto al fuego nacional y convocar a elecciones supervisadas por la ONU. “Nos hemos puesto de acuerdo en que no estamos de acuerdo”, ironizó Kerry al término de la reunión, refiriéndose a la permanencia o no de El Asad, que hasta ahora han defendido Moscú y Teherán. Sin embargo, Zarif deslizó un comentario significativo: “Irán no pretende mantener a El Asad eternamente en el poder”. Entrevistado en Washington, el exsecretario de Estado y amo de la ‘realpolitik’, Henry Kissinger, sintetizó: “La destrucción del EI es más urgente que el derrocamiento de El Asad”. Y los atentados de París hicieron más acuciante esta urgencia. Rohani, que tenía previsto un viaje a Francia unos días después, y que fue cancelado, ofreció de inmediato apoyo a su colega, François Hollande, en el combate a los yihadistas. El ofrecimiento del presidente iraní se dio después de que el jefe de los Servicios de Información, Mahmud Alavi, advitiera que Irán también podría estar entre los objetivos del EI, y de la detención de 40 extremistas suníes en el sur del país, que presuntamente intentaban cruzar hacia Irak y Siria. Con apenas 9% de población sunita, la potencia chiita que debería ser uno de los principales blancos de los yihadistas por “apóstata”, en realidad ha sufrido relativamente pocos atentados en su propio territorio, mientras que los más mortíferos han ocurrido contra sus intereses en Líbano, Irak y Yemen, a los que proporciona ayuda militar y logística. Apoyado mayoritariamente en las fuerzas locales de esos países, en el caso de Siria, hasta ahora Irán sólo había reconocido el envío de “asesores militares” y de “voluntarios” para proteger los lugares sagrados del chiismo. Pero a partir del acuerdo nuclear, y sobre todo de la reunión de paz en Viena, empezó a divulgar un creciente número de bajas, admitiendo implícitamente que sus hombres participan en combate. Citando fuentes militares de Líbano, la agencia Reuters refirió a fines de octubre que “cientos de efectivos iraníes han llegado a Siria para unirse a la fuerzas de El Asad y su aliado libanés Hezbolá, en una ofensiva terrestre respaldada por los bombardeos rusos”. Según el Pentágono habría unos dos mil soldados iraníes combatiendo en Siria, pero analistas militares elevan esta cifra hasta cuatro mil, “reclutados entre los hazara de Afganistán y árabes chiitas de Irak, y apenas un pequeño contingente de sus propias tropas de tierra”. El número de bajas es impreciso y va desde unas cuantas decenas hasta centenas. La agencia oficial iraní IRNA reconoció hasta el verano unas 400, cifra que puede haberse multiplicado a partir del refuerzo militar posterior al pacto nuclear. En todo caso, Irán ya no esconde a sus muertos, sino que ahora los honra como “mártires”. Está de vuelta en el escenario mundial.

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