Mehari: con los pies en México y la mirada en Eritrea

miércoles, 30 de diciembre de 2015 · 14:19
MÉXICO, DF (apro).- Como miles de jóvenes más, Mehari escapó de la academia de Sawa para no hacer el servicio militar indefinido que enfrentan todas las mujeres y hombres de Eritrea, un pequeño país del Cuerno de África cuyo presidente y caudillo de la independencia, Isais Afwerki, detenta el poder desde 1993. Tenía apenas 15 años cuando lo reclutaron y trasladaron a esa academia que se encuentra a dos días a pie de la frontera con Sudán. Y fue de los primeros jóvenes en huir de su país después de la guerra de independencia (1961-1991) y la guerra contra Etiopía (1998-2000). Hoy los eritreos son el segundo grupo más numeroso de refugiados en Europa, después de los sirios, y junto con ellos han emprendido los viajes marítimos que tantos muertos han dejado en las costas del Mediterráneo. Doce años después de su exilio, Mehari recuerda la travesía que lo llevó a salir a pie rumbo a Sudán, volar a Sudáfrica (donde trabajó temporalmente y debía renovar su permiso cada mes), luego a Argentina y finalmente a México, donde pretendía partir a Estados Unidos. Mehari se quedó en México después de solicitar el estatus de refugiado, que obtuvo 45 días después. Y decidió no continuar su viaje a Estados Unidos porque debía pagar 3 mil 500 dólares para pasar por la frontera y no los tenía. La Agencia de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) lo apoyó durante seis meses con el pago de la renta de una vivienda y clases de castellano. De cabello crespo, Mehari lleva un crucifijo de madera en el pecho y pulseras con tintes verde, amarillo y rojo, los colores del rastafarismo de Etiopia y Jamaica. Además de tocar reggae, se dedica a vender ropa y a hacer traducciones del etíope y el eritreo, e incluso realiza entrevistas para otros refugiados y prepara comida de su país. El eritreo usa el nombre de Mehari en esta entrevista con Apro. Argumenta motivos de seguridad y comenta que utiliza ese nombre en memoria de un amigo de la infancia que fue capturado cuando intentó fugarse de Sawa y murió por las torturas infringidas en prisión. Recuerda que cuando salió de su país tuvo que pagar a un “pollero”, y viajó por Sudán porque las redes de tráfico de personas en aquel país no eran tan amplias como las de hoy: “Te venden como un animal”. En Pretoriatenía que viajar cada mes para tramitar un permiso de residencia en Johannesburgo. Vivió ahí un año, pero decidió partir debido a la delincuencia que asola Sudáfrica. En Argentina estuvo un mes y después llegó a México. “Al principio fue duro. En México la mitad es pobre, pero me ayudaron”, comenta. Un asunto racista Una turba de israelíes golpeó a un hombre muy moreno y de cabello rizado la noche del 19 de octubre pasado. Un policía lo pateó y otro le disparó en repetidas ocasiones. El hombre moreno murió. Las personas de la turba lo acusaban de ser cómplice de un ataque terrorista, pero aquel no era árabe ni atacó a nadie, era uno más de los 33 mil refugiados de Eritrea que buscan asilo en Israel. “Es un asunto racista”, opina Mehari, y recuerda otro caso: el del dueño de un pub para refugiados eritreos en Tel Aviv que fue asesinado a puñaladas. “Son noticias de dolor. En Israel, en Libia, los están matando nada más porque buscan un lugar seguro”, dice. John Stauffer, presidente del Equipo Americano para Eritreos Desplazados, una organización que brinda ayuda a personas de Eritrea que buscan asilo en Estados Unidos, comenta: "Había refugiados antes y después de la independencia, pero después de la guerra con Etiopía se puso peor y peor". El activista estdounidense cuenta a Apro que entre 2008 y 2009 los eritreos comenzaron a viajar a Israel con la esperanza de quedarse en Jerusalem. Pero antes de llegar ahí, relata, traficantes los conducen hacia Egipto y los internan en el desierto del SINAB, y luego llaman a los familiares para obligarlos a pagar alrededor de 40 mil dólares a cambio de su liberación. En 2011 y 2012 había ya campos de tortura en el desierto, dice. También cuenta que en Etiopía y Sudán los eritreos viven en campos de refugiados, hacinados y con mala alimentación. A veces llegan a Arabia Saudita y de ahí vuelan en avión a Brasil, luego a Argentina o a Cuba, para alcanzar posteriormente Centroamérica, México y Estados Unidos. Mehari revela que en México hay menos de diez eritreos. Al llegar a Chiapas, agrega, las autoridades migratorias les dan un permiso de 30 días para salir del país. Pagan un viaje a la frontera y luego piden asilo político. “Sólo dices: Soy de Eritrea, lo comprueban, y como el mundo ya conoce la situación tan mala del país, te dejan pasar”, cuenta. “Nunca vas a regresar a casa” Con la excusa del conflicto territorial con Etiopía, que mantiene ocupado a 20% del territorio de Eritrea, en este país no se realizan elecciones desde 2001. El Frente Popular por la Democracia y la Justicia (PFDJ, por sus siglas en inglés) mantiene el control como partido único, a pesar de que la constitución de 1997, que no se implementa, habla de multipartidismo. La armada eritrea es la cuarta más grande de África después de Egipto, Argelia y Marruecos. Y en 1995 el gobierno instrumentó el servicio militar por 18 meses, pero en 1998 lo extendió a un tiempo indefinido debido a la “crisis nacional” derivada de la guerra con Etiopía. El 5% de la población vive en barrancas donde realizan trabajos forzados. Desde 2003, todos los jóvenes que están a un semestre de concluir su preparatoria son llevados por el gobierno a un instituto próximo a Sawa para asegurar que cumplan con su servicio militar. Mehari dice que de poco sirve que los padres de los jóvenes cuiden de sus hijos, pues cuando éstos cumplen 15 años, el ejército los lleva a Sawa, y “nunca vas a regresar a tu casa”, señala. Al llegar a la academia Mehari recibió seis meses de entrenamiento militar, luego fue obligado a trabajar en la construcción de carreteras. Le dijo a su madre: "Ya no puedo continuar así, como un animal. No tienes derecho a nada. Mamá, me voy. Si me agarran, no te preocupes, voy a sufrir yo. Ojalá Dios me haga escapar. Si me agarran, no hay problema, no sufras, es mi decisión". Hoy escucha las noticias de su país en Radio Erena y Radio Assenna, ubicadas en Francia e Inglaterra, respectivamente. Ambas son operadas por exiliados, pues en Eritrea no existe la libertad de prensa. “Hay miedo. No puedes abrir la boca. Ahorita hay más de 10 mil prisioneros porque se opusieron al gobierno. La verdad yo salí hace 12 años y el país estaba mal, ahora está peor”. El pasado 12 de junio Eritrea fue colocado por octava vez en el último lugar del Index Global de Libertad de Expresión, de acuerdo con Reporteros Sin Fronteras (RSF) Esta organización tiene una lista de al menos 13 periodistas y propietarios de medios presos en Eritrea desde septiembre de 2011. RSF ha denunciado que el gobierno eritreo impone líneas editoriales y aplica la censura en los medios estatales Eri-TV y Radio Voz de las Masas. En su más reciente informe sobre Eritrea (2013) titulado Represión rampante a 20 años de la independencia, Amnistía Internacional considera que la situación de los derechos humanos en el país es una de las más graves del mundo. “Sí hablo, pero con un código. No puedes hablar libremente porque te graban la voz. Mi mamá conoce a mis hijos sólo por fotos”, relata Mehari, y comenta que en su país casi no hay acceso a Internet y es difícil tener Facebook en casa. Normalmente los eritreos acuden a cafés internet, “y no saben si hay alguien del gobierno ahí”. Sostiene que las desapariciones forzadas están a la orden del día. A veces lee post en Facebook con comentarios de este tipo: “Mi hijo se llama de este modo, estaba en Libia y no tenemos noticias. Si sabes, avísame a tal teléfono”. O peor aún: “Mi padre salió a trabajar en la tarde y ya no volvió”. Denuncia que hay familias que llevan años esperando saber en cuál de las 200 cárceles de prisioneros políticos están sus seres queridos.“La mayoría de la gente que no aguanta la situación y ya salió del país”, subraya. De acuerdo con RSF, cada seis meses salen del país alrededor de 18 mil jóvenes, la mayoría de ellos de entre 15 y 25 años de edad. “¿Qué ganamos con separarnos de ellos (Etiopía)? Nada más creamos una dictadura”, opina Mehari. En 2010 el eritreo se naturalizó mexicano. Cuenta que en México no ha sufrido racismo, la gente lo ha tratado bien y lo integra, y además festeja las mismas fiestas porque es católico. “Ya me acostumbré a vivir aquí”, comenta, aunque no oculta sus deseos de visitar su país y ver a su madre. “Mis deseos de cada año es que acabe ese gobierno, esa dictadura y termine su tiempo. Yo no estoy sufriendo, estoy bien, pero hay gente que sufre a diario”, confiesa. Según Mehari, el gobierno eritreo “está muriendo” porque la mayoría de los jóvenes están afuera y son ellos quienes mantienen la economía con las remesas de dinero que envían. Y se manifiesta molesto con el Fondo de Desarrollo Europeo porque pretende destinar a Eritrea un total de 312 millones de euros de aquí a 2020, tres veces más de lo que obtuvo los cinco años pasados. “Saben bien cómo es el dictador. Es inaceptable porque (los gobiernos de la Unión Europea) hablan mucho de derechos humanos, pero ya saben la situación”. Sostiene que la población de Eritrea no está saliendo del país para buscar una vida de lujos, “está saliendo porque allá no hay vida”. Remata: “Sudán, Israel, Egipto, Kenia, ¡respétennos! ¡Déjennos pasar! (…) Todos los eritreos amamos nuestro país, pero ya no queda país”.

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